– ¿Tú qué propones? -pregunté.
– Unas cuantas cosas. Primero, tenemos que pedir un intercambio. Nada de «danos el dinero y ya llamaremos». Nos dan a tu hija cuando tengan el dinero.
– ¿Y si se niegan?
Ella me miró a los ojos.
– Decisiones difíciles. ¿Lo entiendes?
Asentí.
– También quiero un circuito de vigilancia electrónica total, para que pueda seguirte. Quiero ponerte una cámara de fibra óptica y ver cómo es el tipo, si es posible. No tenemos hombres, pero esto sí puedo hacerlo.
– ¿Y si se percatan?
– ¿Y si vuelven a desaparecer? -contraatacó ella-. No vamos a arriesgarnos hagamos lo que hagamos. Intento aprender de lo que sucedió la otra vez. No hay garantías. Sólo intento mejorar nuestras posibilidades.
Llegó el coche. Subimos y me metí por la autopista McCarter. Rachel se quedó muy silenciosa de repente. De nuevo los años se desvanecieron. Conocía aquella postura. La había visto antes.
– ¿Qué más? -dije.
– Nada.
– Rachel.
Algo de mi tono le hizo apartar la mirada.
– Hay cosas que deberías saber.
Esperé.
– Llamé a Cheryl -dijo-. Sé que te contó lo que había pasado. Sabes que ya no soy agente federal.
– Sí.
– Lo que puedo hacer tiene sus límites.
– Lo comprendo. -Ella se recostó en el asiento, pero con la misma postura conocida-. ¿Qué más?
– Necesitas una lección de realismo, Marc.
Nos paramos en un semáforo en rojo. Me volví y la miré; la miré de verdad por primera vez. Sus ojos todavía tenían aquel color avellana con puntitos dorados. Sabía que la vida no la había tratado bien, pero no se le notaba en los ojos.
– Las posibilidades de que Tara esté viva son ínfimas -dijo.
– Pero está la prueba de ADN -contraataqué.
– Ya hablaremos de eso más tarde.
– ¿Hablaremos?
– Más tarde -repitió.
– ¿A qué demonios te refieres? Es positiva. Edgar dijo que la confirmación final es una formalidad.
– Más tarde -repitió con un poco de acero en la voz-. Por ahora presupondremos que está viva. Seguiremos con lo de la entrega del dinero como si existiera una niña en buen estado de salud en algún lugar. Pero en algún momento, querría que comprendieras que todo podría ser un engaño muy elaborado.
– ¿Por qué lo crees?
– Esto no es importante.
– ¡Cómo que no! ¿Me estás diciendo que falsificaron la prueba de ADN?
– Lo dudo. -Y luego añadió-: Pero es una posibilidad.
– ¿Cómo? Las dos muestras de pelo coincidían.
– Los cabellos coincidían entre ellos.
– Sí.
– Pero -dijo ella-, ¿cómo sabes que la primera muestra de pelo, la que recibiste hace año y medio, pertenecía a Tara?
Tardé un momento en captar el sentido de lo que decía.
– ¿Alguna vez has hecho una prueba a la primera muestra para ver si el ADN coincidía con el tuyo?
– ¿Por qué iba a hacerlo?
– Porque, los secuestradores originales podrían haberte mandado cabellos de otra niña.
Intenté aclararme.
– Pero tenían un retazo de su ropa -dije-. Del pelele rosa con los pingüinos negros. ¿Cómo explicas esto?
– ¿No creerás que Gap sólo vendió uno de ese modelo? Mira, todavía no sé cuál es la historia, o sea que no vale la pena seguir con las hipótesis. Concentrémonos en lo que podemos hacer ahora.
Me recosté en el asiento. Callamos por un momento. Me preguntaba si había hecho bien llamándola. Había exceso de equipaje entre los dos. Pero sea como fuere confiaba en ella. Teníamos que mantenernos en el plano profesional, seguir compartimentándonos.
– Sólo quiero recuperar a mi hija -dije.
Rachel asintió con la cabeza, abrió la boca como si fuera a decir algo, pero continuó en silencio. Y entonces fue cuando llegó la llamada de rescate.
A Lydia le gustaba mirar fotografías antiguas.
No sabía por qué. Le ofrecían poco consuelo. El factor nostalgia era mejor limitarlo. Heshy nunca miraba atrás. Por razones que no sabía explicar claramente, Lydia sí lo hacía.
Esta fotografía en concreto la habían tomado cuando Lydia tenía ocho años. Era una foto en blanco y negro de la popular comedia de situación de la televisión Risas familiares. El programa había durado siete años; en el caso de Lydia, de los seis años hasta casi su decimotercer cumpleaños. En Risas familiares actuaba la ex estrella Clive Wilkins como padre viudo de tres hijos adorables: los gemelos Tod y Rod, que tenían once años cuando empezó la serie, y una hermanita adorable llamada, por supuesto, Trixie, interpretada por la irrefrenable Larissa Dane. Sí, era un programa extraordinariamente querido. Todavía se emitían reposiciones de Risas familiares en la televisión.
De vez en cuando, el programa La historia verdadera de Hollywood emite un reportaje sobre el antiguo reparto de Risas familiares. Clive Wilkins murió de cáncer de páncreas dos años después del final del programa. El narrador apunta que Clive era «como un padre en el plato», lo que Lydia sabía que era una tontería. El hombre bebía y olía a tabaco. Cuando la abrazaba ante las cámaras, necesitaba toda su energía infantil para no vomitar.
Jarad y Stan Frank, los gemelos idénticos que interpretaban a Tod y Rod, habían intentado abrirse camino en el mundo de la música desde que se dejó de grabar la serie. En Risas familiares tenían un grupo que ensayaba en el garaje, con un repertorio de canciones escritas por otros, instrumentos tocados por otros, y voces tan resonadas y distorsionadas por los sintetizadores que incluso Jarad y Stan, que no habrían sabido sostener una nota ni que la llevaran tatuada en la palma de la mano, empezaron a creer que eran auténticos artistas de la música. Los gemelos se acercaban a los cuarenta, los dos eran clientes asiduos del Hair Club para trasplantes de pelo, y los dos se engañaban diciendo que, a pesar de «estar cansados de la fama», estaban a un paso de recuperar el estrellato.
Pero el verdadero misterio, el enigma sin solución de la saga Risas familiares, era el destino del adorable «duendecillo llamado Trixie», Larissa Dañe. Esto es lo que se sabe de ella: la última temporada de emisión de la serie, los padres de Larissa se divorciaron y pelearon ferozmente por las ganancias de la niña. Su padre acabó volándose los sesos. Su madre se casó con un falso artista que desapareció con el dinero. Como muchos niños actores, Larissa Dañe cayó inmediatamente en el olvido. Corrían rumores de promiscuidad y consumo de drogas, pero nadie estaba suficientemente interesado -todavía no había llegado la locura de la nostalgia-. Se tomó una sobredosis y estuvo a punto de morir a los quince años. La mandaron a un psiquiátrico y aparentemente desapareció de la faz de la tierra. Nadie sabe qué ha sido de ella. Muchos creen que murió a causa de una segunda sobredosis.
Pero por supuesto no había muerto.
– ¿Estás preparada para la llamada, Lydia? -preguntó Heshy.
Ella no contestó inmediatamente. Lydia miró la siguiente fotografía. Otra instantánea de Risas familiares, esta vez de la quinta temporada, episodio 112. La pequeña Trixie llevaba un brazo enyesado. Tod quería dibujarle una guitarra. A su padre no le parecía bien. Tod protestó: «Pero, papá, ¡prometí que sólo la dibujaría, no que la tocaría!». Rugían las risas enlatadas. La pequeña Larissa no entendía la broma. La Lydia adulta tampoco. Pero lo que sí recordaba era cómo se había roto el brazo aquel día. Cosas típicas de niños. Iba corriendo y cayó por la escalera. El dolor fue tremendo, pero ellos necesitaban grabar el episodio. Por eso, el médico del estudio le inyectó no se sabe qué y dos guionistas añadieron el accidente al guión. Ella apenas estaba consciente mientras grababan.
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