Lisa Scottoline - Falsa identidad
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«Buenos días. Ante ustedes, damas y caballeros del jurado, se encuentra…»De pronto oyó que se abría la puerta de entrada, y seguidamente el golpeteo de unas bolsas de la compra contra el suelo. Sería Grady, de vuelta. Bear, con actitud vigilante, fue hacia la escalera, y Bennie oyó cómo se deslizaban las uñas del perro en las desnudas tablas de madera, pero no la reconfortó la idea de tener compañía. Hubiera preferido la casa para ella sola.
– ¿Cariño? -gritó Grady-. ¿Estás en casa?
– En el estudio -respondió ella, cuando Grady y el perro ya estaban arriba. Él seguía con la ropa de la ceremonia, aunque la corbata estampada se había aflojado formando una torcida V y la camisa ya estaba arrugada.
– ¡Qué bochorno hace fuera! -dijo Grady, acercándose al escritorio de Bennie para darle un beso en la mejilla.
Parecía tener los ojos empañados de lágrimas cuando se centraron en la pantalla.
– ¿Tu presentación?
– Sí.
– ¿Te ayudo?
– No hace falta.
– He comprado nata y un cargamento de M &M. Todo es poco para mi pequeña.
Bennie se esforzó en sonreír pero su cabeza seguía divagando. Su madre. La dedalera aterciopelada. Seguidamente: «Buenos días. Ante ustedes, damas y caballeros…».
– ¿Te apetece charlar un rato? ¿Llorar un poco más? -Grady sonrió con gesto comprensivo-. Ahí tienes un hombro. Dos, en realidad. Podemos tumbarnos juntos, descansar un poco.
– Gracias pero no. No tengo tiempo.
– ¿Quieres hablarme del caso, pues? ¿Ensayar la presentación conmigo?
– No, todavía no he llegado ahí. Aún tengo que redactarla.
Grady frunció los labios.
– ¿Te preparo un café?
– Aún hay hecho. -Bennie se volvió hacia la pantalla. «Buenos días. Ante ustedes, damas y…»-. Lo siento, Grady, tengo que concentrarme.
– De acuerdo -dijo él, dándole otro beso en la mejilla-. Estoy ahí fuera.
Bennie miró la pantalla cuando él salió del estudio con el perro tras sus talones. No lograba concentrarse. Se le enfrió el café y sin darse cuenta empezó a escuchar las idas y venidas de Grady por la casa. Le llegó el aroma de pollo frito e imaginó la cocina llena de vapor con las patatas hervidas. Sabía que luego Grady haría puré con beicon. Grady era un excelente cocinero, sobretodo en especialidades del sur, y estaba preparando una de las cenas que más le gustaban a Bennie.
Oyó el ruido de los platos sobre la mesa de contrachapado. Casi saboreaba la helada cerveza que sin duda él habría abierto. Ya ni recordaba la última comida que había tomado. El olor a beicon chisporroteando subió desde la cocina hasta arriba. Aquello le hacía perder los estribos.
Cerró el archivo que tenía en el ordenador. Tenía que marcharse de allí. Ir a donde pudiera estar lejos de todo el mundo. Tenía que concentrarse en el caso, en Connolly.
Sabía adónde debía dirigirse.
14
Surf Lenihan seguía en el negro asiento envolvente del también negro TransAm. Llevaba un polo blanco, vaqueros y bebía de un tetra brik de batido de fresa. Había aparcado calle abajo, a una distancia prudente de la casa. Estaba observando, en la oscuridad.
Tomó otro trago de batido y tuvo la primera sensación agradable desde que la porquería había empezado a salpicar. Tal vez fuera porque finalmente había cogido las riendas de la situación en lugar de esperar que Citrone espabilara.
Surf era joven e iba escalando en el cuerpo. Ya tenía sus conexiones, al igual que en los negocios, y poco a poco iba conociendo a las personas adecuadas. No permitiría que Rosato le aguara la fiesta. No iba a permitir que nadie se la aguara. Con todo lo que le esperaba.
Seguía ojo avizor en la casa. Un edificio de obra vista, de tres plantas. Cualquiera habría pensado que ella pudo comprar una casa más bonita con el dinero que había sacado del cuerpo. Surf había seguido a Rosato hasta su casa, a una cierta distancia desde el despacho, con el coche de su novia. El TransAm era más espectacular de lo que él hubiera querido, pero como mínimo era negro. Cumplía su función.
En cuanto la vio salir del edificio del despacho, Surf imaginó que iba para casa. Conocía el lugar. Había buscado la dirección en la guía telefónica y habían llegado casi al mismo tiempo; cuando ella doblaba la esquina, Star aparcó en un espacio libre yse hundió en el asiento. Le pareció una mujer fuerte, que no estaba mal, si a uno le gustaban las chicas grandes. A él no. Las piernas estaban bien pero tenía pocas tetas. Además, era abogada. ¿Quién iba a hacérselo con una abogada? Más tarde obtuvo la respuesta: un abogado. Un tipo alto, flacucho, con corbata floreada, entró en la casa más tarde que ella. ¡Lo que faltaba, el mendas llevaba una bolsa de la compra!
Surf volvió la vista hacia la ventana de la primera planta. Un momento antes se había encendido la luz del cuarto pero no acertaba a ver nada, pues las persianas estaban cerradas. Tomó un último trago de batido y tiró el envase vacío al asiento de atrás. Esperaría a que Rosato saliera y luego él decidiría la secuencia. Haría lo que fuera por detenerla.
Siguió la espera. Se encendió una luz fuera de la casa, a la derecha de la puerta de entrada. Tal vez tenía un temporizador. Continuó algo encogido en el asiento. Vio abrirse y cerrarse la puerta. Salió Rosato y descendió la escalera. Llevaba una cartera en una mano y tiraba de la correa de un perro de la otra. Bonito chucho, aunque no tenía el aspecto de perro guardián. La cosa iba bien. Observó cómo subía por la calle, sola, sin el novio. Mejor. Ésta iba a ser la noche. Se iniciaba la secuencia. Encendió el motor, salió del aparcamiento y siguió por la calle detrás de ella.
Redujo la marcha al ver que se metía en un coche, un Ford grande, azul, y vio cómo arrancaba, con el perro asomando la cabeza por la ventanilla de atrás. Se preguntó adonde se dirigía: tal vez volvía al despacho, habría olvidado algo. ¿Con el perro? No. Pasaron por una calle cercana al despacho.
El Ford se paró en South Street. Un punto peliagudo. South estaba bloqueada, como siempre. Las aceras llenas de gilipollas. Parejas dando el típico paseo de después de cenar, los colegas de ligue, tipas del sur de Filadelfia con espesas melenas. Demasiados imbéciles. Allí, Surf no podía hacer nada. Frenó bruscamente ante el semáforo y el arma se deslizó bajo el asiento delantero. La pescó con el tacón de la bota.
¿Adónde iba Rosato? Cuando llegaron al lugar se dio cuenta de que debía haberlo imaginado.
Aparcó en la esquina de Trose Street, a media manzana descendiendo desde el piso de Della Porta, y observó cómo Rosato salía del Ford con el perro y cruzaba la calle para ir hacia el edificio de Della Porta. Surf había estado allí muchas veces, cuando tenía negocios con su colega. La calle era estrecha y oscura. Sin farolas. No circulaba nadie por ella. Estaba a huevo.
Cogió el arma, se la metió en la parte trasera del pantalón y salió del TransAm. Dejó la puerta entreabierta para que el ruido no hiciera volver a Rosato. Ella estaba en la puerta de entrada probando llaves. Le veía la espalda. El perro movía la cola como un desesperado.
Surf cruzó la calle a gran velocidad y llegó a la entrada en el momento en que Rosato abría. Podía haberla empujado hacia dentro y dejarla tiesa allí mismo, pero se detuvo. La luz del vestíbulo era demasiado intensa. ¡Maldición! Se escondió detrás de un árbol delgado junto a la acera. Rosato cerró la puerta después de entrar. A través del cristal, vio cómo subía la escalera.
Surf esperó detrás del árbol hasta que vio luz en el piso de Della Porta. Aguardó un minuto más, como medida de seguridad, y luego se precipitó hacia el edificio y desenroscó la bombilla de la puerta. Toda la entrada quedó en penumbra. Bajó los peldaños y se instaló en la negrura de la parte delantera del edificio. Sabía ser paciente cuando quería. Era algo que Citrone no valoraba en él, le subestimaba.
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