As í pues, Gabriel observ ó a Louis a trav é s del cristal, y el chico fij ó la mirada en é l. Pasaron cinco minutos as í , y al final Gabriel asinti ó , aparentemente satisfecho. A continuaci ó n, se puso en pie y sali ó de la sala para enfrentarse al asesino de quince a ñ os.
Como cualquier buen jefe, Gabriel, a su manera, apreciaba a los suyos, pese a que estaba dispuesto en todo momento a sacrificarlos si surg í a la necesidad. En los a ñ os posteriores, Louis cumpli ó , incluso super ó , las expectativas de Gabriel, salvo en un aspecto: se neg ó a matar a mujeres por orden de Gabriel. Era, supuso Gabriel, un legado de su educaci ó n, y Gabriel condescendi ó , porque ciertamente apreciaba a Louis. Se convirti ó en un hijo para é l, y Gabriel, a su vez, se convirti ó en su padre.
Gabriel entr ó en la sala de interrogatorios y tom ó asiento frente a Louis al otro lado de la mesa. La sala ol í a a transpiraci ó n y otras cosas m á s desagradables, pero Gabriel hizo como si no lo notara. Al chico le resplandec í a el rostro por el sudor.
Gabriel desenchuf ó la grabadora de la toma y apoy ó las manos en la mesa.
– Me llamo Gabriel -se present ó -, y t ú , seg ú n creo, eres Louis.
Sin contestar, el chico se limit ó a observar al hombre, esperando a ver qu é ven í a a continuaci ó n.
– Por cierto, puedes marcharte -dijo Gabriel-. No se te acusar á de ning ú n delito.
Esta vez el chico s í reaccion ó . Abri ó un poco la boca y levant ó las cejas visiblemente. Mir ó la puerta.
– S í , puedes salir de aqu í ahora mismo, si es lo que quieres -continu ó Gabriel-. Nadie intentar á detenerte. Tu abuela te espera ah í fuera. Te llevar á a vuestra peque ñ a caba ñ a. Podr á s dormir en tu propia cama y estar entre los objetos que te son familiares. Ser á todo igual que antes.
Sonri ó . El chico no se hab í a movido.
– ¿ O no te lo crees?
– ¿ Qu é quiere? -pregunt ó Louis.
– ¿ Qu é quiero? Quiero ayudarte. Creo que eres un muchacho muy poco com ú n. Incluso me atrever í a a decir que tienes talento, aunque es un talento que tal vez no se valore en c í rculos como é stos.
Abarc ó con un suave gesto de la mano derecha la sala de interrogatorios, la comisar í a, Wooster, la ley…
– Puedo ayudarte a encontrar un lugar en el mundo. A cambio, tus aptitudes estar í an mejor aprovechadas que en este pueblo. Ver á s, si te quedas aqu í , tarde o temprano dar á s un paso en falso. Te desafiar á n, te amenazar á n. Esa amenaza puede venir de la polic í a o de otros. T ú responder á s a ella, pero ahora ya te conocen. No saldr á s impune por segunda vez, y morir á s.
– No s é de qu é me est á hablando.
Gabriel blandi ó un dedo en direcci ó n a é l, pero no era un gesto de desaprobaci ó n.
– Muy bien, muy bien -dijo. Ri ó entre dientes y luego dej ó que el sonido se desvaneciera en el silencio antes de volver a hablar-. Perm í teme que te explique lo que pasar á a partir de ahora. Deber ten í a amigos, o quiz á « conocidos » ser í a una manera m á s exacta de describirlos. Son hombres como é l, y peores. No pueden consentir que su muerte pase inadvertida. Da ñ ar í a su propia reputaci ó n e indicar í a un grado de debilidad que podr í a volverlos vulnerables al ataque de otros. A estas alturas ya se habr á n enterado de que te han interrogado por su asesinato, y ellos no ser á n tan esc é pticos como la polic í a del estado. Si vuelves a tu casa, te encontrar á n y te matar á n. Quiz á , de paso, hagan da ñ o a las mujeres que comparten la casa contigo. Incluso si huyes, ir á n a por ti.
– ¿ Ya usted por qu é habr í a de importarle?
– ¿ Importarme? No, no me importa. Puedo marcharme de aqu í , y abandonaros a tu familia y a ti a vuestra suerte, y no lo lamentar é en absoluto.
O bien puedes escuchar mi ofrecimiento, y tal vez redunde en beneficio mutuo. Tu problema es que no me conoces, y por lo tanto no puedes confiar en m í . Me hago cargo de tu delicada situaci ó n. Soy consciente de que necesitas tiempo para pensar en mi propuesta…
– No s é cu á l es su propuesta -repuso Louis-. No me la ha dicho.
Este chico es casi gracioso, pens ó Gabriel. Para quince a ñ os, tiene una cabeza muy madura.
– Ofrezco disciplina, formaci ó n. Te ofrezco una manera de canalizar tu ira, de usar tu talento.
– ¿ Protecci ó n?
– Puedo ayudarte a protegerte.
– ¿ Y a mi familia?
– Corren peligro s ó lo mientras t ú sigas aqu í , y s ó lo si saben d ó nde est á s.
– Entonces, ¿ puedo irme con usted, o puedo marcharme de aqu í ?
– Exacto.
Louis apret ó los labios, pensativo.
– Gracias por su tiempo, se ñ or -dijo, transcurrido un momento-. Me voy ya.
Gabriel asinti ó . Se llev ó la mano al bolsillo de la chaqueta y sac ó un sobre. Se lo entreg ó al chico. Tras una vacilaci ó n, Louis lo tom ó y lo abri ó . Intent ó disimular su reacci ó n al ver el contenido, pero la expresi ó n de sus ojos, muy abiertos, lo traicion ó .
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