Lisa Scottoline - Falsa identidad

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Sólido thriller judicial, sobre una mujer acusada del asesinato de su marido. Penetrante análisis de la corrupción, trama impredecible; una lectura tensa, irónica, por una autora que ya es más que un valor ascendente. La aparición de una supuesta hermana gemela de la acusada da un giro inesperado.

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Bennie se hundió en el asiento, agotada. Confusa. Enojada, histérica ante un importante caso. Cada día descubría una nueva mentira de Connolly. Primero fue lo de Bullock, ahora, lo de las drogas. Bennie se enfrentaba a algo que no había calculado aquella noche mientras conducía camino de la cárcel.

– Le dije que no me mintiera y lo hizo, y ahora ya no puedo confiar en usted. Me veo incapaz de seguir adelante, sobre todo ahora… con mi madre… le conseguiré otro abogado, el mejor penalista.

– ¿Me abandonas?

– No del todo. Me situaré como observadora de primera fila, pues no puedo seguir llevando la defensa. Y menos ahora, que acaba de morir mi madre. Se merece que alguien llore su ausencia.

– ¿Y yo, qué merezco? -saltó Connolly; Bennie se inclinó un poco hacia delante, enojada.

– No se trata de usted sino de la mujer que, según dice, la trajo al mundo. ¿Cómo puede dejarla tan tranquila la muerte de su propia madre?

– Tendrás que perdonarme por no llorar. -Connolly torció los labios con expresión amarga-. Siempre le importé un pepino a mi madre. Me abandonó en cuanto pudo. A ti sí que te cuidó. Te eligió a ti. Puedes comprender que ahora mismo lo que más me preocupa es mi pellejo. Soy egoísta a tope. Me viene de ella.

Bennie hizo una mueca de dolor. Estaba agitadísima. No soportaba que alguien hablara de aquella forma de su madre, especialmente entonces. De repente se vio más hermana de Connolly que el día en que la había conocido. Se levantó, rígida, y se dirigió hacia la puerta. Quería perder de vista a aquella mujer.

– Tú no vas a abandonar el caso ahora, Rosato -gritó Connolly-. Yo leo los periódicos, veo los informativos. Nuestra historia acapara todos los titulares. Hemos despertado la curiosidad de los medios de comunicación, y lo mismo ocurrirá con el jurado. ¿Quién podría defenderme mejor que mi hermana gemela?

Bennie se encontraba mal, se veía atrapada.

– ¡Funcionaría! -gritó junto a la puerta, a pesar de que sabía que ésta las estaba observando.

– ¡Que te jodan! -exclamó Connolly cuando apareció la funcionaría, y aquellas palabras retumbaron en su cabeza durante todo el camino de vuelta al despacho.

Bennie encendió las luces de la recepción y fue pasando por delante de los desiertos escritorios de las secretarias. Las impresoras y aparatos de fax estaban desconectados, las luces de los despachos de sus asociadas, apagadas, y, por el pelo de la moqueta, Bennie pudo ver que ya habían pasado las señoras de la limpieza. Le satisfizo comprobar que en la empresa todo funcionaba en aquellos momentos en que ella no podía ocuparse de nada más.

Se metió en su despacho y se sentó ante el escritorio. Encontró la correspondencia profesional cubierta por un montón de tarjetas de condolencia de tonos rosado, morado y gris. Al verlo se le hizo un nudo en la garganta, y lo apartó sin leer ninguna. No le apetecían las muestras de compasión. No le apetecía constatar los sentimientos de los otros.

Bajo las tarjetas se encontraba la carta que Carrier había dirigido al juez Guthrie, en la que se le pedía un aplazamiento. Bennie la estrujó y la tiró a la papelera, moviendo la cabeza. Jamás había tomado una decisión tan radical con respecto a un caso. De entrada, ya no tenía que haberlo aceptado. Se había equivocado muchísimo y ahora debía enmendarlo.

Pulsó una tecla del ordenador y se dispuso a redactar una solicitud de permiso de retirada en la defensa y al tiempo plantear una alternativa, como hacían en general los letrados, de una semana de aplazamiento a causa del fallecimiento de un familiar. Dejaría el escrito allí, con una nota para Carrier a fin de que lo tramitara con la máxima urgencia y explicara al resto la razón que había movido a la jefa a dar el viraje. Una vez terminada la solicitud, escribió sendas cartas a los dos mejores penalistas de Filadelfia, ofreciéndoles la defensa de Connolly, y las mandó por fax. Ambos estarían encantados de aceptar un caso de tanta relevancia.

Bennie, no obstante, lo único que experimentaba era alivio al pasar a otro el destino de Connolly.

En cuanto abrió la puerta de su casa, Grady la acogió en sus brazos. Quedaba claro que la había estado esperando, pues seguía con su ropa de trabajo: la camisa blanca, ya arrugada, y el pantalón del traje, también deslucido.

– ¡Mi pequeña! ¡Cuánto lo siento! -le dijo cariñosamente-. Llevo todo el día intentando localizarte. ¿Cómo te encuentras?

– Bien, supongo -respondió ella, pero aquellas palabras incluso a ella le parecieron poco creíbles. Siguió entre sus brazos, aunque con cierta renuencia, y no tanto porque no deseara sus muestras de afecto sino porque no le apetecía que nadie la estrechara-. Creo que lo tengo todo bastante organizado.

– Tenía que haber estado a tu lado. ¡No sabes cuánto lo siento! -Grady la abrazó con más fuerza, y ella notó su gemido-. Tenía una reunión sobre esa estúpida fusión. Dije que no me pasaran ninguna llamada y he recibido tarde tu mensaje.

– Tranquilo, tampoco hubieras solucionado nada. He hecho lo que debía. Además, Hattie ha estado con ella hasta el último momento.

Bennie intentó librarse de sus brazos, pero él la sujetó con más decisión.

– Menos mal que ha tenido a Hattie.

– Sí -respondió Bennie, descubriendo que ya no sabía qué más decir. No tenía ganas de hablar. No quería que la acariciaran. Sólo le apetecía subir al dormitorio, tenderse en la cama y librarse al desconsuelo. Tal vez permitirse otra larga sesión de llanto-. ¿Me dejas, por favor? -dijo de pronto, y Grady la soltó con una sonrisa de desconcierto.

– Claro, cariño, lo siento.

– Estoy muy cansada. Necesito tumbarme. -Notó un empujoncito en la pierna, bajó la vista y descubrió a Bear junto a ella, con la cola para abajo. El cuerpo del animal le transmitía calidez; Bennie le acarició el pelo de detrás de la oreja-. Los perros son un encanto -dijo, con voz pastosa.

– Vamos arriba. Te arroparé.

– Puedo hacerlo sola.

– Lo admitas o no, en estos momentos me necesitas. Voy a llevarte arriba y a meterte en la cama. ¿De acuerdo?

Bennie sonrió, aunque incluso le dolió el gesto.

– Vale -dijo, y le permitió llevarla a la cama y arroparla como si fuera una niña.

11

A la mañana siguiente, a primera hora, Judy se encontraba en la sala de reuniones leyendo y releyendo el fax, como si así pudiera cambiar su resultado: «Se dispone, por consiguiente la denegación de la solicitud de retirada de la defensa, así como la propuesta alternativa de aplazamiento del juicio».

– No lo entiendo -dijo Judy-. ¿Cómo puede denegarlo?

– ¿Que Guthrie nos ha denegado la solicitud? ¿Todo? ¿No admite la retirada? ¿Ni un aplazamiento? -Mary, de pie a su lado, iba estudiando la orden-. Ni siquiera da una razón para ello. Ninguna explicación.

– No tiene obligación de explicar nada, es un juez.

– Es deprimente. A Bennie le será imposible sacar adelante el caso. ¡Acaba de morir su madre, por el amor de Dios! ¿Y no puede concederle una semana, ni tres días?

Judy negó con la cabeza.

– Debe de haber calculado que ya tiene tres días, si contamos a partir del jueves. Serían: viernes, sábado y domingo. La selección del jurado está programada para el lunes, y enseguida se abrirá la sesión.

– ¿Podríamos presentar un recurso?

Judy levantó la vista.

– ¡No, lista! Se trata de una orden a la que se da curso legal provisionalmente, y no puede presentarse recurso hasta que el caso esté visto para sentencia.

– Ya lo sabía. La pregunta tenía truco.

Judy sonrió, pensando.

– Imagino que podríamos presentar algún tipo de petición de urgencia, o bien alegar falta de ética, pero no conseguiríamos nada. El Tribunal Supremo no interviene gracias a un criterio de urgencia por algo que se considera criterio del juez. Y alegando falta de ética, lo que sacaríamos sería una reprimenda.

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