Con un r á pido movimiento, sin levantar el bate, lanz ó un golpe desde abajo, apuntando hacia las costillas del chico. Pero é ste, en lugar de apartarse, dio un paso al frente con gran agilidad para atajar el golpe, de modo que el bate choc ó contra el marco de la puerta a la vez que el chico-agarraba a Little Tom por el cuello y lo empujaba contra la pared. Al impactar el bate contra la madera, Little Tom sinti ó una dolorosa vibraci ó n en el brazo, y se le notaba a ú n d é bil cuando el chico le asest ó un golpe en la mu ñ eca con el borde de la mano izquierda. El bate cay ó al suelo.
Sorprendido, Little Tom fue incapaz de reaccionar. Nunca antes lo hab í a tocado un negro, ni siquiera una mujer, porque Little Tom no ten í a trato con otras razas, ni por la fuerza ni con su consentimiento. Oli ó el aliento del chico cuando se inclin ó hacia é l. Los dedos del negro se cerraron en su garganta, y de pronto oy ó abrirse la puerta trasera del bar y la voz de un hombre. Sinti ó que el apret ó n ced í a un poco y al instante se vio despedido hacia un lado, tropez ó con un taburete y se cay ó pesadamente.
– ¡Eh, t ú ! -grit ó el reci é n llegado, y Little Tom reconoci ó la voz á spera de Willard Hoag-. ¿ Qu é co ñ o haces, chico?
El chico cogi ó el batey se volvi ó para encarar la nueva amenaza. Hoag desarmado, se detuvo. El chico mir ó a Little Tom.
– Otra vez ser á -dijo.
Caminando de espaldas, sali ó del bar con el bate. Al cabo de unos segundos, el bate traspas ó ruidosamente la ventana del local salpicando el suelo de cristales rotos. Little Tom oy ó arrancar y alejarse una furgoneta, pero cuando lleg ó a la carretera, ya no se ve í a, y nunca averigu ó qui é n hab í a llevado al negro hasta all í . Aquello le preocup ó durante mucho tiempo, incluso despu é s de descubrir la identidad del chico y encontrar la manera de comunic á rsela a quienes ten í an sus propias razones para ocuparse de é l. Conforme envejeci ó , la ofensa se enturbi ó en su memoria. Muchos de los recuerdos se desvanecieron, pues Little Tom, en el momento de su muerte, hab í a sucumbido desde hac í a tiempo a la demencia, pese a que consigui ó disimular sus efectos ante aquellos que frecuentaban su bar en declive, ya que el negocio empez ó a decaer mucho antes que su due ñ o. Por eso cuando el chico, ya mayor, regres ó por fin y lo oblig ó a pagar el precio de lo que le hab í a hecho a Errol Rich, Little Tom no fue capaz de relacionarlo con el ú nico negro que le hab í a puesto la mano encima.
Y en cuanto a la raz ó n por la que Louis tard ó tanto en vengar la muerte de Errol Rich…, en fin, como se complac í a en decir a Á ngel, Little Tom se merec í a la muerte, pero no se merec í a un largo viaje para matarlo, as í que Louis esper ó a estar de paso en la zona. Fue, dec í a, por una cuesti ó n de simple comodidad.
Pero eso sucedi ó despu é s. De momento enfil ó al oeste y no se detuvo hasta que vio y oli ó el mar. Encontr ó un sitio donde vivir y trabajar, y all í aguard ó la llegada de los hombres.
Louis llegó temprano a su cita con Gabriel en el bar de Nate. No le gustaba llegar antes de hora a encuentros de esa clase. Prefería que los demás lo esperaran a él, consciente de las ventajas psicológicas que podían obtenerse incluso en los encuentros más aparentemente inocuos. Habría podido pensarse que tales precauciones no serían necesarias en una reunión entre Gabriel y él, ya que se conocían desde hacía muchos años, pero los dos hombres tenían plena conciencia de lo difícil que era su relación. No eran iguales, y aunque Gabriel había sido una figura paterna para Louis más que cualquier otro hombre en su vida, tomándolo bajo su ala cuando era aún adolescente, enseñándole a sobrevivir en el mundo mediante el perfeccionamiento de sus propias habilidades naturales, los dos sabían por qué lo había hecho. Si uno veía los instintos de Louis como una forma de corrupción, su predisposición al uso de la violencia, hasta el punto del asesinato, como una debilidad moral más que fortaleza de carácter, Gabriel había explotado esa corrupción, ahondándola y realzándola a fin de convertir a Louis en un arma que poder esgrimir de forma eficaz contra otros. Louis no era tan ingenuo como para creer que, de no haber conocido a Gabriel, habría podido salvarse de sí mismo. Sabía que, si Gabriel no hubiese entrado en su vida, probablemente ya estaría muerto, pero había pagado un precio por la salvación ofrecida. Cuando Louis, el último de los Hombres de la Guadaña, se alejó de Gabriel, lo hizo sin lamentarse y sin volver la espalda, y durante muchos años se mantuvo alerta, a sabiendas de que había quienes tal vez preferirían silenciarlo para siempre, y que acaso Gabriel fuera uno de ellos.
El viejo había formado parte de la vida de Louis durante más tiempo que cualquier otra persona, sin contar a las pocas mujeres aún con vida de su familia, e incluso a ellas las mantenía a distancia y, para acallar su propia conciencia, se aseguraba de que no les faltase dinero, aun cuando se daba cuenta de que tenían poca necesidad de lo que les enviaba y de que sus regalos eran más para su paz de espíritu que la de ellas. Gabriel, en cambio, había estado presente desde los últimos años cruciales de su adolescencia y luego en su vida adulta, hasta que Louis cortó los lazos. Ahora volvían a estar juntos, uno en la mediana edad, el otro en el ocaso de la vida. Se habían visto envejecer, y resultaba extraño pensar que, cuando se conocieron, Gabriel era más joven que Louis ahora.
Louis miró su reloj. En esta ocasión lamentaba especialmente llegar antes de hora, porque no estaba de humor para esperar. Sintió crecer la tensión dentro de él, pero no hizo nada por disiparla. Comprendió que se debía a la expectación. Louis sabía que se avecinaban conflictos y violencia, y su cuerpo y su mente se preparaban para ello. La tensión formaba parte de eso, y era buena. Habían llegado a su fin los meses de normalidad, de indolencia, de vida corriente. Pese a que Ángel y él habían viajado a Maine ese año, un tiempo antes, para ayudar a Parker con el vengador, Merrick, apenas se habían requerido sus servicios especializados, y él había regresado a Nueva York frustrado y decepcionado. Habían sido guardaespaldas con pretensiones, nada más. Ahora Ángel y él estaban bajo amenaza, y él se preparaba para responder. Lo que lo inquietaba era que no se había formado aún una imagen clara de esa amenaza. Por eso estaba allí, esperando en el viejo bar no lejos del taller de Willie Brew. Gabriel había prometido aclararle y confirmarle la información ofrecida por Hoyle, y Gabriel, cualesquiera que fueran sus defectos, no era hombre que incumpliera sus promesas.
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