– ¿Vas a creer a esa puta mentirosa en vez de creer a tu hermano?
Brad le lanzó un puñetazo. Myron lo eludió y, furioso, se lo devolvió. Incluso ahora, junto al lugar del descanso final de Brad, Myron oyó el desagradable ruido que hizo la nariz de su hermano al romperse bajo el impacto de sus nudillos.
Ésa era última imagen que tenía Myron de su hermano: Brad estaba en el suelo y lo miraba sorprendido, mientras Kitty intentaba contener la sangre que se derramaba de su nariz.
Cuando Myron volvió a casa, no pudo decirle a su padre lo que había hecho. Ni se atrevió a repetir la terrible mentira de Kitty para justificarse. Así que Myron, aquel día, mintió a su padre.
– Me disculpé, pero Brad no quiso oírme. Tendrías que hablar con él, papá. A ti te escuchará.
Pero su padre sacudió la cabeza.
– Si Brad ha hecho eso, quizás es lo que está destinado a hacer. Quizá debemos dejarle ir para que encuentre su camino.
Lo hicieron. Ahora volvían a estar juntos por primera vez, en un cementerio a cuatro mil ochocientos kilómetros de casa.
Transcurrió otro minuto de silencio. Al Bolitar sacudió la cabeza y dijo:
– Nunca tendría que haber pasado. -Se detuvo y miró al cielo-. Un padre nunca tendría que recitar el kaddish por su hijo.
Sin añadir nada más, comenzó a bajar por el sendero.
Después de dejar a mamá y a papá en el vuelo de Los Ángeles a Miami, Myron y Mickey tomaron un avión con destino al aeropuerto de Newark. Volaron en silencio. Cuando llegaron, buscaron el coche de Myron en el aparcamiento y tomaron la Garden State Parkway. Ninguno de los dos habló durante los primeros minutos del trayecto. Cuando Mickey vio que dejaban atrás la salida de Livingston, por fin dijo.
– ¿Adónde vamos?
– Ya lo verás.
Diez minutos más tarde entraron en el aparcamiento del centro comercial. Myron puso la palanca de cambios en punto muerto y sonrió a su sobrino. Mickey miró a través del parabrisas y después a Myron.
– ¿Me llevas a tomar un helado?
– Ven -dijo Myron.
– ¿Me estás tomando el pelo o qué?
Cuando entraron en la heladería SnowCap, Kimberly se les acercó en la silla de ruedas con una gran sonrisa y dijo:
– ¡Eh, ha vuelto! ¿Qué le sirvo?
– Prepárele a mi sobrino su SnowCap Melter. Necesito hablar con su padre un momento.
– Claro. Está en el cuarto de atrás.
Karl Snow estaba repasando las facturas cuando Myron entró en la habitación. Le miró por encima de las gafas de leer.
– Me prometió que no volvería a verle nunca más.
– Lo siento.
– ¿Entonces por qué ha vuelto?
– Porque usted me mintió. Intentó venderme lo pragmático que había sido. Su hija estaba muerta, dijo, y ya nada podría devolvérsela. Era imposible que Gabriel Wire fuese a la cárcel por lo que había hecho. Así que cogió el dinero para ayudar a Kimberly. Lo explicó de una manera muy hermosa y racional, y yo, simplemente, no pude creerme ni una palabra. No, después de ver cómo trataba a Kimberly. Entonces pensé en el orden.
– ¿Qué orden?
– Lex Ryder llama a Suzze y le dice que Gabriel Wire está muerto. Suzze se queda atónita. Desconfía, visita a Kitty para confirmar si Lex le ha contado la verdad. Vale, hasta aquí lo entiendo. -Myron ladeó la cabeza-. Pero entonces, ¿por qué Suzze vino a visitarle inmediatamente a usted después de ver a Kitty, la única persona que fue testigo del asesinato de Gabriel?
Karl Snow no dijo nada. No era necesario. Myron lo sabía. Lex había creído que Ache y Crisp habían matado a Wire, pero eso no tenía sentido. Tenían una muy buena razón para seguir con HorsePower.
– Gabriel Wire era rico, conocía a gente importante y se iba a librar del asesinato de Alista. Usted lo sabía. Sabía que nunca comparecería ante la justicia por lo que le hizo a su hija. Así que decidió actuar. En cierto modo, es irónico.
– ¿Qué?
– Todo el mundo cree que usted vendió a su hija.
– ¿Y? -dijo Karl Snow-. ¿Cree que me importa lo que el mundo crea?
– Supongo que no.
– Se lo dije antes. Algunas veces hay que amar a un hijo en privado. Y algunas veces tienes que llorarlo en privado.
Y algunas veces tienes que hacer justicia en privado.
– ¿Piensa usted contárselo a alguien? -preguntó Snow.
– No.
No pareció sentirse aliviado. Sin duda pensaba en lo mismo que Myron. Las ondulaciones. Si Snow no hubiese actuado como un vengador -si no hubiese matado a Gabriel Wire-, Kitty no habría sido testigo del crimen ni habría tenido que huir. El hermano de Myron tal vez estaría con vida y Suzze T también. Pero este tipo de lógica sólo funciona hasta cierto punto. El propio padre de Myron había expresado la rabia atroz que siente un padre al enterrar a un hijo. La hija de Karl Snow había sido asesinada. Así que el bien y el mal… ¿quién sabe?
Myron se levantó y se dirigió hacia la puerta. Se volvió para decir adiós, pero Karl Snow mantuvo la cabeza gacha y la mirada fija en aquellas facturas con demasiada concentración. En la heladería, Mickey se estaba comiendo el SnowCap Melter. Kimberly había acercado su silla para animarle un poco. Bajó la voz y susurró algo que hizo que Mickey estallara en carcajadas.
Myron recordó de nuevo su puño golpeando el rostro de su hermano. Pero ahora había algo que le ayudaba a superarlo. El pasaporte. Siguiendo las instrucciones de Kitty, lo había examinado con atención. Primero observó los sellos de los visados, los muchos países que habían visitado. Pero no era aquello lo que Kitty quería que viese, sino la primera página, la página de identificación. Observó con atención el nombre de Mickey. Su verdadero nombre. Myron creía que Mickey era un diminutivo de Michael. No lo era.
El verdadero nombre de Mickey era Myron.
Kimberly le acababa de decir algo tan divertido a Mickey que éste dejó caer la cuchara, se echó hacia atrás y se rió por primera vez desde que Myron le había conocido. El sonido se enroscó en el pecho de Myron. Aquella risa le resultaba tan familiar, tan parecida a la de Brad, que parecía proceder de algún recuerdo lejano, en algún maravilloso momento compartido por los dos hermanos mucho tiempo atrás, como si hubiera resonado a través de los años antes de encontrar el camino de esta heladería para llegar al corazón del hijo de Brad.
Myron se detuvo y escuchó. Sabía que el eco de aquella risa acabaría por apagarse, pero esperaba que nunca enmudeciese.
Ésta es la parte donde le doy las gracias a la pandilla, y menuda pandilla. En orden alfabético: Christine Ball, Eliane Benesti, David Berkeley (la cuerda del paracaídas), Anne Armstrong-Coben, Yvonne Craig, Diane Discepolo, Missy Higgins, Ben Sevier, Brain Tart, Lisa Erbach Vance y Jon Wood.
Esto es una obra de ficción, por lo tanto significa que me invento cosas. O sea que si se pregunta si basé el personaje en fulano de tal, o si de verdad hay alguien así en su ciudad o en la escuela de su hijo, la respuesta es no.
Para aquellos que disfrutaron al conocer al sobrino de Myron, la historia de Mickey Bolitar y por extensión Myron continuará en mi nueva novela Shelter, que se publicará en otoño de 2011. Para más detalles, y leer un capítulo de muestra, vaya a www.HarlanCoben.com.
Advertencia: La muestra puede contener un fragmento de Alta tensi ó n. No lo lea hasta haber acabado de leer este libro.
Como siempre, muchas gracias.
***
[1] Smooth significa «suave». (N. del T.)
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