Harlan Coben - El último detalle

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El plácido descanso caribeño de Myron Bolitar -ex baloncestista de élite retirado por una lesión- junto a una curvilínea presentadora de la CNN se ve bruscamente interrumpido por una mala noticia: Esperanza Díaz, socia de Myron en MB SportsReps, agencia deportiva con sede en Manhattan, ha sido detenida por asesinato. La acusan de haber acabado con la vida de Clu Haid, pitcher de los New York Yankees, hermano de fraternidad de Myron en la Universidad de Duke y cliente de la agencia en la actualidad; el muerto, una estrella del béisbol en declive, se había visto envuelto últimamente en un escándalo de consumo de heroína, lo que acabó definitivamente con su carrera. Bolitar interrumpe inmediatamente sus vacaciones, pero cuando llega a Nueva York se encuentra con que ni Esperanza ni su abogado quieren hablar con él. Sólo una cosa está clara: la mujer oculta algo, pero Myron no sabe si tiene que ver con su vida personal o con el trabajo. La investigación le conduce a hechos y lugares sórdidos, incluido un lamentable incidente de su propio pasado que preferiría olvidar, y, sin saber cómo, ha llegado a un callejón sin salida: todo le señala como único sospechoso.
En esta sexta entrega de la serie protagonizada por el agente deportivo, Myron Bolitar se enfrenta al caso más extraño y difícil de su vida. Un verdadero reto para el lector.

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Se le acercó.

– ¿Otro centro comercial donde fumar está prohibido?

– Ya nadie utiliza la palabra «prohibido» -explicó Sally-. Ahora dicen «libre de humo». Éste no es un centro comercial donde está prohibido fumar. Es una zona libre de humo. Muy pronto llamarán al agua debajo de la superficie zona libre de aire. O al Senado una zona libre de cerebros.

– ¿Entonces por qué quisiste que nos encontráramos aquí?

Sally exhaló un suspiro, se sentó erguida.

– Porque quieres información acerca de la autopsia de Clu Haid, ¿correcto?

Myron titubeó, asintió.

– Bien, mis superiores, y utilizó el término sabiendo que ni siquiera tengo iguales, fruncirían el entrecejo si nos viesen juntos. De hecho, lo más probable es que me despidiesen.

– ¿Entonces por qué correr el riesgo? -preguntó Myron.

– En primer lugar, voy a cambiar de trabajo. Vuelvo al Oeste, probablemente a la UCLA. Segundo soy bonita, mujer y lo que ahora llaman asiático-americana. Hace más difícil que me echen. Podría montar un escándalo y los políticamente ambiciosos detestan aparecer como maltratadores de una minoría. Tercero, eres un buen tipo. Descubriste la verdad cuando asesinaron a Adam. Me pareció que te lo debo. -Se quitó el cigarrillo de los labios, lo guardó en el paquete, sacó otro, se lo puso en la boca-. ¿Qué es lo que quieres saber?

– ¿Así como así?

– Así como así.

– Creí que tendría que poner en marcha mi encanto -dijo Myron.

– Sólo si quieres que me desnude. -Ella hizo un gesto-. Vaya, ¿con quién estoy bromeando? Adelante, Myron, pregunta.

– ¿Heridas? -preguntó Myron.

– Cuatro heridas de bala.

– Creí que eran tres.

– También nosotros al principio. Dos en la cabeza, ambas a quemarropa, cualquiera de ellas hubiese sido fatal. Los polis creyeron que era una. Había otra en la pantorrilla derecha, y otra en la espalda, en el omóplato.

– ¿A más distancia?

– Sí, yo diría que por lo menos un metro y medio. Parecían de un treinta y ocho, pero yo no hago balística.

– Tú estuviste en la escena, ¿no?

– Sí.

– ¿Sabes si forzaron la entrada?

– Los polis dijeron que no.

Myron se echó hacia atrás y asintió para sí mismo.

– A ver si entiendo la teoría del fiscal correctamente. Corrígeme si me equivoco.

– Será un placer.

– Dedujeron que Clu conocía al asesino. Él le dejó entrar a él o a ella de forma voluntaria, hablaron o lo que sea, y después algo salió mal. El asesino desenfundó un arma. Clu corrió, el asesino disparó dos veces. Un proyectil le alcanzó en la pantorrilla, el otro en la espalda. ¿Puedes decirme cuál fue el primero?

– ¿Cuál qué?

– El disparo en la pantorrilla o en la espalda.

– No -contestó Sally.

– Vale, así que Clu cae. Estaba herido pero no muerto. El asesino acercó el arma a la cabeza. Bam, bam.

Sally enarcó una ceja.

– Estoy impresionada.

– Gracias.

– Hasta donde es válido.

– ¿Perdón?

Ella exhaló un suspiro y se movió en el banco.

– Hay algunos problemas.

– ¿Cuáles?

– Movieron el cuerpo.

Myron sintió que se le aceleraba el pulso.

– ¿Mataron a Clu en alguna otra parte?

– No. Pero movieron el cuerpo. Después de matarlo.

– No lo entiendo.

– La lividez no se vio afectada, así que la sangre no tuvo tiempo de posarse. Pero lo arrastraron por el suelo, lo más probable poco después de la muerte, aunque bien pudo ser hasta una hora más tarde. Luego pusieron patas arriba la habitación.

– El asesino buscaba algo -dijo Myron-. Lo más probable es que fuesen los doscientos mil dólares.

– No sé nada de eso. Pero había manchas de sangre por todo el lugar.

– ¿Qué quieres decir con manchas?

– Mira, soy forense. Yo no interpreto las escenas del crimen. Pero el lugar era un desastre. Muebles y librerías tumbadas, cajones vaciados y sangre por todas partes. En las paredes. En el suelo. Como si lo hubiesen arrastrado como a una muñeca de trapo.

– Quizá se arrastró él mismo. Después del disparo en la pierna y la espalda.

– Supongo que podría ser. Por supuesto, es difícil arrastrarse por las paredes a menos que seas el Hombre Araña.

La temperatura de la sangre de Myron bajó varios grados. Intentó procesar la información. ¿Cómo encajaba todo eso? El asesino estaba desesperado por encontrar el dinero. Vale, tenía sentido. ¿Pero por qué arrastrar el cadáver? ¿Por qué manchar las paredes con sangre?

– Aún no hemos acabado -dijo Sally.

Myron parpadeó como si saliese de un trance.

– También hice un análisis toxicológico completo del difunto. ¿Sabes qué encontré?

– ¿Heroína?

Ella sacudió la cabeza.

– Cero.

– ¿Qué?

– Nada, nada de nada, cero patatero.

– ¿Clu estaba limpio?

– Ni siquiera un antiácido.

Myron hizo una mueca.

– Pero sólo podría haber sido temporal, ¿no? Me refiero a que las drogas bien podrían haberse ya eliminado por su organismo.

– No.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Voy a intentar explicarlo de forma comprensible. Si un tipo abusa de las drogas o el alcohol, eso aparece en alguna parte. El corazón agrandado, daños en el hígado, nódulos en el pulmón, lo que sea. Apareció. No había duda que Clu Haid había probado algunos productos químicos muy potentes. Había, Myron. Había. Hay otros análisis -análisis del pelo, por ejemplo- que te muestran una instantánea más reciente. Y estaban limpios. Eso significa que llevaba tiempo sin consumir.

– Pero falló un análisis de dopaje hace dos semanas.

Ella se encogió de hombros.

– ¿Estás diciendo que aquel análisis fue amañado?

Sally levantó las dos manos.

– No, no. Sólo te estoy diciendo que mis datos ponen en duda aquel otro. Nunca dije nada de un amaño. Bien podía haber sido un error inocente. Hay cosas como los falsos positivos.

A Myron le dio vueltas la cabeza. Clu estaba limpio. Su cuerpo había sido arrastrado después de haber recibido cuatro disparos. ¿Por qué? Nada de esto tenía ningún sentido.

Hablaron durante unos minutos más, sobre todo del pasado, y fueron hacia la salida diez minutos más tarde. Myron se dirigió hacia su coche. Hora de ver a papá. Probó el nuevo móvil -podías contar que Win tenía más esparcidos por todo el apartamento- y llamó a Win.

– Articula -respondió Win.

– Clu tenía razón. El análisis fue amañado.

– Vaya, vaya -dijo Win.

– Sawyer Wells fue testigo del análisis.

– Más vaya, vaya.

– ¿A qué hora ofrece la charla motivacional en Reston?

– A las dos -respondió Win.

– ¿Estás de humor para que te motiven?

– No sabes cuánto.

28

El Club.

El Brooklake Country Club para ser exactos, aunque no había ningún arroyo, ningún lago, y no estaba en el campo. Era, sin embargo, con toda claridad un club. Mientras el coche de Myron subía por el empinado camino de entrada, con los pilares grecorromanos blancos de la casa-club levantándose hacia las nubes, los recuerdos infantiles aparecieron con destellos fluorescentes. Era como siempre veía este lugar. En destellos. No siempre agradables.

El club era el epítome del nuevo rico, la demostración de los hermanos ricos de Myron de que podían ser tan horteras y exclusivos como sus homólogos gentiles. Mujeres mayores, los grandes pechos pecosos con el bronceado perpetuo sentadas junto a la piscina, los peinados revestidos con laca por falsos peluqueros franceses, hasta el punto de que cada pelo parecía un cable de fibra óptica congelada, sin permitirse nunca, y Dios no lo quiera, tocar el agua, durmiendo, imaginó, sin bajar las cabezas ante el riesgo de arruinar los peinados como si fuesen cristal de Venecia; trabajos de cirugía plástica por todas partes: narices, liposucciones y estiramientos tan extremos que las orejas casi se tocaban en la nuca, el efecto general de una sensualidad estrafalaria de la misma manera que puede parecerte sensual Ivonne De Cario en La familia Monster, mujeres luchando contra la vejez y en apariencia ganando, pero Myron se preguntó si no exageraban demasiado, con su excesivo miedo por las fuertes luces del comedor que delataban las cicatrices.

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