Hender asintió, volviéndose y buscando debajo de una encimera hecha con unas planchas de madera atadas entre sí. Con todos sus brazos en movimiento, sacó una pila de cuatro cestas planas y hexagonales que parecían tejidas con una fibra resistente.
Hender giró como si fuera una grúa y, con los cuatro brazos, colocó la pesada pila en el suelo. Luego abrió la tapa de la cesta que había encima.
Geoffrey y Nell se arrodillaron en el suelo casi sin aliento.
Thatcher no pudo resistir la tentación y se levantó para echar un vistazo por encima de sus hombros.
– Son fósiles de cuerpo blando -susurró Geoffrey.
– Dios mío, el detalle es exquisito -murmuró Nell mientras observaba un gusano rojizo en forma de pluma con ojos de caracol perfilados como en una instantánea.
– Parecen más antiguos que los especímenes de Burgess -señaló Geoffrey-. Incluso más próximos al inicio de la explosión cámbrica…
– ¡Mirad! Hay una versión primitiva de Wiwaxia, y… ¿eso podría ser Hallucigenia?
Nell señaló un camafeo rojo de un animal semiesférico con pequeñas púas en su lomo curvo. Un diminuto gusano claveteado estaba incrustado en el trozo de pizarra de color oliváceo.
– Podrían ser sólo crías -dijo Thatcher.
Nell levantó el trozo de pizarra para revelar otra hoja de piedra que mostraba animales fantásticos atrapados en mitad de un salto mortal, medio planeo y media pirueta por una súbita avalancha de lodo hacía seiscientos millones de años.
– Más grandes -dijo ella-. Pero, aun así, más primitivos.
– Los otros podrían ser crías -dijo Geoffrey-. Pero estos adultos siguen siendo más primitivos que cualesquiera fósiles del Cámbrico que yo haya visto. ¡Observad la simetría radial en estos artrópodos!
– ¡Mirad esta alga acolchada! ¡Dios mío, podrían ser los eslabones perdidos entre la vida ediacarana y cámbrica! -exclamó Nell.
– ¡Ésta podría ser la página ausente, el momento previo a la explosión cámbrica, antes de que la vida se ramificara hacia nuestro mundo y éste!
Zero lo estaba grabando todo en vídeo.
– No entiendo nada, chicos. ¡Pero no os preocupéis por mí!
– Fósiles -dijo Hender con orgullo.
– Sí, Hender -asintió Nell extendiendo la mano hacia él.
La criatura la cogió con cuidado entre sus cuatro suaves manos, con los ojos muy abiertos y las seis «pupilas» fijas en ella.
– Está bien, Nell -canturreó Hender.
– Sí -dijo ella mientras asentía y se echaba a reír-. ¡Está muy bien!
– Será mejor que guardemos todo esto para llevarlo con nosotros -sugirió Andy-. Hender tiene más fósiles en cestas más pequeñas por todas partes.
– ¡Oh, basta! -dijo Nell echándose a reír.
– ¡Joder! -exclamó Zero, y miró al cielo con un solo ojo-. Con este material me puedo retirar a las Fiji. -Se echó a reír-. Aunque no es que quiera hacerlo.
– ¿No? ¿Qué harás, Zero? -Nell le quitó la cámara manual, girando alrededor de él y enfocándolo con ella.
– Bueno -sonrió Zero, poco acostumbrado a encontrarse del otro lado del objetivo, con el rostro iluminado-. Probablemente navegue alrededor del mundo para grabar algunos documentales. ¡Quizá hasta escriba un libro!
– ¡Genial!
– Supongo que todos podemos escribir un libro después de esta aventura. -Geoffrey soltó una carcajada mientras Nell giraba la cámara hacia él.
– Y probablemente todos ganemos Premios Tetteridge -dijo Andy-. ¿Verdad, Thatcher?
Nell tomó un primer plano de Thatcher en el momento en que el zoólogo sonreía con expresión afectada.
Geoffrey sonrió a su vez.
– Me pregunto quién interpretará mi papel en la película -dijo.
– Tom Cruise, sin duda -murmuró Thatcher.
– Sí, eso sería divertido. Porque soy negro y Tom Cruise es blanco y todo eso, sí.
– Imaginad el libro que escribirá Hender. -Nell volvió la cámara hacia él.
– Ahí tenemos el Nobel asegurado -dijo Andy.
De pronto, Hender le hizo una seña a Andy y se acercó a la ventanilla de la cabina.
– Quiere un poco de intimidad -tradujo Andy.
Vieron que la criatura miraba hacia el mar, donde raramente había visto los vehículos de los seres humanos pasando en la distancia.
Nell le devolvió la cámara a Zero.
Geoffrey vio un manual de señales de la segunda guerra mundial en el suelo junto a sus pies. Estaba abierto en una página con código morse. Se lo mostró a Nell.
– Andy -preguntó ella.
– ¿Sí?
– ¿Tú sabes utilizar el código morse?
– No. De pequeño no me admitieron en los exploradores.
– De todos modos, no tenemos ninguna forma de hacer señales a la base desde aquí -les recordó Zero.
Nell cogió el libro de manos de Geoffrey.
– ¡Hender debió de deducir la palabra correspondiente a la señal de socorro o emergencia y la hizo coincidir de alguna manera con el SOS del código morse!
– Espera un momento, ¿quieres decir que fue Hender quien envió esa señal? -exclamó Geoffrey.
– Eso es imposible -replicó Thatcher.
– Fue Hender quien activó la EPIRB -susurró Nell.
– Caray -dijo Zero.
– ¡Vaya! -exclamó Andy.
– ¿Qué es una EPIRB? -preguntó Geoffrey.
– La baliza de emergencia que trajo a «SeaLife» a la isla -explicó Nell-. Quizá estaba preocupado por los terremotos. Tal vez pensó que la isla estaba en peligro. Podría haber visto la palabra «Emergencia» en la EPIRB del velero que quedó varado en la playa y dedujo la manera de activar la baliza.
– ¡Sí, tío! -exclamó Zero.
– «Socorro, le dijo la araña a la mosca» -dijo Thatcher.
Una forma apareció en uno de los agujeros oscuros que había en el fuselaje por encima de Nell. Otro ejemplar de la especie de Hender observó con cautela a los atónitos seres humanos. Unos brillantes diseños en azul y verde fluctuaban en la sombra sobre su cuerpo y sus miembros cubiertos de pelo blanco antes de que entrara en la cámara iluminada de verde.
Thatcher contuvo el aliento y retrocedió un paso involuntariamente.
Detrás del primer espécimen apareció otro, y luego otro y otro más, cada uno exhibiendo una paleta de colores completamente diferente. En las manos y las espaldas llevaban bultos, morrales y paquetes que contenían un extraño surtido de objetos: herramientas, juguetes o armas personalizadas fabricadas con materiales autóctonos y hechos por el hombre recogidos en la playa y empleados para usos originales.
Los cuatro recién llegados se inclinaron con elegancia sobre sus patas elásticas y se acercaron a los humanos, desplazándose sobre cuatro o seis miembros con las cabezas gachas, como si se aproximaran a unas deidades.
Hender fue a saludarlos. Le hizo a Andy las mismas señas con las manos que habían intercambiado antes y luego sus compañeros lo siguieron a la cabina del avión en el extremo del fuselaje.
Los humanos trataron de espiarlos sin que resultara demasiado obvio cuando las criaturas se reunieron para celebrar una conferencia musical y susurrada.
Ahora el morro del avión estaba a oscuras. Sólo la luz del cielo estrellado perfilaba las siluetas de las cinco criaturas contra la cabina del B-29 que se proyectaba sobre el océano. Desde lejos, los recién llegados parecían seres ligeramente siniestros cuando volvían sus ojos brillantes hacia el grupo de los humanos.
Hender dejó de hablar y agitó algunos frascos llenos de bichos fosforescentes para iluminar la cabina del avión. Siguiendo su ejemplo, todos saludaron amablemente a los humanos antes de reanudar su discusión.
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