Warren Fahy - Henders

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Un equipo de científicos llega a una desconocida isla.
La isla de Henders se separó del resto del mundo hace cientos de millones de años, y desarrolló su propio ecosistema, de una agresividad nunca vista. Si una de estas criaturas consiguiera salir de la isla…seguramente destruiría todo el planeta. Henders es un intenso bio-thriller de ciencia ficción en el que hay cabida para la aventura, el peligro, la ciencia, la tecnología, el debate, la política, los intereses económicos, la amistad y el amor. Una novela para poner a prueba nuestra idea del mundo. ¿Qué haríamos si descubriéramos una especie, o varias, que puede ser utilizada como arma de destrucción masiva? ¿O si existiera la posibilidad de que nos barriera del planeta por superioridad de adaptación?

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Thatcher miró a los demás por encima del hombro mientras se deslizaba por la puerta del frente.

Comprobó la hora en su reloj Timex Indiglo, pulsando un botón para iluminar la esfera, y miró colina abajo. Oyó el motor del Humvee y vio las luces de los faros delanteros que se acercaban por detrás del ala podrida del B-29, un poco más abajo de la ladera. Suspiró al tiempo que una oleada de alivio le recorría el cuerpo y echó a correr en dirección a las luces.

21.00 horas

En la sala de control a bordo del Trident el vídeo comenzó a nublarse y la imagen se volvió cada vez más borrosa.

– Zero, os estamos perdiendo -dijo Peach.

Antes de que se cortara la transmisión alcanzaron a oír la voz del cámara:

– ¡Buscadnos!

21.01 horas

Un momento después vieron que las luces de la cubierta del Trident parpadeaban un par de veces.

– Nos han visto -señaló Geoffrey.

– Vamos, Andy -dijo Nell-. Metamos sus cosas en esas cajas para especímenes.

– Sí, vamos allá -dijo Andy.

Ambos corrieron hacia el otro extremo del fuselaje para empezar a embalar las posesiones de los hendros en las cajas de aluminio. Los otros hendros subieron por el agujero de la escalera de caracol que llevaba al ascensor construido por Hender. Pero Hender se detuvo junto a Nell y la observó mientras guardaba sus cosas dentro de una de las cajas.

– Vete ahora, Hender. Salida -dijo Geoffrey detrás de él-. Nell vendrá con nosotros.

Hender volvió la cabeza y miró a Geoffrey.

– Nell vendrá con nosotros -repitió mientras asentía.

Luego se volvió hacia ella y la miró con ambos ojos. De pronto, la abrazó envolviéndola con sus cuatro brazos.

Nell se asustó cuando las cuatro manos le apretaron la espalda, pero su contacto era sorprendentemente delicado, y cuando tocó con sus dedos la suave piel del vientre de Hender los colores se expandieron como si fuesen pétalos. Flores de luz rosas y anaranjadas se abrieron sobre todo su cuerpo plateado, junto con rayas y puntos verdes, y Nell se echó a reír. Las lágrimas rodaban por sus mejillas al descubrir que, después de todo, había encontrado su flor.

– Gracias, Nell -dijo Hender, y ella sintió que la voz reverberaba en su interior como un oboe.

Pasó los dedos suavemente sobre el pelo grueso y brillante.

Hender irse ahora -dijo ella-. ¿De acuerdo?

Hender se separó de Nell y asintió.

– De acuerdo. Hender irse ahora.

21.01 horas

Mientras Thatcher corría colina abajo, iba sorteando unos extraños brotes transparentes parecidos a helechos que surgían sobre los campos de tréboles en la oscuridad.

A unos treinta metros de él, las luces de los faros se apagaron. Thatcher pudo oír que el motor dejaba de funcionar cuando llegó al Hummer.

21.02 horas

El spiger alfa impulsó su cuerpo de dos toneladas con las patas traseras y la cola como si de una catapulta se tratara, ascendiendo por la colina con saltos de diez metros de largo mientras seguía las huellas del Humvee por la ladera bañada por la luz de la luna.

Detrás de la bestia roja, dos spigers más pequeños, del tamaño de osos polares, los dos miembros de su manada, también subían la colina.

La baba lubricaba sus mandíbulas verticales y sus ojos se movían de prisa sobre los delgados pedúnculos, escudriñando en detalles vividos y vibrantes la colina que los rodeaba. El ejército de parásitos, desde hormigas-disco carroñeras hasta gusanos centípedos, recorría el pelo de la bestia gigante como si fuesen monstruos marinos luchando contra los bichos atacantes y protegiendo sus heridas para que pudieran sanar.

El spiger alfa tenía una gran cicatriz en un costado de la cara donde un rival del tamaño de un lobo había conseguido hacerle un corte antes de que la bestia partiera en dos a su joven enemigo. Los otros miembros de la manada se habían encargado de comer la otra mitad.

El spiger alia descubrió el Humvee cuando el vehículo detenía su marcha en la ladera encima de él, y redobló la velocidad.

21.04 horas

Nell y Andy llenaron las cajas de aluminio hasta los topes con los morrales de los hendros y comenzaron a guardar la mayor cantidad posible de fósiles en los espacios que quedaban, deslizando algunos incluso dentro de sus bolsillos, reacios a dejar nada detrás.

– Nell -dijo Andy-. Gracias.

– ¿Por qué?

– Por volver a buscarme.

– ¡Oh! Está todo bien, cielo -dijo ella, echándose a reír y envolviéndolo en uno de sus característicos abrazos.

– Pensé que estaba muerto -añadió él al borde de las lágrimas-. No podía creer que me hubieran salvado. Hender y los demás me acogieron, Nell, realmente lo hicieron. Teniendo en cuenta lo que piensan hacer con esta isla… -Hizo una pausa con los ojos cerrados. Finalmente suspiró y los abrió para encontrarse con los de ella-. Gracias de todos modos -dijo.

– Gracias a ti por haberlos encontrado a ellos, Andy. -Nell se apartó y le apretó el hombro-. Tu nombre entrará en la historia de la ciencia como la persona que salvó a los hendrópodos de la extinción. Venga, no tenemos mucho tiempo, salgamos de aquí.

Cada uno de ellos llevó dos cajas llenas por la escalera de caracol, dejando la quinta caja para un segundo viaje.

21.04 horas

La catarata de la Vía Láctea se filtraba a través de la pantalla de hojas de la copa del árbol. Una pesada rama se proyectaba sobre el acantilado, desde la que surgía una fila de ramas más pequeña, como si fuese una de esas estructuras en las que juegan los niños en los parques.

Ambos observaron cómo los hendros comenzaban a balancearse en la enorme rama y, con ayuda de sus cuatro patas, se estiraban y se asían a las ramas laterales más pequeñas. Se balancearon a través de ellas, girando con un miembro tras otro.

Cuando los hendrópodos llegaron a una polea que colgaba del extremo inferior de la rama, saltaron por el grueso cable de fibra vegetal hasta caer dentro de la gran cesta.

– Hum. No lo sé -dijo Andy, evaluando su ruta de escape-. Eh, ¿dónde se ha metido Thatcher?

Los demás miraron hacia atrás.

– Yo no pienso quedarme a esperarlo -anunció Zero. Saltó para aferrarse a la primera de las ramas y luego fue pasando de rama en rama sobre el abismo de doscientos metros.

Geoffrey lo siguió. Ambos hicieron que la tarea no pareciera demasiado difícil.

– Parece sencillo, chicos -dijo Nell mientras ambos se deslizaban por el cable hasta la cesta.

– ¿Cómo vamos a hacer para llevar todo esto hasta ahí? -dijo Andy, señalando las cajas de aluminio.

– No lo sé -dijo Nell-. Hend…

Cuando Nell comenzaba a llamarlos, los hendrópodos volvieron a ascender por el cable vegetal y se repartieron rápidamente por las ramas laterales formando una cadena que llegaba a la rama principal. A medida que Nell les alcanzaba las cajas de aluminio, ellos las iban pasando de unos a otros hasta que llegaron a manos de Zero y Geoffrey en la gran cesta del ascensor.

– Es tu turno, Andy -dijo Nell.

– No puedo hacerlo.

– ¡Venga, Andy! -gritó Zero-. ¡No mires hacia abajo!

– No sabía que tuvieses miedo a las alturas -apuntó Nell.

– ¿Quién no tiene miedo a las alturas?

– ¡No está tan lejos, vamos! -lo apremió ella.

Andy saltó lanzando un grito de terror y se aferró a la primera rama.

– ¡Una mano después de la otra! -gritó Zero.

Andy miró hacia la pared del acantilado y comenzó a agitar las piernas violentamente.

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