Jeffery Deaver - La carta número 12

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El nuevo caso del aclamado detective de El coleccionista de huesos
Geneva Settle, joven estudiante afroamericana de Harlem, investiga en una biblioteca de Nueva York la historia de un antepasado suyo, Charles Singleton, un esclavo liberto del siglo XIX. Mientras tanto, alguien vigila sus movimientos. Geneva consigue escapar del peligro, pero el criminal deja un rastro de sangre tras de sí.
El célebre criminalista Lincoln Rhyme, su inseparable Amelia Sachs y su equipo se ocuparán del caso. ¿Quién persigue a Geneva? ¿Y por qué hay alguien interesado en acabar con su vida? ¿Quién es verdaderamente Charles Singleton? ¿Y qué historia se oculta tras su pasado? ¿Cómo conseguir que encajen todas las pieza del puzle?
La insuperable trama urdida por Deaver, autor de El coleccionista de huesos, maneja todas estas historias -el pasado y el presente- como instantáneas fugaces, al tiempo que nos muestra asombrosas revelaciones de las que podrían derivar desastrosas consecuencias para los derechos humanos y civiles de Estados Unidos. Con sobrecogedores giros y numerosas sorpresas que mantienen al lector en ascuas hasta la última página, esta nueva aventura de Lincoln Rhyme es la más apasionante hasta la fecha.

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– ¡Qué barbaridad! -musitó en voz baja Cooper mientras examinaba los fragmentos con un par de pinzas finas-. El arma es pequeña, una 22. Pero son disparos de mágnum.

– Bien -asintió Rhyme. Se alegró porque la poderosa versión mágnum de la bala calibre 22 era una munición rara y, por lo tanto, iba a ser más fácil seguirle la pista. El hecho de que el arma fuera un revólver lo hacía aún más infrecuente, lo que significaba que deberían ser capaces de encontrar fácilmente al fabricante.

Sachs, que era una tiradora competente con la pistola, ni siquiera tuvo que buscarlo.

– El único que conozco es North American Arms. Puede que sea su modelo Black Widow, pero yo creo que debe ser el Mini-Master. Tiene un tambor de unos diez centímetros. Es más preciso y los disparos dieron todos en el blanco.

Rhyme se dirigió al técnico, que estaba estudiando minuciosamente lo que tenía sobre la mesa de trabajo.

– ¿Qué quieres decir con «barbaridad»?

– Échale un ojo a esto.

Rhyme, Sachs y Sellitto se acercaron. Cooper estaba empujando pedacitos de metal manchados de sangre con las pinzas.

– Parece que las fabricó él mismo.

– ¿Municiones explosivas?

– No, algo casi tan malvado como eso. O tal vez peor. La bala tiene una fina cubierta exterior de plomo. Dentro, el proyectil se rellenó con estas cosas.

Había media docena de minúsculas agujas, de unos diez milímetros de largo. Después del impacto, la bala se hacía pedazos y las agujas se dispersaban en forma de V por el cuerpo. Aunque los proyectiles eran pequeños, hacían mucho más daño que un disparo normal. No estaban diseñadas para detener a un agresor; su propósito era exclusivamente la destrucción de los tejidos internos. Y aunque sin el efecto instantáneamente letal de un proyectil de grueso calibre, estas balas debían de provocar unas heridas terriblemente dolorosas.

Lon Sellitto movió la cabeza, con los ojos fijos en las agujas, y se rascó la mancha invisible de su rostro, probablemente pensando en lo cerca que había estado de ser alcanzado por uno de aquellos proyectiles.

– ¡Diablos! -masculló. Se le quebró la voz y carraspeó; se rio para disimularlo y dio unos pasos alejándose de la mesa.

Curiosamente, el teniente reaccionó con más nerviosismo que la chica. Geneva no pareció prestar mucha atención a los detalles sobre los aterradores proyectiles de su agresor. Volvió a mirar su reloj y se echó hacia atrás en la silla, con impaciencia.

Cooper escaneó los pedazos más grandes de la bala y buscó información sobre proyectiles en el Sistema Integrado de Identificación Balística, SIIB, al que estaban suscritos casi mil departamentos de policía en todo el país, así como en el sistema DRUGFIRE del FBI. Estas enormes bases de datos pueden hallar concordancias entre proyectiles, fragmentos o cubiertas de bronce, y balas o armas registradas en los archivos. Un arma que se le ha encontrado hoy a un sospechoso, por ejemplo, se puede vincular con una bala extraída a una víctima hace cinco años.

Los resultados correspondientes a estos proyectiles, sin embargo, fueron negativos. Las mismas agujas parecían haber sido cortadas de los extremos de agujas de coser de las que se pueden comprar en todas partes. Imposible seguirles la pista.

– Nunca es fácil, ¿eh? -farfulló Cooper. Siguiendo una indicación de Rhyme, buscó también usuarios registrados de Mini-Masters, y del más pequeño Black Widow, en mágnum 22, y el sistema le devolvió una lista de casi mil propietarios, ninguno de los cuales tenía antecedentes penales. La ley no obliga a las tiendas a llevar registros de quién compra municiones y, por lo tanto, las tiendas jamás lo hacen. Por el momento, el arma era una vía muerta.

– ¿Pulaski? -gritó Rhyme-. ¿Qué hay del bicho?

– ¿El exoesqueleto? ¿Es así como le llamó usted? ¿Se refiere a eso, señor?

– Correcto, correcto, correcto. ¿Qué hay sobre eso?

– Ninguna coincidencia, por ahora. ¿Qué es exactamente un exoesqueleto?

Rhyme no respondió. Miró la pantalla y vio que el joven sólo había recorrido una pequeña parte del orden hemípteros . Tenía un largo camino por delante.

– Siga con lo suyo.

El ordenador del cromatógrafo de gases/espectrómetro de masa hizo un bip ; había completado el análisis de las gotas blancas. En la pantalla se veía un gráfico de picos y valles, bajo el cual había un bloque de texto.

Cooper se inclinó hacia adelante y leyó.

– Tenemos cúrcuma, dimetiloxicurcumina, bidimetiloxicurcumina, aceite volátil, aminoácidos, lisina y triptófano, teromina e isoleucina, cloruro, restos de otras proteínas varias y una gran proporción de almidones, aceites, triglicéridos, sodio, polisacáridos… Nunca había visto esta combinación.

El cromatógrafo de gases/espectrómetro de masa hacía milagros en cuanto a cómo aislaba e identificaba las sustancias, pero no era necesariamente tan fantástico en cuanto a informar qué significaba su combinación. A menudo Rhyme era capaz de deducir sustancias comunes, como gasolina o explosivos, simplemente a partir de una lista de sus ingredientes. Pero éstos eran nuevos para él. Ladeó la cabeza y empezó a ordenar aquellas sustancias de la lista que, como científico, sabía que era lógico que aparecieran juntas, y las que no.

– La cúrcuma, sus componentes y los polisacáridos es obvio que encajan entre sí.

– Sí, es obvio -fue la mordaz respuesta de Amelia Sachs, la cual en el instituto, solía hacer novillos en las clases de ciencias para ir a hacer carreras de coches con sus amigos.

– A ésta la llamaremos sustancia uno. Luego los aminoácidos, las otras proteínas, los almidones y los triglicéridos: éstos también se encuentran a menudo juntos. Las llamaremos sustancia dos. El cloruro…

– ¿Veneno, señor? -preguntó Pulaski.

– … y el sodio -masculló Rhyme- son casi con certeza sal. -Miró al novato-. Peligrosa sólo para las personas con la tensión alta. O si uno es una babosa de jardín.

El chaval se dio la vuelta y se concentró otra vez en la base de datos de insectos.

– Con los aminoácidos, los almidones y los aceites, estoy pensando que la sustancia dos es una comida, una comida salada. Conéctate, Mel, y averigua qué diablos es la cúrcuma.

Cooper se conectó.

– Estás en lo cierto. Es un colorante vegetal que se utiliza en productos alimenticios. Generalmente se encuentra en combinación con los otros componentes de la sustancia uno. También los aceites volátiles.

– ¿Qué clase de productos alimenticios?

– Cientos de productos.

– ¿Qué tal si me das unos ejemplos?

Cooper empezó a leer en voz alta una larga lista. Pero Rhyme le interrumpió.

– Un momento. ¿Las palomitas de maíz están en la lista?

– Veamos… Sí, aquí están.

Rhyme se dio la vuelta y se dirigió a Pulaski.

– Deje eso.

– ¿Que lo deje?

– No es un exoesqueleto. Es un resto de mazorca de una palomita de maíz. Sal y aceite y palomitas de maíz. Deberíamos haberlo pensado a la primera, maldita sea. -Era un improperio alegre-. Ponlo en la tabla, Thom. A nuestro hombre le gusta la comida basura.

– ¿Lo escribo así?

– Por supuesto que no. Podría detestar las palomitas de maíz. Tal vez trabaje en una fábrica de palomitas o en un cine. Limítate a añadir «palomitas de maíz». -Rhyme miró la tabla-. Ahora averigüemos algo sobre los otros restos. Esa cosa color hueso.

Cooper realizó otro examen con el cromatógrafo de gases/espectrómetro de masa. Los resultados indicaron que era sacarosa y ácido úrico.

– El ácido está concentrado -explicó el técnico-. El azúcar es puro, no hay ninguna otra sustancia alimenticia, y la estructura cristalina es extraña. Nunca he visto azúcar molido de ese modo.

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