– Un milagro, sí. Ahora mírate, y dime si tú mismo no eres un milagro, José. Tú y Susana. Las cosas que habéis hecho, las situaciones que habéis superado… ¿qué posibilidades hay realmente de que la mayoría de las balas que disparáis den en el blanco? Y no un blanco cualquiera… en la cabeza . Diría que si un tirador profesional con muchos años de experiencia examinara vuestras tablas de porcentajes de aciertos, se sentiría inmerso en un viaje alucinante cargado de LSD.
José rió otra vez, esta vez con más ganas.
– Bueno. Joder… sí -dijo al fin.
– No, en serio. Que yo sepa, Susana era profesora de gimnasia o algo así… ¿de dónde coño saca esa impresionante pericia con el arma?
José asintió, mirándose las manos. Nunca lo había pensado desde esa perspectiva, pero de alguna forma sentía que algo de razón sí que tenía. Para él, las cosas simplemente funcionaban.
– Así que, nuevamente, lo de esa niña no me parece tan descabellado -dijo Moses-. Desde que Isabel nos contó todo el asunto, creo que ella realmente podría tener un canal de televisión directo con cosas que Él quiere que vea. No digo que sea así, sólo digo cómo están las cosas. A veces es demasiado inquietante. Es como… si cada uno estuviéramos desempeñando un papel en esto, como si, de alguna forma extraña, nos dirigiéramos a un destino prefijado.
– Oh, bueno… -protestó José-. No lo sé, tío.
– Sé que estas cosas son difíciles de aceptar, y no te pido que lo hagas. Yo mismo no lo hago, aunque reconozco que pienso en eso. Al fin y al cabo son datos, y es fácil jugar con ellos para vestirlos según convenga a distintas perspectivas. ¿Quieres más ejemplos divertidos?
José asintió, sonriendo.
– Nuestros nombres, por ejemplo.
– ¿Nuestros nombres? -preguntó José, confusamente.
– Juan, José… A Uriguen lo conocíamos por su apellido, pero ¿cómo se llamaba, en realidad?
– Andrés…
– Andrés. Y Dozer…
– Mateo -contestó José, ceñudo.
– Son todos nombres de apóstoles, menos José. A ti te corresponde un cargo más alto, como padre de Jesús.
José esbozó una sonrisa incómoda.
– Y hay más, ¿sabes lo que significa Moses?
– Oh, tío…
– Escucha esto -pidió-: Moses es el nombre inglés de Moisés. El que guía a su pueblo. Es una de las figuras que aparecen también en el Corán, el libro sagrado del Islam. Y mira este escenario… mira donde estamos. La Alhambra era el símbolo del poder político y religioso del Islam, conquistada por los Reyes Católicos en 1492. ¿No te parece el escenario perfecto para que esta situación se resuelva?
– No lo sé… -repitió José, abrumado.
– Es casi como si el bien y el mal fueran a converger aquí. Los muertos, quizá, y esa misteriosa vacuna o antídoto o lo que sea que Aranda lleva ahora en la sangre.
José asintió, reflexionando sobre las palabras de Moses. Desde esa perspectiva, las cosas se veían ahora un poco diferentes. Lo que dijo antes sobre la poca visión de sus científicos le resultaba, cuanto menos, interesante. Al fin y al cabo, ¿no había sido Einstein quien había dicho que los viajes en el tiempo eran posibles?, ¿no era eso lo que hacía la niña, después de todo? Pequeños viajes mentales en el tiempo, asomarse lo suficiente para echar un vistazo, y regresar. Era inquietante, desde luego, pero de alguna forma, el concepto ya no le resultaba tan inaprensible.
Susana y Abraham aparecieron en ese momento, llegando hasta ellos por el viejo sendero, desde la oscuridad. Teñidos por la luz de la luna, tenían el aspecto de unas apariciones fantasmales, y su llegada silenciosa no ayudó a evitar que Isabel se llevara un pequeño sobresalto. Susana traía las dos mochilas que solían llevar tanto ella como José en sus incursiones.
– ¿Cómo sigue? -preguntó José.
– Mal -contestó Susana-. Tenemos que hacerlo esta misma noche. Ahora.
– Temía que ibas a decir eso -soltó José, resoplando largamente.
– Dios mío… -exclamó Abraham-, ¿en serio habéis conseguido armas?
Moses se apartó brevemente para revelar la manta que ocultaba a sus espaldas.
– Vale… -añadió suavemente-. Dios mío, estáis locos.
– Abraham me ha explicado dónde está la farmacia más cercana.
– Bien… dinos que hay alguna cerca -dijo José.
– A ver… -dijo Abraham. Había levantado mucho los brazos y retrocedido un par de pasos-. Quiero que entendáis que esto es demasiada responsabilidad para mí. Es de locos, no sé cómo se os ha ocurrido algo así… ¿sabéis cómo deben estar las cosas ahí abajo? Yo sí. He subido a las murallas y los he visto. No siempre es igual, parece que los zombis se mueven como una marea por las calles, y en ocasiones el número de ellos desciende, pero otras veces parece que se celebra una manifestación. ¿Cómo pensáis superar eso?
– Ya te dijimos que nos dejases eso a nosotros -dijo José suavemente.
Moses creyó captar un deje de impaciencia en él, pero no le extrañó. Los últimos días habían sido muy intensos, demasiado intensos como para que el delicado cable de la cordura no se tensara peligrosamente. Casi podía escuchar el zumbido del punto de ruptura, vibrando en el silencio de su mente. Y además estaba el hecho de que nadie había dormido demasiado bien la noche anterior, ni habían probado bocado en todo el día con la notable excepción de la mermelada y la tostada. Eso sumaba un importante deterioro físico al agotamiento psicológico. Teniendo en cuenta esas premisas, era bastante indulgente escuchando a Abraham. Realmente era una locura intentar un plan tan oscuro y desventurado como el que Susana y José tenían en mente; sobre todo de noche, con el frío intenso y la total ausencia de luz en la ciudad. En los intervalos de silencio que se habían producido mientras Susana estaba fuera, casi había creído escuchar el dilatado lamento de los muertos que llegaba desde las calles de Granada. Era apenas un rumor inquietante que el viento ayudaba a transportar sólo en ocasiones, pero que, de alguna forma, estaba ahí, tan omnipresente como el aire que respiraba.
– Yo os ayudaría, creedme… -dijo al fin-, pero no soy demasiado bueno con las armas. Mi puntería es nefasta.
– No te preocupes, Mo -se apresuró a decir Susana-. José y yo hemos hecho este baile varias veces y sabemos todos los pasos.
– Como queráis -se rindió Abraham tras bucear pensativamente en los ojos de José-, pero hay otras cosas. Le he dicho a Susana que en Plaza Nueva hay una farmacia, pero no sé si habrá otras más cercanas. No soy un hombre que visite muchas farmacias… creo que el último médico que me vio me dio un cachete en el culo y dijo: «Ha sido niño».
– Plaza Nueva… ¿eso dónde está? -preguntó José.
– Yo sé dónde está -dijo Susana.
– Quiero decir -continuó Abraham- que quizá haya otra gente aquí que podría ayudarnos. Hay bastantes personas de confianza. Como el señor Román. Te he visto hablar con él antes, Susana.
– ¿El médico?
– No es exactamente médico, creo que es un militar retirado, aunque sabe bastante de muchas otras cosas. Pero aunque su acento sea extraño, sé que lleva media vida viviendo en Granada. Quizá él puede saber si hay una farmacia más cercana.
– Mejor que no… -dijo Moses-. Cuantas menos personas sepan esto, mejor.
– Estoy de acuerdo -opinó Susana-. Plaza Nueva está bien.
Abraham se encogió de hombros.
– De acuerdo -concedió.
– Supongo que lo que queda por saber es cómo salimos de aquí -comentó Susana.
Abraham suspiró.
– El problema nunca ha sido salir -dijo-. En realidad, sospecho que si nos fuéramos todos, daríamos una alegría a esos soldados.
Читать дальше