Una quebrada.
Una barranca seca.
O lo que pasaba por tal en aquel espantoso lugar. Las lluvias de siglos (cayendo apenas a gotas de año en año) habían excavado un canal en la llanura del desierto. Deslizándose por la pendiente alcanzó el fondo. Era sorprendentemente profundo, ya que las paredes le llegaban hasta los hombros. Encendió la linterna. Siguió con la vista el haz de luz, como si descendiera por un túnel o el pozo de una mina (¿se habría sentido Buhler en su elemento allí?) y su luz procediera de la lamparita de un casco de minero. Parecía estar descendiendo. Sentía una corriente de aire cálido y seco. El viento soplaba más arriba. Al doblar una esquina, una ráfaga arrojó arena como humo sobre su cara. Bizqueó y agachó la cabeza. Un ave pasó volando junto a él con un suave y lento batir de alas de lechuza. Un fragmento de creosota pasó rodando frente a él. Hizo oscilar la luz hacia atrás y hacia delante. En el terraplén y desde pequeñas madrigueras unos ojos blancos lo observaban fijamente y después de un instante fugaz, atrapada bajo el haz, una serpiente rey escarlata siguió su camino reptante. Durante veinte minutos estuvo avanzando con rapidez, luego más lentamente y por fin las descubrió, grabadas como con sólido hormigón sobre el caliche gris… tan fáciles de seguir como la blanca línea central de una carretera. Las huellas de un caballo. Era así de simple. Frescas como un escupitajo, pensó, y sonrió, conteniendo el aliento. Pero luego empezó a correr de nuevo con un trote regular, mientras la luz señalaba la zigzagueante marcha de las huellas. Tras recorrer cuatrocientos metros llegó a un lugar donde las huellas se confundían consigo mismas. Supo que el caballo había sido atado allí y vio las marcas en el terraplén que había dejado el jinete al encaramarse hasta arriba. Él mismo trepó, enfocó con la linterna y vio, incluso desde allí, el lugar donde yacía el cadáver de Buhler.
Un caballo… así era como lo había hecho. ¿Había llegado Buhler también a caballo? ¿O tal vez por un camino diferente? Con el viento golpeando con mayor fuerza su rostro, Tannis se deslizó terraplén abajo y alzó la linterna, apuntando con ella a lo largo del aluvión, buscando la respuesta. Pero la oscuridad se arremolinó en torno a él, el haz de luz vaciló como una vela y no había nada más que ver.
Pero lo que había descubierto bastaba. Se arrodilló, colocó la palma de la mano sobre la huella del casco del caballo y sonrió. Volvería y los llamaría. Sin embargo, allí había algo de lo que no debían enterarse. Un secreto. Del tipo más precioso, puesto que Tannis sabía que sin duda le conduciría a alguna parte.
Durante los seis días que siguieron, es decir, desde el viernes hasta el jueves siguiente, Tannis vio cómo se desplegaba la investigación oficial sobre la muerte de Buhler.
Disfrutaba de una posición privilegiada, pero no necesariamente cercana, ya que la dinámica de la mayoría de investigaciones sobre seguridad era centrífuga y él se vio rápidamente impulsado hacia la periferia. Pero no resultaba difícil adivinar lo que estaba ocurriendo; él mismo lo había hecho demasiadas veces. Habría mucho caos y confusión mientras se establecieran oficinas y comunicaciones, y luego el pesado trabajo de la rutina: entrevistas, informes y reuniones. Y todo, él ya lo sabía, se combinaría por el volumen mismo del esfuerzo, que en aquel caso era considerable. Llegaron muchos forasteros a Ridgecrest aquella semana y todo el mundo se enteró de que el FBI había tomado posesión de todas las habitaciones del Miracle City, el viejo motel justo enfrente de la base, donde la Marina aloja siempre a la gente.
Sin embargo, el lunes por la mañana, las cosas se habían calmado un tanto. Tannis se enteró de que el sheriff estaba fuera de la investigación y se fue a Independence, sede del condado, donde lo encontró en una cafetería. Tannis lo conocía desde hacía años. Era un hombre corpulento, sagaz y ecuánime, no del tipo que buscaba problemas, y Tannis sospechaba que se sentía muy aliviado de no verse mezclado en aquello. Pero, por principio, fingió resentimiento con poca convicción (el hombre desplazado de su propio territorio a causa de extraños) y permitió que le sonsacara los detalles de la autopsia. No obstante, no había grandes revelaciones; a Buhler le habían disparado a bocajarro con un rifle calibre 30-30 y había muerto más o menos de forma instantánea. El sheriff confirmó asimismo, aunque Tannis había visto ya la factura en el bolsillo del cadáver, que Buhler se había alojado en un motel en Lone Pine. En el camino de vuelta Tannis giró hacia el interior para echarle un vistazo. Sierra Peaks se llamaba, y estaba construido con troncos partidos por la mitad y tejado de placas de cedro. Los aparcamientos estaban señalados con postes para amarrar caballos. Sentado al otro lado de la carretera, Tannis pensó en Buhler con su sombrero de paja y su grueso traje azul; todo en él era incongruente, aunque en realidad se lo imaginaba perfectamente en aquel lugar. El motel tenía justamente la calidad rústica que podía atraer a un alemán, a un hombre que quizá no había disfrutado nunca de unas vacaciones y se había puesto aquel cómico sombrero para ambientarse. Pero aquello no olía a espionaje.
Al día siguiente se las compuso para descubrir algo más. En Trona hay un periódico semanal llamado Argus , que había recibido cierto número de llamadas con respecto a lo ocurrido el viernes por la noche. La gente hablaba de «extrañas luces en el desierto», y el FBI estaba preocupado por que se divulgara el tipo de historia equivocado. De modo que el agente especial encargado de la investigación le pidió a Tannis, quien conocía al editor, que mantuviera una charla con él. Desde luego, aquélla era una forma de involucrar a Tannis en el asunto, de tenerlo con ellos y, a modo de recompensa, le comunicaron un resumen informal sobre el curso de los acontecimientos hasta aquel momento. De esta forma se enteró de que el agregado legal del FBI en Bonn (conocido en su jerga como el Legat ) había comprobado que la identidad de Buhler aparentemente era auténtica y que había cruzado legalmente a Berlín Oeste unos seis meses antes. Había cruzado solo, no tenía dinero, no había hecho intento alguno de ocultarse y, en apariencia, no abrigaba intenciones clandestinas en absoluto.
Más adelante, el miércoles, Tannis consiguió otro exquisito bocado, aunque tardó varios días en comprender su importancia, en esa ocasión aprovechándose del tipo de anomalía burocrática que sólo alguien como él podía descubrir. Ciento cuarenta y cinco kilómetros al sudoeste de China Lake se encuentra Barstow, una pequeña población sin mayor importancia, salvo por el hecho de que en aquel punto se concentran varias importantes autopistas interestatales y otras menos importantes (incluyendo la vieja carretera 66). Como consecuencia, prácticamente todo fugitivo que huya del sur de California está obligado a pasar por ella y, por lo tanto, hace tiempo que el FBI estableció allí una unidad de tres hombres, una Agencia Permanente. Éstos son los órganos más pequeños dentro de su burocracia, pero da la casualidad de que la Agencia de Barstow es la oficina más cercana a China Lake y, por consiguiente, el agente más antiguo, un hombre llamado Iverson, había sido el primer federal en presentarse en escena el sábado anterior. En realidad había hecho bien poca cosa, ya que resultaba obvio que el caso acabaría siendo llevado desde Los Ángeles, pero lo había «federalizado» (según la Sección 533, Título 28, del Código de Estados Unidos). Por este motivo, la Agencia de Barstow se convirtió automáticamente en la Oficina de Origen, la OO, para la investigación, lo que significaba que, según los métodos habituales del FBI, recibía una copia de todos los informes relacionados con el caso. Tannis conocía a Iverson, se presentó en su oficina el miércoles y almorzaron juntos. Sin tener que insistir demasiado, descubrió que Barstow había recibido un profuso mensaje directamente desde Bonn, en apariencia un abundante historial de seguridad que los alemanes habían recopilado ya acerca de Buhler. Era del tamaño de un libro, pero Iverson le enseñó a Tannis una única página. «Esto es lo que los puso nerviosos. Tú sabes alemán, quizá puedas decirme por qué.» Tannis lo leyó. Era un informe médico corriente en el que se afirmaba que Buhler padecía una enfermedad del corazón llamada cardiomiopatía. Iverson asentía al tiempo que Tannis concluía la traducción. «Eso lo explica todo. Les entró el pánico. Llevaron el cadáver a Los Ángeles e hicieron otra autopsia.» Tannis buscó el término y descubrió que la cardiomiopatía es una grave enfermedad cardíaca, a menudo consecuencia del alcoholismo.
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