Michael Connelly - Nueve Dragones

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Harry Bosch y su compañero Ignacio Ferras investigan el asesinato del señor Li, anciano propietario de Fortune Liquors, una tienda china de licores de Los Ángeles. Las cámaras de seguridad del local invalidan la teoría de atraco y dejan la puerta abierta a que el crimen esté relacionado con una posible extorsión por parte de la mafia china. Bosch, en deuda con Li desde que éste le ayudara durante los disturbios raciales de la ciudad, promete a sus hijos que encontrará al asesino de su padre.
En plena investigación, Bosch recibe la noticia de la desaparición de su hija Maddie. La adolescente vive con su madre, Eleanor Wish -la ex agente del FBI que fuera pareja del investigador-, en Hong Kong. Bosch se teme lo peor: cree que el secuestro podría estar vinculado con el asesinato de Li, por lo que decide marcharse a la ciudad asiática en un intento desesperado por hallar a su hija.

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Bosch se acercó y se aseguró de que el hombre estaba muerto. Lanzó su 45 vacía por la borda y recogió las armas del muerto: otras dos Black Star semiautomáticas. Retrocedió de nuevo a la caseta de navegación.

La sala aún estaba vacía. Bosch sabía que al menos quedaba un hombre más en la bodega, con su hija. Vació los cargadores de las dos pistolas y contó once balas en total.

Se guardó las armas en el cinturón y bajó la escalera como un bombero, cerrando las piernas en torno a las barras verticales y deslizándose hasta el casco. Al final se dejó caer y rodó, sacando sus armas y esperando que le dispararan, pero no llegaron más balas en su dirección.

Las pupilas de Bosch se acostumbraron a la escasa luz y vio que se encontraba en un camarote vacío que se abría a un pasillo central que recorría todo el casco. La única luz llegaba desde la escotilla de arriba e iluminaba hasta la proa. Entre Harry y ese punto había seis compartimentos -tres en cada lado- que recorrían toda la longitud del pasillo. La última puerta de la izquierda estaba abierta del todo. Bosch se levantó y se metió una de las pistolas en el cinturón para tener una mano libre. Empezó a moverse, con la pistola que le quedaba levantada y lista para disparar.

Cada puerta tenía un sistema de cierre de cuatro puntos para almacenar la pesca. Gracias a las flechas dibujadas en el acero oxidado, Bosch supo hacia qué lado girar cada tirador para abrir el compartimento. Se movió por el pasillo, comprobando los compartimentos uno por uno. Todos estaban vacíos y era evidente que no se habían usado recientemente para guardar pescado. En el suelo de cada una de las cámaras, de paredes de acero y sin ventanas, había una capa de restos de cereales, cajas de comida y bidones de agua de cuatro litros vacíos. Había jaulas de madera rebosantes de más basura. Unas redes de pesca, reutilizadas como hamacas, colgaban de ganchos fijados a las paredes. Los compartimentos desprendían un olor pútrido que no tenía nada que ver con el pescado que el buque había transportado en otros tiempos: ese barco llevaba cargamento humano.

Lo que más inquietó a Bosch fueron las cajas de cereales. Todas eran de la misma marca, y en la parte delantera del paquete había un oso panda de dibujos animados sonriendo en el borde de un cuenco que contenía un tesoro de arroz hinchado con azúcar. Eran cereales para niños.

La última parada en el pasillo fue en el compartimento abierto. Bosch se agachó y entró con agilidad. También estaba vacío.

Pero era diferente. No había basura ahí. Una lámpara de batería colgaba de un cable fijado a un gancho en el techo. Había un cajón de embalaje boca abajo con pilas de cajas de cereales sin abrir, paquetes de fideos y bidones de agua de cuatro litros. Bosch buscó cualquier indicación de que su hija hubiera estado retenida en la sala, pero no había rastro de ella.

Oyó un fuerte chirrido de bisagras a su espalda y se volvió justo cuando la puerta se cerraba de golpe. Vio el mecanismo superior de la derecha volviendo a la posición cerrada e inmediatamente advirtió que habían sacado las manijas internas. Lo estaban encerrando. Sacó la segunda pistola y apuntó ambas armas al mecanismo de cierre, esperando que girara el siguiente cerrojo.

Era el inferior derecho. En el momento en que el cerrojo empezó a girar, Bosch apuntó y disparó repetidamente a la puerta con ambas pistolas. Las balas agujerearon el metal debilitado por años de óxido. Oyó que alguien gritaba como si estuviera sorprendido o herido. Luego oyó un sonido que retumbó en el pasillo cuando un cuerpo golpeó el suelo.

Bosch se acercó a la puerta y trató de girar con la mano el tornillo correspondiente al cerrojo superior derecho. Era demasiado pequeño para hacer fuerza con los dedos. En su desesperación, retrocedió un paso y golpeó con el hombro en la puerta, con la esperanza de reventar el cerrojo. Pero no se movió y por la sensación del impacto en su hombro supo que la puerta no iba a ceder.

Estaba encerrado.

Volvió a acercarse a la puerta e inclinó la cabeza para escuchar. Ya sólo se oía el sonido de los motores. Golpeó con la base de una de las pistolas ruidosamente en el cierre de metal.

– ¡Maddie! -gritó-. ¡Maddie, ¿estás ahí?!

No hubo respuesta. Golpeó de nuevo en el cierre, esta vez aún más fuerte.

– Hazme una señal, niña. Si estás ahí, ¡haz algún ruido!

Tampoco hubo respuesta. Bosch sacó el teléfono y lo abrió para llamar a Sun, pero vio que no tenía señal. Trató de llamar de todos modos, pero no hubo respuesta. Estaba en una habitación revestida de metal y su teléfono móvil era inútil.

Bosch se volvió y golpeó una vez más la puerta. Gritó el nombre de su hija.

No hubo respuesta. Apoyó su frente sudorosa contra la puerta oxidada, derrotado. Estaba encerrado en una caja metálica y frustrado al darse cuenta de que su hija ni siquiera estaba en el barco. Había fallado y había conseguido lo que merecía, lo que se había ganado.

Sintió un dolor físico en el pecho que equivalía al que sentía en la mente. Agudo, profundo e implacable. Empezó a respirar pesadamente y apoyó la espalda en la puerta. Se abrió otro botón de la camisa y se deslizó por el metal oxidado hasta que quedó sentado en el suelo con las rodillas levantadas. Se dio cuenta de que estaba en un lugar tan claustrofóbico como los túneles que habitó una vez. La batería que alimentaba la lámpara del techo estaba agotándose y pronto quedaría sumido en la oscuridad. La derrota y la desesperación lo superaron. Le había fallado a su hija y se había fallado a sí mismo.

37

Bosch de repente levantó la mirada de su contemplación del fracaso. Había oído algo. Por encima del rumor de los motores, captó un estrépito. No procedía de arriba, sino del casco.

Se levantó de un salto y se volvió hacia la puerta. Oyó otro golpe y supo que alguien estaba comprobando los compartimentos igual que él lo había hecho.

Golpeó en la puerta con la base de ambas pistolas. Gritó por encima del eco metálico de acero sobre acero.

– ¿Sun Yee? ¡Eh! ¡Aquí abajo! ¿Hay alguien? ¡Aquí abajo!

No hubo respuesta, pero enseguida giró el cerrojo de arriba a la derecha. Estaban abriendo la puerta. Bosch retrocedió, se limpió la cara con las mangas y esperó. A continuación se abrió el cierre inferior izquierdo y acto seguido la puerta empezó a abrirse lentamente. Bosch levantó las pistolas sin estar seguro de cuántas balas le quedaban.

Bajo la tenue luz del pasillo vio el rostro de Sun. Bosch avanzó y abrió la puerta por completo.

– ¿Dónde coño te habías metido?

– Estaba buscando una barca y…

– Te he llamado. Te dije que volvieras.

Una vez en el pasillo, Bosch vio que el hombre del Mercedes yacía boca abajo en el suelo, a un metro de la puerta. Se acercó rápidamente a él, esperando encontrarlo todavía con vida. Le dio la vuelta, haciéndolo girar sobre su propia sangre.

Estaba muerto.

– Harry, ¿dónde está Madeline? -preguntó Sun.

– No lo sé. ¡Todos están muertos y no lo sé!

A menos…

Empezó a formarse un plan final en el cerebro de Bosch. Una última oportunidad. El Mercedes blanco, brillante y nuevo. El coche tendría todos los extras, incluido un sistema de navegación GPS, y la primera dirección almacenada en él sería la de la casa del hombre del Mercedes.

Irían allí. Irían a la casa del hombre del Mercedes y Bosch haría lo que fuera necesario para encontrar a su hija. Si tenía que poner una pistola en la cabeza del niño aburrido que había visto en el Geo lo haría. Y la mujer se lo diría. Le devolvería su hija.

Harry estudió el cadáver que tenía delante. Presumió que estaba mirando a Dennis Ho, el hombre que estaba detrás de Northstar. Palpó los bolsillos del muerto, buscando las llaves del coche, pero no encontró nada, y tan deprisa como se había formado su plan Bosch empezó a sentirlo desaparecer. ¿Dónde estaban las llaves? Necesitaba que el ordenador le dijera adónde ir y cómo encontrar su camino.

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