Jeff Abbott - Pánico

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El vértigo y la incontenible alegría que sintió al despertar aquella mañana eran para Evan Casher la mejor prueba de que estaba profundamente enamorado. Sí, sin duda aquél era el inicio de una nueva y feliz vida que compartiría junto a Carrie, la joven responsable de aquel cambio sustancial en él. Sin embargo, un solo instante puede cambiar toda una vida: una llamada de su madre, apremiándolo a reunirse con ella de inmediato, iba a provocar un vuelco radical en la hasta entonces tranquila existencia de Evan. Para su horror, descubrirá que su madre ha sido asesinada, y sin tiempo siquiera para asumirlo, a punto estará de ser asesinado él también. Sólo la súbita intervención de un misterioso personaje, aparentemente surgido de la nada, le permitirá salvar la vida, al menos por esta vez…
No obstante, esto es sólo el principio de un peligroso viaje sin retorno, durante el cual Evan descubrirá que su vida hasta entonces no ha sido más que una sucesión de engaños y artificios donde nadie era quien aparentaba ser: empezando por sus propios padres y por la adorable Carrie, a la que, como pronto averiguará, en realidad no conocia en absoluto. Perseguido por un implacable traficante de información convencido de que posee unos valiosos documentos, Evan deberá salvar su vida y descubrir la verdad, consciente de que, esta vez, no tendrá una segunda oportunidad.

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– Quince.

– Consigúeme las direcciones de cada una de ellas -lo llamaban por la otra línea-. Espera un momento -respondió a la otra llamada-. ¿Diga?

– Creo que vuelan hacia el Reino Unido -dijo la voz.

Jargo cerró los ojos. Podía oír el zumbido de la Game Boy de Dezz al final del pasillo, y la voz tranquila de Mitchell. Habían tenido un día largo y no habían avanzado mucho en la elaboración de un plan para recuperar a Evan. Pero ahora todo acababa de cambiar.

– ¿Desde dónde?

– Sospecho que desde una clínica de la agencia en el sureste de Virginia. Se llama Clínica North Hill. Hay una pista de aterrizaje privada cerca y la solicitud viene de esa pista.

– ¿Volaron allí desde Nueva Orleans?

– No lo sé. Sólo he visto la solicitud de un avión para volar desde el espacio aéreo de Washington hasta el Reino Unido. Ni siquiera estoy seguro de que sean ellos. Pidieron que un médico fuese al avión antes de que despegara, y también otro a su llegada a Londres. Si tu antigua agente está herida… podría ser ella. Por supuesto, también podría ser un agente viejo que necesite asistencia médica.

– Has dicho «fuese al avión». ¿Dónde más ha estado?

– No lo sé.

– ¿No encuentras otra solicitud para una viaje hoy?

– No. Debe de ser un vuelo doméstico. La información sobre vuelos domésticos está bastante protegida, y yo no estoy autorizado para acceder a ella.

– ¿Cuál es la identidad para el vuelo al Reino Unido?

– También está clasificada, pero es una operación conjunta con la inteligencia británica. Es todo lo que sé. -La voz empezó a ponerse nerviosa-. Sería mejor que controlases esto, Jargo…

– Está bajo control. Espera. -Volvió a ponerse al teléfono con Galadriel-. Quiero saber si hoy se ha realizado alguna llamada a teléfonos móviles en el sudoeste de Virginia desde teléfonos ubicados en aviones en nuestro territorio de Ohio. Cruza todos los datos con cualquier número de teléfono federal o de la CIA en esa zona.

– No estoy segura de poder rastrear llamadas de aviación -dijo Galadriel-. No sé si se gestionan de manera diferente.

– Tú hazlo. Busca también llamadas por satélite.

Oyó el martilleo en las teclas. Esperó durante unos cuantos minutos, escuchando cómo los dedos bailaban por el teclado mientras entraba en las bases de datos. Galadriel tarareaba de forma poco melodiosa mientras trabajaba.

– Sí. Sólo una, si estoy interpretando los datos correctamente. Fue a través de un transmisor cerca de Goinsville, Ohio, a un número asignado con la Clínica North Hill, situada al este de Roanote. Fue a las dos y cuarenta y siete de esta tarde.

Habían estado en Goinsville.

Jargo cerró los ojos y pensó en sus cada vez más escasas opciones. «Debes construir cada trampa para que, si la presa escapa, no crea que tú la pusiste.» Era la lección más dura que jamás había aprendido, pero esa filosofía había mantenido a Los Deeps con vida en la sombra, y los había hecho ricos. Se había exprimido el cerebro durante toda la noche y aquel día, intentando buscar una manera de atrapar a Evan y sacarlo a la luz; de devolverlo a su mundo para que fuese más fácil matarlo, mientras le hacía creer a Mitchell que lo estaban rescatando.

Pero quizá lo que estaba sucediendo no fuera un desastre. Quizás era su mejor oportunidad de sacarse de encima todos los dolores de cabeza, todas las amenazas.

Goinsville. Tal vez no hubiesen encontrado nada. ¿Qué podían encontrar? Nada: su vida allí formaba parte de un pasado que nadie recordaba. Pero el hecho es que habían encontrado algo. Londres era la siguiente parada, y no podía descartar la posibilidad de que Evan supiese mucho más de lo que su padre creía que sabía.

Algunas situaciones requerían un corte lento; otras exigían un corte definitivo en el cuello.

Había llegado el momento de ser cruel.

Volvió al otro teléfono.

– Todavía necesito tu ayuda.

– ¿Qué quieres? -preguntó la voz.

– Querer. Vaya concepto, querer. -Jargo sabía el dolor que le causaría a Mitchell. No era ciego ante el sufrimiento; el dolor era irrelevante. Jargo también sufriría su propio revés, pero no tenía elección-. Quiero una bomba.

JUEVES 17 de marzo

Capítulo 31

El oficial superior de la CIA en Londres los recogió en una pista de aterrizaje privada en Hampshire. Se llamaba Pettigrew; no dijo su nombre de pila. Parecía impaciente. Pettigrew estuvo callado mientras los llevaba a toda prisa a un coche que él mismo condujo hasta una casa de seguridad en el barrio londinense de St. Johns Wood. Se tomó su tiempo, dio varios rodeos y Evan, que sólo conocía Londres lo suficiente como para llegar al Soho y a la Escuela de Cine, se perdió por el camino.

Pettigrew no les dijo ni una palabra durante el viaje.

Era poco más de mediodía en Londres y, para sorpresa de Evan, habían dejado la lluvia atrás en Ohio. El cielo estaba despejado y las pocas nubes que había parecían de algodón fino. Pettigrew cerró un portón de hierro forjado tras ellos mientras subían las escaleras delanteras de la casa.

Los acompañó hasta unas habitaciones ordenadas, sin decoración y con baños privados; ambos tomaron una ducha. Un médico esperaba a Carrie para cambiarle la venda y examinar su herida. Cuando acabaron, siguieron a Pettigrew hasta un pequeño comedor donde una mujer mayor les preparó un té fuerte y café, y les sirvió una comida compuesta por carne fría, ensalada, queso, pepinillos en vinagre y pan. Evan se bebió el café, agradecido.

Pettigrew se sentó y esperó a que la mujer volviese rápidamente a la cocina.

– Todo esto es extrañísimo: que me ordenen desenterrar expedientes de Scotland Yard llenos de telarañas; recibir órdenes de un hombre con un nombre en código.

– Le pido disculpas -dijo Carrie.

– Me han dado carta blanca -comentó. Estaba casi de mal humor-. Y yo vivo para servir. No nos avisaron con demasiado tiempo -su tono mostraba la acritud de quien ha sufrido mucho-; aun así, aquí tienen lo que he encontrado.

Les dio el primer archivo, sujetando los dos restantes contra su pecho.

– Alexander Bast fue asesinado de dos tiros, uno en la cabeza y otro en el cuello. Lo que es interesante es que las balas eran de dos pistolas diferentes.

– ¿Por qué motivo necesitaría el asesino dos pistolas? -preguntó Carrie.

– No. Eran dos asesinos -aclaró Evan.

Pettigrew asintió.

– Un crimen por venganza. Yo diría que este asesinato tiene un componente emocional: cada asesino esperó para dejar su sello. -Les pasó una foto del cuerpo tirado en el suelo-. Lo mataron en su casa hace veinticuatro años, en mitad de la noche, sin signos de lucha. Limpiaron las huellas en toda la casa. -Pettigrew hizo una pausa-. Antes de morir llevaba veintitrés años trabajando para nosotros.

– ¿Puede darnos más detalles de su trabajo aquí? -preguntó Carrie.

Ella y Evan estaban de acuerdo en que, puesto que trabajaba para la CIA, ella conduciría el interrogatorio. Bedford le había proporcionado a Evan una identidad como analista de la CIA, pero se mantuvo callado.

– Bueno, entre sus muchas actividades creativas complementarias, a Bast le interesaban el arte y acostarse con mujeres famosas que frecuentaban sus clubes nocturnos. Una redada antidroga en uno de ellos hizo que perdiese su caché, y desperdició miles de dólares intentando mantenerlos a flote. Lo vigilamos muy de cerca, ya que no queremos agentes metidos en asuntos de narcóticos ilegales, pero el tráfico de drogas se debía a unos cuantos de sus clientes habituales que abusaban de su hospitalidad. Después de cerrar los clubes dedicó todas sus energías a la editorial, que tenía desde hacía tiempo pero que había sido uno de sus negocios más desatendidos. Publicaba literatura traducida, especialmente en español, ruso y turco. Importaba libros permitidos a la Unión Soviética, y traducía literatura rusa clandestina al inglés, al alemán y al francés. Así que era un contacto valioso, dado que podía ponerse en contacto con la comunidad disidente en la Unión Soviética y viajar con cierta libertad entre los dos países. Al principio sus responsables pensaban que podía ser un agente de la KGB, pero salió limpio de todas las investigaciones. Lo vigilamos de cerca durante la época de sus problemas financieros: ése es el momento en el que pueden comprar a un agente. Pero siempre salía limpio. Era muy popular entre la comunidad de residentes rusos en Londres.

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