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George Pelecanos: Sin Retorno

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George Pelecanos Sin Retorno

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En 1972, tres adolescentes blancos -Alex, Billy y Pete- decidieron meterse en un barrio marginal de Washington. Esa incursión cambió la vida de seis personas: a causa del enfrentamiento con tres chicos negros, Billy resultó muerto y Alex seriamente herido. En 2007, Alex llora la muerte de su hijo caído en Iraq. De pronto, uno de los chicos negros que sobrevivieron al incidente del 72 contacta con él, abriendo la puerta a la reconciliación al tiempo que otro superviviente sale de prisión con intención de extorsionarle…

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– Hizo pensar al blanco ese.

– Exacto. Y va el dependiente y le pone uno de Led Zeppelin. Ese tema que tiene todas esas cosas raras en el medio, con la música saliendo de un altavoz y entrando en el otro. Uno en el que el cantante habla de que «Voy a darte hasta el último gramo de mi amor».

– Sí, Led Zeppelin… es un tío de cagarse.

– Es un grupo, idiota. No un tío solo.

– ¿Por qué siempre estás corrigiéndome?

– Deberías haberlo oído, Ray. Con aquellos altavoces, uno tenía la impresión de que iba a salir volando por los aires. No veas lo rápido que sacó la cartera Rodney. Un cuarto de hora después, el tío de la tienda le estaba metiendo en el maletero del coche un par de altavoces 5.0 Bozay.

– Pero ¿no era Bose?

James levantó la mano y le dio un cachete afectuoso a su hermano en la cabeza.

– Estaba jugando contigo, colega.

– Me gustaría tener un estéreo igual que ése.

– Ya -contestó James Monroe-. Rodney se ha comprado el estéreo más guay de todo Heathrow Heights.

Heathrow Heights era una comunidad pequeña, compuesta por unos setenta chalés y apartamentos, bordeada por unas vías de tren al sur, bosques al oeste, parques al norte y un gran bulevar comercial al este. Era un barrio exclusivamente de negros, fundado por antiguos esclavos del sur de Maryland en unos terrenos que les cedió el gobierno.

Por su geografía, algunos dicen que por su diseño, Heathrow Heights estaba cerrado sobre sí mismo y aislado de los vecindarios blancos y de clase media-alta que lo rodeaban. Existían varias comunidades que tradicionalmente eran negras, la mayoría más grandes que ésta tanto en extensión como en población, como la de Montgomery County. Pero ninguna parecía tan recluida y segregada como la de Heathrow. La gente que crecía aquí por lo general se quedaba aquí, y traspasaba sus propiedades, si es que había logrado conservar la titularidad de las mismas, a sus herederos. Los residentes se sentían orgullosos de su legado, y en general preferían permanecer con los suyos.

Sin embargo, las condiciones de vida distaban mucho de ser utópicas, y desde luego había habido dificultades y problemas. Mientras que los primeros residentes eran dueños de sus propiedades mediante escritura, durante la Depresión muchas casas habían sido vendidas a especuladores. La mayoría de dichas propiedades fueron adquiridas por un grupo de empresarios blancos de allí mismo, que construyeron en los solares viviendas baratas y mínimamente sólidas y pasaron a ser dueños no presentes. La mayor parte de esas viviendas no tenían ni agua caliente ni cuartos de baño interiores. El calor provenía de estufas de leña.

Los niños asistían a una escuela que tenía una única aula, más adelante dos, situada en los terrenos de una iglesia africana episcopal metodista. En ella estudiaron los alumnos de los cursos más básicos hasta el gran cambio habido en 1954. Los residentes compraban en un establecimiento de tipo tradicional, Nunzio's, fundado por un inmigrante italiano, y que con el tiempo pasó al hijo de éste, Salvatore. Como consecuencia, muchos llegaron a la edad adulta sin haber tenido mucho contacto con los blancos.

La mayoría de las calles de Heathrow permanecieron sin pavimentar hasta los años cincuenta. Para los sesenta, los activistas de dicha comunidad ya habían solicitado al gobierno que obligara a los propietarios a introducir mejoras en las casas. Los funcionarios accedieron de mala gana. Una asociación de mujeres de una de las comunidades blancas vecinas se había unido con los residentes de Heathrow para presionar al gobierno. En 1972, el barrio estaba hecho una ruina. Las casas desvencijadas, mal construidas y «mejoradas», estaban a punto de desmoronarse. En los patios traseros, entre juguetes rotos y escombros, se oxidaban lentamente los coches con las llantas apoyadas en ladrillos.

Para los liberales locales, constituía un tema de conversación para la cena, un motivo para sacudir despacio la cabeza en un gesto negativo entre el momento de servir el asado y la segunda copa de cabernet. Para algunos adolescentes de la clase media y trabajadora de la zona, que habían aprendido de sus padres lo que era la inseguridad, Heathrow Heights era objeto de ridiculizaciones, calumnias y bromas pesadas. Lo llamaban «Negro Heights». Para James y Raymond Monroe, y para la madre de ambos, que trabajaba de asistenta a media jornada, así como para su padre, mecánico de los autobuses de la empresa D.C. Transit, Heathrow era el hogar. De ellos, James era el único que soñaba con salir de allí y prosperar.

James y Raymond se encontraron con dos jóvenes, Larry Wilson y Charles Baker, que estaban sentados en el bordillo de la acera, delante de Nunzio's. Los dos iban sin camiseta, dado el calor que hacía. Larry estaba fumándose un Salem, y le daba caladas tan rápidas que el papel se había arrugado. Ambos estaban bebiendo latas de cerveza Carling Black Label. Entre los dos había una bolsa de color marrón.

Baker tenía una mata de pelo apelmazada en algunos lugares. Miró a Raymond con unos ojos pardos prematuramente faltos de vida. Su rostro había quedado marcado por una cicatriz que le hizo un chico con una cuchilla para cartón al que se le ocurrió cuestionar su virilidad. Se juntó un corrillo de personas para presenciar la pelea, la cual fue tema de conversación durante varios días. Charles, sangrando profusamente por el corte pero visiblemente sin acobardarse, redujo a su adversario, le quitó el arma de una patada y le rompió el brazo doblándoselo contra la rodilla. El grupo de curiosos se dispersó cuando Charles, herido y riendo a carcajadas, se largó de allí dejando al muchacho en el suelo, conmocionado y entre convulsiones.

– ¿Habéis estado lanzando unas canastas? -dijo Larry.

– Sí, en la cancha -respondió James. Era la única que había en el barrio, de modo que no necesitaba dar más explicaciones.

– ¿Quién ha ganado? -preguntó Larry.

– Yo -contestó Raymond-. Me lo he llevado al huerto igualito que Clyde.

– ¿Le has dejado ganar? -preguntó Larry haciendo un gesto con la cabeza a James.

– Ha ganado limpiamente -dijo James.

Larry dio varias caladas rápidas al cigarrillo hasta el filtro y después lo lanzó a la calle.

– ¿Qué vais a hacer hoy? -dijo Raymond.

– Bebernos esta lata antes de que se caliente -dijo Charles-. No hay nada más que hacer.

De ellos, sólo James tenía trabajo, un empleo de veinte horas semanales. Ponía gasolina en la gasolinera Esso que había más adelante, yendo por el bulevar, y su esperanza era encontrar algo mejor. Tenía pensado acudir a clases de mecánica. Su padre, que de vez en cuando le permitía trabajar en el Impala de la familia, cambiar las correas, sustituir la bomba del agua y cosas así, decía que poseía habilidad. James esperaba conseguirle a Raymond un puesto básico en la gasolinera cuando cumpliera los dieciséis.

– ¿Os habéis enterado de que Rodney se ha comprado un equipo nuevo? -preguntó Raymond, mirando a Charles y no a Larry. Raymond, como era muy joven, admiraba a Charles por su fama de violento y lo cortejaba para obtener su favor.

– Sí, nos hemos enterado de que se lo ha comprado -replicó Charles-. Como para no enterarse, con lo que presume de él.

– Está en su derecho de presumir -dijo James-. El dinero se lo ha ganado él, y puede gastárselo en lo que quiera.

– Pero no tiene por qué andar tirándose el rollo el día entero -dijo Larry.

– Y creyéndose superior -apuntó Charles.

– Ese tío tiene trabajo -dijo James en defensa de su amigo Rodney y haciendo una indicación a su hermano pequeño-. No hay motivo para meterse con él por eso.

– ¿Estás diciendo que yo no soy capaz de conservar un empleo? -dijo Charles.

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