Lee Child - El Inductor

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Clandestino: sin duda la situación más solitaria y vulnerable para trabajar. Sin embargo, Jack Reacher está dispuesto a actuar en esas condiciones cuando un equipo extraoficial de la DEA le propone una misión de alto riesgo. Reputado por su destreza e inteligencia y la experiencia adquirida durante sus años como polícia militar, Reacher trabaja ahora por libre aceptando casos que la mayoría rechazan.

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– ¿Y después? -inquirí.

– Se restableció -prosiguió Duffy-. Habían pasado seis meses. Estaban tratando de decidir qué hacer con él cuando de repente se esfumó. Nadie volvió a verlo.

– ¿Él les dijo algo sobre quién era?

– Le diagnosticaron amnesia, lógicamente debido al trauma, pues es casi inevitable. Supusieron que se había quedado de veras en blanco con respecto al percance sufrido y a uno o dos días previos. Sin embargo, creían que debía ser capaz de recordar episodios anteriores, y tuvieron una firme impresión de que estaba fingiendo. Hay mucha documentación sobre el caso. Psiquiatras, de todo. Lo entrevistaban cada dos por tres. Se mantuvo en sus trece. Jamás dijo nada sobre sí mismo.

– Cuando se marchó ¿cuál era su estado físico?

– Bastante bueno. Se le apreciaban notorias cicatrices debidas a las heridas por arma de fuego, nada más.

– Muy bien -dije. Eché la cabeza hacia atrás y contemplé el cielo.

– ¿Quién era?

– ¿Quién creen ustedes?

– Disparos de calibre corto en la cabeza y el pecho -dijo Eliot-. Arrojado al mar. Fue un crimen preparado. Un asesinato. Lo hizo un asesino a sueldo.

No dije nada y seguí mirando el cielo.

– ¿Quién era? -volvió a preguntar Duffy.

No desvié la mirada y me remonté a diez años atrás, a un mundo totalmente distinto.

– ¿Saben algo de tanques? -dije.

– ¿Tanques militares? ¿Orugas y cañones? No mucho.

– Me refiero a que todos queremos que los tanques vayan deprisa, que sean fiables, y no ponemos objeciones a cierto ahorro de combustible. Pero si tenemos un tanque, tenemos un tanque; ¿qué es lo único que de veras necesito saber?

– ¿Qué?

– ¿Puedo dispararte antes de que me dispares? Esto es lo que necesito saber. Si estamos a un kilómetro de distancia uno de otro, ¿mi arma va a alcanzarte? ¿O la tuya me alcanzará a mí?

– ¿Y?

– Naturalmente, según las leyes de la física la respuesta más verosímil es que si yo puedo acertar a un kilómetro, tú también puedes darme a mí. Así que dependerá de la munición. Si yo me alejo doscientos metros para que tu proyectil no me haga daño, ¿puedo yo llegar a tener un proyectil que te haga daño? Los tanques consisten en esto. El tipo del mar era un oficial de los servicios secretos del ejército que había estado chantajeando a un especialista en armamento militar.

– ¿Por qué estaba en el mar?

– ¿Vieron la guerra del Golfo por televisión? -pregunté.

– Sí -respondió Eliot.

– Olvídense de las bombas inteligentes -repuse-. La verdadera estrella del espectáculo fue el tanque de combate M1A1 Abrams. Ganaron por cuatrocientos a cero a los iraquíes, que manejaban el mejor material que habían tenido jamás. Pero con la guerra en la tele teníamos que enseñar nuestras cartas al mundo entero, así que para la próxima vez mejor ir inventando otra cosa. Y eso hicimos.

– ¿Qué más? -inquirió Duffy.

– Si queremos un proyectil que llegue más lejos y golpee más fuerte, podemos meterle más propulsión. O lograr que sea más ligero. O ambas cosas. Naturalmente, si introducimos más explosivo hemos de hacer un cambio radical en alguna parte para que pese menos. Y así fue. Quitaron la carga explosiva. Suena raro, ¿verdad? Porque entonces, ¿qué pasa? ¿Hace un ruido metálico y rebota contra mi blindaje? Pues no. Cambiaron la forma. Idearon esto que parece un dardo gigante. Con aletas y todo. Fabricado a partir de tungsteno y uranio empobrecido, los metales más densos que hay. Va realmente lejos y rápido. Lo conocen como el «penetrador de caña larga».

Duffy me lanzó una mirada con los párpados bajos, sonrió y se ruborizó, todo a la vez. Le devolví la sonrisa.

– Le cambiaron el nombre -proseguí-. Ahora se llama CDEAPB, las iniciales de Casquillo de Desecho Estabilizado con Aletas Perforador de Blindajes. En esencia, está propulsado por su propio pequeño motor espacial. Da en el tanque enemigo con una energía cinética tremenda. Ésta, como nos enseñaban en clase de física en el instituto, se transforma en energía calorífica, que lo derrite todo en una décima de segundo e inunda el interior del tanque enemigo con un chorro de metal fundido que mata a los tanquistas y hace estallar cualquier cosa explosiva o inflamable. Un truco muy ingenioso. Y en cualquier caso, disparas y das en el blanco, porque si el blindaje del enemigo es demasiado resistente o has de tirar desde mucha distancia, la cosa esa sólo se clava como un dardo y se descantilla, es decir, que dentro suelta fragmentos de la capa interior del blindaje y costras de metal al rojo, y el efecto es el de una granada de mano. La dotación enemiga queda hecha pedazos como ranas en una licuadora. Es un arma nueva sensacional.

– ¿Qué hay del tipo del mar?

– Consiguió el proyecto original del individuo al que hacía chantaje -expliqué-. Pieza a pieza, durante largo tiempo. Lo vigilábamos. Sabíamos exactamente qué estaba haciendo. Tenía intención de vendérselo al contraespionaje iraquí. Los iraquíes querían que para el próximo partido los equipos estuvieran más igualados. Nuestro ejército no quería que eso sucediera.

Eliot me clavó la mirada.

– Así pues, ¿ellos mataron a ese tipo?

Negué con la cabeza.

– Enviamos a un par de PM a detenerle. Una operación con los procedimientos corrientes, todo legal y en regla, créanme. Pero salió mal. Se escapó. Iba a desaparecer. Y, en serio, el ejército de Estados Unidos no quería que pasara eso.

– Por lo tanto, lo mataron.

Volví a alzar los ojos al cielo. Permanecí callado.

– Eso no fue una operación corriente, ¿verdad?

Seguí sin decir nada.

– No figuraba en ninguna parte, ¿me equivoco?

No respondí.

– Pero no murió -intervino Duffy-. ¿Cómo se llamaba?

– Quinn -dije-. Resultó ser el peor elemento que he conocido en mi vida.

– ¿Y lo vio el sábado en el coche de Beck?

Asentí.

– Se alejó del Symphony Hall en un coche con chófer.

Les proporcioné todos los datos que tenía. Pero a medida que hablaba, todos nos fuimos dando cuenta de que esa información era inútil. Era inimaginable que Quinn estuviera usando la misma identidad. Así que lo único que pude hacer fue facilitarles la descripción física de un hombre blanco de aspecto sencillo, de unos cincuenta años y con dos cicatrices en la frente por disparos del calibre 22. Menos da una piedra, pero en realidad aquello no les servía de mucho.

– ¿Cómo es que no se pudieron emparejar las huellas digitales? -preguntó Eliot.

– Estaban borradas -respondí-. Como si él no hubiera existido jamás.

– ¿Por qué no murió?

– La Silenced de calibre 22 -dije-, nuestra arma reglamentaria estándar para distancias cortas. No es muy potente.

– ¿Todavía es peligroso?

– Para el ejército no -contesté-. Es agua pasada. Ocurrió hace diez años. El CDEAPB pronto será una pieza de museo. Igual que el tanque Abrams.

– Así pues, ¿por qué intentar localizarlo?

– Porque según lo que recuerde exactamente podría ser peligroso para el tipo que fue a eliminarlo.

Eliot asintió con la cabeza.

– ¿Parecía alguien importante? -preguntó Duffy-. El sábado. En el coche de Beck.

– Más bien rico -dije-. Abrigo de cachemir caro, guantes de piel, pañuelo de seda. Parecía un tío acostumbrado a ir en coche con chófer. Se montó sin más, como si lo hubiera hecho toda la vida.

– ¿Saludó al conductor?

– No lo sé.

– Tenemos que ubicarlo -dijo ella-. Necesitamos un contexto. ¿Cómo actuó? Iba en el coche de Beck, pero ¿parecía sentirse con derecho a ello? ¿O era más bien como si alguien le estuviera haciendo un favor?

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