– Supongo que no -admitió, y lamentó las palabras en el momento en que salieron de sus labios.
– Cuando te conocí por primera vez, hace tantos años, tenías una novia de verdad, ¿cierto? Jessica algo. La escritora.
El arrepentimiento comenzaba a tomar forma y a expandirse.
– Entonces ocurrió algo malo entre vosotros. No sé qué. Entonces tenías, ¿cuántos, veinticuatro, veinticinco años?
– ¿Qué quieres decir, Lex?
– Yo era un gran aficionado al baloncesto, así que conocía toda tu historia. Elegido en la primera ronda para los Boston Celtics. Se esperaba que fueses la siguiente superestrella, con todos los planetas alineados, y entonces vas y te jodes la rodilla en un partido de la pretemporada. La carrera acabada, así, sin más.
Myron hizo una mueca.
– ¿Qué quieres decir?
– Escúchame un segundo, ¿vale? Así que ingresas en la Facultad de Derecho en Harvard y después vas al club de tenis de Nick para reclutar a aquellas jugadoras. No tenías ninguna probabilidad contra los grandes como IMG y TruPro. Quiero decir, ¿quién eras tú? Acababas de salir de la facultad. Pero pescas a Kitty, la mejor promesa, y luego, cuando ella renuncia al deporte, pillas a Suzze. ¿Sabes cómo lo hiciste?
– De verdad, no veo la relevancia que puede tener eso.
– Sólo sígueme un momento. ¿Sabes cómo?
– Supongo que hice un buen discurso.
– No. Las pescaste de la misma manera que me pescaste a mí cuando oí que ampliabas el negocio más allá de los deportes. Hay decencia en ti, Myron. Una persona lo intuye de inmediato. Sí, hiciste una buena oferta y, digamos la verdad, tener a Win como encargado de las finanzas te da una gran ventaja. Pero lo que te distingue es que sabemos que te preocupas en serio. Sabemos que nos rescatarás si tenemos problemas. Sabemos que te dejarías cortar una mano antes de robarnos un centavo.
– Con el debido respeto -dijo Myron-, sigo sin ver adónde quieres ir a parar.
– Así que cuando Suzze te llama para decirte que hemos tenido una pelea, vienes corriendo. Es tu trabajo. Estás contratado para hacerlo. Pero a menos que una persona esté contratada, bueno, yo tengo una filosofía diferente: las cosas ondulan.
– Caray, ¿puedo anotarlo? -Myron imitó el gesto de sacar una estilográfica y escribir-. Las cosas ondulan. Fantástico. Ya está.
– Deja de hacer el gilipollas. Lo que trato de decirte es que las personas no deben entrometerse, ni siquiera con la mejor de las intenciones. Es peligroso y es una intromisión. Cuando tú y Jessica tuvisteis vuestro gran problema, ¿hubieses querido que todos nosotros hubiésemos intentado entrometernos y ayudar?
Myron le observó inexpresivo.
– ¿Estás comparando mis problemas con una novia con tu desaparición cuando tu mujer está embarazada?
– Sólo en un aspecto: es una tontería y, francamente, un tanto ególatra por tu parte creer que tienes esa clase de poder. Lo que está pasando entre Suzze y yo no es asunto tuyo. Tienes que respetarlo.
– Ahora que te he encontrado y sé que estás bien, lo respeto.
– Vale. Y a menos que tu hermano o tu cuñada te pidan ayuda, bueno, te estás metiendo en un asunto del corazón. El corazón es como una zona de guerra. Es como cuando intervenimos en otros países, en Irak o Afganistán. Crees que estás actuando como un héroe y arreglando las cosas, pero en realidad sólo las estás empeorando.
Myron le observó de nuevo, inexpresivo.
– ¿Acabas de comparar mi preocupación por mi cuñada con las guerras en el exterior?
– Como Estados Unidos de América, te estás entrometiendo. La vida es como un río, y cuando cambias su curso, eres el responsable de adónde va.
Un río. Suspiro.
– Por favor, para.
Lex sonrió y se levantó.
– Es mejor que me vaya.
– ¿Así que no tienes ni idea de dónde está Kitty?
Lex suspiró.
– No has escuchado ni una palabra de lo que te he dicho.
– Sí, te he escuchado -dijo Myron-. Pero algunas veces las personas tienen problemas. Algunas veces necesitan que las ayuden.
Y algunas veces las personas que necesitan ayuda no tienen el valor de pedirla.
Lex asintió.
– Debe de ser cosa de los dioses saber cuándo ocurre.
– No siempre hago la jugada correcta.
– Nadie lo hace. Por eso lo mejor es dejar a la gente en paz. Pero te diré una cosa, por si te sirve de ayuda. Kitty dijo que se marchaba por la mañana. Que volvía a Chile, Perú o a algún lugar así. Así que yo diría que si quieres ayudar, quizá llegues un poco tarde a la fiesta.
– Lex está bien -dijo Myron.
Suzze y Lex tenían un ático en un edificio junto al río Hudson en Jersey City, Nueva Jersey. El ático ocupaba toda la planta y tenía más metros cuadrados que una sala de fiestas. A pesar de la hora -era medianoche cuando Myron regresó de Biddle Island-, Suzze estaba vestida y le esperaba en la enorme terraza. La terraza estaba a mucha altura, con sofás tipo Cleopatra y butacas, estatuas griegas, gárgolas francesas y arcos romanos, y era perfecta cuando lo que querías -y desde luego, eso era lo que ibas a ver de todas maneras- era una vista espectacular del perfil de Manhattan.
Myron hubiera preferido volver a casa. No había nada más que hablar ahora que sabía que Lex estaba bien, pero al oír su voz por teléfono le había parecido que Suzze le necesitaba. Con algunos clientes, los mimos formaban parte del trabajo. Con Suzze nunca había sido así.
– Dime qué dijo Lex.
– Está con Gabriel, grabando algunas canciones para su próximo álbum.
Suzze miró el perfil de Manhattan a través de la neblina del verano. En su mano sujetaba una copa que parecía contener vino. Myron no tenía claro qué decir al respecto -embarazo y vino-, así que se limitó a carraspear.
– ¿Qué? -preguntó Suzze.
Myron señaló la copa de vino. El señor Sutileza.
– El doctor dice que está bien tomar una -explicó ella.
– Oh.
– No me mires así.
– No lo hago.
Ella miró el perfil desde el arco, con las manos sobre la barriga.
– Vamos a necesitar unas balaustradas más altas. Con un bebé en camino…, y ni siquiera dejo que suban aquí mis amigos cuando están borrachos.
– Buena idea -asintió Myron. Ella estaba tratando de ganar tiempo. No pasaba nada-. Mira, en realidad no sé qué pasa con Lex. Admito que se está comportando de una forma un tanto extraña, pero también me explicó claramente que no es asunto mío. Querías que averiguase si estaba bien y lo he hecho. No puedo obligarle a volver a casa.
– Lo sé.
– ¿Entonces qué más hay? Puedo seguir buscando quién colgó aquel comentario, «No es suyo»…
– Sé quién lo colgó -dijo Suzze.
Eso le sorprendió. Observó su rostro y, al ver que ella no añadía nada más, preguntó:
– ¿Quién?
– Kitty.
Bebió un sorbo de vino.
– ¿Estás segura?
– Sí -¿Cómo?
– ¿Quién más querría vengarse de esa manera? -preguntó ella.
La humedad pesaba sobre Myron como una pesada manta. Miró la abultada barriga de Suzze y se preguntó cómo debía de ser cargar con ella todo ese tiempo.
– ¿Por qué querría vengarse de ti?
Suzze no hizo caso de la pregunta.
– Kitty era una gran tenista, ¿verdad?
– Tú también.
– No tan buena como ella. Era la mejor tenista que he visto nunca. Me hice profesional, gané unos cuantos torneos, acabé cuatro años seguidos entre las diez primeras. Pero Kitty… podría haber sido una de las grandes.
Myron sacudió la cabeza.
– Eso no habría podido ocurrir jamás.
– ¿Por qué lo dices?
– Kitty era un desastre. Las drogas, las fiestas, las mentiras, la manipulación, el narcisismo, su pulsión autodestructiva…
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