Nell cerró la puerta del gimnasio.
– Bien, imagino que la mejor manera de hacer esto es quitarnos la ropa dentro de las cabinas de las duchas. Luego yo puedo salir primero para vestirme y después sales tú.
– Sí, eso podría funcionar -asintió Geoffrey, contento de tener un plan.
Ambos dejaron la ropa limpia sobre los bancos delante de las taquillas y luego se quitaron los calcetines y el calzado.
Nell miró su única zapatilla Adidas gastada, ya que la otra había caído al mar.
– Mis zapatillas favoritas -murmuró.
– Lo siento, tu pie era más importante. ¿No hay zapatos a bordo?
– Oh, sí. Cuando hayamos terminado de ducharnos iremos a buscar unos pares.
Se dirigieron hacia las duchas aturdidos como adolescentes y ambos se recordaron a sí mismos que eran adultos maduros y dignos de confianza. Geoffrey eligió la ducha que estaba en el extremo de la derecha y ella se metió en la cabina contigua.
Abrieron los grifos y comenzaron a dejar las prendas mojadas de agua de mar sobre las mamparas divisorias.
– ¿Hay champú ahí? -preguntó ella.
– Eh, sí.
El brazo de Geoffrey pasó por encima de la cabina con una botella de champú.
– Gracias.
Nell le tocó la mano al coger el bote y comenzó a canturrear mientras se lavaba el pelo.
– Tú sales primero, ¿de acuerdo?
– De acuerdo. -Nell se enjabonó y luego se enjuagó, tratando de olvidar que ambos estaban desnudos-. ¿Necesitas el champú?
– No, ya lo he usado.
Nell salió de la ducha y cogió su toalla.
– Muy bien, voy a la taquilla.
– De acuerdo, no miraré.
Nell se envolvió la toalla alrededor de la cintura y caminó de espaldas a él. Cuando giró rápidamente en la zona de las taquillas y comenzó a secarse, estaba pensando en Geoffrey, en tener sexo y más sexo con Geoffrey, mientras mantenía la mirada fija en las fotografías colgadas de las taquillas. Cuando se irguió para secarse el pelo, vio las instantáneas risueñas del aborrecible Jesse y la bella Dawn, el siempre amable Glyn y el fanfarrón de Dante y los demás, y las lágrimas se derramaron por sus mejillas. Se dejó caer en el banco y se llevó una mano a la cara mientras sollozaba en silencio.
– Nell.
La voz aflautada la sobresaltó. Cuando alzó la mirada, vio a Hender en el medio del gimnasio, frotándose la barbilla con una mano y ladeando la cabeza.
Nell tiró de la toalla pero estaba sentada encima de ella y tuvo que levantarse para cubrirse el cuerpo desnudo. Hender no había dejado de avanzar hacia ella, sus ojos estudiándola de arriba abajo y también de soslayo.
– ¡Hola, Hender!
– Nell -dijo él suavemente, acercándose un poco más.
Ella retrocedió y Hender se detuvo, volviendo la cabeza para mirar las fotografías de las taquillas. Estiró la mano para tocar a Glyn, Jesse, Dawn y los demás que habían muerto cuando desembarcaron en la isla veinticuatro días antes. Hender tocó la foto de Dante con agradecimiento. Volvió la cabeza hacia ella y sus ojos desaparecieron debajo de sus párpados velludos.
– Gracias, Nell.
Luego Hender se volvió y se marchó silenciosamente de la habitación sobre sus seis patas con la cabeza gacha.
Ella suspiró y lo miró cuando se alejaba, dejando la toalla sobre el banco y buscando las bragas.
– ¡Aquí llego! -avisó Geoffrey, al tiempo que aparecía en la esquina de las taquillas.
– ¡Oh, aún no estoy vestida! -gritó ella.
– ¡Oh!
Geoffrey alzó las manos en un gesto de sorpresa, la toalla cayó entonces de su cintura y ambos quedaron desnudos frente a frente.
Geoffrey volvió sobre sus pasos y ambos se echaron a reír en silencio hasta que oyeron la risa del otro y ya no pudieron contener las carcajadas.
– ¡Muy bien, vístete, mujer! ¿Cuánto tardas en hacerlo? -gritó él.
– ¡Estoy en ello! -repuso Nell, lanzando la toalla en su dirección-. ¡Tápate!
22.1 7 horas
Nell y Geoffrey, que habían conseguido vestirse sin ningún otro incidente y elegido calzado de la llamativa colección que los generosos patrocinadores de «SeaLife» proporcionaban al programa, entraron en el puente acompañados de Samir y Andy.
Thatcher los vio cuando subían la escalerilla que llevaba al puente de mando y los siguió, deslizándose detrás de ellos.
Warburton, el capitán Sol y Marcello ya estaban allí, visiblemente preocupados.
– Los hendros ya están instalados en sus camarotes -informó Andy-. Prefieren estar solos. Cuando Samir y yo les enseñamos a utilizar el lavabo, creo que se enamoraron.
– No hay duda de que les encanta la mantequilla de cacahuete -señaló Samir.
– Y las gambas -añadió Andy.
– Tenemos que controlarlos. -Nell miró a Geoffrey, quien asintió.
– Copey se niega a apartarse de Hender. De alguna manera se las ingenió para encontrar su camarote.
– ¿Ahí es donde está el perro? -preguntó Marcello-. Se tragó el bistec que le dio el cocinero y luego salió disparado.
– ¿Dónde está Cynthea? -preguntó el capitán Sol.
– Creo que está con Zero.
Warburton y el capitán se miraron.
– Estábamos tratando de organizar un plan -dijo el capitán Sol.
– ¿Alguna idea? -preguntó Geoffrey. Llevaba puesta una de las camisetas anaranjadas de «SeaLife».
– Ésa no era exactamente la respuesta que estábamos buscando -dijo Warburton.
– Lo siento. Por cierto, mi nombre es Geoffrey Binswanger.
– Bienvenido a bordo, joven. -El capitán Sol le estrechó la mano con firmeza, mirando a Nell y luego al guapo científico con una expresión de curiosidad-. Hola, señor Redmond, no tiene que quedarse escondido ahí atrás. Venga aquí y únase a la conversación.
Nell y Geoffrey se volvieron y vieron a Thatcher en la puerta del puente de mando con el semblante sonrojado. Saludó débilmente a los presentes.
– Como le estaba diciendo a Cari hace un momento -continuó el capitán-, no me gusta nada tener secretos con la marina.
– Nos están haciendo señales, capitán -dijo Warburton-. Aquí el Trident. Cambio.
– Trident, vemos que ya se encuentran a una distancia segura. Hemos recibido instrucciones del presidente de que les informemos de que pueden continuar a puerto sin nuevas instrucciones, ¿recibido?
– Muy bien, Enterprise. Gracias por la escolta.
– No hay problema, Trident. Sólo es parte del trabajo de la marina. Por favor, continúen hacia Pearl Harbor para la inspección y las instrucciones finales. Ha sido un placer trabajar con ustedes. Enterprise, cambio y corto.
Todos suspiraron aliviados cuando Warburton apagó la radio.
Thatcher se aclaró la garganta.
– ¿Y ahora qué?
– Tenemos que llamar al presidente -dijo el capitán Sol-. Debe estar informado de la presencia de nuestros huéspedes.
– Cuando la marina se haya alejado un poco -rogó Nell.
– Esos barcos permanecerán todavía un tiempo en los alrededores -le recordó el capitán Sol con gesto sombrío-. Dentro de diez horas volarán la isla.
– ¿Cómo podemos llamar al presidente? -preguntó Thatcher.
Warburton señaló un teléfono que había en la pared.
– Teléfono vía satélite. Sólo hay que marcar el cero y el prefijo del país.
– ¿Cuál es el prefijo telefónico de Estados Unidos? -preguntó Thatcher.
– Uno.
– Hum. Debería haberlo supuesto.
– ¿Podemos confiar en el presidente?
– Creo que tenemos que hacerlo, Andy -dijo Geoffrey.
– Es un riesgo -advirtió Nell.
– ¡Pero el presidente o la marina nos dejaron deliberadamente abandonados en esa isla!
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