Giorgio Faletti - Yo Mato

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Un locutor de Radio Montecarlo recibe una noche durante su programa una llamada telefónica asombrosa alguien revela que es un asesino El hecho se pasa por alto, como una broma de pésimo gusto, sin embargo, al día siguiente un famoso piloto de formula uno y su novia aparecen en su barco, muertos y horrendamente mutilados Se inicia así una serie de asesinatos, cada uno precedido de una llamada a Radio Montecarlo con una pista musical sobre la próxima victima, cada uno subrayado por un mensaje escrito con sangre en el escenario del crimen, que es al mismo tiempo una firma y una provocación «Yo mato»
Para Frank Ottobre, agente del FBI, y Nicolás Hulot, comisario de la Sürete monegasca, comienza la caza de un escurridizo fantasma que tiene aterrorizada a la opinión publica nunca hubo un asesino en serie en el principado de Monaco Ahora lo hay, y de su búsqueda nadie va a salir indemne Yo mato es un thriller pleno de acción e intriga, con un desarrollo narrativo tan maduro como absorbente Eso ha bastado -y ha sobrado- para situar a su autor entre los nombres mas importantes del genero y a su obra como un autentico fenómeno editorial

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– ¿Quieres convertir este despacho en un lugar de encuentro para los nostálgicos de la niebla? ¿Londres o muerte? ¿O mejor: Londres y muerte? ¿Ya sabe el presidente que en su ausencia infestas su despacho? Porque, si lo ignora, tengo con qué chantajearte hasta el final de tus días.

Radio Montecarlo, emisora en lengua italiana del principado, había sido absorbida por una sociedad que administraba un grupo de emisoras privadas con sede en Milán, Italia. La dirección, en Monaco, se hallaba por entero en manos de Bikjalo, y el presidente solo asistía a las reuniones importantes.

– Eres un canalla, Jean-Loup. Un puerco canalla sin cojones.

– No sé cómo puedes fumar esa asquerosidad. Estás a punto de superar el límite impalpable entre el humo y el gas neurotóxico. O tal vez ya lo hayas superado hace años y, sin saberlo, estemos hablando con tu fantasma.

Robert permaneció impasible, tan invulnerable al humor de Jean-Loup como al humo de sus cigarrillos.

– Mi silencio expresa una evidente superioridad frente a estos comentarios casi femeninos. No es para oír tus lamentables críticas a mis cigarrillos por lo que he estado esperando a que tu precioso trasero se posara en mi sillón. Y ojo, digo «precioso» porque es bien sabido por todos que esa es la parte de tu cuerpo con la que razonas…

El intercambio de bromas de este tipo formaba parte de un pequeño ritual que ambos practicaban desde hacía años; sin embargo, Jean-Loup pensaba que se hallaban muy lejos de poder considerarse amigos. En realidad, ese humor destructivo solo escondía la dificultad para llegar hasta el fondo de Robert Bikjalo. Tal vez fuera una persona inteligente, y sin duda era astuto. Un hombre inteligente a veces da al mundo más de lo que recibe; uno astuto intenta coger lo máximo y dar a cambio lo menos posible. Jean-Loup conocía bien las reglas del juego en el mundo de los medios de comunicación privados. Él era el locutor de Voices , el programa de mayor éxito de Radio Montecarlo, y la gente como Bikjalo te escuchaba solo en función de la audiencia que atrajeras.

– Solo quería decirte lo que pienso de ti y de tu programa, antes de arrojarte inexorablemente a la calle…

Se apoyó en el respaldo y al fin apagó el cigarrillo en un cenicero lleno de cadáveres. Dejó caer entre ambos un silencio de póquer, y luego prosiguió con el tono de quien se dispone a cantar un full de ases:

– Hoy he recibido una llamada sobre Voices. Era una persona muy cercana a palacio. No me preguntes quién; se dice el pecado, no el pecador…

El tono del director cambió de golpe. Una sonrisa de cuarenta dientes floreció en su cara al mostrar una escalera de color.

– ¡El príncipe en persona ha expresado su satisfacción por el éxito de la emisión!

Jean-Loup se levantó del sillón con una sonrisa parecida, estrechó la mano que le tendía Bikjalo y volvió a sentarse. El jefe continuó su vuelo en las alas del entusiasmo.

– Montecarlo siempre ha tenido una imagen de lugar rico, de centro internacional de evasión fiscal. Últimamente, con todos los escándalos financieros en Estados Unidos y la crisis económica que cunde en casi todas partes, estamos pasando momentos difíciles…

Dijo «estamos» como una amable concesión al mundo, pero su expresión no reflejaba una honda preocupación por los problemas ajenos. Cogió de la cajetilla un nuevo cigarrillo, dobló la boquilla, se lo introdujo entre los labios y lo encendió con el mechero del escritorio.

– Hace algunos años, en esta época del año, se veían dos mil personas en la plaza del Casino. Ahora, hay noches en que ese mismo lugar tiene un aire de day after que da miedo. El ímpetu que has logrado imprimir a Voices al orientar el programa hacia lo social le ha dado un nuevo cariz. Ahora el público puede ver Montecarlo como un lugar donde la solidaridad existe, donde se puede hacer una llamada telefónica para pedir ayuda. También para la radio, no te lo niego, ha sido muy revigorizador. Hay muchísimos patrocinadores nuevos en el horizonte, y esto te da la mejor medida del éxito del programa.

Jean-Loup arqueó una ceja y sonrió. Robert era ante todo un administrador, y para él el éxito significaba, en última instancia, un suspiro de alivio y una sensación de satisfacción a la hora de hacer el balance. Los tiempos heroicos de Radio Montecarlo, los de Jocelyn y Awanagana y Herbert Pagani, habían pasado. Ahora se vivían los tiempos de la economía.

– La verdad es que hemos sido hábiles, los dos. Sobre todo tú. Aparte del acertado formato del programa y de la forma en que lo has desarrollado después, el éxito se ha debido, ante todo, a tu capacidad de emitir tanto en francés como en italiano. Yo solo he cumplido con mi trabajo…

Bikjalo hizo un gesto vago de pretendida modestia. En todo caso, se refería a una muy buena intuición desde el punto de vista empresarial. La calidad del programa y la capacidad bilingüe del locutor le habían inducido a intentar una maniobra que había sabido realizar con la habilidad de un diplomático consumado. Había creado, sobre la base de la audiencia y los resultados, una especie de joint-venture con Europe 2, una emisora francesa que emitía desde París y tenía una línea editorial muy cercana a la de Radio Montecarlo.

Como resultado, ahora Voices llegaba a gran parte de los territorios italiano y francés.

Robert Bikjalo apoyó los pies sobre el escritorio y echó el humo del cigarrillo hacia lo alto. Jean-Loup pensó que era una pose muy institucional y alegórica. Probablemente el presidente no lo habría considerado del mismo modo.

El director prosiguió, triunfal:

– A finales del mes próximo se entregan los Music Awards. Me han llegado rumores de que han pensado en ti para presentarlos. Y después viene el Festival de Cine y Televisión. Estás llegando a la cumbre, Jean-Loup. Muchos personajes de la radio han tenido problemas a la hora de dar el salto hacia la imagen. Pero tú tienes buena apariencia, así que, si juegas bien tus cartas, es probable que provoques una encarnizada competencia entre la radio y la televisión.

Jean-Loup sonrió y miró el reloj. Se levantó de la silla.

– De momento, la única encarnizada competencia que hay es la de Laurent con sus nervios. Todavía no le he visto, y tenemos que revisar todo el material de esta noche.

– Dile de mi parte a esa especie de director y autor que le espera lo mismo que a ti.

Jean-Loup se dirigió hacía la puerta. Cuando estaba a punto de salir, Robert le llamó.

– ¿Jean-Loup?

Se volvió. Bikjalo seguía sentado en el sillón y se mecía con la expresión de un Silvestre que al fin se ha comido al canario.

– Dime.

– De más está decir que si todo esto de la televisión llega a buen puerto yo seré tu agente.

Mientras observaba su expresión falsamente bonachona y auténticamente predadora, Jean-Loup pensó que iba a vender caro su pellejo.

– He tenido que soportar durante mucho tiempo el humo de tus cigarrillos. Para obtener un porcentaje de mis ganancias deberás soportar por lo menos otro tanto.

Cuando cerró la puerta, Robert Bikjalo miraba el techo con aire soñador. Jean-Loup tuvo la impresión de que ya estaba contando el dinero que todavía no había ganado.

2

Jean-Loup, a través de la gran pared de cristal de la cabina de dirección, observaba la ciudad y los juegos de luces que se reflejaban en las aguas inmóviles del puerto. Arriba, envuelta en la oscuridad, se distinguía la presencia protectora del monte Agel, señalada por una pequeña constelación de luces rojas, las de la antena que permitía a Radio Montecarlo emitir en territorio italiano.

A su espalda, la voz de Laurent salió del interfono.

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