Lee Child - El Inductor

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Clandestino: sin duda la situación más solitaria y vulnerable para trabajar. Sin embargo, Jack Reacher está dispuesto a actuar en esas condiciones cuando un equipo extraoficial de la DEA le propone una misión de alto riesgo. Reputado por su destreza e inteligencia y la experiencia adquirida durante sus años como polícia militar, Reacher trabaja ahora por libre aceptando casos que la mayoría rechazan.

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– Nuestro público lo forma una persona -dijo-. Lo único que importa es lo que piense Richard Beck. Todo será fingido desde el principio al final, pero él debe creer que es real.

Eliot me miró.

– ¿Puntos débiles?

– Dos -señalé-. Primero, cómo quitar de en medio a los guardaespaldas sin hacerles daño de verdad. Supongo que no son ustedes tan extraoficiales.

– Rapidez, impacto, sorpresa -dijo él-. El grupo llevará pistolas ametralladoras con balas de fogueo. Además de una granada aturdidora. En cuanto el chico esté fuera del coche, lanzamos una dentro, todo ruido y furia. Quedarán aturdidos, nada más. Pero el muchacho creerá que se han convertido en carne para hamburguesa.

– Muy bien -dije-. Segundo, todo debe resultar muy verosímil, ¿no? Yo soy alguien que pasa por allí y casualmente la clase de individuo que puede rescatarle. Lo que hace de mí alguien inteligente y con recursos. Entonces ¿por qué no lo entrego a los polis más cercanos? ¿O espero a que los polis vengan? ¿Por qué me quedo por ahí, me pongo en evidencia y doy pie a que haya declaraciones de testigos? ¿Por qué quiero llevarlo enseguida a su casa?

Eliot se volvió hacia Duffy.

– Él estará aterrorizado -explicó ella-. Querrá que usted haga eso.

– Pero ¿por qué acepto? No importa lo que quiera él sino lo que es más lógico que haga yo. Porque el público no lo forma una persona, sino dos. Richard Beck y Zachary Beck. Primero uno, y más tarde el otro. Éste lo contemplará todo en retrospectiva. A él hemos de convencerle en la misma medida.

– El chico podría pedirle que no acudiese a la policía. Como la otra vez.

– Pero ¿por qué le haría yo caso? Si yo fuera un tipo normal, lo primero que pensaría sería en ir a la policía. Querría hacerlo todo según las reglas.

– Él pondría objeciones.

– Y yo las pasaría por alto. ¿Por qué un adulto inteligente y capaz escucharía a un chaval insensato? Es un agujero. Todo resulta demasiado cooperativo, demasiado resuelto, demasiado falso. Demasiado directo. Zachary Beck se lo olerá al instante.

– Quizá lo mete usted en un coche y los persiguen.

– Iría directo a la comisaría.

– Mierda -soltó Duffy.

– Es un buen plan -dije-. Pero hemos de hacerlo creíble.

Volví a mirar por la ventana. Fuera todo relucía. Había mucho verdor. Árboles, arbustos, lejanas laderas boscosas espolvoreadas de hojas nuevas. Por el rabillo del ojo advertí que Eliot y Duffy miraban el suelo. Y que los cinco tipos estaban inmóviles. Parecía un grupo competente. Dos de ellos eran algo más jóvenes que yo, altos y rubios. Otros dos tenían aproximadamente mi edad, normales y corrientes. Otro era mucho mayor, encorvado y de pelo cano. Me devané los sesos un buen rato. Secuestro, rescate, casa de Beck. «Tengo que entrar en la casa de Beck -pensé-. Me urge hacerlo. Porque he de encontrar a Quinn. Pensemos en el golf, en el juego largo.» Contemplé todo el asunto desde la óptica del chico. Después desde la del padre.

– Es un plan -repetí-, pero hay que perfeccionarlo. Así que he de ser la clase de tío que nunca acudiría a la policía. -Hice una pausa-. Aún mejor, para Richard Beck he de ser la clase de persona que no puede ir a la policía.

– ¿Cómo? -preguntó Duffy.

La miré fijamente.

– Tengo que herir a alguien. Sin querer, en la confusión. A otro transeúnte. A un inocente. En alguna circunstancia ambigua. Tal vez atropello a una persona, a una anciana que pasea con su perrito. Tal vez incluso la mato. Me entra el pánico y huyo.

– Demasiado difícil para poner en escena -indicó ella-. Y en todo caso, no basta para provocar ninguna huida. Vamos, que en situaciones como ésas se producen accidentes.

Asentí. La habitación volvió a quedar en silencio. Cerré los ojos, pensé un poco más y me figuré el inicio de una escena que empezaba a cobrar forma en mi cabeza.

– Muy bien -dije-. A ver qué tal esto. Mato a un poli. De manera accidental.

Nadie dijo nada. Enarqué las cejas.

– Es un gran slam -solté-. ¿No lo ven? Es perfecto. Tranquilizará a Zachary Beck respecto a por qué no actué con normalidad y fui a la policía. Si acabas de cargarte a un poli no vas a la comisaría, aunque haya sido un accidente. Él lo entenderá. Y eso me dará un motivo para quedarme en su casa. Que es lo que debo hacer. Creerá que me estoy escondiendo. Estará agradecido por el rescate de su hijo, y como en todo caso es un criminal su conciencia no será un obstáculo.

No hubo pegas. Sólo silencio y a continuación un lento e indefinible murmullo de valoración, acuerdo, aceptación. Lo desarrollé desde el principio al final. El juego largo. Sonreí.

– Aún mejor -añadí-, quizás incluso me contrate. De hecho, creo que estará tentado de contratarme. Porque crearemos la falsa impresión de que su familia ha sido atacada y perdido dos guardaespaldas, y sabrá que soy mejor pues ellos han caído y yo no. Y se sentirá satisfecho de ofrecerme trabajo porque mientras crea que soy un asesino de polis y me proteja, pensará que es mi dueño.

Duffy también sonrió.

– Pues a trabajar -dijo-. Tenemos menos de cuarenta y ocho horas.

Los dos tipos más jóvenes serían los secuestradores. Decidimos que conducirían una furgoneta de reparto Toyota del depósito de vehículos confiscados de la DEA. Utilizarían Uzi incautadas con proyectiles de nueve milímetros. Así como una granada aturdidora robada en los almacenes de Tácticas y Armas Especiales de la DEA. Después empezamos a ensayar mi papel de rescatador. Como buenos artistas de pega, decidimos que yo debía ceñirme todo lo posible a la verdad, así que sería un vagabundo ex militar que se encontraba en el lugar oportuno y en el momento oportuno. Iría armado, lo que es técnicamente ilegal en Massachusetts, pero sería muy propio de mí y resultaría verosímil.

– Necesito un revólver pasado de moda -dije-. Debo llevar algo adecuado para un ciudadano. Y todo ha de ser muy espectacular, desde el principio al final. La Toyota se me acerca, tengo que inutilizarla. He de dispararle. O sea que preciso tres balas de verdad y tres de fogueo, en riguroso orden. Las tres reales para la furgoneta, las otras para la gente.

– Podemos preparar así cualquier arma -señaló Eliot.

– Sí, pero he de ver la recámara -advertí-. Justo antes de tirar. No dispararé una carga mixta sin hacer una verificación visual. Necesito saber que empiezo bien. Así que lo mejor es un revólver. Uno grande, nada de chismes pequeños, para que pueda ver claro.

Me entendió perfectamente y tomó nota. Después resolvimos que el tipo mayor sería el poli local. Duffy sugirió que él simplemente se metería por error en la línea de fuego.

– No -objeté-. Tiene que ser el error idóneo. No simplemente una bala perdida. El joven Beck ha de quedar impresionado conmigo. He de hacerlo a propósito pero con temeridad. Como si yo fuera un loco, pero un loco que sabe disparar.

Duffy se mostró de acuerdo, y Eliot repasó mentalmente una lista de vehículos disponibles y me ofreció una vieja camioneta.

Dijo que yo podía dedicarme al transporte. Que eso explicaría que andara por la calle. Confeccionamos listas, en el papel y en nuestra cabeza. Los dos tíos de mi edad permanecían sentados sin ninguna tarea asignada, lo que no les alegraba.

– Ustedes son polis de refuerzo -dije-. Supongamos que el muchacho ni siquiera me ve disparar al primero. Podría desmayarse o algo así. Tienen que perseguirnos en coche, y yo les quitaré de en medio cuando esté seguro de que él está mirando.

– No puede haber policías de apoyo -soltó el tipo de más edad-. Vamos a ver, ¿de repente aquello se llena de polis sin una razón concreta?

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