Lisa Scottoline - Falsa identidad
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– Sí.
– ¿Construyen allí un gran bloque de pisos?
– Sí.
– ¿Estaba en construcción hace un año?
– Sí.
– ¿Había visto también los contenedores enfrente para los escombros de la obra?
– Eso creo, sí.
Bennie se armó de valor:
– ¿No es cierto, agente Reston, que usted metió la ropa ensangrentada en el contenedor de Trose Street para acusar a Alice Connolly del asesinato?
– ¡Protesto! -exclamó Hilliard, levantándose y cogiendo las muletas-. La pregunta no tiene fundamento alguno. Al igual que antes, la ha introducido para confundir, no viene al caso y perjudica la buena marcha del interrogatorio.
– Se admite la protesta -dijo el juez Guthrie, como había previsto Bennie.
Había presentado la cuestión al jurado y sus miembros ya empezaban a murmurar.
– Que se elimine la pregunta y la respuesta, señoría -añadió Hilliard, pero Bennie fijó su mirada en el juez.
– No hay razón para eliminar la pregunta. Es importante que el tribunal de apelación pueda disponer de ella, en caso de que tengamos que recurrir a él.
– Se admite la eliminación -decidió el juez Guthrie; sus ojos azules encendidos tras las gafas-. Que la defensa pase a la siguiente pregunta.
Bennie siguió presionando:
– Ha declarado usted, agente Reston, que el inspector Della Porta tenía muchos amigos en el cuerpo. ¿Sabe usted quiénes eran sus otros amigos policías?
– Protesto -dijo Hilliard, sin inmutarse, en la mesa de la acusación-. Es una pregunta que no viene al caso, señoría.
– Considero que tiene una gran importancia para este caso el hecho de que el inspector Della Porta, el agente Reston, el agente McShea y otros miembros de las fuerzas del orden de Filadelfia estuvieran implicados en tráfico de drogas, señoría.
– ¡Protesto! -gritó Hilliard-. ¡Esto es una calumnia, señoría! Una difamación de la peor calaña, y a todas luces constituye un intento de distraer al jurado, desviándolo de las cuestiones reales del caso.
– ¡Acérquense al estrado, los dos! -saltó el juez Guthrie. Añadió quitándose las gafas de lectura y gesticulando hacia la relatora-: Hágalo constar en acta, por favor.
Bennie obedeció, mirando de soslayo al jurado mientras avanzaba. El realizador de vídeo parecía preocupado por ella. Era joven, criado en la ciudad, y Bennie sabía por experiencia que la disposición de un miembro del jurado a la hora de admitir la falta de ética profesional de un policía variaba según la generación, la raza e incluso los factores geográficos.
– Señorita Rosato -murmuró el juez con la voz algo tomada-, el Tribunal la ha advertido de que no siguiera con ese tipo de preguntas. No disponemos de pruebas sobre una confabulación policial en este caso, de ningún tipo de prueba.
Hilliard asintió con energía.
– Además, señoría, la propia insinuación resulta perjudicial. El jurado ya está buscando las pruebas de una confabulación que no existe. Ésta se desprende sólo de la información de la defensa.
– Es incuestionable, señoría, que las confabulaciones, en especial las oficiales, resultan difíciles de probar -dijo Bennie con firmeza. Tuvo que reprimir la sonrisa que le provocaba el hecho de discutir el asunto con un juez metido también en la confabulación-. El contrainterrogatorio siempre ha sido el motor…
– No nos cite al juez Homes, señorita Rosato. -El juez Guthrie hizo un gesto forzado. Y añadió inclinándose en el estrado-: El tribunal conoce la cita y, pese a considerarla convincente, no puede darle un peso de precedente. Se ha excedido usted con la referencia a las drogas en presencia del jurado. El tribunal la ha advertido ya sobre ese tipo de referencias y está en su mano acusarla de desacato.
– Debo interrogar al testigo, señoría -respondió Bennie mirándole a los ojos-. Estoy llevando a cabo un contrainterrogatorio normal en un caso de confabulación.
– Este no es un caso de confabulación, señorita Rosato.
– Para mí lo es, señoría. Una confabulación para cometer un asesinato. No se está juzgando a la persona culpable y me asiste el derecho a proseguir y desarrollar la teoría de la defensa sobre el caso. Forma parte asimismo del derecho que tiene la señorita Connolly a que se le haga un juicio justo.
Hilliard puso mala cara.
– La cortina de humo jamás ha sido una táctica de juicio justo, señoría. Más bien es la antítesis de él. Las pruebas que no vienen al caso, como las insinuaciones que ella nos presenta como teorías, son de todo punto inadmisibles, precisamente porque inducen a error y confunden al jurado. Ha iniciado una campaña de desprestigio sin pruebas ni detalles concretos.
– Dispongo de los detalles, señoría -respondió Bennie, y las finas cejas del juez Guthrie se arquearon tras los cristales.
– ¿Detalles? Sírvase, pues, exponerlos ante el tribunal, señorita Rosato. Preséntenos alguna prueba.
Bennie se agarró al estrado. Aquello significaba enseñar las cartas a Guthrie y a Hilliard.
– La jurisprudencia deja claro que puedo interrogar al testigo en esas circunstancias sin proporcionar prueba alguna, señoría. Me asiste el derecho a formular la pregunta, y luego el señor Hilliard puede protestar si lo desea. Pero no tengo que presentar primero la cuestión.
– Está bien. -El juez Guthrie frunció los labios y la flácida piel de sus mejillas quedó tirante en una expresión consternada-. ¿De modo que se niega a presentarnos una prueba?
– ¿A usted? Con el debido respeto, señoría. -Bennie volvió la vista hacia la relatora, que seguía tecleando con gran seriedad sus palabras en el estenógrafo-. Deseo que conste en acta que en interés de mi clienta el testigo debe oír la pregunta antes que el tribunal.
Hilliard estalló. Quedó boquiabierto.
– ¿Qué está insinuando, señoría? ¿Le acusa a usted de falta de ética en su procedimiento? ¿Es que la señorita Rosato ha perdido el juicio?
Parecía realmente impresionado, y los ojos del juez Guthrie reflejaron instantáneamente el enojo que sentía, aunque un momento después Bennie identificó en ellos algo muy distinto: el miedo.
El juez se apoyó en el respaldo con gesto lento.
– Señorita Rosato, el tribunal no va a responder a lo que el fiscal ha calificado con tanta exactitud de insinuaciones. Además, el acta demostrará que el tribunal no ha puesto trabas a ninguna investigación sobre supuesta corrupción oficial. Sírvase proseguir con sus preguntas, pero sólo si éstas contienen los detalles antes citados. Haga el favor de sentarse, señor Hilliard.
Bennie apartó la vista del juez y, sin mirar al jurado, supo que éste esperaba, expectante, la pregunta, lo mismo que le ocurría a la tribuna que tenía detrás. Hizo un esfuerzo por apartarlos de su mente. Era algo entre ella y Reston. El policía se arregló el nudo de la corbata y observó con mirada recelosa el avance de Bennie hasta situarse frente a él. No podía volver a disparar por las buenas. Tenía que apuntar al corazón.
– Cuando el agente Lenihan, del distrito Undécimo, declaró que usted, agente Reston, el agente McShea y el inspector Della Porta estaban implicados en tráfico de drogas. ¿Acaso mentía? -dijo Bennie.
– ¡Protesto, señoría! -resonó la voz de Hilliard-. ¡Pido que se elimine la pregunta! ¡No viene al caso, es malintencionada y no tiene base alguna! ¿Quién es el agente Lenihan? ¿Qué tiene que ver todo esto con el asesinato del inspector Della Porta?
– Se acepta la protesta -dijo el juez Guthrie. Se puso de nuevo las gafas y luego se dirigió al jurado, con los labios algo temblorosos-. Se elimina la pregunta, que conste en acta, y ustedes, damas y caballeros, sírvanse borrarla también de su mente. La señorita Rosato no tiene derecho a formular una pregunta así sin pruebas de ningún tipo. Recuerden que una pregunta formulada por un abogado no es una declaración de un testigo, y que no deben considerarla como tal.
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