– Pero es que me dirigía a una escena de crimen.
– No se trata de una petición -dijo Fisher-. El director Pistillo está aquí. Le espera aquí dentro de media hora.
Y colgó el teléfono. Tickner bajó la mano.
– ¿De qué va esto? -preguntó Regan.
– Tengo que irme -dijo Tickner, bajando por el pasillo.
– ¿Adónde?
– Mi jefe quiere verme.
– ¿Ahora?
– Ahora mismo -Tickner ya estaba a medio pasillo-. Llámeme cuando sepa algo.
– No es fácil hablar de esto -dijo Rachel.
Conducía yo. Las preguntas sin responder empezaban a acumularse, y eran como un peso sobre nosotros que absorbía toda nuestra energía. Mantuve los ojos en la calle y esperé.
– ¿Estaba Lenny contigo cuando viste las fotos? -preguntó.
– Sí.
– ¿Le sorprendieron?
– A mí me lo pareció.
Rachel se acomodó.
– Seguramente a Cheryl no le habrían sorprendido.
– ¿Y eso por qué?
– Cuando le pediste mi teléfono, me llamó para advertírmelo.
– ¿Qué? -pregunté.
– Sobre nosotros.
No hacían falta más explicaciones.
– A mí también me habló -dije.
– Cuando Jerry murió… mi marido se llamaba Jerry Camp, cuando murió, podría decirse que fue una época muy difícil para mí.
– Lo comprendo.
– No -dijo ella-. No en ese sentido. A Jerry y a mí hacía tiempo que nonos iba bien. No sé si alguna vez nos fue bien. Cuando fui a entrenarme a Quantico, Jerry era uno de mis instructores. Más que esto, era una leyenda. Uno de los mejores agentes de todas las épocas. ¿Recuerdas el caso KillRoy de hace unos años?
– Era un asesino en serie, creo.
Rachel asintió con la cabeza.
– Su captura se produjo prácticamente gracias a Jerry. Tenía uno de los historiales más distinguidos de la agencia. Respecto a mí… no sé cómo ocurrió exactamente. O quizá sí. Era mayor que yo. Puede que fuera como una figura paterna. A mí me encantaba el FBI. Era toda mi vida. Jerry se enamoró de mí. Me halagaba. Pero no sé si alguna vez llegué a enamorarme de él.
Calló. Sentía sus ojos sobre mí. Yo mantuve los míos en la calle.
– ¿Amabas a Monica? -preguntó-. ¿La amabas de verdad?
Los músculos del hombro se tensaron.
– ¿Por qué me preguntas eso, si puede saberse?
Se quedó muy quieta y luego dijo:
– Perdona. Estaba fuera de lugar.
El silencio se hizo más denso. Intenté controlar mi respiración.
– Me estabas hablando de las fotos.
– Sí -Rachel empezó a jugar con los dedos. Sólo llevaba un anillo. Lo retorció y tiró de él-. Cuando Jerry murió…
– Le dispararon -interrumpí.
Volví a sentir los ojos de ella sobre mí.
– Le dispararon, sí.
– ¿Le disparaste tú?
– Esto no puede ser, Marc.
– ¿Qué no puede ser?
– Te muestras hostil.
– Sólo quiero saber si le disparaste a tu marido.
– Deja que te lo cuente a mi manera, ¿de acuerdo?
En su tono había ahora un punto de frialdad. Cedí y me encogí de hombros.
– Cuando murió, lo perdí todo. Me vi obligada a dimitir. Todo lo que tenía, mis amigos, mi trabajo, vaya, mi vida, estaba relacionado con la agencia. Y se esfumó. Empecé a beber. Me fui hundiendo en la miseria. Toqué fondo. Y cuando tocas fondo, buscas una manera de volver a la superficie. Buscas lo que sea. Te desesperas.
Reduje la marcha en un cruce.
– No lo estoy explicando bien -dijo.
Entonces me sorprendí a mí mismo. Alargué una mano y la puse sobre las suyas.
– Cuéntalo y basta.
Asintió; mantuvo la mirada baja, clavada en mi mano sobre las suyas. La dejé allí.
– Una noche que había bebido demasiado marqué el número de tu casa.
Recordé que Regan me había dicho lo del registro de llamadas.
– ¿Cuándo fue?
– Unos meses antes de la agresión.
– ¿Te contestó Monica? -pregunté.
– No. Salió tu contestador. Sé… sé lo tonto que parece, pero te dejé un mensaje.
Lentamente retiré mi mano.
– ¿Qué dijiste exactamente?
– No me acuerdo. Estaba borracha. Lloraba. Creo que dije que te echaba de menos y esperaba que me llamaras. No creo que fuera más lejos.
– No recibí el mensaje -dije.
– Ahora lo sé.
Algo empezaba a encajar.
– Esto significa que Monica lo escuchó -dije.
Unos meses antes de la agresión. Cuando Monica se sentía más insegura. Cuando empezamos a tener problemas serios. Recordé también otras cosas. Recordé que Monica lloraba a menudo por la noche. Recordé que Edgar me había dicho que ella había empezado a ir a un psiquiatra. Y yo allí, en mi pequeño mundo cerrado, llevándola a casa de Lenny y Cheryl, sometiéndola a la visión de aquella fotografía con mi antiguo amor, mi antiguo amor que había llamado a casa una noche para decir que me echaba de menos.
– Dios mío -dije-. No me extraña que contratara a un detective. Quería saber si la engañaba. Seguramente le contó lo de la llamada y nuestra relación pasada.
Rachel no dijo nada.
– Pero todavía no has contestado a la pregunta, Rachel. ¿Qué hacías frente al hospital?
– Fui a Nueva Jersey a ver a mi madre. -Su voz estaba tensa-. Ya te dije que tenía un piso en West Orange.
– ¿Y qué? ¿Vas a decirme que estaba ingresada allí?
– No. -Calló un momento. Yo conducía. Estuve a punto de poner la radio, por costumbre, por hacer algo-. ¿Tengo que decirlo?
– Creo que sí -dije. Pero lo sabía. Lo entendía perfectamente.
Su voz estaba exenta de toda pasión.
– Mi marido estaba muerto. No tenía trabajo. Lo había perdido todo. Había hablado mucho con Cheryl. Por lo que ella me decía tú tenías problemas con tu esposa. -Se volvió a mirarme-. Vamos, Marc. Sabes perfectamente que nunca superamos la separación. O sea que aquel día fui al hospital a verte. No sé qué esperaba. ¿Fui ingenua al pensar que caerías en mis brazos? Quizá sí. No lo sé. Me quedé fuera reuniendo coraje para entrar. Subí a tu planta. Pero al final, no pude seguir adelante; no por Monica ni por Tara. Ojalá pudiera decir que fui tan noble. Pero no fue así.
– ¿Entonces por qué?
– Me fui porque pensé que me rechazarías y no estaba segura de poder soportarlo.
Nos quedamos los dos callados. No sabía qué decir. No sabía ni cómo me sentía.
– Estás enfadado -dijo.
– No lo sé.
Conduje un rato más. Tenía tantos deseos de hacer lo correcto. Lo pensé. Los dos mirábamos hacia delante. La tensión presionaba contra las ventanas. Finalmente, dije:
– Ya da igual. Ahora lo que interesa es encontrar a Tara.
Miré a Rachel. Vi una lágrima en su mejilla. El rótulo estaba frente a nosotros: pequeño, discreto, casi invisible. Sólo decía: huntersville. Rachel se secó la lágrima y se incorporó.
– Entonces, concentrémonos en esto.
El director en funciones Joseph Pistillo estaba sentado a su mesa, escribiendo. Con un torso grande y protuberante, ancho de hombros, y calvo, era un hombre del pasado que te hacía pensar en estibadores y peleas de bar: mucha fuerza sin el fanfarroneo del músculo. Pistillo probablemente pasaba ya de los sesenta. Los rumores decían que se retiraría pronto.
La agente especial Claudia Fisher acompañó a Tickner a la oficiña y cerró la puerta al marcharse. Tickner se quitó las gafas. Se quedó de pie con las manos detrás de la espalda. No le invitaron a sentarse. No hubo saludo, ni apretón de manos, ni nada.
Sin levantar la cabeza, Pistillo dijo:
– Me he enterado de que ha estado haciendo indagaciones sobre la trágica muerte del agente especial Jerry Camp.
A Tickner se le dispararon las alarmas en la cabeza. Caramba, qué rapidez. Hacía sólo unas horas que había empezado a preguntar.
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