Warren Fahy - Henders

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Un equipo de científicos llega a una desconocida isla.
La isla de Henders se separó del resto del mundo hace cientos de millones de años, y desarrolló su propio ecosistema, de una agresividad nunca vista. Si una de estas criaturas consiguiera salir de la isla…seguramente destruiría todo el planeta. Henders es un intenso bio-thriller de ciencia ficción en el que hay cabida para la aventura, el peligro, la ciencia, la tecnología, el debate, la política, los intereses económicos, la amistad y el amor. Una novela para poner a prueba nuestra idea del mundo. ¿Qué haríamos si descubriéramos una especie, o varias, que puede ser utilizada como arma de destrucción masiva? ¿O si existiera la posibilidad de que nos barriera del planeta por superioridad de adaptación?

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Peach estiró otro juego de auriculares provisto de micrófonos que llevaba en la cabeza y lo colocó delante de su boca.

– ¡Jefa! ¡Jefa! ¡Será mejor que vengas aquí ahora mismo!

20.54 horas

La puerta del puente de mando se abrió de pronto y Cynthea entró a la carrera, sobresaltando al capitán Sol y al primer oficial Warburton.

– ¡Capitán, tiene que detener el barco! -dijo Cynthea sin aliento-. ¡Eche el ancla!

– ¿Es que se ha vuelto loca? No puedo hacerlo cuando la marina de Estados Unidos acaba de ordenarnos que nos alejemos a una distancia segura de un estallido nuclear.

– Se trata de Nell, Zero y Andy. ¡Han quedado abandonados en la isla, capitán! ¡Necesitan ayuda!

El capitán Sol ladeó la cabeza y la miró.

– ¿Andy? Pensaba que ese pobre chico estaba muerto.

– Si seguimos alejándonos de la isla quedaremos fuera de cobertura -le imploró Cynthea-. ¡Por favor! ¡Detenga el barco!

El capitán Sol frunció el ceño pero le hizo una seña de mala gana a Warburton para que apagara los motores tras comprobar la sinceridad de las palabras de Cynthea en sus ojos.

– Llama por radio al Enterprise y diles que hemos recibido una llamada de socorro -ordenó a Warburton.

– ¡No! -gritó Cynthea-. Primero será mejor que venga a ver esto.

El capitán Sol frunció el ceño aún más.

– Señora, si es otra clase de maniobra publicitaria…

– ¿Qué les digo, capitán? -preguntó Warburton.

El capitán Sol apretó los dientes.

– Diles… que tenemos problemas con un motor.

– ¡Usted es mi dios, capitán Sol! -Cynthea lo besó en la mejilla bronceada-. ¡Mi dios del mar!

– ¡De acuerdo, ya está bien!

El capitán meneó la cabeza mirando a Warburton y luego abandonó rápidamente el puente tras Cynthea.

El primer oficial se comunicó con el Enterprise con la voz suave de un pinchadiscos de medianoche.

– Hola, Entreprise, tenemos un pequeño problema con los motores y estamos trabajando en ello. Deberíamos tenerlo solucionado dentro de poco tiempo…

20.55 horas

El capitán Sol y Cynthea observaban el monitor instalado encima de Peach mientras él conectaba el sonido. La imagen estaba borrosa por las interferencias.

– ¿Y por qué cono no debería decirle a la marina que envíe una partida de rescate, maldita sea, Zero? -preguntó el capitán.

– Porque tal vez no quieran rescatar lo que hemos encontrado -repuso él.

– Es posible que nos abandonen deliberadamente en la isla, capitán -dijo Andy.

– Pero ¿qué podrían haber encontrado allí, por todos los diablos? -preguntó el capitán-. ¡Todo lo que hay en esa isla se convertirá pronto en un hongo nuclear! ¿Cuánto más pueden empeorar aún las cosas, joder?

– Capitán Sol, por favor, respire profundamente -dijo Andy-. ¿Ya lo ha hecho? Muy bien. Ahora cierre los ojos y, cuando yo le diga, ábralos…

El capitán Sol no lo hizo.

– Andy -suspiró Nell.

Andy colocó a Hender delante del visor y gritó:

– ¡Muy bien, ya puede abrirlos!

El pelo de Hender brillaba con fuegos artificiales de luz verde y rosada mientras sus ojos miraban en diferentes direcciones.

– ¿Alguna vez habían visto nada parecido? -musitó Peach.

El capitán Sol reprimió una maldición.

– No tengo autorización para tomar una decisión tan importante, muchachos. Las órdenes de la marina son disparar primero y preguntar después si algo es sacado a escondidas de esa isla.

– Pero son seres inteligentes -insistió Nell.

– Adelante, Hender -dijo Andy al tiempo que susurraba algo al oído de la criatura.

– Hola, capitán Sol -saludó Hender con voz cantarina, y agitó dos manos a la manera de los humanos-. Por favor, ayúdenos.

El capitán Sol se cogió del respaldo de una silla para no desplomarse.

Cynthea lo rodeó con un brazo sin apartar la vista de la pantalla.

– Peach, ¿estás grabando todo esto, verdad? -Por supuesto, jefa.

20.58 horas

– Estos nuevos motores son muy temperamentales y creo que están un poco oxidados -comunicó Warburton por radio al Enterprise -. Uno de ellos perdió la sincronización y eso provocó una reacción en cadena…, y antes de que nos diésemos cuenta se averiaron.

El primer oficial sonrió para sí.

– ¿Cuál es el tiempo estimado para la reparación de los motores, Trident? -llegó la respuesta del Enterprise -. Cambio.

– Oh, no estoy seguro, Enterprise.

– Muy bien, Trident, quédense cerca de la costa, ¿recibido?

– Sí, Enterprise, recibido. Echaremos el ancla y continuaremos con las reparaciones.

– ¡Marcello! -Warburton le hizo señas al tripulante de diecisiete años, quien estaba besando la medalla de san Cristóbal que llevaba colgada del cuello.

Marcello dejó la medalla y echó el ancla al mismo tiempo.

La garra de acero golpeó contra un fondo de roca sólida y quedó enganchada a sesenta metros bajo la superficie.

– Recibido, Trident, pensamos que es una buena idea. Tendrán que alejarse de ahí antes de 119 minutos o abandonar el barco. ¿Entendido?

La cadena del ancla se tensó y Warburton dejó que el barco se acercara a la costa.

– Entendido, Enterprise -contestó apretando los dientes-. Habitualmente lleva mucho menos tiempo arreglar estos chismes.

– Muy bien, Trident. Manténganos informados. Corto.

20.59 horas

– Ellos podrían no querer que abandonáramos la isla, capitán Sol -dijo Andy-. ¿Entiende ahora lo que estamos tratando de decir?

– Sí, Andy -dijo el capitán-. Creo que lo entiendo.

– ¿No podríamos enviar el minisubmarino? -sugirió Cynthea.

– ¿Con dos submarinos de ataque Sea Wolf esperando precisamente eso? Dios santo, es probable que puedan escuchar lo que estamos hablando a través del casco del barco.

– Muchachos, tenemos que hacer algo -dijo Peach.

El capitán Sol asintió mientras se mesaba la barba.

– Quizá podamos soltar el cabrestante de la Zodiac y dejar que la marea la lleve hasta la costa. Pero ¿cómo demonios vais a bajar hasta nosotros?

En el interior de la cabina del viejo B-29 todos se volvieron hacia la derecha para mirar la gran cesta que colgaba de la rama del árbol de Hender.

Hender -dijo Geoffrey señalando la cesta-. ¿Salida?

– Agua peli-gro-sa. Hender no agua.

– ¡Claro! ¡Ellos bajan a la playa cuando se retira la marea! -dijo Nell.

– Salida buena, Hender -dijo Geoffrey-. Salida buena, ¿de acuerdo?

– ¡Pe-li-gro! ¡Pe-li-gro! -gritó Hender señalando hacia el mar.

– Humanos abajo ayudar -dijo Nell-. No peligro. Balsa. ¡Seguro!

Nell señaló hacia abajo y asintió.

– ¡Rescate! ¡Balsa! -añadió Geoffrey-. ¡Seguridad!

– Balsa -dijo Hender, y asintió mirando a Nell con una expresión que ella habría jurado que era de escepticismo. Hender cerró los párpados un momento y luego volvió a mirarla con ambos ojos-. De acuerdo. Seguridad.

A continuación se volvió y habló con los otros hendros.

– De acuerdo, capitán Sol -dijo Andy-. Bajaremos hasta la playa en una especie de ascensor hecho con una canasta…

– ¿Qué? -exclamó el capitán Sol.

– Salga a cubierta y mire hacia el acantilado -dijo Geoffrey mirando a la cámara de Zero-. Agitaremos algunas luces para que pueda vernos.

Geoffrey les hizo una seña a sus compañeros y cada uno de ellos cogió un frasco con bichos fosforescentes que agitaron delante de la ventanilla de la cabina.

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