Warren Fahy - Henders

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Un equipo de científicos llega a una desconocida isla.
La isla de Henders se separó del resto del mundo hace cientos de millones de años, y desarrolló su propio ecosistema, de una agresividad nunca vista. Si una de estas criaturas consiguiera salir de la isla…seguramente destruiría todo el planeta. Henders es un intenso bio-thriller de ciencia ficción en el que hay cabida para la aventura, el peligro, la ciencia, la tecnología, el debate, la política, los intereses económicos, la amistad y el amor. Una novela para poner a prueba nuestra idea del mundo. ¿Qué haríamos si descubriéramos una especie, o varias, que puede ser utilizada como arma de destrucción masiva? ¿O si existiera la posibilidad de que nos barriera del planeta por superioridad de adaptación?

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El corazón de Nell le golpeaba en las costillas. El hecho de estar en presencia de criaturas terrestres que podrían haber precedido a los seres humanos en millones de años hacía que ella también se sintiera extrañamente alienígena. Era una sensación extraordinaria.

– Una especie inteligente -susurró.

– Parece como si cada uno de ellos estuviera hablando en una lengua diferente -susurró Geoffrey a su vez.

Nell asintió.

– Quizá por eso Hender es tan bueno con los idiomas.

– Estas criaturas son un poco más inteligentes de lo que usted pensaba, ¿verdad, Thatcher? -dijo Andy.

El zoólogo no mostró expresión alguna.

– Oh, sí.

– ¿Por qué hablarán lenguas diferentes?

– Tal vez son muy, muy viejos -sugirió Nell.

– Tendrás que explicarme eso -dijo Geoffrey.

– Bueno, quizá cada uno de ellos es el último ejemplar de un grupo étnico o cultural independiente. La coloración del pelo es notablemente distinta.

– Tal vez -convino Geoffrey-. Pero en ese caso tendrían que ser increíblemente viejos, Nell, para mostrar semejante variación genética y cultural.

– Como ya he dicho, creo que estos seres son increíblemente viejos -insistió Andy.

Geoffrey consideró su propio principio relativo a la expectativa de vida mientras observaba las siluetas de las criaturas perfiladas contra la ventanilla, iluminada por la luz de la luna de ese avión caído en la isla hacía más de sesenta años.

– Es posible que realmente no tengan una duración máxima de vida.

– ¿Cómo? -preguntó Nell-. Tendrás que explicarme eso.

– Lo haré -asintió Geoffrey.

– Los hendros tienen túneles que probablemente sean estructuras de raíces fosilizadas que conectan estos árboles gigantes alrededor del borde de la isla -dijo Andy.

– ¿Cuántos árboles hay? -preguntó Geoffrey.

– Seis o siete, creo, y estas criaturas viven todas solas en árboles separados. Ese tío multicolor es pintor. El que tiene el pelo de rayas negras y azules aparentemente inventa armas y trampas y algunas otras cosas. El anaranjado es músico y creo que el verde y azul es médico.

Nell se percató de que las combinaciones de colores se volvían más intensas a medida que Andy los señalaba.

– ¿Cómo sabes lo que hace cada uno de ellos, Andy?

– Asistí a una cena organizada en el árbol del médico. Después de comer intercambiaron algunos objetos. Hender les cambió algunas cosas que había recogido en la playa.

– ¡Eso es genial! -dijo Zero.

– Creo que los hendros han tomado una decisión -observó Thatcher.

La discusión parecía haber acabado y ahora las criaturas regresaban a donde estaban los humanos. Hender se adelantó a los demás y extendió dos brazos.

Hender comer humanos ahora -dijo.

Thatcher palideció.

Hender alzó un dedo.

– Broma -añadió.

– Yo le enseñé esa palabra -dijo Andy echándose a reír-. ¡No se asuste, Thatcher!

– Broma, Thatcher -asintió Hender.

– Este tío sin duda tiene futuro en «The Tonight Show» -dijo Geoffrey.

Los otros hendros observaron cómo se reían los humanos y se miraron entre ellos asombrados.

20.42 horas

A pesar de su apariencia alienígena, los parientes de Hender poseían una belleza extraña, con miembros elegantes que expresaban diferentes estilos al moverse. Con capacidad para moverse con dos, cuatro o seis miembros, ya fuese colgando del techo o caminando por el suelo, cada uno de esos seres se movía de maneras desconcertantemente diferentes de los demás. Era como si cinco antílopes hubieran descubierto cinco formas completamente diferentes de andar utilizando las cuatro patas. Su pelaje también variaba de forma notable, no tanto a la manera de diferentes razas de gatos, sino como personas que usaran ropa distinta. Al observarlos, sólo se podía llegar a la conclusión de que cada uno poseía un estilo original y, en ese sentido, eran esencialmente humanos. Sólo los seres humanos que caminaban, gateaban, nadaban o se lanzaban en paracaídas en caída libre mostraban una elección individual tan notable.

– Ver otros. -La voz aflautada de Hender tenía un tono melodioso-. Gracias, gracias, gracias. Salida de emergencia. ¡Peli-gro-so!

– Sí, Hender. ¡Peligroso! -Geoffrey asintió. Se señaló a sí mismo y luego hacia la puerta-. Cuando lleguen los demás, puerta de emergencia. ¿De acuerdo?

Hender sonrió, revelando los tres grandes dientes que se plegaban alrededor de las mandíbulas superior e inferior, y asintió con decisión.

– ¡Sí, peligroso! ¡Salida de emergencia! ¡Gracias, de acuerdo, Geoffrey!

Hender tradujo las palabras para sus cuatro compañeros, cuyos ojos se pasearon entre él y los humanos.

– Hablas muy bien la lengua de Hender -le dijo Nell a Geoffrey en voz baja.

Hender sólo emplea verbos imperativos y nombres simples, probablemente gracias a la asociación de las palabras con dibujos en direcciones y etiquetas de advertencia. Están diseñadas de modo que nadie necesite saber leer para entenderlas, pero a menudo presentan una variedad de traducciones verbales.

– ¡Quién lo hubiera dicho! -musitó Zero-. Yo, que siempre he detestado esas cosas.

Nell sonrió, encantada.

– ¿Quién hubiera dicho que las etiquetas de advertencia serían la piedra Rosetta?

Thatcher había permanecido con la mirada perdida, pero rompió súbitamente su silencio.

– Aún no veo cómo pudieron evolucionar aquí.

– Es muy fácil -dijo Andy-. Desaparecieron.

Nell miró a Andy desconcertada.

– Creo que su pelo puede notar la luz y reflejarla de alguna manera en el lado opuesto de sus cuerpos. Eh, Hender, ¡desaparece! No os preocupéis, le encanta hacerlo. ¡Sabe que a mí me vuelve loco!

Hender asintió y le sonrió a Andy mientras su espeso pelaje se ablandaba.

Aunque lo estaban mirando, Hender… desapareció. El fondo parecía emanar a través de él, dejando visibles sólo la sonrisa y dos ojos.

– ¡Dios mío! -musitó Thatcher.

– ¡Es el maldito gato de Cheshire, colega!

Todos los hendros lo imitaron, fundiéndose con el fondo excepto por sus ojos coloridos y la boca sonriente.

– ¡ Joder! -dijo Zero mientras reía y grababa la escena.

– Así debió de ser como sus ancestros consiguieron aflojar el paso el tiempo suficiente para pensar en este medioambiente -dijo Nell con expresión pensativa.

– Y fabricar herramientas -añadió Geoffrey.

– Ellos pueden salirse de esta demencial cadena alimentaria.

La mirada de Geoffrey se iluminó cuando una idea se encendió en su mente.

– ¡Eso es! La muerte por depredación es algo tan común aquí que ninguna de estas especies necesitaba un reloj biológico para implementar una duración máxima de la vida. Cuando estos individuos desarrollaron la invisibilidad… -Geoffrey miró a Nell con evidente excitación-. Es posible que se convirtieran en criaturas virtualmente inmortales, lo que les permitió preservar la integridad de su charca genética reduciendo la procreación a su mínima expresión. Las criaturas inteligentes no podían reproducirse con mucha frecuencia en una isla tan pequeña -murmuró Geoffrey-. En un grupo tan reducido como éste, el riesgo de poner en peligro la charca genética hubiera sido demasiado grande. De modo que, cuanto más tiempo dura cada generación, menos posibilidad existe de que se produzca la corrupción genética. ¡Es un escenario que jamás imaginé!

– ¿O sea, que la especie de Hender podría ser inmortal? -susurró Nell-. Dios mío…

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