Lisa Scottoline - Falsa identidad

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Sólido thriller judicial, sobre una mujer acusada del asesinato de su marido. Penetrante análisis de la corrupción, trama impredecible; una lectura tensa, irónica, por una autora que ya es más que un valor ascendente. La aparición de una supuesta hermana gemela de la acusada da un giro inesperado.

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Shetrell estaba sentada frente a su bandeja con la vista fija en Leonia, instalada en el único asiento que había encontrado libre al otro lado de Taniece. ¡La había fastidiado! Leonia tenía que haberse sentado al lado de Shetrell. ¡Menudo contratiempo! Taniece le había quitado el sitio a Leonia. La muy zorra no tenía que haberse entrometido. Tenía que haber andado con más cuidado.

– ¿Y a ti quién te ha mandado sentarte aquí? -dijo bruscamente Shetrell a Taniece.

Taniece levantó la vista.

– ¿Qué he hecho?

– Aquí se sienta siempre Leonia. Tú no tienes por qué meterte.

– ¡A ti no tengo que pedirte permiso para sentarme!

– ¡Eh! -gritó el guardián y Shetrell se calló. Era Dexter Raveway, Dexter el Pollas. Era un negro atractivo, y él bien que lo sabía; estaba tras el mostrador de la guardia frente a la sala, la mitad del tiempo rascándose la entrepierna. Shetrell imaginó que tenía algo con Taniece, y que por eso había escogido la hora de comer para montárselo con ella-. ¡Basta, Shetrell! -gritó Dexter-. Ya está bien de mangonear por aquí.

Shetrell se encogió, algo avergonzada. No podía permitirse el lujo de recibir otro parte, pues acabaría en el hoyo.

– ¡Ejem…! -soltó Taniece, como una beata, y Shetrell clavó la vista en Leonia, quien hizo un gesto de asentimiento.

A Shetrell tenía que ocurrírsele algo. Siguió con la vista fija en la bandeja y de pronto observó algo que se movía en el suelo, bajo la mesa. Una cucaracha: una gorda cucaracha de color castaño se paseaba ufana entre las zapatillas de las reclusas. Observó cómo se detenía ante la pata de la mesa. Intentaba decidir qué podía hacer. Si le convenía levantarse o no.

«Vamos, pequeña -decía Shetrell para sus adentros-. Ven con mamá.» Cogió un trozo de pan de la bandeja y dejó caer el brazo hacia un lado, con disimulo, para que nadie se percatara del movimiento. Tal vez la cucaracha lo oliera. «Venga, cariño, que mamá cuidará de ti.» Shetrell contemplaba cómo la cucaracha tomaba una decisión en su minúsculo cerebro. Se detuvo en el borde, como habría hecho un hombre casado, justo en el borde. No podía seguir avanzando. «Vamos, pequeña.»La cucaracha no tuvo que pensárselo dos veces. Trepó por la pata de la mesa, y Shetrell, encogiendo un hombro, la atrapó y la aprisionó en la mano. Esperó a que Taniece se volviera y luego tiró la cucaracha en el yogur de fresa de aquella zorra.

– ¡Mierda! ¡Mierda! -gritó Taniece al detectar el oscuro bulto que se movía en el yogur-. ¡Tengo algo en la comida! ¡Un ratón! ¡Una rata! ¡Mierda! -pegó un salto y empezó a chillar como la protagonista de una película de terror; Shetrell se habría desternillado allí mismo si no hubiera estado tan preocupada pasando el cuchillo a Leonia.

– ¡Una rata! ¡Una rata en el yogur! ¡Tengo una rata en el plato!

Se le tambaleó la silla, cayendo hacia atrás y ella encima; mientras tanto, Breanna, al otro lado de ella, pegó un salto y fue a parar contra otra chica. Shetrell observaba cómo todo el mundo se levantaba de su asiento. La escoria blanca se agitaba como detrás de un trabajo bien remunerado.

– Tranquilas, tranquilas, ya voy -dijo Dexter el Pollas, corriendo como Wesley Snipes para salir del apuro.

Taniece seguía con su cuelgue:

– ¡Es una rata, la he visto! ¡Es una rata! ¡Está en mi jodido yogur! -dijo, cogiendo el brazo de Dexter-. ¡Y yo que me estaba comiendo esa mierda!

«¡La muy puta! -pensaba Shetrell-. ¡A ver si te tranquilizas!»-Calma, tranquilícense -decía Dexter, pero nadie le hacía caso-. No es ninguna rata, es una cucaracha, nada más.

No llamó a otros guardianes, lo que a Shetrell le pareció perfecto. Se apartó del alboroto, haciendo como que estaba asustada y vio que Leonia también retrocedía, dispuesta a encontrarse con ella en sentido contrario. Ahí tenía la oportunidad.

Shetrell avanzó hacia atrás, se metió la mano en el elástico del pantalón y sacó el cuchillo. Leonia se acercó a ella. Agarró el cuchillo y simuló que se caía. Shetrell no vio bien el movimiento, pero imaginó que Leonia se había metido el cuchillo en la zapatilla, bajo la pernera del pantalón. La muchacha era un as. Estaba acostumbrada a robar carteras en The Gallery.

– ¿Agarrado? -gritó Shetrell, como si preguntara a Dexter dónde estaba la cucaracha.

Por el rabillo del ojo vio la sonrisa de Leonia y comprendió que la cosa estaba hecha.

– No es más que una cucaracha. Ya está solucionado -dijo Dexter, sosteniendo la bandeja de Taniece por encima de las cabezas de aquellas mujeres, que apenas empezaban a tranquilizarse.

– Más te vale traerme otra comida, pues no pienso zamparme esa bazofia -gritó Taniece-. Voy a demandar a este puñetero centro.

Alice se volvió en su asiento para comprobar a qué venía tanto revuelo, aunque poco le interesaba. Un ratón en la comida de Taniece. ¡Qué maravilla de hotel! Para ella era cuestión de aguantar sólo unos días. De todas formas, le quedaba también poco para ocuparse de Valencia. Tomó el último sorbo de café y estrujó la taza de plástico. Lo colocó todo en la bandeja, la comida sin terminar y lo demás, y fue pasando mesas hasta llegar al lugar donde Valencia charlaba con las demás «chiquitas». Valencia levantó la vista y Alice se acercó a ella para susurrarle en el oído:

– Me he enterado de algo a través de mi abogada. Ven a verme esta noche después del recuento. La funcionaría irá contigo. No se lo digas a nadie, pues de lo contrario se acabó la historia.

– Muchas gracias -dijo Valencia, bajito.

– Ya me lo agradecerás esta noche -le respondió Alice.

9

Las cuatro horas siguientes fueron para Bennie una neblina de agudo dolor mezclada con la extraña actividad mundana de enterrar a los muertos. Tenían que realizarse las tareas y ella se ocupó de todas. Eligió el ataúd de la madre, la ceremonia del entierro, incluso el último atuendo que iba a llevar la difunta, de seda beige y zapatos de salón color tostado, todo ello vertiendo las mínimas lágrimas. Descubrió un inefable aliado en el director de la funeraria, de grisáceo tupé y soltura profesional, quien programó un velatorio, un funeral y un entierro que merecieron una felicitación al principio, en medio y al final. Así en la muerte como en la vida.

Bennie mantuvo a raya sus emociones porque tenía mucha práctica en ello. Todo el tiempo sostuvo a Hattie, tanto para apoyo propio como para el de la enfermera, y la soltó sólo un instante para mandar un mensaje.

– Hola -dijo cuando su asociada respondió al teléfono-. Supongo que te habrás enterado.

– Sí, y lo siento muchísimo -respondió Judy-. ¿Puedo ayudarte en algo?

– Pues sí, te lo agradezco. Redacta una carta para Guthrie y cuéntale lo ocurrido. El viernes por la noche es el velatorio, el sábado, el funeral, y necesitaremos una semana de aplazamiento para el juicio de Connolly. Si le pedimos una semana, probablemente nos conceda tres días. Esta noche pasaré un momento para firmarla y tú puedes disponer que se la entreguen en mano mañana.

– Cuando te he dicho si podía ayudarte en algo no me refería al caso.

– Tú ocúpate del caso y yo me ocuparé de mí misma. ¿Alguna novedad?

– Sí. Mary ha hablado con su compañera de estudios sobre Guthrie y Burden. Cree que éste le dio el empujón para llegar a juez a cambio de sus favores.

– Caro le costó el puesto. Dile que haga el seguimiento y descubra dónde está Burden. En la vista de urgencia dijeron que se encontraba fuera del país. Quiero saber si sigue fuera y dónde está. Eso mismo. ¿Es todo lo que habéis conseguido?

Judy dudó un instante.

– Yo he averiguado algo que te interesará.

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