Milton se levantó.
– Lo siento -se disculpó.
– Díselo a Willie -dijo Gabriel. Empezaba a sumirse en la negrura-. Díselo a Willie Brew. Sólo eso. Sólo pido eso.
Y en el momento en que perdió la conciencia, le pareció ver asentir a Milton.
La casa, de tres plantas y trescientos cincuenta metros cuadrados, se alzaba en un terreno de media hect á rea. Protegida por tapias altas, ten í a en el jard í n reflectores activados por el movimiento y una alarma conectada a una empresa de seguridad privada que empleaba a hombres sin el menor reparo a la hora de desenfundar y utilizar sus armas.
En la casa viv í an un tal Emmanuel Lowein, su mujer, Celice, y sus dos hijos, David y Julie, de once y doce a ñ os, respectivamente. Desde hac í a dos d í as los acompa ñ aban dos hombres que hablaban poco y dorm í an menos. Obligaban a los Lowein y a sus hijos a permanecer apartados de las ventanas, se aseguraban de que las cortinas estuviesen corridas y vigilaban la finca mediante un sistema de c á maras activadas por control remoto.
Louis nunca hab í a estado en la casa franca, y s ó lo conoc í a a Ventura de o í das. Lowein dispon í a de informaci ó n acerca de varios pol í ticos centroamericanos que ciertos amigos de Gabriel deseaban adquirir. Lowein, a su vez, quer í a seguridad para su familia y una nueva vida lejos de selvas y juntas militares. Gabriel actuaba de intermediario, y Louis y Ventura hab í an sido asignados como medida de seguridad suplementaria mientras se desarrollaban las negociaciones. Lowein estaba en el punto de mira de cierta gente, y hab í a quienes deseaban acallarlo antes de que tuviese ocasi ó n de compartir lo que sab í a. Gabriel manten í a desde hac í a tiempo la opini ó n de que, en caso de que uno o m á s individuos se vieran bajo la amenaza de profesionales, era aconsejable escoger hombres de una mentalidad parecida como parte del destacamento de vigilancia.
Ventura ten í a unos diez a ñ os m á s que Louis. A diferencia de Louis, contaba en su haber asesinatos de alto nivel, pero corr í an rumores de que ahora quer í a pasar a segundo plano durante un tiempo. Los hombres que se dedicaban a esa actividad al final acababan acumulando una larga lista de enemigos, sobre todo entre aquellos que se resist í an a distinguir entre el asesino y quienes hab í an ordenado el asesinato. Para los profesionales, los Hombres de la Guadaña, eso era absurdo: uno tambi é n pod í a echar la culpa al propio rifle, o a la bala, o a la bomba. Al igual que é stos, los Hombres de la Guadaña eran meras herramientas aplicadas a la obtenci ó n de un fin. No hab í a nada personal en ello. Sin embargo, tal razonamiento no siempre se entend í a entre quienes hab í an padecido una p é rdida, ya fuera personal, profesional, pol í tica o econ ó mica.
Pero Gabriel no quer í a que Ventura lo dejara, y no acababa de confiar en é l ahora que parec í a decidido a poner fin a su relaci ó n y negarse a seguir obedeci é ndole durante mucho m á s tiempo. Por eso se hab í a asignado a Ventura, junto con Louis, la custodia temporal de la familia Lowein. De momento no habr í a asesinatos para é l, y quiz á no los hubiera nunca m á s.
Era un trabajo aburrido, y hab í an matado el tiempo como buenamente hab í an podido. Mientras los Lowein dorm í an, Ventura se explayaba de manera muy general sobre su vida como Hombre de la Guadaña, dando a Louis alg ú n que otro consejo. Disert ó sobre las armas de largo alcance, ya que una de las especialidades de Ventura era el uso del rifle. Le habl ó a Louis del origen del t é rmino ingl é s sniper, utilizado en la caza de aves en la India en el siglo XIX; de Hiram Berdan, el general de la guerra de secesi ó n que fue uno de los principales exponentes de este arte y contribuy ó a perfeccionar t é cnicas utilizadas a ú n hoy por los francotiradores; del comandante ingl é s Hesketh-Pritchard, que organiz ó la primera Academia Militar de Francotiradores, Vigilancia y Exploraci ó n durante la primera guerra mundial, en respuesta a los ataques de los francotiradores alemanes a los soldados brit á nicos; de los equipos rusos en la segunda guerra mundial, y el uso menos eficaz de los francotiradores por parte de los norteamericanos, que a ú n no hab í an descubierto que armar al tirador de una unidad con un M1, un M1C o un M1903 no era lo mismo que crear un francotirador.
Louis escuchaba. Le pareci ó que las aptitudes valoradas en un francotirador no carec í an de importancia en su propia situaci ó n: inteligencia, fiabilidad, iniciativa, lealtad, estabilidad y disciplina. Ten í a sentido entrenarse con frecuencia, mantener a punto las habilidades; conservarse en un excelente estado f í sico, porque en eso se basaba la seguridad en uno mismo, el aguante y el control; no fumar, porque si a uno se le escapaba una tos, pod í a delatar su posici ó n, y el deseo de un cigarrillo acarrear í a nerviosismo e irritaci ó n, y una considerable disminuci ó n de la eficiencia; y poseer un buen equilibrio emocional, sin ansiedad ni remordimientos a la hora de matar.
Por ú ltimo, Ventura le explic ó a Louis la importancia de la renuncia. Los francotiradores, y los Hombres de la Guadaña, eran instrumentos de la oportunidad. Era importante prepararse, de modo que uno pudiera estar listo cuando surgiera la oportunidad. Una buena preparaci ó n pod í a crear oportunidades, pero a veces la oportunidad no se presentaba, y no conven í a forzar las circunstancias. Ya surgir í a otra ocasi ó n, con el tiempo, si uno ten í a paciencia y estaba preparado.
Pero hab í a ocasiones en que no todo era propicio, en que uno instintivamente sab í a que deb í a marcharse, dejarlo todo y renunciar. Ventura habl ó de una misi ó n en Chile. Hab í a estado siguiendo al blanco con la mira, y le faltaba muy poco para apretar el gatillo cuando uno de los guardaespaldas alz ó la vista hacia la ventana donde acechaba Ventura. Sab í a que el guardaespaldas no pod í a verlo. Era casi de noche, y é l iba vestido de negro con tela antirreflectante detr á s de una ventana a oscuras en un edificio de apartamentos an ó nimo. Incluso hab í a ennegrecido la boca del rifle. Era imposible que la mirada del guardaespaldas se hubiera posado en é l, pero as í fue.
Читать дальше