Peach estiró otro juego de auriculares provisto de micrófonos que llevaba en la cabeza y lo colocó delante de su boca.
– ¡Jefa! ¡Jefa! ¡Será mejor que vengas aquí ahora mismo!
20.54 horas
La puerta del puente de mando se abrió de pronto y Cynthea entró a la carrera, sobresaltando al capitán Sol y al primer oficial Warburton.
– ¡Capitán, tiene que detener el barco! -dijo Cynthea sin aliento-. ¡Eche el ancla!
– ¿Es que se ha vuelto loca? No puedo hacerlo cuando la marina de Estados Unidos acaba de ordenarnos que nos alejemos a una distancia segura de un estallido nuclear.
– Se trata de Nell, Zero y Andy. ¡Han quedado abandonados en la isla, capitán! ¡Necesitan ayuda!
El capitán Sol ladeó la cabeza y la miró.
– ¿Andy? Pensaba que ese pobre chico estaba muerto.
– Si seguimos alejándonos de la isla quedaremos fuera de cobertura -le imploró Cynthea-. ¡Por favor! ¡Detenga el barco!
El capitán Sol frunció el ceño pero le hizo una seña de mala gana a Warburton para que apagara los motores tras comprobar la sinceridad de las palabras de Cynthea en sus ojos.
– Llama por radio al Enterprise y diles que hemos recibido una llamada de socorro -ordenó a Warburton.
– ¡No! -gritó Cynthea-. Primero será mejor que venga a ver esto.
El capitán Sol frunció el ceño aún más.
– Señora, si es otra clase de maniobra publicitaria…
– ¿Qué les digo, capitán? -preguntó Warburton.
El capitán Sol apretó los dientes.
– Diles… que tenemos problemas con un motor.
– ¡Usted es mi dios, capitán Sol! -Cynthea lo besó en la mejilla bronceada-. ¡Mi dios del mar!
– ¡De acuerdo, ya está bien!
El capitán meneó la cabeza mirando a Warburton y luego abandonó rápidamente el puente tras Cynthea.
El primer oficial se comunicó con el Enterprise con la voz suave de un pinchadiscos de medianoche.
– Hola, Entreprise, tenemos un pequeño problema con los motores y estamos trabajando en ello. Deberíamos tenerlo solucionado dentro de poco tiempo…
20.55 horas
El capitán Sol y Cynthea observaban el monitor instalado encima de Peach mientras él conectaba el sonido. La imagen estaba borrosa por las interferencias.
– ¿Y por qué cono no debería decirle a la marina que envíe una partida de rescate, maldita sea, Zero? -preguntó el capitán.
– Porque tal vez no quieran rescatar lo que hemos encontrado -repuso él.
– Es posible que nos abandonen deliberadamente en la isla, capitán -dijo Andy.
– Pero ¿qué podrían haber encontrado allí, por todos los diablos? -preguntó el capitán-. ¡Todo lo que hay en esa isla se convertirá pronto en un hongo nuclear! ¿Cuánto más pueden empeorar aún las cosas, joder?
– Capitán Sol, por favor, respire profundamente -dijo Andy-. ¿Ya lo ha hecho? Muy bien. Ahora cierre los ojos y, cuando yo le diga, ábralos…
El capitán Sol no lo hizo.
– Andy -suspiró Nell.
Andy colocó a Hender delante del visor y gritó:
– ¡Muy bien, ya puede abrirlos!
El pelo de Hender brillaba con fuegos artificiales de luz verde y rosada mientras sus ojos miraban en diferentes direcciones.
– ¿Alguna vez habían visto nada parecido? -musitó Peach.
El capitán Sol reprimió una maldición.
– No tengo autorización para tomar una decisión tan importante, muchachos. Las órdenes de la marina son disparar primero y preguntar después si algo es sacado a escondidas de esa isla.
– Pero son seres inteligentes -insistió Nell.
– Adelante, Hender -dijo Andy al tiempo que susurraba algo al oído de la criatura.
– Hola, capitán Sol -saludó Hender con voz cantarina, y agitó dos manos a la manera de los humanos-. Por favor, ayúdenos.
El capitán Sol se cogió del respaldo de una silla para no desplomarse.
Cynthea lo rodeó con un brazo sin apartar la vista de la pantalla.
– Peach, ¿estás grabando todo esto, verdad? -Por supuesto, jefa.
20.58 horas
– Estos nuevos motores son muy temperamentales y creo que están un poco oxidados -comunicó Warburton por radio al Enterprise -. Uno de ellos perdió la sincronización y eso provocó una reacción en cadena…, y antes de que nos diésemos cuenta se averiaron.
El primer oficial sonrió para sí.
– ¿Cuál es el tiempo estimado para la reparación de los motores, Trident? -llegó la respuesta del Enterprise -. Cambio.
– Oh, no estoy seguro, Enterprise.
– Muy bien, Trident, quédense cerca de la costa, ¿recibido?
– Sí, Enterprise, recibido. Echaremos el ancla y continuaremos con las reparaciones.
– ¡Marcello! -Warburton le hizo señas al tripulante de diecisiete años, quien estaba besando la medalla de san Cristóbal que llevaba colgada del cuello.
Marcello dejó la medalla y echó el ancla al mismo tiempo.
La garra de acero golpeó contra un fondo de roca sólida y quedó enganchada a sesenta metros bajo la superficie.
– Recibido, Trident, pensamos que es una buena idea. Tendrán que alejarse de ahí antes de 119 minutos o abandonar el barco. ¿Entendido?
La cadena del ancla se tensó y Warburton dejó que el barco se acercara a la costa.
– Entendido, Enterprise -contestó apretando los dientes-. Habitualmente lleva mucho menos tiempo arreglar estos chismes.
– Muy bien, Trident. Manténganos informados. Corto.
20.59 horas
– Ellos podrían no querer que abandonáramos la isla, capitán Sol -dijo Andy-. ¿Entiende ahora lo que estamos tratando de decir?
– Sí, Andy -dijo el capitán-. Creo que lo entiendo.
– ¿No podríamos enviar el minisubmarino? -sugirió Cynthea.
– ¿Con dos submarinos de ataque Sea Wolf esperando precisamente eso? Dios santo, es probable que puedan escuchar lo que estamos hablando a través del casco del barco.
– Muchachos, tenemos que hacer algo -dijo Peach.
El capitán Sol asintió mientras se mesaba la barba.
– Quizá podamos soltar el cabrestante de la Zodiac y dejar que la marea la lleve hasta la costa. Pero ¿cómo demonios vais a bajar hasta nosotros?
En el interior de la cabina del viejo B-29 todos se volvieron hacia la derecha para mirar la gran cesta que colgaba de la rama del árbol de Hender.
– Hender -dijo Geoffrey señalando la cesta-. ¿Salida?
– Agua peli-gro-sa. Hender no agua.
– ¡Claro! ¡Ellos bajan a la playa cuando se retira la marea! -dijo Nell.
– Salida buena, Hender -dijo Geoffrey-. Salida buena, ¿de acuerdo?
– ¡Pe-li-gro! ¡Pe-li-gro! -gritó Hender señalando hacia el mar.
– Humanos abajo ayudar -dijo Nell-. No peligro. Balsa. ¡Seguro!
Nell señaló hacia abajo y asintió.
– ¡Rescate! ¡Balsa! -añadió Geoffrey-. ¡Seguridad!
– Balsa -dijo Hender, y asintió mirando a Nell con una expresión que ella habría jurado que era de escepticismo. Hender cerró los párpados un momento y luego volvió a mirarla con ambos ojos-. De acuerdo. Seguridad.
A continuación se volvió y habló con los otros hendros.
– De acuerdo, capitán Sol -dijo Andy-. Bajaremos hasta la playa en una especie de ascensor hecho con una canasta…
– ¿Qué? -exclamó el capitán Sol.
– Salga a cubierta y mire hacia el acantilado -dijo Geoffrey mirando a la cámara de Zero-. Agitaremos algunas luces para que pueda vernos.
Geoffrey les hizo una seña a sus compañeros y cada uno de ellos cogió un frasco con bichos fosforescentes que agitaron delante de la ventanilla de la cabina.
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