Warren Fahy - Henders

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Un equipo de científicos llega a una desconocida isla.
La isla de Henders se separó del resto del mundo hace cientos de millones de años, y desarrolló su propio ecosistema, de una agresividad nunca vista. Si una de estas criaturas consiguiera salir de la isla…seguramente destruiría todo el planeta. Henders es un intenso bio-thriller de ciencia ficción en el que hay cabida para la aventura, el peligro, la ciencia, la tecnología, el debate, la política, los intereses económicos, la amistad y el amor. Una novela para poner a prueba nuestra idea del mundo. ¿Qué haríamos si descubriéramos una especie, o varias, que puede ser utilizada como arma de destrucción masiva? ¿O si existiera la posibilidad de que nos barriera del planeta por superioridad de adaptación?

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– ¡Debemos irnos ya! -le gritó Zero a Hender.

Pero Hender permanecía inmóvil mirando hacia arriba.

– ¡Muy bien, colegas! -gritó.

Estiró el brazo un par de metros hacia arriba y tiró de una cuerda que liberaba la polea. La cesta descendió haciendo girar la enorme rueda.

Los hendrópodos, normalmente seres solitarios, se aferraban unos a otros en el centro de la cesta sin apartar la vista de los dos spigers que habían quedado en la rama unos metros más arriba.

La isla que había sido su hogar y todo su mundo desaparecía en la oscuridad a medida que la cesta continuaba el descenso.

Geoffrey y Nell se encontraron tendidos el uno junto al otro sobre sus estómagos, mirando el mar por encima del borde de la cesta mientras descendían por el antiguo acantilado. Geoffrey agitó un frasco lleno de bichos fosforescentes hacia un lado.

– Unos movimientos impresionantes, los tuyos, Duckworth. Por un momento pensé que te perdíamos.

– Gracias. Siempre he sido un marimacho.

– Por si no lo conseguimos, sólo quería decirte… -La miró con expresión ansiosa-. No existe nada más sexy que una mujer brillante, aunque tenga un apellido divertido.

– ¿Quieres decir que no soy guapa? -dijo ella.

– Quizá no he sabido explicarme…

Ella se echó a reír y le dio un beso rápido en los labios mientras seguían el descenso hacia el mar agitado.

– Por si no lo conseguimos -dijo ella.

21.17 horas

La tripulación del Trident divisó la débil luz que bajaba por el acantilado y el capitán Sol accionó la palanca del cabrestante para soltar la Zodiac.

Dos miembros de la tripulación remaron en la Zodiac mientras se desenrollaba el cable del cabrestante.

– Podría funcionar, capitán -dijo Cynthea, de pie junto a él en la popa del Trident.

– Sí, podría funcionar, Cynthea.

El capitán Sol suspiró cuando la cubierta se alzó por efecto de unas grandes olas que se movieron debajo del barco.

El segundo oficial Samir el-Ashwah y el tripulante Winger remaban en la Zodiac.

– Hasta ahora vamos bien -dijo Samir-. Tranquilo, colega.

Winger vio que el Trident se alzaba sobre una ola detrás de ellos.

– Parece que la marina está dejando una buena estela al marcharse.

– Genial -repuso Samir.

Unas grandes olas llegaron hasta ellos, sumergiendo el cable de remolque y zarandeando la Zodiac.

Samir señaló hacia arriba.

– ¡Allí están! ¿Puedes verlos?

Una pequeña mancha de luz verde descendía lentamente junto a la pared del acantilado.

– ¡Sí! -exclamó Winger, entornando los ojos ante el rocío salado de las olas que golpeaban la Zodiac.

Samir encendió una linterna y la afirmó en el fondo de la lancha, iluminando el interior de la Zodiac como si de una pantalla se tratara.

21.19 horas

– Allí están. -Nell señaló la lancha iluminada que se balanceaba decenas de metros más abajo-. ¿Podéis verlos? -¡Sí! -dijo Zero. Mientras descendían los últimos treinta metros todo parecía indicar que la cesta estaba perfectamente alineada con la Zodiac. Demasiado perfecto: la cesta se detuvo justo encima de la Zodiac de tal modo que no podían verla debajo de ellos.

Las olas levantaron la barca y la impulsaron contra la base de la cesta.

– ¡Mierda! -gritó Winger.

La marejada se calmó. Samir y Winger remaron frenéticamente para alejar la Zodiac de debajo de la cesta, que ahora se movía peligrosamente.

Las vibraciones recorrían el largo cable de fibra, que pulsaba como la cuerda de un contrabajo.

Desde lo alto del acantilado caían pedazos de roca que se hundían en el mar: un terrible seísmo estaba sacudiendo la isla entera.

– ¡La isla está explotando! -gritó Andy.

– Cálmate, Andy -dijo Nell, estirando la mano para apretarle el tobillo. Copepod ladraba frenéticamente.

La cesta osciló y se inclinó mientras las rocas caían al agua alrededor de ellos.

Los hendrópodos se agruparon cuando el agua de las olas bañó el interior de la cesta.

– Saltad dentro de la Zodiac cuando la cesta se balancee en esa dirección -dijo Geoffrey.

– ¿Bromeas? -exclamó Andy.

Llegó el momento y, cuando Andy no se movió, Geoffrey lo empujó fuera de la cesta y aterrizó, gritando, dentro de la Zodiac. Geoffrey se volvió hacia los hendrópodos y señaló la barca.

– Saltar, ¿de acuerdo?

21.20 horas

Trident, ¿cuál es la situación de los motores? -llegó la transmisión por radio desde el Enterprise.

– Oh. -El primer oficial Warburton contestó desde el puente-. Pensamos que ya casi tenemos los magnetómetros sincronizados, Enterprise.

Le sonrió a Marcello, quien estaba musitando una plegaria a su medalla de san Cristóbal.

21.21 horas

Mientras la cesta se balanceaba violentamente adelante y atrás, Geoffrey y Nell arrojaron las cajas de aluminio dentro de la Zodiac.

Zero saltó hacia la lancha hinchable y Copepod lo siguió ante la llamada de Andy. El pequeño perro parecía feliz de encontrarse en esa embarcación familiar. Los hendrópodos, Nell y Geoffrey eran los últimos que quedaban en la cesta, que ahora se bamboleaba violentamente.

– ¡Ahí llega otra ola! -dijo Samir, mirando por encima del hombro-. ¡Agachaos!

Los ocupantes de la Zodiac se agacharon cuando otra ola gigantesca los impulsó contra la base de la cesta.

La cesta se inclinó hacia un lado cuando la siguiente ola levantó la barca. Uno de los soportes de la cesta se rompió.

Todo lo que había dentro de la cesta, salvo Nell y Geoffrey, cayó dentro de la Zodiac.

Alá Akbar! -exclamó Samir cuando los cinco hendros cayeron en la lancha alrededor de él. Uno de ellos se agarró a sus piernas con tres manos.

Nell y Geoffrey se aferraron a la cesta cuando ésta cayó al agua fría y oscura.

El grueso cable de la cesta comenzó a caer alrededor de ellos en grandes pliegues que chocaban contra el agua.

– Lo conseguimos -jadeó Nell, moviéndose en el agua helada junto a Geoffrey mientras la cesta se hundía y desaparecía al cabo de pocos segundos.

– Todavía no -le advirtió él-. ¡Vamos! ¡Nada, Nell!

Ambos comenzaron a nadar con fuerza hacia la Zodiac al tiempo que grandes codos de cable vegetal caían al agua detrás de ellos.

De pronto se encontraron encima de una masa lanuda que flotaba en el agua.

– ¡Sigue nadando! -gritó Geoffrey.

Nell vio la boca del gigantesco spiger que se mecía abierta debajo de ella como un rostro en una pesadilla. Para su horror, su pie rozó la mandíbula inferior de la bestia, pero se movía lentamente mientras ella se alejaba presa del pánico. Los brazos con púas del spiger reaccionaron lentamente, emergiendo del agua a cada lado de ellos, tratando de coger a los dos científicos mientras nadaban hacia la Zodiac.

– ¡De prisa! -gritó Andy.

– ¡Venga, chica! -la animó Zero.

Nell avanzó con fuertes brazadas a través del agua helada con una renovada descarga de adrenalina y superó a Geoffrey. Recorrió los últimos metros y se cogió al borde de la Zodiac, volviéndose para coger la mano de Geoffrey.

– ¡Tirad! -gritó Samir en dirección al Trident que se encontraba a unos setenta metros.

El capitán Sol accionó el cabrestante para remolcar la Zodiac a toda velocidad.

– ¡Mirad allí! -gritó Andy.

– ¡Oh, noooooo! -gimió Hender.

Una rama gigante del árbol de Hender cayó por la pared del acantilado con dos criaturas brillantes aferradas a ella.

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