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Barry Eisler: Sicario

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Barry Eisler Sicario

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John Rain, de profesión asesino, está especializado en hacer trabajitos finos en los que sus víctimas parecen morir de forma natural. Aquel que le contrata sabe que es un hombre fiel a sus principios: trabaja en exclusiva; liquida únicamente al protagonista del juego, no a sus familiares, y no asesina a mujeres. Por eso, cuando tras finalizar un trabajo le piden wque se encargue de la hija del objetivo, empieza a sospechar que hay gato encerrado y decide investigar por qué quieren matar a Midori. La investigación le hará descubrir peligrosas conexiones entre el gobierno nipón y la yakuza, que comprometerán su anonimato y complicarán su vida.

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No es mi hogar pero es lo más parecido a ello que he tenido jamás. Después de la muerte de mi padre, mi madre me llevó de nuevo a EEUU. Teniendo en cuenta la pérdida y el trastorno que sufrió su vida, creo que mi madre deseaba estar cerca de sus padres, quienes también estaban ansiosos por reconciliarse. Nos instalamos en una ciudad llamada Dryden, en el norte del estado de Nueva York, donde ella empezó a trabajar de profesora de japonés en la cercana universidad de Cornell y yo me matriculé en la escuela pública.

Dryden era una ciudad predominantemente blanca y de clase trabajadora, y mis rasgos asiáticos y mi inglés de no nativo me convirtieron en el objetivo preferido de los bravucones de la zona. La población nativa de Dryden me dio las primeras clases prácticas sobre las guerrillas: me perseguían en grupo y yo les contraatacaba con mis propios medios cuando estaban solos y eran vulnerables. Comprendí la mentalidad de la guerrilla mucho antes de aterrizar en Da Nang.

A mi madre le preocupaban mis moratones constantes y mis nudillos rascados, pero estaba demasiado ocupada con su nuevo puesto en la universidad e intentando limar asperezas con sus padres como para intervenir. Pasé buena parte de esos años añorando Japón.

Por tanto, crecí destacando entre los demás y hasta más adelante no aprendería el arte del anonimato. En este sentido, Sengoku es una anomalía para mí. Escogí la zona antes de que me preocupara el anonimato y me quedé allí arguyendo que el daño ya estaba hecho. Es el típico sitio en el que todos saben cómo te llamas y cree saber a qué te dedicas. Al comienzo me resultaba incómodo que todo el mundo me reconociera, me tuviera clasificado. Pensé en trasladarme al oeste de la ciudad. El oeste es el Tokio por antonomasia y nada parecido a Japón. Es desenvuelto, rápido y nuevo, es un remolino de multitudes repletas de cafeína, alienadas y anónimas. Podría ir allí, mezclarme, desaparecer.

Pero la parte antigua tiene magia y me cuesta imaginarme dejándola. Me gusta recorrer la distancia que separa el metro de mi apartamento al caer la tarde, subiendo por la calle de las tiendecitas pintada de verde y rojo de forma que siempre se respira un ambiente festivo, incluso en invierno, cuando oscurece más temprano. Está la pareja de mediana edad propietaria de la tienda de baratillo de la esquina, que me saluda « Okaeri nasai! » -¡Bienvenido a casa!- cuando me ven por la noche, en vez del habitual « Kon ban va » o buenas noches. Está la anciana regordeta y risueña que regenta el videoclub con el gran letrero amarillo en la fachada y las ventanas cubiertas de carteles de los últimos estrenos de Hollywood, cuya puerta siempre está abierta cuando refresca. Tiene de todo, desde películas de Disney a la pornografía más escandalosa, y desde el mediodía hasta las diez de la noche se sienta como un Buda feliz en el local a mirar su mercancía en un televisor situado cerca de la caja registradora. Y está la Mujer Pulpo, que vende takoyaki , pulpo frito, desde una ventana que da a la calle de su casa antigua, cuyo rostro, cansado por los años acumulados y el aburrimiento de sus tareas, ha acabado pareciéndose a las criaturas que vende. Todas las noches arrastra los pies alrededor de los fogones, vierte sus pociones con movimientos inconscientes y repetitivos y, a veces, al pasar, veo niños que susurran y ríen cuando pasan corriendo: « ¡Tako onna! ¡Ki o tsukete! » ¡La Mujer Pulpo! ¡Cuidado! También está la casa de Yamada, el profesor de piano, desde la que, las tardes de verano, cuando oscurece tarde, las notas suaves bajan perezosamente por la calle, mezclándose con el roce de las zapatillas de los bañistas que vuelven del sento , el baño público de la zona.

Aquel fin de semana escuché muchas veces la música de Midori. Llegaba a casa del despacho, hervía agua para cenar fideos ramen , me sentaba bajo una luz tenue mientras sonaba la música y las notas iban desentrañándose. Al escuchar la música, mirando por la balconada hacia las calles estrechas y tranquilas de Sengoku, notaba la presencia del pasado pero me sentía a salvo del mismo.

Con los años, me he ido impregnando de los ritos y ritmos del vecindario, demasiado sutiles para apreciarlos desde el comienzo. Han crecido en mi interior, me han infectado, forman parte de mí. Diría que un pequeño paso fuera de las sombras no parece un precio tan alto por tales complacencias. Además, sobresalir es una desventaja en cierto sentido pero una ventaja en otro. En Sengoku no hay lugares anónimos en los que un desconocido puede sentarse a esperar a que llegue su objetivo. Y hasta que papá y mamá no recojan y trasladen la mercancía al interior de la tienda por la noche y desenrollen las persianas onduladas, siempre están ahí fuera, observando la calle. Si no eres de Sengoku la gente se dará cuenta, se preguntará qué te trae por ahí. Si eres del barrio… bueno, se fijan en ti de otro modo.

Supongo que puedo soportarlo.

Seis

La semana siguiente concerté una cita para almorzar con Harry en el sobaya Issan. No podría desvelarle aquel pequeño misterio, aunque sabía que necesitaría su ayuda para resolverlo.

Issan es una vieja casa de madera ubicada en Meguro, a unos cincuenta metros de Meguro-dori y a cinco minutos andando de la estación de Meguro. Nada pretencioso, sirve algunos de los mejores fideos soba de Tokio. Issan me gusta no sólo por la calidad de los soba , sino también por el ambiente de fantasía: hay un armario pequeño de objetos perdidos junto a la entrada delantera cuyo contenido no ha cambiado en la década transcurrida desde que conozco el local. A veces me pregunto qué dirían los propietarios si un cliente entrara y exclamara: «¡Por fin! ¡Mi calzador de carey… hace años que lo busco!».

Una de las menudas camareras del restaurante me acompañó a una mesa baja en una sala pequeña con tatami y luego se arrodilló para tomar nota. Elegí las umeboshi del día, ciruelas maceradas, para mordisquearlas mientras esperaba a Harry.

Apareció diez minutos tarde, acompañado de la misma camarera que me había atendido.

– Supongo que era mucho esperar que eligieras Las Chicas otra vez -dijo mientras lanzaba una mirada a las paredes antiguas y los carteles descoloridos.

– He decidido que ya va siendo hora de que degustes más a menudo el Japón tradicional -le respondí-. Me parece que pasas demasiado tiempo en las tiendas de electrónica de Akihabara. ¿Por qué no pruebas algo clásico? Te recomiendo los yuzukiri . -Los yuzukiri son fideos soba aromatizados con el jugo de un delicado cítrico japonés llamado yuzu , y son una especialidad del Issan.

La camarera regresó a tomarnos nota: dos yuzukiri . Harry me contó que no había sido capaz de descubrir nada especialmente revelador sobre Kawamura, sólo datos biográficos generales.

– Siempre perteneció al Partido Liberal Democrático -explicó Harry-. Se licenció en la Universidad de Tokio en 1960, en Ciencias Políticas, y fue directo al Gobierno junto con los mejores de su promoción.

– En EEUU podrían aprender un poco de eso, allí sólo llegan al Gobierno los que fracasan en los estudios. Es como sembrar las semillas de maíz más pequeñas.

– He trabajado con algunos de ellos -apuntó Harry-. De todos modos, Kawamura empezó redactando pautas administrativas para la industria de electrónica de consumo de Japón en el Ministerio de Comercio Internacional e Industria. El MCII trabajaba con empresas como Panasonic y Sony para mejorar la posición de Japón en la economía mundial, y Kawamura tenía mucho poder para sus veintitantos años. Ascensos regulares en el escalafón burocrático, triunfador pero no espectacular. Buen trabajo como artífice de la orientación estratégica nacional de semiconductores en la década de 1980.

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