– Venía en la ambulancia… -comentaba una señora al grupo que la rodeaba. Justo entonces, un enfermero salió de la puerta de urgencias y corrió hacia los policías, gritándoles algo que Susana, por estar en la acera de enfrente, no pudo entender. Los policías se miraron, confundidos, luchando con visible esfuerzo por mantener sujeto al convulso detenido. Por fin, con algo de ayuda de un par de transeúntes, metieron al detenido en la parte de atrás del coche policial y, tras asegurar la puerta, siguieron al enfermero corriendo hacia el interior del centro sanitario.
Pero casi todo el mundo seguía observando, en silencio, el coche de policía. Se sacudía con una violencia intimidatoria ante los persistentes embates de su pasajero. Desde la distancia, Susana podía ver una tormenta de brazos y piernas arremetiendo sin sentido contra paredes y cristales, mientras el coche se bamboleaba de izquierda a derecha, de adelante a atrás.
Y entonces, se escuchó un fuerte y seco petardazo que levantó ecos entre las torres de edificios.
Llevándose una mano al pecho, una señora dio un grito ahogado que fue seguido de un intenso silencio, solamente interrumpido por las arremetidas del preso en el interior del coche de policía. Cuando todas las cabezas se hubieron vuelto ya hacia la fuente de sonido, el edificio del hospital, empezó a llegar un sordo rumor in crescendo, una algarabía bulliciosa de voces y gritos mezclada con una nueva serie de petardazos en cadena. Fue entonces cuando Susana comprendió de qué se trataba. Eran disparos.
Algunos de los curiosos trastabillaron, retrocediendo sin mirar atrás mientras un grupo numeroso de personas salía atropelladamente del hospital. Había angustia y terror en aquellas caras. Fue entonces cuando Susana sintió una oleada de pánico; una sensación sobrecogedora que nacía de algún punto indeterminado cerca de su estómago y subía como un manantial hirviente hacia la base del cerebro, donde explotaba como una escalofriante alarma. "Está pasando", pensó, "está pasando aquí y ahora. Realmente está pasando aquí en-este-mismo-momento". Lo había visto en televisión, lo habían comentado en la cafetería, y en la sala de espera del Centro de Salud, pero ahora estaba ahí mismo. Aquello que estaba pasando, estaba ahí mismo, y la había sorprendido con dos bolsas de plástico azul y blanco en las manos.
Sintió el irrefrenable impulso de correr; correr muy lejos de allí. Si conseguía doblar la esquina, no tendría que ver nada de aquello. Si conseguía doblar la esquina tan sólo, el hospital desaparecería de su vista y podría volver a su casa. Pasaría la mañana trabajando con el ordenador, y todo pasaría. Después de comer, todo habría pasado.
Pero cuando dobló la esquina mezclada con la gente que corría en ambas direcciones a través del tráfico detenido, supo que algo estaba cambiando para siempre. Lo olió en el aire. Lo vio escrito en las caras de la gente. Lo notaba en su propia piel. Anduvo con celeridad hasta el portal y se encerró en la seguridad de su hogar. Allí bebió dos grandes vasos de agua y se llevó un tercero al gran ventanal del salón, que daba a una ancha avenida de cuatro carriles con el polideportivo al otro lado. Desde allí, la perspectiva era un poco mejor. La gente, o bien corría, o bien permanecía quieta formando grupos donde intercambiaban comentarios y señalaban en varias direcciones haciendo grandes aspavientos con las manos. Los coches formaban un gran atasco, y muchos de los conductores se habían bajado para otear en la distancia. Muchos señalaban en dirección al hospital.
Aproximadamente una hora y treinta minutos más tarde, llegaron dos coches patrulla. Uno de ellos estaba abollado y tenía uno de los laterales completamente raspado. Avanzaban lentamente por la acera, ya que los cuatro grandes carriles estaban colapsados, a medida que los curiosos se apartaban. Los cuatro policías se apearon y se perdieron tras la esquina, en dirección al hospital. Allí a lo lejos, Susana escuchaba sirenas, disparos, y un tropel ensordecedor de gritos y voces.
Esa escena se prolongó con pocas variantes durante cinco horas más. En todo ese tiempo, el atasco de tráfico se resolvió a duras penas, aunque casi no pasaban coches. Muchos de los conductores habían ido subiendo sus vehículos a la acera y se habían ido andado, pero al final de la calle, cerca del hospital, Susana aún distinguía muchos vehículos en caravana, con las puertas abiertas pero vacíos. Para entonces, apenas había curiosos andando por las aceras.
Durante toda esa noche, a lo lejos, una ocasional columnata de humo negro, el resplandor de un fuego o el constante ir y venir de las sirenas denunciaban que Málaga soportaba una lenta agonía. Cuando volvió a asomarse al ventanal, observó que sus vecinos también miraban desde las ventanas, y en los pisos, las vecinas comentaban con la puerta entreabierta, como preparadas para encerrarse en la seguridad de sus casas. Pero nadie bajaba a la calle, si podían evitarlo. En esas conversaciones veladas llenas de rumores y habladurías, pudo enterarse Susana de algunas cosas. Se decía que la zona del hospital era una auténtica locura. Había policías, heridos y unos grandes camiones donde metían a los violentos. También habían cerrado el tráfico y acordonado el edificio.
La televisión tampoco era de mucha ayuda. En La Primera, se hablaba de una oleada de violencia a nivel internacional. Escenas de incendios, tumultos y ataques estremecedores saltaban en la pantalla en una impactante sucesión. En Madrid, en Barcelona… pero también en Beirut, en Londres, en Libia. En una de las escenas, un agente uniformado disparaba a bocajarro sobre otro agente con la camisa desgarrada. En Canal Sur 2, la inesperada visión de unos dibujos animados la hizo pestañear unos momentos intentado comprender. Luego cambió… Antena 3, Telecinco… Canal Sur. En todos los canales se hablaba en términos de ataques irracionales, situación de caos generalizada, incontrolable ola de terror.
Susana observó las imágenes durante veinte minutos, incapaz de reaccionar. Luego, apagó el viejo televisor con un movimiento brusco y paseó durante un largo rato por la casa.
Más tarde, ese mismo día, llegaron los cortes de luz.
Al principio el fluido eléctrico iba y venía. Algunas zonas estuvieron más afectadas que otras, pero no pasó mucho tiempo hasta que la luz ya no volvió. Para entonces, ya nadie iba a sus respectivos trabajos. Las carreteras estaban vacías y el aire nocturno traía ruidos extraños que parecían no venir de ningún lado. Eso hizo la nueva realidad mucho más difícil para todos porque nadie sabía qué hacer o cómo afrontar la situación. Susana había visto partir a casi todo el mundo. La noche anterior, sin ir más lejos, dos familias salieron corriendo muy apresuradamente por la ancha avenida, y al fin desaparecieron por la rampa del garaje portando voluminosas maletas. A dónde iban nadie se lo dijo. Pero ella se quedó en su casa. Estuvo doblando ropa de verano y guardándola primorosamente en sus fundas nuevas hasta que se hizo demasiado oscuro para ver nada. De tanto en tanto, se asomaba a la terraza a mirar a lo lejos. Era inquietante ver cuán silenciosa se había quedado la avenida que se extendía ante sus ojos. El quiosco de abajo permanecía cerrado, lo que le causaba un gran desasosiego porque no era miércoles. Nadie paseaba por las anchas aceras, y Susana tenía la terrible sensación de que todo el mundo se había marchado ya. De que todo el mundo estaba en otro lado, menos ella, y de que la ciudad se la tragaría si no hacía algo pronto.
Pero Susana aún no había querido hacer frente al problema. Aún descolgaba el teléfono a cada poco, confiando poder hablar con alguien en cuanto los técnicos de Telefónica solucionasen la avería. En el surrealismo de la escena, el monocorde y desacelerado mensaje de "vuelva a llamar más tarde" se había convertido en una promesa de futuro, y Susana llamaba y llamaba. Se quedó dormida a las seis y media de la madrugada, envuelta en procelosos sueños. A las diez y cuarto, una fea pesadilla la despertó con un sobresalto. Se levantó a beber agua, pero descubrió con desasosiego que el grifo ya no daba nada. Pasó el resto del día intentando obtener señal del teléfono. Nadie la invitaba ya a llamar más tarde.
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