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Nicci French: Los Muertos No Hablan

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Nicci French Los Muertos No Hablan

Los Muertos No Hablan: краткое содержание, описание и аннотация

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Una llamada imprevista y la vida cambia por completo. Una visita inoportuna y todo el futuro que habían soñado juntos se derrumba dolorosamente. La policía da a Eleanor Falkner la peor de las noticias posibles: su mando, Greg Manning, ha fallecido en un suburbio solitario de las afueras de la capital, después de que el coche que conducía se despeñara por un terraplén por causas desconocidas. Sin apenas tiempo para asumir esta tragedia, Eleanor encaja un nuevo mazazo: al lado de Greg yace también muerta una mujer, Milena Livingstone, de la que nunca había oído hablar. Presa aún de la consternación y la pena, Eleanor no puede acallar la sombra de una duda que la atenaza: quién era aquella misteriosa desconocida a la que todo el mundo a sus espaldas se refiere con la etiqueta de «amante secreta». Ignorando los bienintencionados consejos de familiares y amigos, que la invitan a rehacer su vida y olvidar una supuesta infidelidad matrimonial, Eleanor se empeña en investigar minuciosamente los últimos días de Greg y de la última mujer que lo vio con vida, una decisión que, sea cual sea la verdad final, acaso la ayude a superar la traumática pérdida… Aunque tal vez se exponga también con ello a poner en peligro su vida.

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– ¿Todo eso es verdad? -intervino Fergus.

Empezaba a llover y las gotas me proporcionaron una agradable sensación del frescor en el rostro.

– La mayor parte -le aclaré-. Algunas partes se corresponden con lo que debió de pasar. El resto es lo que imagino por las noches.

»Después de colgar se quedó reflexionando un rato -proseguí-. Entró en el despacho de Joe para preguntarle por el tema, pero éste había salido y no cogía el móvil. Así que pidió la carpeta de Marjorie Sutton y la examinó minuciosamente. Después la llamó y concertó una cita con ella para el día siguiente. Le insistió en que era urgente.

»Luego pensaba volver a casa. Me había prometido que íbamos a tener una tarde para los dos. Yo iba a preparar risotto y él iba a comprar un buen vino tinto. Íbamos a hacer el amor y después a cenar juntos. Sin embargo, cuando se disponía a salir, lo llamó Joe diciéndole que había pasado algo raro con Marjorie Sutton y que tenían que hablar. A Greg lo alivió esa llamada: sin quererlo, las firmas lo habían preocupado. Le dijo a Joe que había intentado ponerse en contacto con él para tratar el tema, pero que lo podían dejar para el día siguiente. Había hecho planes con su mujer. Joe insistió, le aseguró que no tardarían mucho y le preguntó si podía recogerlo en la estación de King's Cross.

»Greg me llamó. Me dijo: "Ellie, sé que te había dicho que iba a llegar pronto, pero me voy a retrasar un poco. Lo siento mucho".

»Yo le respondí: "Joder, Greg, me lo habías prometido",

»Él se disculpó: "Lo sé, lo sé, pero ha surgido una cosa".

»A lo que yo repliqué: "Siempre surge algo".

»Y él finalmente dijo: "Luego te lo explico. Ahora no puedo hablar, Ell".

»Yo debería haberle preguntado si había algún problema, debería haberle dicho que tuviera cuidado, que no importaba que se retrasase, y debería haberle dicho que lo quería mucho, muchísimo. No, no sólo eso, le tendría que haber pedido que volviera a casa inmediatamente, que cancelara la cita que había concertado. Tendría que haber gritado, que haber insistido, que haberle dicho que estaba enfadada y que lo necesitaba. Podría haberlo hecho. Estuve a punto. A partir de ahí empezaría una historia que nunca sucederá y que nunca llegaré a contar, la de una larga vida llena de felicidad. Pero me despedí con mucha frialdad y le colgué, y ésa fue la última vez que oí su voz, con la excepción del contestador. A veces me despierto por la noche y tengo la sensación de que me habla, de que me dice: "Buenos días, preciosa, ¿has tenido dulces sueños?".

»En todo caso, tú oíste la discusión, o al menos su parte, porque entraste en su despacho a la mitad. Él colgó, se volvió hacia ti y te dijo que yo estaba un poco cabreada con él; tú le dijiste que seguro que se me pasaría.

«Volvió a quedarse solo, se sentó en la silla y cruzó las manos por detrás de la cabeza. Eso no lo sé a ciencia cierta, pero lo imagino. Veo con precisión cómo ladeó la cabeza, el pequeño músculo que se le tensaba y destensaba en la mandíbula. Cerró los ojos y pensó en lo alicaída que me sentía por no quedarme embarazada; rápidamente, su enfado desapareció y sólo quedó ternura. Entonces me mandó un mensaje de texto: "Perdón perdón perdón perdón perdón. Soy un idiota".

»Se levantó. Se puso la chaqueta. Metió la cabeza en la oficina de Tania y se despidió hasta el día siguiente. A ti te saludó con la mano mientras salía. Bajó corriendo las escaleras de dos en dos, como siempre. Subió al coche y se dirigió a King's Cross. Cinco minutos: después se iría a casa y apenas se retrasaría.

«Detuvo el vehículo; Joe abrió la puerta del copiloto y entró con una bolsa. Le dijo que tenía que enseñarle una cosa. Greg creía que podía confiar en él, claro. Al fin y al cabo lo quería, lo admiraba y solía pedirle consejo. En muchos aspectos, Joe era la figura paterna que Greg nunca había tenido. Por eso, con toda inocencia, siguió sus instrucciones y pusieron rumbo al este, hacia Stratford, hacia Portón Way. Jamás habría sospechado que sucedería algo extraño. ¿Por qué iba a hacerlo? Le habría resultado inconcebible.

»Greg llevó a Joe a una escombrera en desuso. Estaba oscuro, hacía frío y no había nadie. Le preguntó varias veces qué pasaba, pero sin angustia, sólo con cierta perplejidad, aunque también le pareció gracioso tanto secretismo. Joe, fiel a sí mismo, debió de inventar una excusa plausible mientras iban de camino, con muchos detalles. No importaba. Nadie los comprobaría nunca. Bastaba con que impidieran que Greg recelara.

»Greg detuvo el vehículo cuando Joe se lo pidió. Miró por la ventana, hacia donde su socio le señalaba algo. No lo vio… ¿Qué fue? ¿Una llave inglesa? ¿Una de las herramientas del maletero? El tipo de objeto que se suele describir como contundente. Recibió el golpe justo encima de la ceja, primero uno y luego otro. No se enteró de que Joe era su asesino… Ay, Fergus, espero que no se enterara, que los últimos segundos de su vida no estuvieran envueltos en el terror y la confusión más absolutos. No. No se enteró. Sé que no. Joe fue certero y la muerte se produjo enseguida.

»Joe llevó el coche al lugar en el que había escondido a Milena. Colocó su cadáver en el asiento del copiloto. Desabrochó el cinturón de seguridad de Greg. Soltó el freno de mano y, puesto que había una cuesta, no le costó mucho empujar el vehículo para que cogiera velocidad, se saliera en la curva y se precipitara por el terraplén. Vio cómo caía hasta el fondo. Entonces Joe (que había empezado a llorar, unas lágrimas enormes que le surcaban las mejillas porque siempre fue todo un sentimental, así era él, y a su manera, quería a Greg) bajó por la pendiente entre resbalones, incendió el coche y se apartó un poco mientras las llamas consumían a su socio, a su querido socio y amigo. Es probable que siguiera llorando. Bueno, no. No tenía tiempo para eso. Debía desaparecer antes de que el fuego atrajera a los curiosos. El plan funcionó a la perfección. Dejó allí dos cadáveres, dos completos desconocidos uno junto a otro, como si fueran amantes.

»Y la pregunta es: ¿se marchó a pie? No parece lo más práctico. Habría sido mejor irse en coche.

– ¿En cuál? -inquirió Fergus-. Al de Greg le había prendido fuego.

– Alguien debió de recogerlo.

– ¿Quién?

– Seguro que fue Tania. Aunque ella afirma que no sabía nada de todo este asunto. De todas formas, él la tenía completamente subyugada. Eso cree la policía. Al parecer, así se justifica todo.

No había mirado a Fergus mientras hablaba, pero ahora me volví hacia él. Una única lágrima se deslizaba por su rostro. Alcé el brazo y se la sequé con la yema de un dedo.

Abrí la tapa de la urna; nos acuclillamos debajo del roble y, muy poco a poco, la incliné hasta que las cenizas de Greg cayeron sobre la hierba verde. No nos movimos; Fergus me tendió la mano y yo se la di.

Eras mi mejor amigo, eras lo que más quería en el mundo, mi amor. Una brisa ligera removió el montoncito. El viento y la lluvia no tardarían en esparcirlo. Allí duraría poco.

* * *

Fergus quiso acompañarme a casa pero le dije que ese día prefería estar sola. A veces, cuando estás solo te sientes más acompañado que con gente y, en cualquier caso, tenía el corazón lleno de recuerdos felices.

Emprendí lentamente el camino de regreso en aquella mañana hermosa y azul, con el sol en la nuca; el aire era suave y cálido. La gente discurría a mi lado en dirección a sus destinos. Cuando abrí la puerta de entrada y accedí al vestíbulo estuve a punto de decir en voz alta que había llegado. Fui a la cocina y me quedé envuelta en aquel silencio. Mientras esperaba a que el agua hirviese salí al jardín inundado por el sol. Eché la cabeza hacia atrás, cerré los ojos y vi tu rostro, la sonrisa que sólo me dedicabas a mí. Al volver a abrirlos me di cuenta de que en la hierba había un joven mirlo muerto, a pocos metros, debajo del viejo rosal. Volví a casa y busqué una caja de zapatos vacía. Cogí el pájaro, con el cuerpo empapado y el pico amarillo, lo metí dentro y coloqué la tapa.

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