Warren Fahy - Henders

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Un equipo de científicos llega a una desconocida isla.
La isla de Henders se separó del resto del mundo hace cientos de millones de años, y desarrolló su propio ecosistema, de una agresividad nunca vista. Si una de estas criaturas consiguiera salir de la isla…seguramente destruiría todo el planeta. Henders es un intenso bio-thriller de ciencia ficción en el que hay cabida para la aventura, el peligro, la ciencia, la tecnología, el debate, la política, los intereses económicos, la amistad y el amor. Una novela para poner a prueba nuestra idea del mundo. ¿Qué haríamos si descubriéramos una especie, o varias, que puede ser utilizada como arma de destrucción masiva? ¿O si existiera la posibilidad de que nos barriera del planeta por superioridad de adaptación?

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Él la miró con una sonrisa de desdén.

– Yo también tenía la teoría -terció Zero- de que, si eras capaz de encontrar la isla más remota del planeta, darías con el paraíso. Supongo que mi teoría ha saltado asimismo por los aires.

– La isla Henders… -dijo Andy-. El lugar adonde vienen a morir las teorías. ¿Verdad, Thatcher?

– Lo que le estamos haciendo a esta isla no hace más que subrayar el peligro que entraña hacer cualquier excepción con estas especies -replicó Thatcher bruscamente.

– Esto no es un capítulo de su libro, Thatcher -gruñó Zero-. Aquí no hay que ganar ninguna discusión. ¡Venga, tenemos que salvar a estos chicos!

– ¡Son personas, Thatcher! -dijo Andy.

– ¡No, no lo son! -farfulló Cane, y luego se quedó en silencio cuando vio que Hender lo miraba desde el otro extremo del fuselaje.

– ¡Sí, lo son! -gritó Andy.

Cane aferró con más fuerza la culata del rifle de asalto.

– Relájese, amigo -le dijo Zero.

– Mire, Thatcher -prosiguió Nell-, no hay ninguna duda de que sin nuestra inteligencia esta isla jamás habría sido encontrada y nada de esto sería necesario. En nombre de la vida, lamento que cualquier cosa aquí sea destruida. Pero sería un asesinato matar a sabiendas a otros seres inteligentes, del mismo modo que sería un asesinato si permitiéramos que otras especies que habitan en esta isla llegaran al continente. Y sería un asesinato porque, a diferencia de todo lo demás en esta isla, Hender y los seres como él pueden obviamente elegir no ser unos monstruos. Y nosotros también podemos hacerlo. Estoy segura de que lo entiende, ¿verdad?

Thatcher la estudió con desprecio.

– Esa elección genera santos y pecadores, doctora Duckworth. Pacifistas y terroristas. Ángeles y demonios. Y no existe ninguna forma de prever cuál de ellos. Llevar a esta criatura y a otros seres como él al continente podría exponer muy bien al resto del mundo a un peligro que no sería capaz de resistir.

– Muy bien, ¿quién está de acuerdo en que los salvemos? -preguntó Zero, fulminando a Thatcher con la mirada al tiempo que levantaba la mano.

Nell, Geoffrey y Andy alzaron las manos.

– ¡Sí!

Cane miró a través de la ventana mientras la oscuridad iba cubriendo el cielo.

Luego todos miraron a Thatcher, esperando su respuesta.

Detrás de sus ojos, el mecanismo giraba volviendo a calcular las posibilidades en contra.

De pronto, el zoólogo suspiró, aparentemente resignado.

– Muy bien -asintió al tiempo que alzaba la mano-. Por supuesto, respetaré la decisión del grupo, ya que parece que todo el mundo está de acuerdo. -Entonces se volvió hacia Cane-. Sargento, ¿se encuentra bien? Debería acompañarlo al coche. Vamos. -Cogió a Cane de un brazo y lo hizo girar en dirección a la puerta-. Necesitamos comunicarnos con la base por radio para decirles lo que hemos encontrado.

– Disponemos de veintidós horas y media antes de evacuar la isla -dijo Geoffrey mirando su reloj-. Será mejor que les digan que tenemos que empezar a hacer los arreglos necesarios de inmediato para el transporte de estas criaturas.

Andy los siguió hasta la puerta mientras Hender se apartaba para dejarles paso.

Apenas Thatcher hubo abierto la puerta, Cane vomitó fuera del fuselaje.

– ¡Ajjj! -exclamó Andy, cerró la puerta tras de sí y volvió a reunirse con los demás.

– ¡Ajjj! -repitió Hender.

19.29 horas

Thatcher palmeó la espalda de Cane, mirando hacia los campos grisáceos que se extendían debajo mientras las ruedas giraban en su cabeza como los engranajes de una máquina tragaperras. Vio que unas formas extrañas surgían del campo púrpura que rodeaba el árbol, atrayendo pequeñas nubes de bichos brillantes.

– No sé qué se les ha metido en la cabeza -dijo el zoólogo-. Esto es exactamente contrario a lo que nos advirtió el presidente, tratar de sacar especies vivas de la isla. ¿Cómo se siente, sargento?

– ¡Me siento bien, señor! -mintió Cane.

Thatcher lo ayudó a superar los escalones que llevaban hasta el Humvee. Subió primero al vehículo y se inclinó para ayudar al soldado, pero éste rechazó su ayuda, se cogió del marco de la puerta y se instaló en el asiento del conductor.

Cane cerró rápidamente la puerta detrás de él. Estaba muy pálido y sudaba profusamente. Accionó la palanca de cambios, bajando la cabeza entre los brazos mientras respiraba profundamente varias veces.

Thatcher miró la isla a través de la ventanilla. Enjambres de insectos luminosos vagaban como espectros sobre los campos que se extendían más abajo. El anillo de la selva mostraba un resplandor tenue y rosado mientras un manto de neblina impalpable cubría la depresión alrededor del centro yermo, que sobresalía como una isla en la bruma.

– Bueno, esto es mucho peor de lo que cualquiera podría haber imaginado, sargento. Es una verdadera abominación. -Miró a Cane-. Contra Dios.

Cane cerró los ojos, respirando agitadamente y cogiendo el volante con una mano y el crucifijo con la otra.

– Estos engendros de la naturaleza no deberían coexistir con los seres humanos en la Tierra. -Thatcher volvió a mirar a través de la ventanilla. Él era ateo, pero, dadas las circunstancias, ese enfoque era el mejor, pensó-. ¿Por qué, si no, iban a mantenerlos separados de nosotros desde el principio de los tiempos, sargento? ¡Por Dios! ¿Qué es lo que estamos tratando de hacer? ¡Los científicos de la base querrán salvar a esta especie precisamente porque es inteligente!

Thatcher lo miró y luego desvió la mirada hacia la ventanilla mientras los enjambres de bichos se movían a través de las colinas cientos de metros más abajo.

– Supongo que después de que obtienes algunos de los premios más prestigiosos de la ciencia tus colegas simplemente dejan de prestarte atención.

– Cualquiera pensaría que le prestarían más atención -musitó Cane.

Thatcher profirió una carcajada y miró en dirección a la base militar, que se encontraba a un kilómetro y medio de distancia. Ese descubrimiento anularía por completo la tesis de su libro justo cuando su carrera comenzaba a despegar. El hecho de que él estuviera allí cuando se descubrió vida inteligente en el ecosistema sustentable más antiguo del planeta causaría sensación, y sería una humillación profesional después de que su Principio Redmond predijera que la vida inteligente debe destruir su medioambiente. Su Premio Tetteridge perdería de inmediato su valor, incluso sería ridiculizado. Hasta podría ser revocado. Los demás premios jamás se materializarían. Pero había algo más, algo irracional que lo impulsaba, una tentación primitiva, una oportunidad reconocida por un impulso, una oportunidad que agudizaba una compulsión a la que se había enfrentado muchas veces, una creencia en su suerte, algo que lo colocaba en oposición natural al mundo. Nunca había podido resistir la tentación de apostar contra la banca.

Thatcher suspiró.

– Me gustaría no haber ganado esos premios, sargento. Tal vez mis colegas me escucharían ahora si nunca los hubiese ganado. Tal vez me escucharían.

La voz de Cane sonó baja y seria:

– ¡Yo lo escucho, señor!

Thatcher meneó la cabeza sin mirar a Cane.

– Esas cosas pasarán a formar parte de nuestra sociedad, sargento, si abandonan esta isla. Compartirán nuestros vecindarios, nuestros trabajos, nuestras escuelas, incluso nuestros hospitales y nuestros cementerios. ¿Cómo les va a explicar eso a sus hijos? Esas criaturas son claramente superiores a nosotros física y mentalmente. Es probable que se reproduzcan más de prisa que nosotros. Les estaríamos cediendo nuestro mundo. ¿Podría repetirme cuáles son sus órdenes, sargento? Quiero decir, no quiero inmiscuirme en cuestiones militares, por supuesto, pero ¿qué haría si descubriera que alguien está tratando de sacar de forma clandestina especies vivas de la isla?…

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