Lisa Scottoline - Falsa identidad
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– ¿A quién protege usted, juez? ¿Qué le ata a ellos?
– ¡Señor, Señor! -repitió el juez Guthrie arqueando los dedos mientras miraba hacia la ventana-. La aflicción es algo curioso. Le afecta a uno al cerebro. Está pasando unos días de fuertes emociones, pero tendrá que dejarlas a un lado. Está hecha un lío, los nervios se han apoderado de usted a causa de la terrible pérdida, pero ha llegado el momento de seguir adelante. Le espera un montón de trabajo, señorita Rosato, y tiene poquísimo tiempo para realizarlo.
Bennie suspiró, destrozada.
– Si he de llevar el caso, señoría, derribaré a sus amigos. No me obligue a hacer lo mismo con usted.
– Espero sinceramente que se mejore, señorita Rosato. He mandado unas preciosas flores a su madre. No vaya a ser que me considere un hombre perverso. -El juez Guthrie giró en su butaca para mirarla de frente, extendiendo lentamente las manos-. No soy un hombre perverso -repitió.
– A todos deben juzgarnos por nuestras obras -respondió ella y salió del despacho dejando al juez oculto tras sus premios.
«¿Algún comentario sobre la decisión, Bennie?» «¿Qué opina de la resolución del juez Guthrie?» «¿Presentará recurso contra la decisión del juez, señorita Rosato?»
Bennie pasó disparada entre los periodistas que la esperaban en el Palacio de Justicia y frente al edificio donde tenía el despacho. La siguieron de un lugar a otro, importunándola con preguntas, empujándola, acercando las cámaras y las grabadoras a su rostro. Se dio cuenta de hasta qué punto se había ralentizado su mundo, como mínimo su mundo interior, desde la muerte de su madre. Tenía la extraña sensación de ser una inválida a la que se le obliga a salir al exterior, a la luz del día, a ir de acá para allá, y todo aquello la desorientaba. Esquivó a la prensa con mano temblorosa, casi rezando para que las cámaras no transmitieran su estado nervioso.
– Sin comentarios -murmuró al entrar por la puerta giratoria hacia el vestíbulo, y una vez allí se dirigió hacia el ascensor. Se abrieron las puertas de éste y Bennie subió a su planta. En la recepción se respiraba la tranquilidad de un oasis, a pesar de que todo el mundo fijó su mirada en ella. Evitó aquellos ojos atentos, a excepción de los de Marshall, que, como siempre, se encontraba en su mostrador-. ¿Algún mensaje? -se limitó a preguntarle.
– Sí, por supuesto -respondió Marshall. La muchacha se apartó un mechón de pelo del rostro, colocándoselo tras la perforada oreja, recogió el correo y se lo entregó-. Lo siento muchísimo…
– Gracias -dijo Bennie, aceptándole lo que le entregaba o bien su frase comprensiva.
Debía alejar de su mente aquel tema si quería trabajar con efectividad, y estaba dispuesta a hacer lo que le había dicho al juez Guthrie. Si alguien quería verla paralizada, su única respuesta sería la de avanzar con más rapidez. Con los papeles bajo el brazo se fue directamente a la sala de reuniones.
– Lo siento mucho, Bennie -dijo Judy, con la expresión de tristeza dibujada en su joven rostro.
A Mary se le notaba que había llorado.
– Realmente, lo…
– Siento -acabó la frase Bennie, añadiendo después-: Ya lo sé. Te lo agradezco. Pero nos encontraremos en un gran apuro si no nos metemos de lleno en el trabajo. -Arrojó los papeles sobre la mesa de reuniones, donde aterrizaron con un ruido sordo-. Vamos a ver cómo está el asunto. He recibido vuestras notas. Cuéntame los detalles, Mary.
Mary la puso al corriente de los deprimentes resultados de sus investigaciones en el vecindario. Concluyó diciendo:
– Lou sigue ahí, o sea que tal vez descubra algo.
– Tal vez -repitió Bennie, y se volvió hacia Judy-. Cuéntame eso de las drogas. He leído el mensaje sobre Valencia. Connolly dice que no la conoce y niega que traficara con drogas.
– No me extraña -respondió Judy, y repitió lo que le había contado Ronnie Morales-. Si quieres, vuelvo al gimnasio a ver si descubro algo más. Me interesaría conocer a alguna de las otras esposas y ver qué saco.
– No, ahora cogeremos la directa. A ti te va a tocar el papeleo. Instrucciones con respecto al jurado, diligencias y preguntas preliminares. Hay que hacerlo todo ahora mismo, y presentar lo que haya que presentar. -Bennie recogió sus papeles-. Voy a buscar mi copia del expediente y trabajaré un par de horas en casa antes de la ceremonia.
– ¿Esta tarde? -preguntó Mary-. Nos gustaría acompañarte…
– Os lo agradezco, pero ninguna de las dos puede ir. Tenemos que organizar la defensa.
Judy frunció el ceño.
– Pero quisiéramos estar a tu lado. Podemos trabajar luego.
– No. -Bennie se fue hacia la puerta-. Si os veo allí, estáis despedidas. No presentéis nada sin que yo lo haya visto. Me mandáis lo que sea a casa por fax o por mensajero. Si tenéis alguna pregunta o necesitáis algo, podéis llamarme.
– De acuerdo -dijo Judy, desconcertada, y Mary asintió al tiempo que Bennie salía corriendo hacia su despacho a preparar la cartera.
13
En el papel pintado de la pared se acumulaban las flores de lis doradas en imitación piel y la sala era larga y estrecha, casi como un ataúd. A través de las delgadas paredes llegaba el sonido de otro velatorio, y el ordinario tejido de la alfombra delataba que el enmoquetado servía tanto para el interior como para el exterior. La funeraria Covella no era la empresa puntera de las pompas fúnebres italianas, donde se celebraban los velatorios de la mafia, pero Bennie la había considerado adecuada para el caso. Era un lugar sencillo, sin pretensiones, pequeño, como su madre, aunque tuviera trofeos de bolos en el estante del fondo, ¡qué se le iba a hacer! A Bennie le importaba poco el entorno en el que llorar la pérdida de su madre. La lloraría el resto de su vida.
Se dejó caer en una butaca excesivamente mullida de la primera fila, entre Hattie y Grady. La cabeza le dolía y los ojos, resecos, le picaban. Notaba el llanto y el vacío en su interior. La prensa se apiñaba en el exterior, pero un cordón de empleados de la funeraria mantenían a los periodistas a raya. Como mínimo en la funeraria reinaba el silencio.
Grady le estrechó la mano, y Hattie se sentó al otro lado de ella. El amarillento pelo era lo único que destacaba en la enfermera; tenía la oscura piel de alrededor de los ojos hinchada, y llevaba un traje pantalón de manga corta negro y un collar de cuentas puntiagudas que ella movía constantemente. Los tres -Grady, Bennie y Hattie- formaban todo el duelo, pero a Bennie aquello no la avergonzaba lo más mínimo. Ella misma había asistido a velatorios de personajes políticos, del mundo empresarial, de su entorno profesional, todos atestados de gente a la que lo que menos le importaba era el cuerpo sin vida yacente entre las flores. Su pérdida era mucho mayor, pues de alguna forma no se diluía al encontrarse sólo los tres juntos, con las cabezas inclinadas.
El pensamiento de Bennie se desplazó hacia Connolly y se sintió satisfecha de que no estuviera allí. Incluso siendo cierto el parentesco, su presencia habría constituido un insulto para la memoria de su madre, teniendo en cuenta lo poco que la había afectado aquella muerte. Cambió de postura en la butaca y se preguntó si tenía que haber intentado comunicárselo a su padre. Winslow no era el marido de su madre, pero tal vez le hubiera agradecido la notificación, si es que la nota que guardó podía considerarse una invitación. Quizás aparecería, como caído del cielo. ¡Cuántas veces Bennie, de niña, había deseado aquello! ¿Y cuántas veces había ocurrido?
Ni se molestó en volverse para comprobarlo, al comprender que sentía por él lo mismo que Connolly sentía por su madre. Se había perdido su vida, y fuera o no decisión de él, no había intentado subsanarlo nunca. Él jamás había hecho nada por establecer contacto con Bennie, ¿por qué, pues, tenía que rebajarse ella para establecerlo? ¿Qué sentiría Bennie en caso de que falleciera? ¿Lo mismo que Connolly ante la muerte de la madre?
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