Steve Martini - El abogado

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Uno de los primeros clientes del abogado Paul Madriani es Jonah Hale, un anciano que se encuentra en un grave aprieto cuando Jessica, su hija, sale de la cárcel: Jonah y su esposa se han encargado de la educación de Amanda, su nieta de ocho años, debido a la drogadicción de la madre de la niña, pero, a raíz del importante premio que ha ganado el matrimonio en la lotería, Jessica decide secuestrar a la pequeña y pedir a su padre una gran suma de dinero si desea recuperarla. Jonah, que tiene la custodia legal, se niega, por lo que Jessica recurre a los servicios de Zolanda, una activista radical de los derechos de la mujer, que acusa a Jonah de haber abusado sexualmente de Amanda. El caso se complicará con un asesinato del cual Jonah será el principal sospechoso.

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– ¿El qué? ¿Lo de que yo no lo hice?

– No. Lo de que «Zolanda merecía morir» -responde Harry-. El fiscal sólo tardaría un par de segundos en convertir eso en una admisión de culpabilidad.

– Nunca se me ocurriría decírselo al fiscal -dice Jonah.

– Es un alivio -responde Harry.

– ¿Lo dejarán en libertad bajo fianza? -pregunta Mary.

– No lo sé. Solicitaremos una audiencia. -Pero añado que la decisión dependerá del juez. Sospecho que, debido a la proximidad de la frontera, a la desahogada posición financiera de Jonah, y al hecho de que se trata de un delito capital, la decisión puede ser negativa. Pero decido que no es momento de aumentar con esto las preocupaciones de Mary.

– Tiene que haber alguien que te viera esa noche -le dice ella a su marido-. Haz memoria. Trata de recordar.

– Lo he hecho una y otra vez -dice Jonah. Se siente cansado, y su rostro está surcado por arrugas de preocupación. Representa los años que tiene y unos cuantos más.

– ¿Ni siquiera te paraste a tomar café? -pregunta ella.

– No. Lo único que hice fue conducir.

– Pero si tuvieras una coartada…

– El caso es que no la tengo.

Mary no es ninguna tímida violeta. Debe de tener diez años menos que Jonah, cabello rubio que estoy seguro de que es teñido, y lleva maquillaje para cubrir las arrugas de la edad. Es una mujer alta, de casi metro setenta y cinco, y más bien corpulenta.

– Yo podría declarar que estaba conmigo a la hora del asesinato. -Se echa hacia adelante, y agarra con las manos el respaldo de mi asiento. Los nudillos se le blanquean. La expresión de su rostro es la de una mujer desesperada.

– No me parece buena idea -digo.

– A mí nadie me lo ha preguntado, y yo no he declarado que no estaba con él.

– Pero a él le preguntaron cuánto tiempo llevaba en la playa.

– Pudo haberse equivocado porque se sentía confuso.

– Entonces se preguntarían por qué esperó usted tanto antes de ofrecer esa coartada para su esposo.

– Me encontraba en estado de shock -dice ella-. No me era posible pensar con claridad.

– Bien -dice Harry-. Seguro que eso colará. -Me mira por el rabillo del ojo.

– Si él estaba contigo, ¿a qué hora se fue a dar un paseo, el que lo condujo hasta la playa? -Me vuelvo hacia ella y la miro con las cejas enarcadas.

– No lo sé. No me acuerdo.

– ¿Y qué estuvisteis haciendo los dos en la casa hasta que él se marchó?

No obtengo respuesta.

– ¿Adónde te dijo que se iba cuando se fue? ¿Por qué se marchó?

Ella comienza a mirarme con malos ojos. No le parece bien que le haga preguntas que no puede contestar.

– ¿Estaba contigo?

Ella vacila.

– Ahora soy yo el que te lo pregunta a ti. ¿Estaba contigo?

– No.

Me vuelvo de nuevo hacia adelante y me arrellano en el asiento. La policía y el jurado verían las palabras de Mary como lo que realmente son: el desesperado intento de una mujer de salvar a su marido. El hecho de que Mary considerase necesario cometer perjurio haría que todos llegaran a la conclusión de que si ella mentía era porque pensaba que su esposo era culpable.

– Además, no sabemos la hora exacta de la muerte de Suade -digo-. Eso dificulta aún más cualquier coartada.

– Es cierto -asiente Harry-. Usted pudo ser la última persona a la que vio antes de liarse a tiros -lo dice mirándome, con un ojo en la calle.

Más de una vez ha cruzado por mi mente la idea de que los técnicos del sheriff pueden haber encontrado mis huellas dactilares en la tienda de Suade. He estado ensayando mi respuesta para el caso de que me pregunten. Estoy dispuesto a decirles que vi a Suade y hablé con ella aquella mañana. De lo que no estoy tan seguro es de si estoy dispuesto a hablar del tema de nuestra charla, ya que esto podría ser considerado el motivo de Jonah para matarla. Así que si me lo preguntasen me acogería al privilegio de confidencialidad entre abogado y cliente.

– No disponemos de mucho tiempo para hablar -les digo-. Hay una cosa. Cierta información. ¿Alguno de vosotros oyó a Jessica mencionar a un hombre llamado Esteban Ontaveroz?

Mary mira a Jonah. La veo por el espejo de cortesía de detrás de la visera parasol, que he bajado.

Jonah parece desconcertado y niega con la cabeza.

– ¿Es uno de sus novios? -pregunta.

– Tal vez.

– Nunca llegué a conocer a ninguno de los hombres con los que ella salía -dice él-. Y bien sabe Dios que los hubo en cantidad.

– ¿Quién es ese Ontaveroz? -pregunta Mary.

– En estos momentos no tenéis que preocuparos por ello. Pero ¿estáis seguros de que nunca la oísteis mencionar ese nombre?

Los dos niegan con la cabeza.

El trayecto se hace más y más sombrío según nos acercamos al centro de la ciudad, como si el destino de nuestro viaje fuera la guillotina. Harry se mete por Front Street, a una manzana de los juzgados, y se detiene frente a la nueva cárcel del condado. Nos deja en la acera y él se va a estacionar el coche.

Jonah se llena los pulmones de aire cuando ve la puerta de acero y cristal de la entrada.

– ¿Te encuentras bien? -pregunto.

Está pálido y su aspecto es el de un hombre derrotado: hombros caídos, espalda encorvada, mechones del escaso cabello agitándose a impulsos de la brisa.

Jonah asiente con la cabeza.

– Estoy bien. -Luego se me acerca y me susurra al oído-: Llévala a casa. -Por un momento creo que se refiere a su nieta, Amanda. Luego me doy cuenta de que está hablando de Mary-. Sácala de esto lo antes posible.

Asiento con la cabeza.

– Tenemos una vecina que la atenderá -dice él.

– No necesito que nadie me atienda -dice Mary, que ha oído las palabras de su esposo-. Sé cuidar de mí misma.

– Ya lo sé -dice él. Aparta la mirada de Mary y la fija en la puerta de acero inoxidable. Leo en sus ojos el temor a lo que puede aguardarle dentro del edificio.

Yo me adelanto, abro la puerta y entro, haciendo las veces de escudo sicológico. Mary me sigue, y Jonah va cerrando la marcha.

Cuando me vuelvo advierto que, nada más traspasar el umbral, Jonah vacila. Por un instante temo que vaya a derrumbarse o a dar media vuelta. Desando un par de pasos y lo agarro por un codo, como para darle fuerzas.

– No te preocupes -me dice-. Estoy bien.

El vestíbulo público es aséptico, está brillantemente iluminado, y una de las paredes es una gruesa partición de vidrio a prueba de balas, tras la cual se afanan los adláteres del sheriff.

Avery nos espera. Nos ve a través del cristal, y los guardas carcelarios le franquean el paso a una especie de compartimento estanco, una pequeña recámara no mucho mayor que una cabina telefónica, con puertas de acero a cada lado. Una de ellas ha de estar cerrada antes de que la otra pueda abrirse.

Cuando accede a nuestro lado del vestíbulo, la expresión de Avery es seria.

– Señor Madriani.

Asiento con la cabeza.

– Pase por aquí, señor Hale. -Avery nos indica a Mary y a mí que lo sigamos.

En estos momentos, Harry ya se ha reunido con nosotros, y pasamos de dos en dos a través del compartimento estanco, Avery y Jonah, Mary y yo, y Harry haciendo de non. Mi socio hace que suene un zumbador y queda atrapado en la cabina.

– ¿Qué lleva en los bolsillos? -pregunta un guardia por el sistema de megafonía.

Harry rebusca en sus bolsillos y saca un llavero y una pequeña navaja.

– Póngalo todo en la bandeja -dice el altavoz.

Asoma una bandeja de acero inoxidable y Harry deposita sus cosas en ella. La bandeja desaparece con la misma rapidez con que ha aparecido. Harry prueba de nuevo a abrir la puerta y esta vez lo consigue.

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