John Connolly - Los hombres de la guadaña

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Cuando parecía que la vida de Louis y Angel, los amigos del ex policía Charlie Parker, había alcanzado cierta paz y estabilidad, surgen de pronto sombras de su turbio pasado deseosas de saldar cuentas pendientes. No cabe duda de que alguien quiere atentar contra sus vidas. Y, en esta ocasión, prefieren dejar al margen a Parker, que ha perdido su licencia de investigador privado y el permiso de armas y se gana la vida de camarero en un bar. A Louis no le queda más remedio que volver a ponerse en contacto con su viejo mentor, el enigmático Gabriel… A los quince años, Louis estaba al borde del abismo: había vengado la muerte de su madre y, acusado de asesinato, se encontraba en pleno interrogatorio cuando apareció Gabriel y le ofreció una vía de escape: formar parte de los temibles Hombres de la Guadaña. Ahora, Louis tendrá que librar junto a Angel una encarnizada lucha a vida o muerte.

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Milton se levantó.

– Lo siento -se disculpó.

– Díselo a Willie -dijo Gabriel. Empezaba a sumirse en la negrura-. Díselo a Willie Brew. Sólo eso. Sólo pido eso.

Y en el momento en que perdió la conciencia, le pareció ver asentir a Milton.

La casa, de tres plantas y trescientos cincuenta metros cuadrados, se alzaba en un terreno de media hect á rea. Protegida por tapias altas, ten í a en el jard í n reflectores activados por el movimiento y una alarma conectada a una empresa de seguridad privada que empleaba a hombres sin el menor reparo a la hora de desenfundar y utilizar sus armas.

En la casa viv í an un tal Emmanuel Lowein, su mujer, Celice, y sus dos hijos, David y Julie, de once y doce a ñ os, respectivamente. Desde hac í a dos d í as los acompa ñ aban dos hombres que hablaban poco y dorm í an menos. Obligaban a los Lowein y a sus hijos a permanecer apartados de las ventanas, se aseguraban de que las cortinas estuviesen corridas y vigilaban la finca mediante un sistema de c á maras activadas por control remoto.

Louis nunca hab í a estado en la casa franca, y s ó lo conoc í a a Ventura de o í das. Lowein dispon í a de informaci ó n acerca de varios pol í ticos centroamericanos que ciertos amigos de Gabriel deseaban adquirir. Lowein, a su vez, quer í a seguridad para su familia y una nueva vida lejos de selvas y juntas militares. Gabriel actuaba de intermediario, y Louis y Ventura hab í an sido asignados como medida de seguridad suplementaria mientras se desarrollaban las negociaciones. Lowein estaba en el punto de mira de cierta gente, y hab í a quienes deseaban acallarlo antes de que tuviese ocasi ó n de compartir lo que sab í a. Gabriel manten í a desde hac í a tiempo la opini ó n de que, en caso de que uno o m á s individuos se vieran bajo la amenaza de profesionales, era aconsejable escoger hombres de una mentalidad parecida como parte del destacamento de vigilancia.

Ventura ten í a unos diez a ñ os m á s que Louis. A diferencia de Louis, contaba en su haber asesinatos de alto nivel, pero corr í an rumores de que ahora quer í a pasar a segundo plano durante un tiempo. Los hombres que se dedicaban a esa actividad al final acababan acumulando una larga lista de enemigos, sobre todo entre aquellos que se resist í an a distinguir entre el asesino y quienes hab í an ordenado el asesinato. Para los profesionales, los Hombres de la Guadaña, eso era absurdo: uno tambi é n pod í a echar la culpa al propio rifle, o a la bala, o a la bomba. Al igual que é stos, los Hombres de la Guadaña eran meras herramientas aplicadas a la obtenci ó n de un fin. No hab í a nada personal en ello. Sin embargo, tal razonamiento no siempre se entend í a entre quienes hab í an padecido una p é rdida, ya fuera personal, profesional, pol í tica o econ ó mica.

Pero Gabriel no quer í a que Ventura lo dejara, y no acababa de confiar en é l ahora que parec í a decidido a poner fin a su relaci ó n y negarse a seguir obedeci é ndole durante mucho m á s tiempo. Por eso se hab í a asignado a Ventura, junto con Louis, la custodia temporal de la familia Lowein. De momento no habr í a asesinatos para é l, y quiz á no los hubiera nunca m á s.

Era un trabajo aburrido, y hab í an matado el tiempo como buenamente hab í an podido. Mientras los Lowein dorm í an, Ventura se explayaba de manera muy general sobre su vida como Hombre de la Guadaña, dando a Louis alg ú n que otro consejo. Disert ó sobre las armas de largo alcance, ya que una de las especialidades de Ventura era el uso del rifle. Le habl ó a Louis del origen del t é rmino ingl é s sniper, utilizado en la caza de aves en la India en el siglo XIX; de Hiram Berdan, el general de la guerra de secesi ó n que fue uno de los principales exponentes de este arte y contribuy ó a perfeccionar t é cnicas utilizadas a ú n hoy por los francotiradores; del comandante ingl é s Hesketh-Pritchard, que organiz ó la primera Academia Militar de Francotiradores, Vigilancia y Exploraci ó n durante la primera guerra mundial, en respuesta a los ataques de los francotiradores alemanes a los soldados brit á nicos; de los equipos rusos en la segunda guerra mundial, y el uso menos eficaz de los francotiradores por parte de los norteamericanos, que a ú n no hab í an descubierto que armar al tirador de una unidad con un M1, un M1C o un M1903 no era lo mismo que crear un francotirador.

Louis escuchaba. Le pareci ó que las aptitudes valoradas en un francotirador no carec í an de importancia en su propia situaci ó n: inteligencia, fiabilidad, iniciativa, lealtad, estabilidad y disciplina. Ten í a sentido entrenarse con frecuencia, mantener a punto las habilidades; conservarse en un excelente estado f í sico, porque en eso se basaba la seguridad en uno mismo, el aguante y el control; no fumar, porque si a uno se le escapaba una tos, pod í a delatar su posici ó n, y el deseo de un cigarrillo acarrear í a nerviosismo e irritaci ó n, y una considerable disminuci ó n de la eficiencia; y poseer un buen equilibrio emocional, sin ansiedad ni remordimientos a la hora de matar.

Por ú ltimo, Ventura le explic ó a Louis la importancia de la renuncia. Los francotiradores, y los Hombres de la Guadaña, eran instrumentos de la oportunidad. Era importante prepararse, de modo que uno pudiera estar listo cuando surgiera la oportunidad. Una buena preparaci ó n pod í a crear oportunidades, pero a veces la oportunidad no se presentaba, y no conven í a forzar las circunstancias. Ya surgir í a otra ocasi ó n, con el tiempo, si uno ten í a paciencia y estaba preparado.

Pero hab í a ocasiones en que no todo era propicio, en que uno instintivamente sab í a que deb í a marcharse, dejarlo todo y renunciar. Ventura habl ó de una misi ó n en Chile. Hab í a estado siguiendo al blanco con la mira, y le faltaba muy poco para apretar el gatillo cuando uno de los guardaespaldas alz ó la vista hacia la ventana donde acechaba Ventura. Sab í a que el guardaespaldas no pod í a verlo. Era casi de noche, y é l iba vestido de negro con tela antirreflectante detr á s de una ventana a oscuras en un edificio de apartamentos an ó nimo. Incluso hab í a ennegrecido la boca del rifle. Era imposible que la mirada del guardaespaldas se hubiera posado en é l, pero as í fue.

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