Ursula Le Guin - Tehanu

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El mal medra, y la magia se ha pervertido. En todas partes hay miedo e incertidumbre, y magos y reyes quieren que una mujer de Gont les muestre el camino. Tenar, sacerdotisa de Atuan, cuida de Therru, una muchacha que ha conocido el horror, y dedica toda su fuerza y sabiduría a proteger a la niña de sus perseguidores y llegar a entender un mundo que está cambiando de una manera misteriosa. A Tenar se le une Ged, en otro tiempo archimago de Terramar, y el hombre, la mujer y la niña descubren que se enfrentan a un enemigo que sólo podrá ser dominado con una nueva especie de poder…
Ganó el Premio Nébula como mejor novela en 1990, Premio Locus como mejor novela de fantasía en 1991.

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—Así fue como completé el número necesario, nueve, para elegir al nuevo archimago. —Son…, son hombres sabios —dijo, echándole una mirada a Tenar—. No sólo son avezados en sus artes, sino también hombres sabios. Pero aprovechan sus discrepancias, como ya había visto, para tomar decisiones adecuadas. Pero esa vez…

—Lo que ocurrió —dijo el Maestro de Vientos al ver que Lebannen no parecía dispuesto a criticar a los Maestros de Roke— es que sólo había discrepancias entre nosotros; no tomamos ninguna decisión. No podíamos llegar a un acuerdo. Como el archimago no había muerto… Estaba vivo, como sabéis, pero no era mago… y, sin embargo, aún era un señor de dragones, parecía… Y como nuestro Transformador aún estaba perturbado porque habían vuelto su propio arte contra él y creía que el Invocador regresaría de la muerte, y nos suplicó que lo esperásemos… Y como el Maestro de las Formas no deseaba hablar… Es kargo, señora, como vos; ¿lo sabíais? Cuando se unió a nosotros venía de Karego-At. —La observó con su mirada penetrante; ¿en qué dirección sopla el viento?— Así fue como, por todo eso, no pudimos llegar a un acuerdo. Cuando el Portero preguntó los nombres de aquellos entre quienes habríamos de elegir al archimago, no se oyó un solo nombre. Todos miraron a los demás…

—Yo bajé los ojos —dijo Lebannen.

—De modo que finalmente miramos al que conoce los nombres: al Maestro de Nombres. Y él observaba al Maestro de las Formas, que no había dicho una sola palabra, pero que estaba sentado entre sus árboles como un tocón. Siempre nos reunimos en el Boscaje, así es, entre esos árboles cuyas raíces son más profundas que las islas. Ya iba anocheciendo. A veces brillaba una luz entre los árboles, pero no esa noche. Estaba oscuro, no había estrellas, sólo un cielo nublado sobre las hojas. Y el Maestro de las Formas se puso en pie y habló…, pero en su propia lengua, no en el Habla Arcana ni en hárdico sino en kargo. Pocos de nosotros la entendían o sabían siquiera qué lengua era, y no sabíamos qué pensar. Pero el Maestro de Nombres nos dijo lo que había dicho el Maestro de las Formas. Dijo: Una mujer de Gont .

Se detuvo. Había dejado de mirarla. Al cabo de unos instantes, ella dijo: —¿Nada más?

—Ni una sola palabra. Cuando lo instamos a hablar, nos miró fijamente y no pudo responder; porque había estado inmerso en una visión, ¿sabéis?… Había estado contemplando la forma de las cosas, la Forma; y poco de eso se puede expresar en palabras y aún menos en ideas. No sabía mejor que nosotros qué pensar de lo que había dicho. Pero era lo único que teníamos.

Después de todo, los Maestros de Roke eran Preceptores y el Maestro de Vientos era un buen preceptor, no podía dejar de explicar claramente lo que decía. Quizá más claramente de lo que deseaba. Miró una vez a Tenar y luego desvió la mirada.

—Así que, como veis, nos pareció que teníamos que venir a Gont. Pero ¿para qué? ¿En busca de quién? «Una mujer»…, ¡nada claro! Evidentemente esa mujer ha de guiarnos, mostrarnos de algún modo el camino que nos llevará a nuestro archimago. E inmediatamente, como supondréis, señora, se mencionó vuestro nombre… porque ¿de qué otra mujer de Gont habíamos oído hablar? No es una isla grande, pero disfrutáis de gran fama. Entonces uno de nosotros dijo: «Ella nos conducirá a Ogion». Pero todos sabíamos que Ogion se había negado hacía ya mucho tiempo a ser archimago e indudablemente no aceptaría serlo ahora que estaba viejo y enfermo. Y de hecho Ogion agonizaba mientras nosotros hablábamos, creo. Entonces otro dijo: «Pero ella nos conducirá a Gavilán». Y entonces nos sentimos realmente confundidos.

—Realmente —dijo Lebannen—. Porque comenzó a llover, allí, entre los árboles. —Sonrió.— Había creído que nunca volvería a oír el sonido de la lluvia. Sentí una inmensa alegría.

—Los nueve estábamos empapados —dijo el Maestro de Vientos—, y uno de nosotros estaba feliz.

Tenar rió. No podía evitar que el hombre le despertara simpatía. Si se mostraba tan cauteloso con ella, a ella le correspondía mostrarse cautelosa con él; pero con Lebannen y en su presencia la sinceridad era lo único que cabía.

—No puedo ser vuestra mujer de Gont, entonces, porque no os conduciré a Gavilán.

—Eso pensaba yo —dijo el mago con una aparente y tal vez genuina sinceridad—, que no podíais ser vos, señora. Entre otras cosas, porque sin duda él habría dicho vuestro nombre, en la visión. ¡Son muy pocos los que usan abiertamente sus nombres verdaderos! Pero el Concilio de Roke me ha encomendado que os pregunte si sabéis de alguna mujer de esta isla que pueda ser la que buscamos… La hermana o la madre de un hombre de poder o incluso su maestra; porque hay brujas muy sabias a su manera. ¿Es posible que Ogion haya conocido a esa mujer? Dicen que conocía a todos los habitantes de la isla, pese a que vivía solo y solía vagar por lugares solitarios. ¡Ojalá estuviese vivo para ayudarnos!

Tenar ya había pensado en la pescadora del relato de Ogion. Pero esa mujer era una anciana cuando Ogion la había conocido, años atrás, y ya debía de haber muerto. Aunque se decía que los dragones vivían muchos años, pensó.

No dijo nada por un rato y al cabo sólo dijo: —No conozco a nadie semejante.

Percibía la controlada impaciencia que despertaba en el mago. Sin duda pensaba: «¿Por qué se resiste? ¿Qué desea?». Y se preguntó por qué no podía decírselo. La sordera del mago la enmudecía. Ni siquiera podía decirle que estaba sordo.

—Entonces —dijo ella por fin—, no hay un ar-chimago en Terramar. Pero hay un rey.

—En quien tenemos buenos motivos para confiar y tener fe —dijo el mago con un ardor que le favorecía. Lebannen, que observaba y escuchaba, sonrió.

—En los últimos años —dijo Tenar titubeando— ha habido muchos infortunios, muchas desgracias. Mi… la pequeña… Ese tipo de cosas han sido muy comunes. Y he oído a muchos hombres y mujeres de poder hablar del debilitamiento, de la transformación de su poder.

—Aquel al que el archimago, mi señor, derrotó en la tierra yerma, ese Araña, provocó un dolor y una destrucción indecibles. Aún hemos de pasar mucho tiempo restaurando nuestro arte, curando a nuestros hechiceros y recuperando nuestras facultades —dijo el mago terminantemente.

—Me pregunto si no habría que hacer aun más que restaurar y curar —dijo ella—, aunque también hay que hacer eso, sin duda… Pero me pregunto, ¿es posible que…, que ese Araña haya tenido tanto poder porque las cosas ya estaban cambiando… y que se haya estado produciendo, se haya producido un cambio…, un gran cambio? ¿Y es por ese cambio que tenemos nuevamente un rey en Terramar…, un rey en lugar de un archimago?

El Maestro de Vientos la miró como si viera una nube de tormenta a gran distancia, en el horizonte más remoto. Incluso alzó la mano derecha en un indicio, un primer gesto para urdir un sortilegio que detuviese el viento, y luego la bajó nuevamente. Sonrió. —No temáis, señora —dijo—. Roke y el Arte de la Magia seguirán existiendo. ¡Nuestro tesoro está bien protegido!

—Decidle eso a Kalessin —dijo ella, súbitamente incapaz de soportar la extrema inconsciencia de su descortesía. Por supuesto, eso lo hizo mirar con fijeza. Había oído el nombre del dragón. Pero no la había escuchado. ¿Cómo podía escucharla cuando jamás había escuchado a una mujer desde que su madre le cantara su última canción de cuna?

—De hecho —dijo Lebannen—, Kalessin llegó a Roke, que, según se dice, tiene poderosísimas defensas contra los dragones; y no lo hizo por un sortilegio de mi señor, porque para entonces ya no tenía poderes de mago… Pero no creo, Maestro de Vientos, que la Señora Tenar haya temido por ella.

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