Jeffery Deaver - La carta número 12

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El nuevo caso del aclamado detective de El coleccionista de huesos
Geneva Settle, joven estudiante afroamericana de Harlem, investiga en una biblioteca de Nueva York la historia de un antepasado suyo, Charles Singleton, un esclavo liberto del siglo XIX. Mientras tanto, alguien vigila sus movimientos. Geneva consigue escapar del peligro, pero el criminal deja un rastro de sangre tras de sí.
El célebre criminalista Lincoln Rhyme, su inseparable Amelia Sachs y su equipo se ocuparán del caso. ¿Quién persigue a Geneva? ¿Y por qué hay alguien interesado en acabar con su vida? ¿Quién es verdaderamente Charles Singleton? ¿Y qué historia se oculta tras su pasado? ¿Cómo conseguir que encajen todas las pieza del puzle?
La insuperable trama urdida por Deaver, autor de El coleccionista de huesos, maneja todas estas historias -el pasado y el presente- como instantáneas fugaces, al tiempo que nos muestra asombrosas revelaciones de las que podrían derivar desastrosas consecuencias para los derechos humanos y civiles de Estados Unidos. Con sobrecogedores giros y numerosas sorpresas que mantienen al lector en ascuas hasta la última página, esta nueva aventura de Lincoln Rhyme es la más apasionante hasta la fecha.

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– Ésta es una parte del capítulo uno de la Decimocuarta Enmienda -explicó-. Limita drásticamente lo que pueden hacer los Estados a sus ciudadanos. Otra parte, que no he impreso, otorga a los Estados incentivos para dar a los negros, bueno, a los varones negros, el derecho al voto. ¿Hasta aquí está todo claro? -preguntó el profesor.

– Le seguimos -dijo Sachs.

– Bien, la forma en que funciona una enmienda a la Constitución es así: debe ser aprobada por el Congreso en Washington y luego por tres cuartos de los Estados. El Congreso aprobó la Decimocuarta Enmienda en la primavera de 1866, y luego fue remitida a los Estados para su ratificación. Finalmente fue ratificada dos años más tarde por el número requerido de Estados. -Movió la cabeza-. Pero desde entonces ha habido rumores de que nunca fue debidamente ratificada y promulgada. Ésa es la controversia a la que me refería. Mucha gente cree que es no es válida.

Rhyme frunció el ceño.

– ¿De verdad? ¿Qué le achacan a la promulgación?

– Hay varios argumentos. Varios Estados se retractaron tras haber votado la ratificación, pero el Congreso no hizo caso de las retractaciones. Algunos dicen que no fue debidamente presentada o aprobada en Washington. También hubo acusaciones de voto fraudulento en las legislaturas estatales, sobornos e incluso amenazas.

– ¿Amenazas? -Sachs miró las cartas-. Como dijo Charles.

– La vida política era diferente en aquel entonces. Fue la época en que J. P. Morgan creó su propio ejército privado para luchar contra las tropas que habían contratado sus competidores Jay Gould y Jim Fisk para apropiarse de un ferrocarril. Y la policía y el gobierno simplemente se sentaban a mirar.

»Y deben entender también que la gente se apasionara con la Decimocuarta Enmienda: nuestro país casi había sido destruido, hubo medio millón de muertos, casi tantos como los que perdimos en todas las otras guerras juntas. Sin la Decimocuarta Enmienda, el Congreso podría haber terminado bajo el control del sur, y podríamos haber visto al país dividido nuevamente. Quizás incluso hubiera habido una segunda guerra civil -explicó Mathers. Señaló con la mano las cosas que tenía delante-. Aparentemente este señor Singleton era uno de los hombres que iban por los Estados con el fin de presionar para que se aprobara la enmienda. ¿Y si hubiera descubierto pruebas de que la enmienda no era válida? Ése podría ser el secreto que le atormentaba.

– Entonces, quizás -especuló Rhyme-, un grupo favorable a la enmienda urdió el falso robo para desacreditarle. De modo que si dijera lo que sabía, nadie le creería.

– No los mejores líderes de aquel entonces, por supuesto, no Frederick Douglass, ni Stevens, ni Sumner. Pero sí, había muchos políticos que querían que la enmienda se aprobara y habrían hecho cualquier cosa para asegurarse de que así fuera. -El profesor se volvió hacia Geneva-. Y eso explicaría por qué esta jovencita está en peligro.

– ¿Por qué? -preguntó Rhyme. Había seguido la historia sin perderse, pero las implicaciones más amplias se le escapaban.

Fue Thom quien contestó.

– Lo único que tiene que hacer es abrir un periódico.

– ¿Y eso qué significa? -preguntó Rhyme irritado.

Mathers respondió:

– Él se refiere a que cada día aparecen historias sobre cómo la Decimocuarta Enmienda afecta a nuestras vidas. Quizás uno no lo oiga dicho explícitamente, pero resulta todavía una de las armas más poderosas de nuestro arsenal de derechos humanos. El lenguaje es un poco vago: ¿qué significa «debido proceso»? ¿Y «protección equitativa»? ¿«Privilegios e inmunidades»? La imprecisión es deliberada, desde luego, para que el Congreso y el Tribunal Supremo puedan crear nuevas medidas protectoras acordes a las circunstancias de cada generación.

»De esas pocas palabras han surgido cientos de leyes, sobre cualquier cosa imaginable, mucho más que sobre la discriminación racial. Se han utilizado para invalidar leyes fiscales discriminatorias, para proteger a los indigentes y a los menores que trabajan, para garantizar servicios médicos básicos para los pobres. Es la base de los derechos de los homosexuales, y de miles de casos de derechos de los reclusos que tienen lugar todos los años. Quizás el caso más controvertido fue la utilización de la Decimocuarta Enmienda para proteger el derecho al aborto.

»Sin ella, los Estados podrían decidir que los médicos que practican abortos son criminales que merecen pena de muerte. Y ahora, tras el 11 de septiembre y la doctrina de la Seguridad de la Patria, es la Decimocuarta Enmienda la que impide a los Estados arrestar a musulmanes inocentes y mantenerlos detenidos todo el tiempo que se le antoje a la policía. -Su rostro era el vivo retrato de la preocupación-. Si no es válida, debido a algo que su Charles Singleton averiguó, eso podría conducirnos al fin de la libertad tal como la conocemos.

– Pero -dijo Sachs- supongamos que encontró eso, y que no era válida. La enmienda podría volver a ratificarse, sencillamente, ¿no?

Esta vez la risa del profesor fue decididamente cínica.

– No sería así. Lo único en lo que están de acuerdo nuestros estudiosos es que la enmienda fue aprobada en el único momento en la historia en que podría haber sido aprobada. No: si el Tribunal Supremo invalidara la enmienda, ah, podríamos volver a promulgar algunas leyes, pero el arma principal de los derechos y libertades civiles habría desaparecido para siempre.

– Si ése es el móvil -preguntó Rhyme-, ¿quién estaría detrás del ataque a Geneva? ¿A quién estaríamos buscando?

Mathers movió la cabeza.

– Ah, la lista sería interminable. Decenas de miles de personas que desean que la enmienda se mantenga vigente. Podrían ser radicales o liberales, o miembros de una minoría racial o sexual, o partidarios de los programas sociales y de servicios médicos para los pobres, defensores del derecho al aborto, de los derechos de los homosexuales, de los derechos de los reclusos, de los derechos de los trabajadores… Pensamos en los extremistas, como los que defienden los derechos religiosos, las madres que hacen que sus hijos hagan un piquete en la calle frente a una clínica de abortos, o en la gente que pone bombas en edificios federales. Pero ellos no tienen el monopolio del asesinato para defender sus principios. La mayoría de los actos terroristas de Europa han sido llevados a cabo por radicales de izquierda. -Sacudió la cabeza-. No podría ni comenzar a imaginarme quién está detrás de esto.

– Necesitamos restringir la búsqueda de alguna manera -dijo Sachs.

Rhyme asintió lentamente con la cabeza, pensando: el principal objetivo de su caso tenía que ser la detención de SD 109, con la esperanza de que éste les dijera quién le había contratado, o encontrar pruebas que les condujera a esa persona. Pero sintió instintivamente que también ésta era una pista importante. Si no existían respuestas en el presente sobre quién había atacado a Geneva Settle, tendrían que buscar en el pasado.

– Quienquiera que sea, obviamente sabe más que nosotros sobre lo que ocurrió en 1868. Si podemos averiguarlo, de qué se enteró Charles, lo que estaba haciendo, su secreto, el robo, eso puede orientarnos hacia alguna parte. Quiero más información sobre esa época en Nueva York: Gallows Heights, Potters' Field, todo lo que podáis encontrar. -Frunció el ceño al recordar algo. Le dijo a Cooper-: Cuando buscaste Gallows Heights por primera vez encontraste un artículo sobre ese sitio que queda cerca de aquí, la Fundación Sanford, ¿no?

– Así es.

– ¿Aún lo tienes?

Mel Cooper guardaba todo. Buscó el artículo del Times en su ordenador. El texto apareció en la pantalla.

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