Tannis no se percató de aquella variedad de corrientes de inmediato. Él se sentía como en casa (¿a cuántas reuniones había asistido en aquella misma sala?), estaba en realidad algo perplejo por el embarazo de los otros y al principio se mantuvo tranquilo, mientras hallaba una salida a la tensión. Ésta se reveló típicamente mediante una discusión sobre el procedimiento. Tras hacer las debidas presentaciones e invitarlos a sentarse alrededor de la mesa (los hombres de la Marina y los del FBI tomaron posiciones opuestas, mientras que Tannis, el hombre de Estado de mayor edad, ocupó el lugar de honor a la cabecera), Matheson hizo algunos comentarios introductorios, que fueron sumamente precavidos. Dio las gracias a Tannis por haber acudido. Se señaló, para que constara, que lo había hecho voluntariamente. Todo el mundo esperaba sacar gran provecho de su vasta experiencia. Por supuesto, podía hablar libremente, puesto que todos estaban plenamente acreditados por la más alta instancia. Luego se refirió a un «acuerdo general» por el que estaban menos interesados en una repetición de los acontecimientos del viernes por la noche que en obtener una información general.
– En resumidas cuentas, Jack, en realidad lo que deseamos es utilizar tu cerebro. Queremos ampliar la perspectiva. Como le decía al agente Nickel, en estas cuestiones eres un archivo andante. Puedes hablarnos de lo de Harper, darnos una lección de historia, todo lo que consideres necesario.
Pero ese consenso se desmoronó rápidamente. Saltaba a la vista que no se había mantenido una discusión previa. Nickel se inclinó hacia delante; era un hombre que literalmente pretendía imponer sus puntos de vista. Existían ciertas cuestiones, dijo, que podría ser útil tratar, ciertos detalles que precisaban aclaración. Estaba seguro de que al capitán Tannis no le importaría. Sí, Nickel quería algo más que una información general. Había determinados puntos en la historia del capitán que no concordaban exactamente…
Pero Rawson, el negro, dio una calada a su Kool y torció el gesto.
– Olin, habíamos acordado que no íbamos a entretenernos con intrigas.
Discutieron tercamente y al contemplarlos Tannis empezó a captar por vez primera el alcance de su desacuerdo, no sólo entre ellos, sino que desentonaban también con aquel lugar, consigo mismo y con cualquier cosa que pudiera estar ocurriendo. Era especialmente cierto en el caso de Nickel. Aquella sala había devuelto a Tannis a los viejos tiempos, cuando los agentes del FBI compartían ciertas cualidades con el clero; tenían fe, o al menos responsabilidad, teman una racionalidad resuelta y creciente; mientras que Nickel era un burócrata puro. De un modo discreto, al menos de cara al público, Tannis había llegado a despreciar a tales hombres. El día anterior se había sonreído con aire de complicidad cuando el sheriff había dicho: «Nickel es el tipo de polizonte al que nunca se le quedarán los pies planos, pero apuesto a que es un caso desesperado de hemorroides.» Era la reacción de un hombre de acción frente a un hombre de despacho. Tannis se había pasado la vida en acción, pero en realidad los hombres como Nickel le interesaban, aunque sólo fuera porque demostraban cuánto había cambiado el campo de acción. Ahora eran los burócratas quienes dirigían las operaciones de inteligencia para conseguir objetivos burocráticos, de modo que era inevitable que hombres como Nickel las comprendiera mejor. Además, no había nada blando en Nickel, ni siquiera en lo físico. El traje se le arrugó alrededor de los hombros cuando se inclinó sobre las notas que estaban esparcidas por encima de la mesa; su rostro estaba grisáceo por la tensión. Sus expresiones, una rápida mirada hacia arriba, una leve sonrisa, marcaban los hechos, les conferían una forma invisible. Sabía adónde iba. Tenía dos objetivos primordiales. El primero resultaba obvio: el hombre que había llamado a Tannis; pero el segundo era más sutil, ¿qué significaba «Harper» exactamente? Pero abordó el tema desde un punto de vista inesperado e hizo que todo dependiera del comentario casual que Tannis había hecho sobre un delator en el caso Harper, una información crucial que había relacionado a Harper con los rusos. Nickel, que al final acabó venciendo a Rawson, preparó el terreno para llegar a ese punto.
– Según su declaración, capitán, ¿usted creyó que el hombre que lo llamó quería en realidad hablar de Harper?
– Sí.
– ¿Esa fue su primera impresión?
– En efecto.
– ¿Pero no es cierto que luego cambió de parecer?
– No. No fue así exactamente. Cuando reflexioné acerca de ello, me di cuenta de que quizá lo había dicho por otro motivo. Quizá me estaba diciendo: «Quiero hablar de Harper.» Pero podía estar utilizando ese nombre sólo para llamar mi atención. Si repasa mi declaración verá que él sólo sacó a relucir el nombre de Harper cuando le amenacé con no acudir a la cita.
– O sea que está de acuerdo en que tal vez mencionó el nombre de Harper sólo para llamar su atención. Y continuando a partir de este punto, esto no está en su declaración; creo que usted especuló con la posibilidad de que hubiera sido el individuo que le dio a usted la información sobre Harper en la época de aquel caso.
– Sí.
– ¿Lo confirma?
– Como hipótesis, por supuesto.
– Todos hemos leído el archivo, pero dejemos las cosas claras. Se trató de un individuo que le telefoneó el 5 de abril de 1960…
– Sí.
– ¿Y disfrazó entonces la voz?
– Sí.
– ¿Del mismo modo en que lo hizo el hombre que le llamó el viernes?
– No, el antiguo delator… se limitó a tapar el auricular del teléfono con un pañuelo, si mal no recuerdo. Nada del otro mundo. Mientras que el hombre que me llamó el viernes… en realidad disfrazó la voz con un acento mexicano.
– Aun así, volviendo al pasado, le dio a usted la información de que Harper iba a hacer una entrega…
– No exactamente. Dijo que Harper iba a conducir por una carretera concreta, a una hora en particular, cerca de Darwin Springs. Supuestamente lo hacía a menudo. Harper apareció allí, efectivamente, y más tarde un coche con cuatro rusos pasó por la misma carretera, pero no hubo ningún intercambio. Harper estuvo bajo vigilancia durante todo ese tiempo y no ocurrió nada.
– Y Harper explicó todo aquello -Nickel comprobó sus notas-, afirmó que se lo habían dicho, que alguien se lo había dicho…
– Fue su mujer. Él declaró haber recibido una carta anónima donde le contaban que su mujer tenía una aventura. Por lo visto ella tenía que encontrarse con alguien en aquel lugar. Ella solía salir a cabalgar con frecuencia. También lo hizo aquel día. Lo recuerdo…
– ¿Pero creyó usted esta versión? Harper no presentó nunca la carta.
– No. No creí este final. Lo inventó sin pensarlo en el momento de apuro y luego se aferró a él. No tengo la menor idea de qué demonios hacía allí.
– Bien, olvidemos esta cuestión por el momento. Usted tenía la información de que estaría allí, y así ocurrió. Lo que me preocupa ahora es ese delator. Quiero que recuerde. El delator ¿habló con usted entonces y sólo con usted?
– Sí.
– Así pues, teniendo en cuenta que disfrazó la voz, ¿podría haberse tratado del mismo hombre en ambos casos?
– Sí.
– ¿Y en ambos casos, probablemente era alguien que le conocía?
– Probablemente -contestó Tannis, sacudiendo la cabeza-, pero no necesariamente. Ni entonces ni ahora. Trabajamos mucho para descubrir quién podría ser aquel hombre y cómo sabía que Harper iba a estar allí, pero sólo llegamos a la conclusión de que debía ser un hombre de la zona.
– O sea que podría ser alguien que le conociera.
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