En respuesta a las miradas inquisitivas de Rhyme y Sellitto, dijo:
– He estado fuera de la ciudad. Me han informado de que Geneva llamó a mi oficina ayer. Algo con respecto a que ella tenía que declarar como testigo. Sólo quería saber en qué situación se encuentra.
– Está bien -dijo Rhyme-. Ha habido algunos intentos de asesinato, pero tiene guardaespaldas que la están protegiendo las veinticuatro horas del día.
– ¿La tienen aquí retenida? ¿Contra su voluntad?
– No, retenida no -dijo el policía con firmeza-. Está en su casa.
– ¿Con sus padres?
– Con un tío.
– ¿Qué es todo este asunto? -preguntó el abogado, taciturno, saltando con la mirada de un rostro a otro, observando las pizarras de las pruebas, los aparatos, los cables.
Como de costumbre, a Rhyme no le apetecía en absoluto discutir con un extraño un caso en curso, pero podría ser que el abogado tuviera alguna información útil.
– Creemos que alguien está preocupado por lo que Geneva ha estado investigando para un proyecto del colegio. Sobre un ancestro suyo. ¿Alguna vez le mencionó algo?
– ¿Algo sobre un antiguo esclavo?
– Así es.
– Así fue como la conocí. Vino a mi oficina la semana pasada y me preguntó si yo sabía dónde se podrían conseguir expedientes de viejos crímenes en la ciudad, del siglo XIX. La dejé ver algunos de los documentos antiguos que tengo, pero es casi imposible encontrar expedientes de juicios de esa época. No pude ayudarla. -El esquelético hombre enarcó una ceja-. Quiso pagarme por el tiempo que le dediqué. A la mayoría de mis clientes jamás se les ocurre hacerlo. -Tras echar otra ojeada a su alrededor, Goades se sintió satisfecho de que la situación fuera la que parecía ser-. ¿Están ya a punto de coger al tipo?
– Tenemos algunas pistas -dijo Rhyme evasivamente.
– Bien, díganle que me he pasado por aquí, ¿vale? Y si en cualquier momento necesita algo, que no dude en llamarme. -Señaló su tarjeta y se retiró.
Mel Cooper soltó una risa.
– Cien pavos a que en algún momento de su carrera representó a un truhán.
– Nadie acepta la apuesta -masculló Rhyme-. ¿Y qué hemos hecho para merecer toda esta diversión? A trabajar, vamos. ¡ Moveos !
Veinte minutos más tarde, Bell y Geneva llegaron con la caja que contenía los documentos y otros objetos que habían cogido del apartamento de la tía abuela y que un oficial les había entregado en la comisaría de policía.
Rhyme le dijo que Wesley Goades había estado allí.
– Para ver cómo me encontraba, ¿no? Le dije que era bueno. Si algún día demando a alguien, voy a contratarle.
Abogado de destrucción masiva …
Amelia Sachs entró con las pruebas y saludó con una sacudida de cabeza a Geneva y a los otros.
– Veamos qué tenemos -dijo Rhyme con ansiedad.
El cigarrillo que SD 109 había usado como mecha para el «disparo» de distracción era marca Merit, muy común, imposible de seguirle la pista. El cigarrillo había sido encendido, pero no fumado, o por lo menos no se veían marcas de dientes o saliva en el filtro. Esto significaba casi seguramente que el sujeto no era un fumador habitual. No había huellas dactilares en el cigarrillo, por supuesto. La banda elástica que había usado para unirlo a la bala no tenía nada de especial. En el cianuro no encontraron trazas que permitieran identificar al fabricante. El ácido podía comprarse en muchos lugares. El artefacto destinado a mezclar el ácido y el veneno en el coche de Bell estaba hecho con objetos caseros: un frasco de vidrio, papel de aluminio y un candelero. Nada presentaba huellas o restos que permitieran seguir la pista hasta algún lugar en particular.
En el edificio abandonado que el asesino había usado como puesto de observación, Sachs encontró nuevamente restos del misterioso líquido que había recogido en el escondite de la calle Elizabeth (y Rhyme esperaba con ansias el resultado del análisis que estaba haciendo el FBI). Además, había recogido unas escamas de pintura naranja, de la tonalidad de las señales de tráfico o de los carteles de advertencia sobre obras en construcción o demoliciones. Sachs estaba segura de que éstas provenían del criminal, porque había encontrado las escamas en dos lugares diferentes, ambos junto a huellas suyas, y en ningún otro lugar del edificio abandonado. Rhyme especuló que el criminal pudo hacerse pasar por obrero de la construcción, o de autopistas, o por empleado de algún servicio público. O quizás alguno de éstos era su verdadero empleo.
Mientras tanto, Sachs y Geneva revisaban la caja de recuerdos familiares de la casa de la tía. Contenía docenas de viejos libros y revistas, papeles, recortes, notas, recetas, souvenirs y postales.
Después vieron una carta amarillenta con la inconfundible letra de Charles Singleton. La caligrafía de esta carta era, sin embargo, mucho menos elegante que la de su otra correspondencia.
Era comprensible, dadas las circunstancias.
Sachs la leyó en voz alta:
– «15 de julio de 1868».
– El día siguiente del robo al Fondo para los Libertos -observó Rhyme-. Continúa.
– «Violet, ¡qué locura es esto! Según alcanzo a discernir, estos hechos son un plan para desacreditarme, para avergonzarme ante los ojos de mis colegas y de los honorables soldados de la guerra por la libertad.
»Hoy he sabido dónde puedo buscar justicia, y esta tarde he estado en Potters' Field, armado con mi Navy Cok. Pero mis esfuerzos acabaron desastrosamente, y mi única esperanza de salvación yace ahora, oculta para siempre, bajo arcilla y tierra.
»Pasaré la noche escondido de los policías -que ahora me buscan por todas partes- y por la mañana huiré a Nueva Jersey; y nuestro hijo deberá huir igualmente. Temo que intentarán descargar su venganza sobre ti también. Mañana a mediodía reúnete conmigo en el muelle John Stevens, en Nueva Jersey. Viajaremos juntos a Pensilvania, si tu hermana y su marido se avienen a alojarnos.
»Hay un hombre que vive en el edificio de encima del establo donde estoy ahora escondido que parece no ser indiferente a mi lucha. Me ha asegurado que te dará este mensaje». -Sachs levantó la vista-. Aquí hay algo que ha sido tachado. No comprendo lo que dice. Luego continúa: «Ya es tarde. Tengo hambre y estoy cansado; tan puesto a prueba como Job. Y, sin embargo, la fuente de mis lágrimas, las manchas que ves en este papel, querida mía, no es el dolor, sino el arrepentimiento por la miseria que he acarreado sobre nosotros. ¡Todo por causa de mi secreto! Si hubiese gritado la verdad desde lo alto del edificio del ayuntamiento, quizás estos tristes acontecimientos no habrían salido a la luz. Ahora ya es demasiado tarde para la verdad. Por favor, perdóname por mi egoísmo, y por la destrucción creada por mi engaño. -Sachs levantó la mirada-. La firma sólo pone «Charles».
La mañana siguiente, recordó Rhyme, fue la de la persecución y el arresto descritos en la revista que Geneva estaba leyendo cuando fue atacada.
– ¿Su única esperanza? ¿«Oculta para siempre bajo arcilla y tierra»? -Rhyme volvió a mirar la carta, Sachs se la sostenía-. Nada específico con respecto al secreto… ¿y qué ocurrió en Potters' Field? Ése es el cementerio para los indigentes, ¿verdad?
Cooper entró en Internet y realizó una breve búsqueda. Informó de que el cementerio para los indigentes estaba localizado en la Isla de Hart, cerca del Bronx. La isla había sido una base militar, y el cementerio había sido inaugurado poco antes de que Charles fuera allí a cumplir con su misteriosa misión, armado con su pistola Colt.
– ¿Militar? -preguntó Rhyme, frunciendo el ceño. Algo se le disparó en la memoria-. Muéstrame las otras cartas.
Читать дальше