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Arnaldur Indriðason: Silencio Sepulcral

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Arnaldur Indriðason Silencio Sepulcral

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El hallazgo de un esqueleto humano enterrado en una colina en las afueras de Reykjavik pone en una situación difícil al detective Erlendur y sus ayudantes: no sólo necesitan recurrir a un equipo de arqueólogos que empleará varios días para recuperarlo en buenas condiciones, sino que además éstos les advierten desde las primeras paladas de que no se trata de un cadáver reciente, y que probablemente puede corresponder a un enterramiento de unos sesenta años atrás. Desde que conocen este dato, y sin saber a ciencia cierta la identidad del enterrado, los investigadores se yen inmersos en la compleja reconstrucción de unos hechos ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial, cuando las tropas aliadas estaban acantonadas en esos montes, entonces alejados de la capital y habitados sólo a medias, y que les sumerge poco a poco en la dramática historia privada de algunas familias de la época, rememorada por los ecos de los pocos habitantes de aquella zona que aún quedan con vida. Un rompecabezas complicado para un atribulado Erlendur, que tiene que enfrentarse a sus propios fantasmas familiares cuando recibe una fugaz llamada de su problemática hija Eva Lind, a la que hace mucho que no ve y para la que nunca ha sido precisamente un modelo de padre, y que sólo tiene tiempo de pedirle auxilio antes de que se corte la comunicación.

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Bajó los ojos.

– Dave desapareció de nuestra vida tan deprisa como había entrado en ella -continuó-. Mamá nunca volvió a saber de él.

– Su apellido era Welch -dijo Erlendur-. Y estamos intentando averiguar qué fue de él. ¿Cómo se llamaba tu padrastro?

– Se llamaba Thorgrímur -dijo Mikkelína-. Siempre lo llamamos Grímur.

– Thorgrímur -repitió Erlendur.

Recordaba aquel nombre de la lista de islandeses que trabajaban en el campamento.

Empezó a sonar el teléfono en el bolsillo de su abrigo. Era Sigurdur Óli, desde la excavación de la colina.

– Tienes que venir aquí -dijo Sigurdur Óli.

– ¿Aquí? ¿Adónde? -preguntó Erlendur-. ¿Dónde estás?

– Bueno, en la colina -dijo Sigurdur Óli-. Han llegado al esqueleto y creo que ya sabemos quién fue enterrado aquí.

– ¿Quién fue enterrado ahí?

– Sí, en la tumba.

– ¿Quién?

– La novia de Benjamín.

– ¿Por qué? ¿Por qué piensas que se trata de ella?

Erlendur se había puesto en pie y había entrado en la cocina para que no le molestaran.

– Sube para acá y míralo tú mismo -dijo Sigurdur Óli-. No puede tratarse de nadie más. Ven y míralo tú mismo.

Y apagó el teléfono.

Capítulo 26

Erlendur y Elinborg llegaron a Grafarholt quince minutos después. Se habían despedido a toda prisa de Mikkelína, que se quedó mirándoles con ojos de asombro desde la puerta. Erlendur no comentó la llamada, se limitó a decir que tenían que ir a la colina, que había aparecido el esqueleto y tenía que pedirle que esperase hasta más tarde para continuar su historia. Era necesario que siguieran hablando.

– ¿Queréis que os acompañe? -preguntó Mikkelína desde el umbral mirándoles mientras salían-. Yo…

– Ahora no -le interrumpió Erlendur-. Hablaremos con más tranquilidad. Ha aparecido algo nuevo en el caso.

Sigurdur Óli les esperaba en la colina y les acompañó a donde estaba Skarphédinn, al lado del hoyo.

– Erlendur -dijo el arqueólogo a guisa de saludo-. Ya está aquí. A fin de cuentas no hemos tardado tanto tiempo.

– ¿Qué habéis encontrado? -preguntó Erlendur.

– Es una mujer -dijo Sigurdur Óli dándose importancia-. De eso no cabe duda.

– ¿Por qué? -preguntó Elinborg-. ¿De repente te has convertido en médico?

– No hace falta ser médico -dijo Sigurdur Óli-. Es evidente.

– En la tumba hay dos esqueletos -dijo Skarphédinn-. Uno es de una persona adulta, probablemente una mujer, el otro de un niño, un niño muy pequeño, quizás un feto aún. Ahí está el esqueleto.

Erlendur le miró confuso.

– ¿Dos esqueletos?

Miró a Sigurdur Óli, dio dos pasos en dirección a la tumba y enseguida vio a lo que se refería Skarphédinn. Habían puesto al descubierto la mayor parte del esqueleto grande, que se presentaba con la mano levantada en el aire, la mandíbula abierta, llena de tierra, y las costillas rotas. Había tierra en las cuencas vacías de los ojos, algunas hebras de pelo estaban aún pegadas a la frente y en el rostro la carne no se había podrido por completo.

Encima de él había otro esqueleto extrañamente pequeño, encogido, como en posición fetal. Los arqueólogos habían quitado la tierra que lo cubría con mucho cuidado, usando cepillos. Los huesos de brazos y piernas eran del tamaño de lápices y la cabeza como una pelotita. Estaba debajo de las costillas del esqueleto grande, con la cabeza hacia abajo.

– ¿Puede ser alguien más? -preguntó Sigurdur Óli-. ¿Acaso no se trata de la novia? Estaba embarazada. ¿Cómo se llamaba, por cierto?

– Sólveig -dijo Elinborg-. ¿Tan avanzada estaba ya? -se preguntó como para sí, los ojos fijos en los esqueletos.

– ¿En esta fase se habla de niño o de feto? -quiso saber Erlendur.

– No tengo ni idea -respondió Sigurdur Óli.

– Ni yo -dijo Erlendur-. Necesitamos un especialista. ¿Podemos llevarnos los esqueletos tal y como están ahora al tanatorio de Barónsstígur? -preguntó a Skarphédinn.

– ¿Qué quiere decir «tal y como están ahora»?

– Uno encima del otro.

– Aún tenemos que limpiar parte del esqueleto grande. Si le quitamos algo más de tierra con escobillas y pinceles, llegaremos debajo de los huesos y entonces, con mucho cuidado, podremos levantar los dos juntos. Creo que se puede hacer. ¿No prefieres que el médico los examine aquí mismo, en la tumba, tal como están enterrados?

– No, prefiero llevarlos a un sitio cerrado -dijo Erlendur-. Tenemos que examinarlos a fondo en las mejores condiciones posibles.

Los esqueletos fueron separados de la tierra, hacia el atardecer. Erlendur estuvo presente en el traslado de los huesos, junto con Elinborg y Sigurdur Óli. Erlendur tuvo la impresión de que los arqueólogos trabajaban de forma muy profesional. No se arrepentía de haberles encargado la tarea. Skarphédinn dirigió el proceso con la misma energía que había mostrado durante la excavación. Le comentó a Erlendur que le habían tomado cariño al esqueleto, al que llamaban Hombre del Milenario en su honor, y que lo echarían de menos. Pero su trabajo no había concluido todavía. Skarphédinn, que de pronto estaba muy interesado por la criminología, tenía intención de continuar con su gente en busca de huellas en el talud, para intentar explicar lo sucedido en la colina tantos años atrás. Había mandado grabar la excavación por todos lados, en vídeo y fotografía, y hablaba de dar una conferencia en la universidad, sobre todo si Erlendur conseguía averiguar cómo habían ido a dar allí los huesos, añadió con una sonrisa que dejó ver sus colmillos.

Los esqueletos se trasladaron al tanatorio de Barónsstígur, donde se les haría un examen exhaustivo. El forense estaba de vacaciones en España con su familia y no volvería al país hasta por lo menos una semana después, según le dijo por teléfono a Erlendur aquella misma tarde, ya bien moreno y camino de degustar un rico cochinillo; Erlendur tuvo la sensación de que estaba un poco achispado. El médico de distrito de Reykjavik observó cómo se sacaban los huesos de la tierra y se introducían en un furgón de la policía, y se ocupó de que los colocaran en un sitio adecuado en el tanatorio.

Tal como había pedido Erlendur, los dos esqueletos se habían transportado de una pieza. Para mantenerlos en el mejor estado posible, los arqueólogos habían dejado tierra en las zonas de contacto. Por eso lo que había sobre la mesa de autopsias delante de Erlendur y el médico de distrito, que observaban uno al lado del otro, era una masa un tanto informe, bañada en la luz de los fluorescentes de la sala de disección. Los esqueletos estaban envueltos en una gran sábana blanca que el médico retiró para observar los huesos.

– Es primordial determinar la edad de ambos esqueletos -indicó Erlendur mirando al médico.

– Ya, una determinación de edad -dijo el médico pensativo-. En realidad hay una diferencia muy escasa entre los esqueletos de hombre y mujer, aparte de que las pelvis son distintas, y apenas puede apreciarse a causa del esqueleto pequeño y de la tierra que hay inserta. Me parece que en el grande se conservan los doscientos seis huesos. Las costillas están rotas, lo que ya sabíamos. Es un esqueleto bastante grande, una mujer de considerable estatura. Es lo que se me ocurre a primera vista, pero por lo demás prefiero no tener que pronunciarme con más detalle. ¿Corre mucha prisa? ¿No puedes esperar una semana? No tengo conocimientos especializados en autopsias ni en determinación de edad. Se me pueden pasar por alto toda clase de cosas que un forense especializado sabría observar y explicar. Si quieres que esto se haga bien tendrás que esperar. ¿Corre mucha prisa? ¿No se puede esperar? -repitió.

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