– En la selva hay versiones de mono de Hender que también desaparecen -explicó Andy-. Quentin y yo los llamábamos camaronees. A Hender no le gustan demasiado porque les roban cosas de sus trampas.
– Por si les interesa mi opinión, parece una especie más segura para rescatar -dijo Thatcher.
– ¡Eh, imbécil, hoy Hender nos salvó la vida a todos! -replicó Andy-. A los camaronees le hubiera servido de almuerzo.
– Docenas de personas han muerto en esta isla en pocas semanas, doctor Redmond -dijo Nell-. Por ahora estamos seguros aquí, pero fuera de este árbol no duraríamos más que unos minutos.
– ¡Por cierto! -Andy se levantó y se ajustó las gafas sobre la nariz, enarcando las cejas hacia el rubicundo zoólogo-. Sólo por curiosidad, Thatcher, ¿dónde cono está nuestro conductor?
– Ya tendría que haber regresado -respondió Thatcher acaloradamente.
– ¿Qué ha hecho con él, Thatcher?
– ¿Qué es lo que está sugiriendo? -farfulló el hombre.
– Estoy empezando a preguntarme cosas acerca de usted. Quiero decir… ¿hasta dónde sería capaz de llegar para proteger la biosfera de la vida inteligente? Después de todo, los seres humanos somos el mayor peligro para este planeta, ¿no es así?
– No me gusta nada lo que está sugiriendo -replicó Thatcher.
– ¡Escuche, si el sargento Cane no regresa pronto, no tendremos ninguna posibilidad de cruzar la isla! -dijo Zero.
– Y aunque permanezcamos aquí dentro, desapareceremos con un big bang -dijo Geoffrey, estudiando a Thatcher detenidamente.
– ¿Está completamente seguro de que ese chico entendió bien el mensaje que debía transmitir? -preguntó Zero.
– ¿O deberíamos empezar a preocuparnos? -añadió Nell.
– ¿De qué me están acusando exactamente…?
Otro temblor de tierra hizo que el fuselaje se agitara alrededor de ellos.
Los hendrópodos volvieron a aparecer y se acercaron a los humanos.
– Con esta actividad sísmica, los militares ya podrían haber comenzado a evacuar la isla -dijo Geoffrey.
– ¡Tal vez el ejército no quiere que los hendros abandonen la isla y han decidido largarse sin nosotros!
– Podría haber sufrido un accidente -concedió Thatcher, comprendiendo de pronto que podía ser verdad y rezando para que no fuera así.
– Tal vez sufrió una emboscada por parte de Dios sabe qué ahí fuera -dijo Geoffrey.
– Muy bien -dijo Nell-. Ésas son demasiadas suposiciones, chicos. Zero, ¿puedes hacer un zoom con la cámara en dirección a la base para ver qué es lo que está ocurriendo allí?
20.47 horas
Zero colocó la cámara sobre un trípode en el exterior de la puerta de Hender. En modalidad de visión nocturna vio un paisaje verdoso con el anillo quebrado de la selva alrededor del fondo de la isla iluminado como una galaxia. Hizo un zoom en dirección al Trígono, situado a un kilómetro y medio, y vio helicópteros y Humvee que regresaban a la base a toda velocidad.
– ¡Joder, parece que lo están recogiendo todo para largarse de aquí!
Zero dirigió entonces la cámara hacia el oeste. Vio que la grieta en la pared más alejada de la isla se había agrandado. El agua del mar había convertido el estanque que le había salvado la vida en un auténtico lago.
– Esa grieta se está abriendo. El océano está entrando a través de ella.
– ¡Mierda!
Nell se hizo a un lado para que Geoffrey pudiera echar un vistazo.
– Cuando el agua golpea contra antiguas fallas secas… ¡Bang! Un seísmo instantáneo. -Geoffrey miró a través del visor-. Cada temblor de tierra provocará que entre más agua en el sustrato de la isla.
– Genial -murmuró Zero.
– ¿Confiamos en Thatcher? -preguntó Geoffrey de pronto.
Nell frunció el ceño.
– La respuesta está en la pregunta.
– No creo que tenga el coraje de matarse junto con nosotros -dijo Geoffrey.
– Tal vez tengas razón. Es posible que le haya dicho a Cane lo que debía transmitir a la base. Pero también es posible que Cane no lo haya hecho. Y estoy empezando a preguntarme si, aun cuando lo haya hecho, podemos contar con que vengan a rescatarnos. Sé que es terrible pensar algo así, pero debemos ser realistas. Thatcher podría no ser el único a quien no le gusta nada la idea de que vida inteligente abandone la isla. Es posible que no haya sido bien recibida por los jefazos. O, quizá, simplemente Cane nos haya abandonado.
– Estaba pensando exactamente lo mismo. Ese tío estaba trastornado -dijo Zero.
– Y no tenemos ningún medio de transporte ni de comunicación -añadió Geoffrey.
Un enorme enjambre de bichos fosforescentes voló sobre los campos púrpuras bañados por la luz de la luna.
– Es hora de entrar, chicos -advirtió Zero.
20.50 horas
Nell, Geoffrey y Zero entraron en el B-29 y cerraron la puerta tras de sí.
Un Thatcher tenso estaba sentado sobre un cajón, rodeado de curiosos hendros que le tocaban la barba roja y miraban dentro de los múltiples bolsillos de su chaleco. Uno de ellos descubrió un cacahuete rezagado que Thatcher había pasado por alto y lo examinó atentamente con uno de sus ojos. Luego cogió el cacahuete con los labios y lo mordió mientras exhibía lo que parecía ser una sonrisa de placer con su amplia boca. Con dos dedos arqueados le ofreció a Thatcher una especie de embrión seco en miniatura.
Andy había estado montando guardia a través de la ventanilla de la cabina en el extremo del fuselaje.
– ¡Eh, chicos! -gritó-. ¡Se marchan sin nosotros!
Humanos y hendros corrieron hacia la cabina y miraron a través de la ventanilla del B-29 cubierta con un plástico.
Thatcher, en cambio, permaneció donde estaba, sentado cerca de la puerta, controlando la hora.
20.51 horas
Dos buques de guerra de la marina dejaban una estela verde de filoplancton luminiscente agitado por sus hélices al alejarse de la isla. Abajo, rodeando el acantilado con rumbo norte, apareció un barco más pequeño.
– ¡El Tridentl -gritó Nell.
Geoffrey enarcó una ceja.
– ¿Eh?
– Es el barco del programa «SeaLife» -le explicó Zero.
– Oh -dijo Geoffrey.
– ¡Nunca pensé que me alegraría tanto de verlo! -exclamó Nell.
– ¡Esperad un momento! -Zero sacó de uno de los bolsillos del pantalón un pequeño videotransmisor de corto alcance y desplegó la antena. Luego colocó un conector a la cámara y otro a un altavoz y le pasó el transmisor a Geoffrey.
– Dirige la antena hacia el Trident -dijo-. ¡Tal vez todavía tengamos una oportunidad! Este chisme sólo tiene un alcance de setecientos metros, pero quizá consigamos un rebote en el agua. ¡Venga, Peach!
20:52 horas
Peach estaba jugando al Halo 5 con los auriculares puestos, mientras escuchaba Sabotage de los Beastie Boys y masticaba cortezas de cerdo.
Hizo desaparecer toda una galería de alienígenas monstruosos con furiosa eficacia y, de pronto, su sentido arácnido detectó un mensaje en la esquina superior derecha de la pantalla:
TRANSMISIÓN ENTRANTE
Peach se quitó un auricular.
– ¿Qué cono…?
Pulsó algunas teclas en el teclado y activó rápidamente la transmisión.
Nell, Andy y Zero hacían señas frenéticamente con los brazos en una ventana de la pantalla. Detrás de ellos se veía un grupo de criaturas que parecían salidas de un videojuego.
Por un momento se quedó asombrado pero luego subió el volumen.
– ¡Peach! ¡Peach! ¿Estás ahí? ¡Socorro!
Peach no podía mover la lengua. Cogió torpemente el micrófono.
– ¿Zero? ¿Eres tú, tío?
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