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Barry Eisler: Sicario

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Barry Eisler Sicario

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John Rain, de profesión asesino, está especializado en hacer trabajitos finos en los que sus víctimas parecen morir de forma natural. Aquel que le contrata sabe que es un hombre fiel a sus principios: trabaja en exclusiva; liquida únicamente al protagonista del juego, no a sus familiares, y no asesina a mujeres. Por eso, cuando tras finalizar un trabajo le piden wque se encargue de la hija del objetivo, empieza a sospechar que hay gato encerrado y decide investigar por qué quieren matar a Midori. La investigación le hará descubrir peligrosas conexiones entre el gobierno nipón y la yakuza, que comprometerán su anonimato y complicarán su vida.

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En la periferia de la locura de Roppongi, donde las multitudes empezaban a disminuir, el desconocido entró en un Starbucks de los que están exterminando los kissaten tradicionales, las cafeterías de barrio. El Hombre del Teléfono, constante como la estrella polar, encontró un teléfono público unos metros más abajo. Crucé la calle y entré en un lugar llamado Freshness Burger, donde pedí el entrante del mismo nombre y tomé asiento junto a la ventana. Observé al desconocido mientras pedía algo dentro del Starbucks y luego se sentaba a la mesa.

Tenía la intuición de que el Hombre del Teléfono estaba solo. Si hubiera formado parte de un equipo, lo normal hubiera sido que se separara en algún momento e intercambiara posiciones para evitar la detección. Además, mis comprobaciones periódicas mientras bajábamos la calle no me habían permitido identificar a nadie más aparte de mí. Si hubiera estado con un grupo y fueran tan negados como parecían, habría advertido su presencia con facilidad.

Me senté tranquilamente, controlando la calle, observando al desconocido mientras sorbía la bebida de Starbucks y consultaba la hora. O estaba esperando a alguien con quien tenía una cita o estaba matando el tiempo antes de una reunión prevista en otro lugar.

Resultó ser que la opción número uno era la correcta. Al cabo de una media hora, me sorprendió ver a Midori bajando por la calle en nuestra dirección. Iba comprobando las fachadas al caminar y entró en el Starbucks en cuanto vio el cartel del establecimiento.

El Hombre del Teléfono extrajo un móvil, pulsó una tecla y se acercó el aparato al oído. Muy apropiado para un tipo que se había pasado un buen rato en una cabina de teléfonos. Me di cuenta de que no había marcado el número completo, así pues se trataba de un número que ya tenía en la agenda, alguien a quien llamaba con frecuencia.

El desconocido se puso en pie cuando vio a Midori acercándose a su mesa y le hizo una reverencia formal. Se inclinó de forma correcta y supe que era alguien que llevaba algún tiempo en Japón, que se sentía cómodo con el idioma y la cultura. Midori le devolvió la reverencia pero formando un ángulo menor, adoptando una postura un tanto incierta. Noté que no se conocían bien. Me aventuraba a pensar que su primer encuentro se había producido en Alfie.

Lancé una mirada al Hombre del Teléfono y le vi dejando el móvil de lado. Se quedó donde estaba.

El desconocido le hizo un gesto con la mano a Midori para que se sentara; ella aceptó y él hizo otro tanto. Señaló hacia el mostrador pero Midori negó con la cabeza. No estaba preparada para compartir la mesa con ese hombre.

Los observé durante unos diez minutos. A medida que la conversación avanzaba, los gestos del desconocido adoptaron un aspecto de súplica mientras que Midori se mostraba cada vez más rígida. Al final ella se levantó, hizo una reverencia rápida y empezó a retroceder. El desconocido le devolvió la deferencia pero fue mucho más marcada y un tanto torpe.

¿A quién debía seguir entonces? Decidí dejar la decisión al Hombre del Teléfono.

Mientras Midori salía de Starbucks y volvía a encaminarse hacia Roppongi, el Hombre del Teléfono la observó pero se mantuvo en su posición. O sea que iba a por el desconocido o quería más.

El desconocido se marchó poco después que Midori y regresó a la estación de Hibiya, en Roppongi-dori. El Hombre del Teléfono y yo le seguimos manteniendo nuestras posiciones previas, avancé hasta el andén y me situé a un vagón de cada uno de ellos hasta que llegó un tren con destino a Ebisu y todos lo tomamos. Me situé de espaldas a ellos aunque les observaba a través del reflejo del cristal, hasta que el tren se detuvo en Ebisu y les vi bajar.

Me apeé al cabo de unos instantes, con la esperanza de que el desconocido fuera en dirección contraria, pero se dirigía hacia mí. Mierda. Aminoré el paso, me detuve ante un mapa de la estación y lo examiné formando un ángulo tal que ninguno de ellos fuera capaz de verme la cara al pasar.

Era tarde, y sólo había media docena de personas que salían de la estación con nosotros. Mantuve una contrahuella entera de la escalera mientras abandonábamos las entrañas de la estación, luego dejé que me adelantaran por lo menos veinte metros antes de salir por el vestíbulo para seguirles.

En el extremo de Daikanyama, un barrio selecto de las afueras de Tokio, el desconocido entró en un gran complejo de apartamentos. Le observé mientras introducía una llave en la puerta de entrada, que se abrió de forma electrónica y luego se cerró detrás de él. Obviamente, el Hombre del Teléfono también tomó nota, entonces siguió unos veinte pasos más allá de la entrada, se paró, extrajo el teléfono móvil, pulsó una tecla y mantuvo una conversación corta. Acto seguido, extrajo un paquete de cigarrillos, encendió uno y se sentó en el bordillo de la acera.

No, ese tipo no pertenecía al equipo del desconocido, como había pensado en un principio. Le estaba siguiendo.

Me situé en la penumbra al fondo de una pequeña zona de aparcamiento comercial y esperé. Al cabo de quince minutos una moto de carreras de color escarlata, con el tubo de escape modificado para producir el máximo estruendo tipo Godzilla, pasó por la calle. El piloto, con un traje de cuero también escarlata y casco envolvente, se detuvo delante del Hombre del Teléfono. Éste señaló el edificio del desconocido y se montó en la parte trasera de la moto. Se internaron a todo gas en la noche.

Era bastante probable que el desconocido viviera allí, pero en el edificio había cientos de viviendas y no tenía forma de saber cuál era la suya ni de buscar su nombre. Además, por lo menos habría dos puntos de salida, por lo que esperar sería en vano. Me quedé hasta que el sonido de la moto se desvaneció, me levanté para comprobar la dirección y me encaminé hacia la estación de Ebisu.

Cinco

Desde Ebisu tomé la línea de Hibiya hasta la estación del mismo nombre, donde haría transbordo a la línea de Mita y de ahí a casa. Sin embargo, nunca hago transbordo directamente, por lo que antes salí de la estación para realizar una PDV.

Me detuve en una tienda de música de Tsutaya, donde me abrí camino entre los adolescentes grunge que escuchaban los últimos éxitos de música pop japonesa con los auriculares de la tienda, moviendo la cabeza al ritmo de la música. Fui paseando hacia el fondo del establecimiento y me fui parando para mirar los CD que había en los estantes situados de cara a la puerta, alzando la mirada para comprobar si alguien me seguía.

Eché una ojeada a la sección de música clásica y luego pasé a la de jazz. Sin pensarlo, comprobé si Midori había publicado algún CD. Sí: Another Time . Aparecía en la portada de pie y con los brazos entrecruzados bajo una farola en lo que parecía la zona más sórdida de Shinjuku, y el perfil le quedaba en penumbra. No reconocí el sello discográfico, sería una empresa pequeña. Todavía no había saboreado las mieles del éxito pero estaba de acuerdo con Mama, llegaría lejos.

Cuando me disponía a dejarlo en el estante pensé: «Dios mío, es sólo música. Si te gusta, cómpralo». De todos modos, un empleado podría acordarse. Así pues, camino de la caja también cogí una colección de obras instrumentales de jazz de otro intérprete y unos conciertos de Bach. Me situé en una de las colas más largas, donde había un cajero que parecía agobiado por el trabajo. Pagué en efectivo. Lo único que recordaría aquel tipo sería que alguien compró unos cuantos CD, quizá de música clásica, quizá de jazz. Tampoco es que fueran a preguntarle.

Terminé la PDV y me llevé los CD a mi apartamento de Sengoku. Esta zona se encuentra en el noreste de la ciudad, cerca de los vestigios del viejo Tokio, lo que los nativos denominan Shitamachi , el centro. La zona es antigua y buena parte de la misma ha sobrevivido tanto al Gran Terremoto de Kanto de 1923 como a los bombardeos producidos durante la guerra. En el barrio no hay vida nocturna aparte de los nomiya locales, o bares, y ninguna zona comercial, por lo que no abundan los transeúntes. La mayor parte de la población son edoko , los verdaderos habitantes de Tokio, que viven y trabajan en las tiendas familiares y en los diminutos restaurantes y bares. «Sengoku» significa «las mil piedras». No sé a qué se debe ese nombre pero siempre me ha gustado.

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