– Creo que lo es. Buenas noches, Myron.
Ella se alejó. Myron se levantó. Win se le acercó. Juntos miraron cómo desaparecía por la puerta.
– ¿Te asegurarás de que llegue a casa sana y salva? -preguntó Myron.
– Ya he pedido un coche para ella -respondió Win.
– Gracias.
Silencio. Entonces Win puso una mano sobre el hombro de Myron.
– ¿Puedo hacer una observación en este momento? -preguntó Win.
– Adelante.
– Eres un imbécil total.
Pasaron por el apartamento del doctor en el Upper West Side. Volvió a suturarle la herida, haciendo chasquear la lengua mientras lo hacía. Cuando llegaron al apartamento de Win en el Dakota, los dos amigos se acomodaron en la decoración Luís Algo con sus bebidas favoritas. Myron bebía un Yoo-Hoo; Win bebía un licor ámbar a sorbos.
Win cambiaba de canal con el mando a distancia. Se detuvo en la CNN. Myron observó la pantalla y pensó en Terese en aquella isla, sola. Consultó la hora. Éste era normalmente el horario de Terese. Lo llenaba una mujer con un pésimo teñido. Myron se preguntó si Terese volvería a estar en el aire. Se preguntó por qué continuaba pensando en ella.
Win apagó el televisor.
– ¿Quieres otro?
Myron negó con la cabeza.
– ¿Qué te dijo Sawyer Wells?
– Me temo que poca cosa. Clu era un drogadicto. Él intentó ayudarle. Bla, bla, bla. ¿Sabías que Sawyer se va de los Yankees?
– No lo sabía.
– Les agradece haberle sacado de la oscuridad. Pero ahora es el momento para que el querido Sawyer coja las riendas y motive a más personas. Muy pronto comenzará una gira.
– ¿Como una estrella del rock?
Win asintió.
– Hasta con el detalle de las camisetas carísimas.
– ¿Negras?
– No lo sé. Pero al final de cada actuación anima a los frenéticos aficionados a que enciendan los mecheros y griten: ¡Freebird!
– Es tan 1977.
– ¿A que sí? Hice unas cuantas investigaciones. Adivina quién patrocina las giras.
– ¿Budweiser, el indiscutido rey de la cerveza?
– Cerca -dijo Win-. Su nueva editorial. Riverton Press.
– ¿Riverton, te refieres a Vincent Riverton, antiguo propietario de los Yankees de Nueva York?
Myron silbó, procesó la información, pero no llegó a ninguna conclusión.
– Con todo el movimiento de compraventa en el mundo editorial, Riverton es propietario de la mitad de los libros de la ciudad. Probablemente no signifique nada.
– Probablemente -admitió Win-. Y si tienes más preguntas, Sawyer mañana da un seminario en el auditorio Cagemore en la Universidad de Reston. Me invitó a asistir. Se me permite llevar un acompañante.
– Yo no me entrego en la primera cita.
– ¿Y de eso estás orgulloso?
Myron bebió un buen trago. Quizá se estaba haciendo mayor, pero el Yoo-Hoo ya no tenía el mismo efecto de antes. Le encantaba un latte frío con leche desnatada y un toque de vainilla grande, aunque detestaba pedirlo delante de otros hombres.
– Mañana intentaré averiguar el resultado de la autopsia de Clu.
– ¿Gracias a la tal Sally Li?
– Ella ha estado en el juzgado, pero se supone que volverá a la morgue mañana por la mañana.
– ¿Crees que te dirá alguna cosa?
– No lo sé.
– Quizá tengas que poner en marcha de nuevo tu atractivo -señaló Win-. ¿Esta Sally Li utiliza la persuasión heterosexual?
– Ahora lo hace -dijo Myron-. Pero en cuanto ponga en marcha el encanto…
– Todas las apuestas quedan canceladas, sí.
– El encanto es tan potente -dijo Myron- que puede volver a una mujer contra los hombres.
– Tendrías que incorporarlo a tu tarjeta de visita. -Win hizo aquello del círculo con la copa, la palma hacia arriba y debajo del recipiente-. Antes de que nuestro viejo amiguete Billy Lee pereciera, ¿reveló algo de importancia?
– En realidad, no -contestó Myron-. Sólo su convicción de que yo era quien había matado a Clu y ahora quería matarlo a él.
– Umm.
– ¿Umm, qué?
– Una vez más, tu nombre levanta su terrible cabeza.
– Era un drogata colgado.
– Lo veo -dijo Win-. ¿Entonces sólo deliraba?
Silencio.
– De alguna manera -opinó Myron-, siempre acabo en medio de todo el lío.
– Eso parece.
– Pero no consigo imaginar por qué.
– Los pequeños misterios de la vida.
– Tampoco consigo entender cómo Billy Lee encaja en todo esto: en el asesinato de Clu, en la aventura de Esperanza con Bonnie, en que a Clu lo echasen del equipo, en que Clu firmase con FJ, en lo que sea.
Win dejó la copa y se levantó.
– Sugiero que nos vayamos a dormir.
Un buen consejo. Myron se metió debajo de las mantas y de inmediato entró en la tierra de los sueños. Varias horas más tarde -después de los ciclos de sueño REM y alfa, cuando comenzaba a recuperar la conciencia y la actividad cerebral enloquecía-, lo entendió. Pensó de nuevo en FJ y cómo lo había seguido. Pensó en lo que FJ había dicho de cómo había visto a Myron en el cementerio antes de que Myron desapareciese con Terese en el Caribe.
Y un gran clic sonó en su cabeza.
Llamó a FJ a las nueve de la mañana. La secretaria de FJ le informó que al señor Ache no se le podía molestar. Myron le dijo que era urgente. Lo siento, el señor Ache no está en la oficina. Myron le recordó que acababa de decir que no se le podía molestar. No se le puede molestar, replicó la secretaria, porque no está en la oficina. Ah.
– Dígale que quiero reunirme con él -dijo Myron-. Y que tiene que ser hoy.
– No le puedo prometer…
– Sólo dígaselo.
Consultó su reloj. Había quedado con papá en el club a mediodía. Le daba tiempo para intentar encontrarse con Sally Li, la médica jefa forense de Bergen County. La llamó a su despacho y le dijo que quería hablarle.
– Aquí no -respondió Sally-. ¿Conoces el Fashion Center?
– En uno de los centros comerciales de la ruta 17, ¿no?
– En la esquina de Ridgewood Avenue. Hay una tienda delante de Bed, Bath y Beyond. Nos encontraremos allí en una hora.
– ¿Bed, Bath y Beyond es parte del Fashion Center?
– Tendrá algo que ver con la parte de Beyond.
Ella colgó. Myron se sentó al volante del coche de alquiler y se dirigió hacia Paramus, Nueva Jersey. Lema: No existe una cosa llamada demasiados comercios. La ciudad de Paramus era como un ascensor repleto donde algún imbécil mantiene la puerta abierta y grita: «Vengan, podemos meter otro centro comercial más».
Nada en el Fashion Center era particularmente fashion; el centro comercial era tan poco atractivo que ni siquiera los adolescentes lo frecuentaban. Sally Li estaba en un banco con un cigarrillo apagado en los labios. Llevaba la bata verde y las sandalias de goma sin calcetines; el calzado favorito de muchos forenses porque facilitaba la tarea de limpiar la sangre, las tripas y otros desechos humanos con una simple manguera de jardín.
De acuerdo, hay que explicar un poco los antecedentes: durante la pasada década o algo así: Myron había mantenido un romance de ida y vuelta con Jessica Culver. En fecha más reciente habían estado enamorados. Comenzaron a vivir juntos. Ahora se había acabado. O eso creía él. No tenía muy claro qué había pasado. Los observadores objetivos quizá podían apuntar a Brenda. Ella apareció y cambió muchas cosas. Pero Myron no estaba seguro.
¿Esto qué tiene que ver con Sally Li?
El padre de Jessica, Adam Culver, había sido el jefe médico forense de Bergen County hasta que lo habían asesinado hacía ya unos años. Sally Li, su ayudante y amiga, había ocupado su lugar. Así la había conocido Myron.
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