– Puedo asegurarle que no estoy arriesgando nada.
– Usted sabe muy bien a lo que me refiero…
– Y usted no me está escuchando. Es Halloween. Éste es… un disfraz, un disfraz de dinosaurio. Nada más.
Mis dedos se aflojan; la pata acabada en garra cae a un costado.
– Eso no es posible -digo-. La boca… se mueve cuando habla. Es igual que… los dientes…, la lengua…
Judith se echa a reír y el disfraz de carnosaurio se sacude de arriba abajo.
– He pasado más tiempo con este disfraz del que usted haya dedicado probablemente a su casa, señor Rubio. Debía esperar que fuese realista. En cuanto a su aceptación…, bueno, usted debería saberlo.
– ¿Es… un disfraz?
– Puedo prometerle, le juro, que lo que llevo es un disfraz de dinosaurio.
__De modo que es una dinosaurio vestida como un ser humano vestido como un dinosaurio -digo, manteniendo la voz baja, aunque en esta noche y en este lugar nadie se lo pensaría dos veces si me escuchase.
– Algo así -dice ella y, para demostrarlo, se desprende de un trozo de piel justo por debajo de la cintura, retirando una costura que no había visto antes. Debajo alcanzo a ver una capa de carne humana descolorida, el tono de piel natural del disfraz de la señora McBride.
– Bonito disfraz -digo sin ninguna convicción.
Pero mis palabras hacen que se eche a reír, y el hecho de que se ría es mucho mejor que llamar a sus guardaespaldas para que me arrojen en el recipieníe del ponche.
– ¿Baila? -me pregunta, dirigiéndose hacia la pista.
La banda está tocando un fox-trot, y creo que recuerdo los pasos.
– Si puede perdonarme -digo-, sería un honor para mí. -Una charla informal mientras bailamos puede ser la introducción perfecta para mis próximas preguntas.
Y la cosa comienza efectivamente de ese modo. Judith y yo hablamos del tiempo, de la ciudad, de la locura de Halloween mientras nos deslizamos lentamente por la pista de baile, y mi conducción se vuelve más firme con cada giro y cada vuelta. Ella es una bailarina excelente, sigue mis movimientos con el toque más delicado. Muy pronto soy capaz de hablar sin contar los pasos mentalmente, y ambos nos entregamos a una conversación fácil.
– ¿Ha acabado ya con lo que sea que haya venido a buscar? -pregunta.
– Sí y no.
– Supongo que esta noche ha venido porque descubrió algo que no podía esperar. ¿No es eso lo que ustedes dicen? ¿No podía esperar?
– Sí, a veces decimos esas cosas.
– -Y le gustaría hacerme unas preguntas ahora mismo. -En algún momento de la noche.
– Como aparentemente hemos agotado nuestras reservas de conversación trivial -sugiere-, por qué no nos olvidamos del resto y vamos directamente al grano. Supongo que ya habrá hablado con esa mujer, Archer.
– Así es.
– ¿Y con el resto del harén de Raymond?
– ¿Su harén?
– ¿Escandalizado? No debe estarlo.
Yo sabía que Judith conocía la aventura que su esposo tenía con Sarah -me había enterado esa misma noche durante la cena-, pero ¿cuántas otras aventuras amorosas de su esposo conocía Judith McBride?
– Entonces, ¿estaba usted al corriente de sus amoríos?
Giramos en tomo a una pareja que baila lentamente, y los dejamos en nuestra estela.
– Al principio, no. Me llevó algún tiempo descubrirlo, pero no demasiado. Raymond era un hombre brillante; sin embargo, en cuestiones del corazón hacía mucho tiempo que mí esposo había sobrevivido a su garantía.
«Al principio fue bastante discreto -continúa Judith-; una chica de su olicina, creo, y durante algún tiempo pensé que era muy bonito. Ya sabe, él había tomado a esa muchacha bajo su protección y la guiaba a través del laberinto de la existencia corporativa.
– ¿Y después? Siempre hay un después.
– Y después empezó a follársela.
El número se anima, la banda acelera el ritmo, y nosotros hacemos lo propio para no quedarnos atrás.
– ¿Qué hizo usted? -pregunto.
– Lo único que podía hacer: encargarme del asunto. Sucede todo el tiempo.
– ¿A qué se refiere?
– Infidelidad. No hay una sola de mis amigas cuyo esposo no les haya puesto los cuernos. -O sea que existe un círculo de mujeres del que es mejor mantenerse alejado-. Pero no es propio de nosotras enfadarnos. No abiertamente, quiero decir.
– ¿Golpearles cuando no están mirando? -pregunto.
– Golpearles donde no están mirando. Cuando tu vida se desenvuelve en las altas esferas, la mejor venganza siempre es económica. Así que, como represalia, compramos cosas: pieles, joyas, casas de fin de semana…
»Tenía una amiga cuyo esposo era tan reincidente que se vio obligada a comprar una pequeña compañía de vuelos chárter y llevarla a la ruina para llamar su atención. -¿Y dio resultado?
– Durante un año. Luego él volvió a las andadas, y ella decidió pasarse al negocio de los trenes de pasajeros.
– Pero usted no ha hecho nada por el estilo, ¿verdad?
__pregunto-. Usted era la buena chica del grupo.
– Créalo o no, lo era; durante un tiempo, al menos. Decidí hacer la vista gorda, aceptar a Raymond tal como era. Naturalmente, esas primeras canas al aire resultaban… normales, naturales. Él todavía no había… cambiado de especie. -¿Y cuándo abandonó el barco? -pregunto. -Hace tres años, tal vez cuatro, no lo recuerdo. -¿Fue Sarah Archer la primera?
La risa de Judith no tiene nada de divertida; es más bien una especie de ladrido de escarnio.
– Si se refiere a si ella fue su primera aventura con una especie diferente, no. Cinco, diez, veinte mujeres antes que ella; todas iguales, todas con largas piernas y pelo largo, y bellas, y estúpidas. ¿Me creería si le digo que algunas de ellas llamaban a casa, mi casa, y le dejaban mensajes?
»Pero si lo que quiere preguntar es si Sarah Archer fue la primera en poseer a mi esposo, en reclamarlo como su propiedad, en aferrarse a él como si fuese el muelle, y ella una embarcación en aguas turbulentas, entonces sí, yo diría que ella fue la primera.
– Y fue entonces cuando la situación comenzó a irritarle. -No -dice Judith-, fue mucho antes de eso. Hubo un período en el que Raymond sólo pasaba dos noches por mes en mi cama. Y aunque Raymond y yo no habíamos… no habíamos tenido relaciones durante algún tiempo -la elección de las palabras es definitivamente menos intensa ahora-, todavía existía un vacío por las noches. Cuando estás acostumbrada a vivir junto a alguien toda tu vida, resulta difícil adaptarse a un colchón vacío. Creo que fue entonces cuando la gota colmó el vaso.
»El dinero estaba descartado; a él no le importaba. Y no podía llegar a él en el dormitorio, no directamente; de modo que decidí vengarme de la única manera que se me ocurrió entonces: tuve una aventura.
– Con Donovan Burke -digo.
Mi comentario no consigue alterar a Judith tanto como me habría gustado, pero es un comienzo. Al menos sus pies pierden ligeramente el ritmo y tengo que girar junto a ella, cambiando el movimiento para adaptarme a ese paso en falso.
– Usted lo sabe.
– Tenía mis sospechas desde el principio. -Los comentarios de Sarah durante la cena no habían hecho más que confirmar mi corazonada inicial, pero decido no hablarle de ello a Judith-. Una infidelidad para castigar una infidelidad; demasiado vengativo para tratarse de usted.
– ¿Me está juzgando, señor Rubio?
– Nunca juzgo lo que no entiendo.
Judith lo acepta con una sonrisa irónica.
– No fue como suena -dice.
– Nunca lo es.
– Mi relación con Donovan no comenzó sólo por venganza, debe entenderlo. Tal vez fuese por compañía. Raymond nunca estaba conmigo, y yo me estaba cansando de las compras. Donovan era lo que yo necesitaba.
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