Harlan Coben - Alta tensión

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Myron Bolitar siempre ha soñado con la voluptuosa mujer fatal que acaba de entrar en su despacho para pedirle ayuda. Tiene unas curvas de locura, pero está embarazada de ocho meses, y eso pone fin a todas las posibles fantasías de Bolitar. La antigua estrella del tenis Suzze T y su marido, Lex, una estrella del rock, son clientes, y a lo largo de los años Myron ha negociado multitud de contratos para la preciosa pareja. Pero ahora Lex ha desaparecido y la muy embarazada Suzze llora, convencida de que los rumores colgados en la red poniendo en duda la paternidad del bebé hayan alejado al hombre que ella jura es el padre de su hijo.
“Harlan Coben es el maestro moderno del “agárrate y no te menees” desde la primera página, para dejarte completamente noqueado en la última.” Dan Brown

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La persona que saltó de entre los arbustos fue detectada por el sensor de movimientos. Myron vio el destello de luz, oyó el sonido, el silbar del viento, el sonido del esfuerzo y, quizás, unas palabras. Se volvió hacia el atacante y vio el puño que avanzaba directamente hacia su rostro.

No tuvo tiempo de agacharse ni de pararlo con el antebrazo. El golpe iba a hacer impacto. Myron se dio la vuelta. Era una técnica sencilla. Moverse con el puñetazo, no contra él. Al girarse disminuiría el impacto, pero el poderoso golpe, lanzado por un hombre fuerte, aún tenía potencia. Por un momento, Myron vio las estrellas. Sacudió la cabeza para aclararla tras el impacto.

– ¡Déjanos en paz! -gruñó una voz furiosa.

Otro puñetazo avanzaba hacia la cabeza de Myron. Comprendió que la única manera de apartarse era dejarse caer hacia atrás. Lo hizo, y los nudillos rozaron su cráneo. Aun así, le dolió. Myron estaba a punto de alejarse rodando, rodar en busca de la seguridad hasta que pudiese recuperarse, cuando oyó otro sonido. Alguien había abierto la puerta principal, y a continuación oyó una voz asustada:

– ¡Myron!

Maldita sea. Era papá.

Se disponía a gritarle a su padre que se quedase donde estaba, que estaba bien, que entrara en casa y llamara a la policía, y que, pasase lo que pasase, no saliera.

No hubo manera.

Antes de que Myron pudiese abrir la boca, papá ya estaba corriendo hacia allí.

– ¡Hijo de puta! -gritó su padre.

Myron recuperó la voz.

– ¡Papá, no!

Fue inútil. Su hijo tenía problemas y, como siempre había hecho, su padre se lanzó hacia la refriega. Todavía tumbado de espaldas, Myron vio la silueta de su atacante. Era un hombre alto, con los puños apretados, pero cometió el error de volverse al oír que se acercaba Al Bolitar. Su lenguaje corporal cambió de manera sorprendente. De pronto abrió las manos. Myron se giró con rapidez. Con los dos pies, sujetó el tobillo derecho del atacante. Estaba a punto de revolverse con fuerza para atraparle el tobillo, partirlo o romperle los tendones, cuando vio saltar a su padre, ¡un salto a los setenta y cuatro años!, sobre su atacante. El agresor era corpulento. Papá no tenía ninguna probabilidad, y sin duda lo sabía, pero no le importaba.

El padre de Myron estiró sus brazos como un defensa que intentara bloquear al atacante. Myron cerró su presa sobre el tobillo, pero el hombre corpulento ni siquiera levantó una mano para protegerse y dejó que Al Bolitar lo derribase.

– ¡Apártate de mi hijo! -gritó su padre; agarró al asaltante y ambos rodaron por el suelo.

Myron se movió deprisa. Se puso de rodillas, preparó la mano para propinar un golpe con la palma en la nariz o en la garganta. Ahora su padre estaba involucrado en la lucha; no había tiempo que perder. Tenía que inmovilizar a ese tipo deprisa. Agarró al hombre por el pelo, lo sacó de las sombras y se montó sobre su pecho. Myron levantó el puño. Estaba a punto de descargarle un derechazo en la nariz cuando la luz alumbró el rostro de su agresor. Lo que Myron vio le hizo detenerse durante una fracción de segundo. La cabeza del atacante estaba girada hacia la izquierda, mirando con preocupación al padre de Myron. Su rostro, sus facciones… eran demasiado familiares.

Entonces Myron oyó al hombre -no, en realidad era un chico- debajo de él decir una palabra:

– ¿Abuelo?

La voz era joven, la furia había desaparecido.

Papá se sentó.

– ¿Mickey?

Myron vio a su sobrino volverse hacia él. Sus miradas se cruzaron, sus ojos eran de un color muy parecido al suyo, y Myron hubiese jurado más tarde que sintió una sacudida física. Mickey Bolitar, el sobrino de Myron, apartó la mano de su pelo y se giró con fuerza a un lado.

– ¡Apártate de mí!

Papá se había quedado sin aliento.

Cuando Myron y Mickey pudieron salir de su asombro, le ayudaron a incorporarse. Tenía el rostro enrojecido.

– Estoy bien -afirmó papá con una mueca-. Soltadme.

Mickey se volvió hacia su tío. Myron medía un metro noventa, pero Mickey le sacaba más de dos centímetros, quizá cinco. El chico era fornido y de constitución musculosa -todos los chicos levantan pesas hoy en día-, pero no era más que un muchacho. Hincó un dedo en el pecho de Myron.

– Apártate de mi familia.

– ¿Dónde está tu padre, Mickey?

– Te digo que…

– Ya te he oído. ¿Dónde está tu padre?

Mickey dio un paso atrás y miró a Al Bolitar. Ahora parecía como si estuviese a punto de echarse a llorar. Su voz, cuando dijo: «Lo siento, abuelo», sonó muy joven.

Papá tenía las manos sobre las rodillas. Myron trató de ayudarle, pero él le apartó. Se irguió con una expresión parecida al orgullo en su rostro.

– No pasa nada, Mickey. Lo comprendo.

– ¿Qué quiere decir que lo comprendes? -Myron se volvió hacia Mickey-. ¿Qué demonios está pasando aquí?

– Tú mantente apartado de nosotros.

Conocer a su sobrino de esa manera era una experiencia surrealista y abrumadora.

– Escucha, ¿por qué no entramos y hablamos?

– ¿Por qué no te vas al infierno?

Mickey echó una última mirada preocupada a su abuelo. Al Bolitar asintió, como diciendo que todo estaba bien. Después, Mickey miró con expresión ceñuda a Myron y desapareció en la oscuridad. Myron estuvo a punto de seguirle, pero papá le puso una mano sobre el antebrazo.

– Déjale que se vaya. -Al Bolitar tenía el rostro rojo y jadeaba, pero también sonreía-. ¿Estás bien, Myron?

Myron se palpó la boca. Le sangraba el labio.

– Viviré. ¿Por qué sonríes?

Papá mantuvo la mirada en la carretera por donde Mickey había desaparecido en la oscuridad.

– El chico tiene cojones.

– ¿Estás de broma o qué?

– Ven -dijo papá-. Entremos y hablemos.

Entraron en la sala de la televisión de la planta baja. Durante la mayor parte de su infancia, su padre había tenido un Barcalounger, reservado específicamente para él, un sillón reclinable mastodóntico que acabó reforzado con cinta adhesiva. Ahora había allí un mueble de cinco piezas llamado Multiplex II, con apoyos integrados y espacios para las bebidas. Myron lo había comprado en una tienda llamada Bob's Discount Furniture, aunque al principio se había resistido, porque los anuncios de radio de Bob eran irritantes.

– Siento mucho lo de Suzze -dijo papá.

– Gracias.

– ¿Sabes cómo pasó?

– Todavía no. Estoy trabajando en ello. -El rostro de su padre continuaba enrojecido por el esfuerzo-. ¿Seguro que estás bien?

– Estoy bien.

– ¿Dónde está mamá?

– Ha salido con la tía Carol y Sadie.

– Tomaré un vaso de agua -dijo Myron-. ¿Quieres?

– Sí. Ponte hielo en el labio para que no se hinche.

Myron subió los tres escalones hasta la cocina, cogió dos vasos y los puso bajo el caro dispensador de agua. Había paquetes de hielo en el congelador. Cogió uno y volvió a la sala de la televisión. Le dio un vaso a su padre y se sentó en la butaca de la derecha.

– No puedo creer lo que ha pasado -comentó Myron-. La primera vez que veo a mi sobrino y me ataca.

– ¿Crees que tiene la culpa? -preguntó papá.

Myron se irguió en el asiento.

– ¿Perdón?

– Kitty me llamó -explicó su padre-. Me habló de vuestro encuentro en el centro comercial.

Myron tendría que haberlo sabido.

– ¿Eso hizo?

– Sí.

– ¿Y ésa es la razón por la que Mickey me asaltó?

– ¿No sugeriste tú que su madre era… -su padre se detuvo y buscó una palabra, pero no la encontró- algo malo?

– Es algo malo.

– Si alguien hubiese sugerido lo mismo de tu madre, ¿cómo hubieses reaccionado?

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