McCaleb abrió la puerta del coche. Antes de salir, le estrechó la mano a Lockridge y volvió a decirle que había sido una gran ayuda.
– Bueno, me voy.
– Que tengas suerte, tío.
– Ah, ¿sabes qué? Probablemente voy a conducir bastante. ¿Te importa prestarme una de tus armónicas?
– Elige.
Rebuscó en el bolsillo de la puerta y sacó tres armónicas. McCaleb eligió la que había tocado durante su recorrido por la carretera de la costa la otra noche.
– Es buena. Empieza en clave de do.
– Gracias, Buddy.
– Te has tomado tu tiempo -dijo Winston mientras McCaleb se acercaba a su escritorio-. Me estaba preguntando dónde demonios te habías metido.
– Me han tenido una hora en el depósito -respondió McCaleb-. No puedo creerlo. Os lleváis mi coche en un registro de mierda y yo tengo que pagar la grúa y una multa. Ciento ochenta pavos. No hay justicia en este mundo, Jaye.
– Mira, da gracias de que no lo hayan perdido y te lo hayan devuelto de una pieza. Siéntate. Aún no estoy lista.
– Entonces de qué te quejas porque yo llegue tarde.
Ella no respondió. McCaleb ocupó la silla que había al lado de su escritorio y observó mientras ella corregía un informe mecanografiado y firmaba al pie de cada página con sus iniciales.
– Bueno -dijo Winston-. Pensaba usar una de las salas. La cinta ya está preparada. ¿Vamos?
– Espera un segundo. ¿Qué ha pasado desde anoche?
– Ah, claro. Tú no has estado por aquí.
– ¿Conseguiste huellas de los fluorescentes?
Mostró una amplia sonrisa y asintió.
– ¿Por qué no me lo habías dicho? -protestó McCaleb-. ¿Qué has conseguido?
– Todo. Dos palmas, los dos pulgares, cuatro dedos. Lo pusimos en el ordenador y obtuvimos resultados. Nuestro chico es de por aquí. Se llama Daniel Crimmins, treinta y dos años. Y ¿te acuerdas del perfil que hiciste para el operativo del Asesino del Código? Tenías razón en todo, McCaleb. Diana.
McCaleb se sentía desbordante de energía, aunque exteriormente trataba de mantener la calma. Las últimas piezas del rompecabezas estaban colocándose en su sitio. Trató sin éxito de recordar el nombre del sospechoso de los expedientes del caso.
– Explícamelo todo.
– Lo rechazaron en la Academia del Departamento de Policía de Los Ángeles. Eso fue hace cinco años. Por lo que sabemos, desde entonces ha tenido varios trabajos en el campo de la seguridad privada. No me refiero a empleos de guardia, sino como informático. Se anunciaba en Internet, tenía una página web y enviaba mailings a las empresas. Básicamente vendía seguridad informática. Hemos oído que algunas veces obtenía trabajos hackeando el ordenador de alguna empresa y luego mandando un mensaje de correo electrónico al director general y diciéndole lo fácil que era entrar en su sistema y por qué deberían contratarle para blindarlo a prueba de hackers.
– ¿La AOSSO?
– Exacto. Tenemos un equipo allí ahora. Han llamado hace un rato. Hay un ejecutivo que recuerda haber recibido un mensaje de correo de Crimmins el año pasado. Le pareció una broma y lo borró. Nunca recibió otro mensaje, pero prueba que Crimmins había accedido a la AOSSO.
McCaleb asintió.
– ¿Alguien ha ido a buscar su expediente en el departamento de policía?
– Sí, Arrango. Se ha puesto borde con esto, lo trata como si fuera confidencial. Pero el resumen es que el tipo duró cinco meses. El motivo fue (cito) «imposibilidad de desarrollarse en la atmósfera de la academia». Traducción: el chico era un introvertido que no iba a durar nada en un coche patrulla. Ningún compañero lo iba a querer. Así que lo suspendieron. El problema para él era que era de segunda generación. Su padre se retiró a Blue Heaven hace diez años. Uhlig tiene alguien buscando al papá en la oficina de campo de Idaho. Dijo que, por lo que sabía, su hijo trabajaba en el departamento de policía. No sabía que habían suspendido a Danny, porque Danny nunca se lo explicó. Dice que no ha visto a su hijo en los últimos cinco o seis años, pero que cuando hablan por teléfono el chico siempre tiene batallitas que contar.
– Sí, acabadas de inventar.
McCaleb vio que todo encajaba. El complejo de autoridad. Crimmins lo había transferido de su padre al Departamento de Policía de Los Ángeles después de ser reprobado. La expulsión de la academia podría haber proporcionado la ruptura psicológica que convertía una fantasía inofensiva en un pasatiempo mortal. Todos los crímenes se cometieron en la jurisdicción del Departamento de Policía de Los Ángeles. Estaba mostrando a la institución que lo había juzgado injustamente lo listo, inteligente y valioso que era.
McCaleb pensó que cuando había elaborado el perfil del Asesino del Código, cinco años atrás, había sugerido que los agentes despedidos y los reprobados en la academia debían ser interrogados de manera prioritaria. Por lo que sabía, se había hecho.
– Espera. Este tipo tenía que haber sido interrogado entonces. El fracaso en la carrera policial estaba en el perfil.
– Fue interrogado. Por eso Arrango se hace el remolón con el expediente. De alguna manera, Crimmins pasó la prueba. Fue entrevistado por un equipo del operativo, pero a nadie le pareció sospechoso o que mereciera una segunda mirada. De todos modos, debió asustarse. Lo interrogaron cuatro semanas después del último asesinato. Quizá fuera la razón de que parara.
– Probablemente. Aun así, no vamos a quedar muy bien cuando se sepa que fue interrogado y puesto en libertad.
– Jodidamente mal, pero bueno, qué pase lo que tenga que pasar. Tenemos la rueda de prensa a las tres en punto.
McCaleb consideró lo que Winston había dicho acerca de que los asesinatos se habían interrumpido después de que Crimmins fuera interrogado. Sintió un escalofrío de satisfacción al pensar que quizás había sido su propuesta de entrevistar a los reprobados de la academia lo que había interrumpido los crímenes. Mientras saboreaba ese pensamiento, Winston abrió el archivo y sacó una foto en color de la pila. Se la entregó a McCaleb. Mostraba a Crimmins con el uniforme de la academia. Con el pelo bien recortado, bien afeitado, una cara delgada y ojos esperanzados que parecían traicionar su confianza. Era como si supiera cuando le hicieron la foto que no lo conseguiría, que nunca habría una foto de graduación.
– Parece que cuando era Noone no iba disfrazado -dijo-. Las gafas y algo en las mejillas para hacerle parecer más relleno.
– Exacto. Probablemente porque sabía que tendría contacto directo con los policías y un disfraz completo lo habría delatado.
– ¿Puedo quedármela?
– Claro, vamos a repartirla hoy.
– ¿Qué más? ¿Conseguiste direcciones?
– Nada bueno. El garaje que tú ya encontraste era la única real. Pero tiene que haber otro sitio. Su página web sigue operativa incluso después de que desconectáramos el ordenador del garaje. Eso significa que tiene un servidor en alguna parte. Funcionando ahora mismo.
– ¿No pueden rastrearlo por el teléfono?
– Tiene un proveedor anónimo.
– ¿Y eso qué es?
– Todo lo que entra o sale de la página web pasa a través de un proveedor de acceso a Internet anónimo. No podemos seguirle la pista y no podemos abrirle las tripas al proveedor por esa mierda de la Primera Enmienda. Además, el experto del FBI, Bob Clearmountain, me dijo que esos tipos usan microondas en lugar de líneas telefónicas. Eso complica su localización.
La tecnología era algo que superaba a McCaleb. Cambió de tema.
– ¿Vas a dar su identidad en la conferencia de prensa?
– Creo que sí. Mostraremos la foto y el vídeo de la hipnosis, a ver qué sale. Por cierto, Keisha Russell del Times. ¿Le filtraste la noticia?
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