Carlos Sisí - Hades Nebula

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Tras sobrevivir a la devastadora pandemia que ha asolado el mundo y con la esperanza de ahondar en el misterio del Necrosum, el pequeño grupo de supervivientes de Carranque llega finalmente a la Alhambra de Granada, donde el aparato militar ha instalado uno de los últimos bastiones de resistencia de la Humanidad. Sin embargo, una vez allí descubrirán que las cosas no son cómo les habían prometido y los protagonistas deberán afrontar una realidad aún peor que todo lo que habían conocido hasta entonces.
El autor se sirve de los muertos vivientes para describir situaciones de extrema dureza y dramatismo, explorando la complejidad del ser humano cuando se encuentra cara a cara con el terror en un mundo manifiestamente hostil, y lanzando al lector, en definitiva, a una montaña rusa de sensaciones que desemboca en la conclusión final.

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– Mira… -susurró Susana-, ¿ves el canal del río?

José lo veía. El Darro discurría por un canal de varios metros de profundidad, flanqueado por un alto muro que separaba la transitada calle de éste. Por el lado donde estaban ellos, el canal era accesible a través de un pequeño desnivel que era fácilmente salvable.

– Iremos por el canal… -continuó ella, hablando tan bajo como le era posible-, llega hasta Plaza Nueva, si no recuerdo mal. Así evitaremos tener que atravesar esa calle. Es eterna, y hay muchas callejuelas que desembocan en ella… podrían acabar superándonos.

– Joder, Susi… -protestó José-. Eso es como decir que el océano podría estar mojado.

– Sí. Bueno… de todos modos es posible que haya zombis en el canal. Es posible. Son torpes, y quizá alguno se haya caído ahí abajo, con el tiempo. En ese caso no creo que hayan ido a ninguna parte… el agua es muy poco profunda.

– Aun así me parece bien. Siempre será mejor.

José dejó de mirar al cabo de unos pocos segundos, replegándose tras el muro. Se agarró con fuerza al fusil, sintiendo el frío metal estéril contra sus manos. Notaba el corazón acelerado latiendo en su pecho. Miró a Susana y la vio escudriñar a los caminantes con ojos calculadores, concentrada quizá en evaluar su número, o la ruta que debían seguir. Poco importaba. En cuanto a ellos mismos, ¿qué estaban haciendo allí, en realidad? En el pasado, habían funcionado más que bien usando tácticas y sistemas de cobertura basados en una escuadra de cuatro hombres; siempre cuatro hombres. Aunque a veces se dividían en grupos de dos, todas sus probadas técnicas de fuego y movimiento y fuego y maniobra dependían de una estructura de apoyo basada en dos focos, generalmente izquierda y derecha, o incluso delante y atrás. Con un solo flanco de cobertura, ¿sería él capaz de controlar todos los posibles frentes de ataque?, ¿lo sería Susana? Se preguntó si aquel esfuerzo por conseguir antibióticos no sería un desesperado y loco intento de expiación en el que se había dejado involucrar sin darse cuenta, una manera tan buena como cualquier otra de purgar su culpa por haber permitido que Dozer muriera. Un último envite. Una suerte de venganza.

Pero tan pronto como pensó eso, se descubrió apretando los puños alrededor del fusil, cargado de una repentina autodeterminación. Así sea , se dijo, algo sorprendido de su propia resolución. Si es eso, así sea . Y esa súbita determinación, ese inesperado y nuevo sentido a aquella misión suicida le infundieron renovados ánimos. Si caemos, hacednos un sitio ahí arriba, colegas, porque vamos a ponernos hasta el culo de fumar Benson & Hedges celestial .

– Cuando quieras… -susurró-. Estoy listo. Ahora sí.

Susana se volvió para mirarlo, sin comprender muy bien a qué se refería, pero el brillo que vio en sus ojos era inequívoco. Allí vio fuerza, vio seguridad y vio un destello de esperanza. Si alguna vez había habido un momento para intentar una locura semejante, era, sin ningún género de duda, aquél.

Isabel se acostó en el camastro, con un principio de migraña contaminando su mente y el estómago rugiendo de pura hambre. Sin embargo, no le prestó demasiada atención; tenía la cabeza ocupada en José y Susana. Agobiada por un fuerte sentimiento de impotencia, en esos momentos se debatía entre cerrar los ojos y elevar alguna plegaria, o no. Ella nunca había tenido inquietudes teológicas de ningún tipo, pero Moses parecía creer en esas cosas; de algún modo, una vez le aseguró que Dios le había ayudado a salir de un modo de vida que era en extremo pernicioso, y cambió. A ella no le importaba mucho lo que hubiera usado como espoleta para disparar el cambio, lo único que le interesaba era que se hubiera convertido en el hombre que había conocido y ahora amaba. En cuanto a ella, si alguien le hubiera preguntado por sus sentimientos respecto a Dios como tal, puede que hubiera acabado declarándose deísta en el término más amplio de la palabra.

Finalmente, resolvió que no estaría de más intentar hablar con Dios, fuese la entidad en la que Moses creía o cualquier otra, y cerró los ojos.

Dios mío, te ruego por favor que cuides de Susana y de José y no permitas que esas cosas les causen ningún daño. Permíteles conseguir su objetivo y tráeles de vuelta para que el extranjero pueda vivir. Me has arrebatado demasiadas cosas, Dios mío, y creo que me lo debes. Hazlo posible, por favor… por favor, Dios

Después de un rato repitiendo esas y otras palabras similares, sus párpados volvieron a abrirse, conectándola otra vez con el mundo terrenal. El dolor de cabeza parecía estar ganando intensidad y supo que, de todas formas, no podría conciliar el sueño en un buen rato; estaba demasiado preocupada y asustada. Moses, además, no estaba con ella; se había quedado hablando con aquel tipo que había venido con Aranda y con el finlandés, y echaba de menos su contacto cálido y reconfortante.

Mientras paseaba la vista por las sombras de la habitación, reparó en Alba, dormida en su cama. Tenía la cara vuelta hacia ella y parecía realmente un auténtico ángel. Su boca era una mancha rosa en su carita blanca, y su expresión era serena y tranquila, ajena a todas las miserias en las que habían caído. Era casi como si todo el drama de aquella situación no estuviera pasando, como si…

Es que a lo mejor no está pasando .

A lo mejor… A lo mejor ha pasado ya. Para ella sí .

De repente, Isabel se incorporó en la cama como si la hubieran sacudido con una descarga eléctrica.

Ésa era la clave. Si la niña tenía una puerta trasera en su mente, una puerta secreta que podía abrir y asomarse al futuro, podía saber … saber cómo se desarrollaría todo.

Nerviosa, se acercó a ella y se arrodilló junto a su cama. Pensó en despertarla, pero aunque al principio le pareció cruel, el deseo de saber si ella conocía el destino de José y Susana era más fuerte. Por fin, agachó la cabeza sobre la de ella y le imprimió un pequeño beso en la frente. Alba continuó dormida. Sus párpados serenos no revelaban movimiento alguno.

No la despiertes… ¿vas a despertarla? Es tan pequeña… tiene que descansar

Sí, pero

Pasó una mano por su frente y empezó a acariciarla, despejándola de cabellos.

– Alba… -susurró.

¡ No la despiertes !

Volvió a besarla, esta vez con más énfasis. Necesitaba saber…

– ¿Alba…?

Por fin, la pequeña se movió ligeramente, sacudiendo brevemente la manita que colgaba de la cama, por fuera de las mantas.

– Alba… -se apresuró a decir Isabel, susurrándole cerca del oído-. ¿Has visto… algo… sobre José y Susana?

Otra vez nada.

– ¿Alba?

Entonces, la pequeña se volvió, abriendo ligeramente los ojos. Su expresión era de verdadero fastidio.

– Alba, cariño… ¿has visto algo sobre Susana?, ¿sobre José?

Y entonces, con apenas un hilo de voz que parecía surgir de algún lugar remoto e inaccesible de su mente, la pequeña, con la voz gangosa y distorsionada del que duerme, dijo:

– Sí… sí… ellos… pero él vive. Él vive.

Y entonces se dio media vuelta, se arrebujó contra Gabriel y se quedó por fin otra vez quieta. Isabel abrió mucho los ojos, súbitamente aterrorizada. Las palabras de la pequeña acababan de atravesarla como una lanza despiadada. ¿Él viviría?, ¿y qué pasaba con ella?, ¿qué ocurriría con Susana? Se quedó inmóvil, sin atreverse casi a respirar, esperando a que Alba añadiera algo más. Pero la pequeña no dijo nada… su respiración se volvió otra vez regular; había caído de nuevo en un profundo sueño.

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