Javier Negrete - Atlántida

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Gabriel Espada, un cínico buscavidas sin oficio ni beneficio, quizá el más improbable de los héroes, tiene ante sí una misión: descubrir el secreto de la Atlántida.
La joven geóloga Iris Gudrundóttir intuye que se avecina una erupción en cadena de los principales volcanes de la Tierra y confiesa sus temores a Gabriel. Para evitar esta catástrofe, que podría provocar una nueva Edad de Hielo, Gabriel tendrá que bucear en el pasado. El hundimiento de la Atlántida le ofrecerá la clave para comprender el comportamiento anómalo del planeta.
Una mezcla explosiva de ciencia y arqueología y, sobre todo, aventura en estado puro.

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Una cosa era la memoria genética, confusa y borrosa, y otra contemplar imágenes tan nítidas de aquel espacio que la rodeaba.

Aquello despertó su curiosidad.

Pues la curiosidad es el primer atributo de la inteligencia.

La mente de la Gran Madre se dividió en regiones de pensamiento que debatieron entre sí el significado de aquel sueño y si afectaba en algo a su impulso instintivo de reproducción.

Pues una de las cosas que sabía la Gran Madre -y sabía muchas, aunque la mayoría de ellas parecerían a los humanos abstractas o de poca utilidad- era que la vida busca multiplicarse por su propia naturaleza.

De hecho, la multiplicación es la naturaleza de la vida.

Pero, mientras esas submentes regionales se enlazaban entre sí para debatir con complejas redes de armonías, el sueño prosiguió.

La Gran Madre volvió a contemplarse desde fuera. Pero ahora esa imagen creció y creció, hasta centrarse en una zona de su hemisferio norte, muy cerca de los trópicos. Pues, por supuesto, la Gran Madre era bien consciente de dónde se hallaban todas sus partes, aunque no utilizara términos humanos como «trópicos» o «hemisferios».

Y la imagen siguió aumentando, cada vez más cerca de su piel. La Gran Madre soñó con una montaña de metal blanca, afilada como una estalactita, que se alzaba hacia el cielo en una extraña erupción. El fuego no provenía de la Tierra, sino que brotaba de la montaña y empuñaba a la montaña hacia el cielo…

Capítulo 78

Cúpula I Galaxia / Universo .

Ahora, en el interior de la cúpula, mientras el mundo se desmoronaba a su alrededor, Gabriel comprendió que su vida formaba un círculo y que incluso sus mayores fracasos cobraban sentido.

Pues los universos que había concebido al crear aquellas dos novelas de ciencia ficción se convertían ahora en los futuros posibles que le proponía a la Gran Madre.

El cohete blanco que estaba imaginando partió hacia la Luna, y para ilustrar mejor el viaje Gabriel visualizó una panorámica que mostraba la Tierra y la Luna y la trayectoria entre ambas. Luego imaginó un módulo posándose en la superficie lunar, y un astronauta que salía al exterior y que no era otro que él mismo.

Pero en vez de clavar la bandera de su país, Gabriel excavaba en el suelo e introducía en él una roca que había traído de la Tierra. La visualizó por dentro, ampliada hasta niveles microscópicos, para que la Gran Madre comprobara que estaba plagada de nanobios que pululaban por todos sus poros.

Escucha, Gran Madre. Mira adonde podemos llevar tu semilla.

Después imaginó viajes cada vez más fabulosos.

Cohetes de formas audaces que sólo existían en la mente de los ingenieros volaron a Marte. Los nanobios colonizaron el planeta rojo y crearon otra Gran Madre, y después se extendieron por la superficie y evolucionaron hasta convertirse en una nueva biosfera, y la Tierra pudo ver a un gemelo azul que la contemplaba desde la cuarta órbita a partir del sol.

Después, las naves viajaron al cinturón de asteroides y a las lunas de Júpiter, y los fecundaron con la semilla de la Gran Madre, y una mente colectiva nació a la vida en el vasto océano bajo los hielos de Europa.

Escucha, Gran Madre. Mira cuántos mundos puedes fertilizar si nos salvas.

Aún viajó más lejos, en sondas no tripuladas que abandonaban la órbita dé Plutón, dejaban atrás la nube cometaria de Oort y se dirigían a otros sistemas estelares.

Como el tiempo de la Gran Madre era casi infinito comparado con el de los humanos, Gabriel incluso imaginó naves que se internaban en el abismal espacio que separaba las galaxias, siempre llevando con ellas fragmentos de la Tierra.

Escucha, Gran Madre. Salva a tus hijos y utiliza su saber. Podemos perpetuarte en lugares que nunca has soñado.

Gabriel fue más allá y concibió mentes mucho más vastas que la propia Gran Madre. Conciencias que se extendían por galaxias enteras y se comunicaban entre sí mediante agujeros de gusano que atravesaban el noespacio entre las dimensiones.

Un Universo vivo, consciente, unido.

Un Universo hijo de la Gran Madre.

Pero para eso los humanos tenemos que sobrevivir…

El tiempo de Kiru se agotaba. Gabriel imaginó una superficie terrestre plagada de volcanes. Multitudes de Gabrieles Espada se abrasaban y asfixiaban, o perecían aplastados por las rocas o devorados por grandes grietas. Y entre ellos había algunos que cargaban rocas fertilizadas con las semillas de la Gran Madre, pero antes de que pudieran entrar con ellas en sus cohetes el fuego de la Tierra los aniquilaba.

Y la semilla no llegaba a su destino.

¿Comprendería el mensaje la Gran Madre? ¿Poseía alguna lógica para ella? ¿Y si su concepto de causas y efectos no tenía nada que ver con el de los humanos?

Escucha, Gran Madre. Escucha a tu hijo. Escucha, Gran Madre…

No podía seguir. Kiru era apenas un hilo, estirado hasta rodear el ecuador de la Tierra, a punto de partirse. Si seguía un instante más, la perdería, y jamás podría ponerse en contacto de nuevo con la Gran Madre.

Era el momento de retirarse. Él había hecho todo lo que podía.

Capítulo 79

Sueños de la Tierra.

La Gran Madre pensó que aquél era un sueño que merecía la pena soñar.

Capítulo 80

Exterior de la cúpula .

Gabriel salió de la cúpula tambaleándose. Las luces del techo del garaje eran soles en miniatura que taladraban sus ojos. El suelo seguía balanceándose de un lado a otro como la cubierta de un barco.

«No he conseguido detener la erupción», pensó, y las escasas fuerzas que le quedaban lo abandonaron.

– ¡Ayuda! Sacad a Kiru… mejor… yo no la toque.

«Si no quiero que me estalle la cabeza», añadió para sí.

Herman se apresuró a entrar en la cúpula. Unos segundos después salió agachándose y con Kiru en brazos. La Primera Nacida abrió los ojos, le miró a la cara y le acarició la mejilla.

– Herman. Amigo de Kiru -susurró. Después volvió a cerrar los ojos y apoyó la cabeza en el pecho de Herman, con tanta confianza como un bebé en brazos do su madre

Gabriel trató de enfocar la visión. Enrique y Valbuena lo estaban mirando con gesto entre preocupado e interrogante. Incluso Alborada y el muchacho mexicano, del que no se separaba un instante, se acercaron.

Joey llevaba a Frodo tumbado sobre el antebrazo y recostado contra su cuerpo. Por alguna razón, el hecho de que el cachorro pudiera morir le pareció a Gabriel una tragedia mayor que la destrucción de Nápoles y las Vegas, y los ojos se le llenaron de lágrimas.

«No lo he conseguido», quiso decir. Pero las palabras no brotaban de su boca.

Ni él mismo se había dado cuenta de lo débil que se encontraba. Cuando dio el tercer paso, su pie izquierdo tropezó con el derecho. Se tambaleó y braceó en el aire para no caerse.

Enrique hizo amago de ayudarlo, pero Iris, que estaba más cerca, corrió hacia él, lo agarró por debajo de la axila y lo enderezó. Gabriel se apoyó en ella y consiguió mantener el equilibrio. «Qué fuerza tiene», pensó.

Iris le miró a la cara. De cerca, sus ojos eran como el agua del mar en un atolón de coral. «Qué cursi me he vuelto», pensó Gabriel.

La joven sacó un pañuelo de papel del bolsillo y le secó por debajo de la nariz.

– Tienes una hemorragia -le dijo.

Lo extraño era que no le brotara sangre por las orejas e incluso por los ojos. Gabriel tenía la sensación de que su cerebro había aumentado de volumen y presionaba contra su cráneo, y esa sensación se extendía por todo su cuerpo. Notaba los dedos de las manos y los pies tan hinchados como si midieran tres o cuatro veces más. Y a sus pensamientos les pasaba igual. Se habían convertido en gruesas trenzas que se enlazaban entre sí, y cuando quería concentrarse en una idea, ésta se anudaba con otra y se confundía en una masa indistinguible.

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