Jeff Abbott - Pánico

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El vértigo y la incontenible alegría que sintió al despertar aquella mañana eran para Evan Casher la mejor prueba de que estaba profundamente enamorado. Sí, sin duda aquél era el inicio de una nueva y feliz vida que compartiría junto a Carrie, la joven responsable de aquel cambio sustancial en él. Sin embargo, un solo instante puede cambiar toda una vida: una llamada de su madre, apremiándolo a reunirse con ella de inmediato, iba a provocar un vuelco radical en la hasta entonces tranquila existencia de Evan. Para su horror, descubrirá que su madre ha sido asesinada, y sin tiempo siquiera para asumirlo, a punto estará de ser asesinado él también. Sólo la súbita intervención de un misterioso personaje, aparentemente surgido de la nada, le permitirá salvar la vida, al menos por esta vez…
No obstante, esto es sólo el principio de un peligroso viaje sin retorno, durante el cual Evan descubrirá que su vida hasta entonces no ha sido más que una sucesión de engaños y artificios donde nadie era quien aparentaba ser: empezando por sus propios padres y por la adorable Carrie, a la que, como pronto averiguará, en realidad no conocia en absoluto. Perseguido por un implacable traficante de información convencido de que posee unos valiosos documentos, Evan deberá salvar su vida y descubrir la verdad, consciente de que, esta vez, no tendrá una segunda oportunidad.

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Pettigrew colocó el maletín. Jargo había dicho que tenía un plazo de dos minutos una vez colocase la combinación de la cerradura en la posición correcta de detonación. Tiempo suficiente para salir, ir a la esquina de la calle, dispararle a Carrie en la cabeza y escapar en medio de la confusión. Introdujo el último número de la cerradura. Jargo había mentido.

Capítulo 32

La explosión arrancó de cuajo la fachada de Libros Khan, creando un infierno naranja que lanzaba cristales y llamas hacia Kensington Church. Carrie gritó cuando el calor y la onda expansiva la alcanzaron. Un coche que pasaba por delante de la librería salió volando y se estrelló contra un restaurante situado al otro lado de la calle. La gente escapaba, varias personas sangraban y otros corrían a ciegas invadidos por el pánico. Había dos personas ensangrentadas en el suelo con la ropa hecha jirones.

En la calle llovieron escombros, trozos destrozados de ladrillo, cristales y una nube de carbón y de humo. Carrie se inclinó hacia atrás para refugiarse en la esquina del edificio, delante de una tienda de vestidos con sus maniquíes difusos tras el cristal roto.

Evan.

Carrie se puso de pie con dificultad, corrió hacia el infierno y se detuvo en medio de la calle. El calor le golpeaba la cara. Montones de páginas ardiendo caían al suelo formando una lluvia de fuego. Una de ellas aterrizó en su pelo; se la sacudió y se quemó la mano.

– ¡Evan! -gritó-. ¡Evan!

Pero la única respuesta que obtuvo fue el violento estruendo que producían los cientos de libros y la estructura del edificio consumiéndose en el fuego.

Desaparecido. Había desaparecido. Escuchó el aullido cada vez más cercano de las sirenas de la policía y de los servicios de emergencia. Bajó corriendo la calle hacia el coche de la CIA. La puerta estaba abierta y las llaves todavía dentro. Se metió en el automóvil y encendió el motor.

Estaba temblando, y dio unos cuantos golpes de volante a derecha e izquierda para evitar los atascos; al final paró cerca de Holland Park. Deseaba que sus dedos dejasen de temblar para llamar a Bedford. Cuando él contestó sólo fue capaz de identificarse.

– ¿Carrie? -dijo él.

– En la tienda de Khan. Hubo una explosión. ¡Mierda!

Había desaparecido. No podía haber desaparecido.

– Cálmate, Carrie. -La voz de Bedford sonaba como el acero-. Cálmate y dime exactamente lo que ha ocurrido.

Carrie odiaba la histeria de su voz, pero había perdido el control sobre sí misma. Sus padres muertos, su año de engaño continuo, preocupándose de si Jargo la descubría en cualquier momento; encontrar a Evan y perderlo de nuevo… Se inclinó sobre el volante.

– ¡Carrie, informa ahora mismo!

– Evan… entró en la tienda de libros de Khan. Pettigrew lo siguió un minuto más tarde, pero me hizo señas de que todo iba bien. Luego, unos treinta segundos más tarde, hubo una explosión. La tienda ha desaparecido por completo. Una bomba. -Tranquilizó su tono de voz-. Necesito que venga un equipo. Hay que encontrar a Evan. Quizás aún esté dentro, herido, pero todo está ardiendo.

Se calló. «Se ha ido. Se ha ido.»

– ¿Viste salir a Evan o a Pettigrew?

– No.

– ¿Hay otra entrada u otra salida?

– No lo sé… no en la calle, que yo viese.

– Vale -dijo Bedford-. Da por hecho que estás bajo vigilancia. Obviamente Khan era un objetivo de Los Deeps.

– Consigúeme un equipo. El MI5 o la CIA. Ahora. Lo necesito aquí ahora.

– Carrie, no puedo. No podemos dejar translucir nuestra implicación, no en una bomba en Londres.

– Evan…

– Puedo estar en Londres en unas pocas horas. Sólo necesito que te escondas. Es una orden directa.

– Evan está muerto, Pettigrew está muerto, y eso es malísimo, ¿no? Dejaste que se implicase y lo hiciste porque te facilitaba la búsqueda.

– Carrie. Contrólate. Ahora mismo quiero que te pongas a salvo y que te protejas. Retírate. Busca un lugar para esconderte, una biblioteca, una cafetería, un hotel. No estás autorizada para hablar con nadie más, ni siquiera con el superior de Pettigrew, hasta que yo llegue y hagamos un informe. Es una orden directa. Te volveré a llamar cuando vuelva a estar en territorio del Reino Unido.

– Entendido.

La palabra le supo a sangre en la boca.

– Lo siento. Sé que Evan te importaba.

No podía responderle. Se suponía que no tenía que perder a todo el mundo a quien amaba. No podía haberse ido.

– Adiós -dijo ella.

Y colgó. Se tranquilizó e intentó controlar el temblor que amenazaba con apoderarse de sus manos.

No iba a esconderse en un hotel. Todavía no.

Salió del BMW. Los coches y los peatones que escapaban de la zona de la explosión colapsaban la calle. Paró en una tienda de material de oficina cerca del colegio Reina Elizabeth y pidió que le prestasen la guía de teléfonos. En el listín encontró a Thomas Khan.

– ¿Dónde está esto, por favor? -preguntó al dependiente señalando la dirección.

– En Shepherd's Bush. No muy lejos, al oeste de Holland Park. -El dependiente la miró amablemente con preocupación. Las noticias sobre la explosión en la calle Kensington Church ya habían salido en la radio y en la tele; inmediatamente se había sospechado que era un ataque terrorista, y Carrie estaba llena de suciedad y temblando-. ¿Necesita ayuda, señorita?

– No, gracias.

Escribió la dirección de Khan. Podía entrar en su casa y averiguar si tenía alguna conexión con Jargo o con la CIA. Tenía que actuar. Evan se había ido. No podía quedarse de brazos cruzados.

– ¿Está segura de que está bien? -gritó el dependiente mientras Carrie salía corriendo por la puerta.

«No -pensó Carrie-, nunca volveré a estar bien.»

Se detuvo al tropezar con la acera; las sirenas sonaban sin parar. En cuanto la policía identificase Libros Khan como el lugar de la bomba, la policía y el MI5 se dirigirían de inmediato a casa de Khan. Si había la mínima conexión que apuntase a la CIA, si la encontraban allí y la interrogaban las autoridades británicas, sería un desastre de relaciones públicas para la agencia. No podía ir a casa de Khan, no tenía tiempo suficiente para buscar antes de que llegase la policía.

No tenía tiempo suficiente. No estaba con Evan. Pensó en él, en la primera vez que habló con él, cuando le compró el café: «pero compraste una entrada», había bromeado con ella refiriéndose a que había pagado para ver su película. Evan le había dicho que él se había enamorado primero, pero ella sabía que lo amaba semanas antes de que él se lo confesase.

Carrie se apoyó en el coche. Una capa de humo se elevaba desde la calle Kensington Church. No tenía adónde ir en Londres, ni nadie en quien pudiese confiar.

Evan. No debería haberlo dejado solo. Debería haberse quedado cerca de él. Le dolía la cara de tanto llorar. «Lo siento, siento lo que te he hecho, siento lo que se ha perdido; Evan, ¿qué hemos hecho?»

Carrie tomó una decisión. Huir, esconderse y esperar la llamada de Bedford. Limpió las huellas del coche de Pettigrew, como de costumbre, y se alejó de él.

No vio a los tres hombres que la seguían desde el otro lado de la calle, moviéndose a unos trescientos metros de ella y cada vez más cerca.

Capítulo 33

Evan agarró a Thomas Khan por la manga de la chaqueta justo en el momento en que la librería explotaba por los aires. El viento invadió la entrada del camino de ladrillos con fuerza y calor. La explosión lanzó a Evan contra Khan y tiró a ambos al suelo.

– ¡Suéltame!

Khan se sacudía intentando liberarse. Evan lo agarró más fuerte y lo arrastró hasta una calle situada tras la librería. Tosiendo, se unieron a trompicones a una loca carrera protagonizada por compradores, dependientes, turistas y vecinos. Khan se retorcía para liberarse de Evan, pero éste lo tenía agarrado por los dos brazos y por el cuello, y lo empujaba calle abajo. Pasaron un bloque y luego otros dos, y llegaron tras el BMW de Pettigrew.

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