Harlan Coben - El último detalle

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El plácido descanso caribeño de Myron Bolitar -ex baloncestista de élite retirado por una lesión- junto a una curvilínea presentadora de la CNN se ve bruscamente interrumpido por una mala noticia: Esperanza Díaz, socia de Myron en MB SportsReps, agencia deportiva con sede en Manhattan, ha sido detenida por asesinato. La acusan de haber acabado con la vida de Clu Haid, pitcher de los New York Yankees, hermano de fraternidad de Myron en la Universidad de Duke y cliente de la agencia en la actualidad; el muerto, una estrella del béisbol en declive, se había visto envuelto últimamente en un escándalo de consumo de heroína, lo que acabó definitivamente con su carrera. Bolitar interrumpe inmediatamente sus vacaciones, pero cuando llega a Nueva York se encuentra con que ni Esperanza ni su abogado quieren hablar con él. Sólo una cosa está clara: la mujer oculta algo, pero Myron no sabe si tiene que ver con su vida personal o con el trabajo. La investigación le conduce a hechos y lugares sórdidos, incluido un lamentable incidente de su propio pasado que preferiría olvidar, y, sin saber cómo, ha llegado a un callejón sin salida: todo le señala como único sospechoso.
En esta sexta entrega de la serie protagonizada por el agente deportivo, Myron Bolitar se enfrenta al caso más extraño y difícil de su vida. Un verdadero reto para el lector.

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– ¿Win?

La voz de Win sonó clara.

– Sí, Billy Lee.

– Vete al infierno.

Billy Lee se rió de nuevo. Luego apagó el teléfono, apartándolo del mundo exterior y Myron sintió que el miedo crecía en su pecho. Billy metió el teléfono en el bolsillo de Myron y miró a Pat.

– Átalo a la silla.

– ¿Qué? -dijo Pat.

– Átalo a la silla. Hay una cuerda detrás.

– ¿Atarlo cómo? ¿Acaso soy un maldito boy scout?

– Tú envuélvelo y haz un nudo. Sólo quiero inmovilizarlo por si acaso se comporta como un estúpido antes de que lo mate.

Pat se movió hacia Myron. Billy Lee continuó mirando a Myron.

– En realidad no es una buena idea alterar a Win -dijo Myron.

– Win no me asusta.

Myron sacudió la cabeza.

– ¿Qué?

– Sabía que estabas colgado -comentó Myron-. Pero no hasta qué punto.

Pat comenzó a pasar la cuerda alrededor del pecho de Myron.

– Quizá tendrías que llamarlo de nuevo -señaló Pat. Si la falla de San Andrés temblaba como su voz, estarían ordenando la evacuación-. No necesitamos que él también nos busque, ya sabes a qué me refiero.

– No te preocupes por eso -afirmó Billy Lee.

– Zorra todavía está allí…

– ¡No te preocupes por eso! -repitió esta vez a grito pelado.

Un terrible y agudo alarido. La escopeta se acercó más al rostro de Myron. Myron tensó el cuerpo, preparándose para moverse antes de que ataran la cuerda. Pero Billy Lee se apartó de pronto, como si se diese cuenta por primera vez de que Myron estaba en la habitación.

Nadie habló. Pat tensó la cuerda e hizo el nudo. No estaba bien hecho, pero cumpliría su propósito: inmovilizarlo para que Billy Lee tuviese todo el tiempo del mundo para volarle la cabeza.

– ¿Intentas matarme, Myron?

Una extraña pregunta.

– No -respondió Myron.

El puño de Billy Lee se estrelló en la parte inferior del abdomen de Myron. Myron se dobló, el aire escapó de los pulmones, jadeó en la pura y más desnuda necesidad de oxígeno. Sintió que las lágrimas asomaban a sus ojos.

– No me mientas, gilipollas.

Myron luchó por respirar.

Billy Lee se sorbió los mocos, se secó el rostro con la manga.

– ¿Por qué intentas matarme?

Myron intentó responder, pero tardó demasiado. Billy Lee le pegó con fuerza con la culata de la escopeta, en el mismo punto de la zeta que Zorra le había marcado la noche anterior. Se soltaron los puntos, y la sangre cayó sobre la camisa de Myron. La cabeza comenzó a darle vueltas. Billy Lee se rió un poco más. Entonces levantó la culata por encima de la cabeza y comenzó a bajarla en un arco hacia la de Myron.

– ¡Billy Lee! -gritó Pat.

Myron lo vio venir, pero no tenía escapatoria.

Consiguió inclinar la silla con la punta de los pies y se echó hacia atrás. El golpe rozó la coronilla y le cortó el cuero cabelludo. La silla cayó hacia atrás, y la cabeza de Myron golpeó contra el suelo de madera. El cráneo le cosquilleó.

Oh, Dios…

Alzó la mirada. Billy Lee estaba alzando la culata de la escopeta de nuevo. Un golpe directo le aplastaría el cráneo. Myron intentó rodar, pero estaba enredado. Billy Lee le sonrió. Mantuvo la escopeta en alto por encima de su cabeza, dejó que el momento se alargase, observó a Myron debatirse como algunas personas miran a una hormiga herida antes de aplastarla con el pie.

Billy Lee de pronto frunció el entrecejo. Bajó el arma, la observó por un momento.

– Um -dijo-. De esta manera podría romper mi escopeta.

Myron sintió que Billy Lee lo cogía de los hombros y lo levantaba a él y a la silla. La escopeta estaba ahora a nivel de los ojos.

– Joder -dijo Billy Lee-. También podría volarte tu puto culo, ¿no tengo razón?

Myron apenas si oía nada. Cuando un arma te apunta directamente a la cara, tienes la tendencia a tapar todo lo demás. Las aberturas del doble cañón crecen, se acercan, te rodean hasta que todo lo que ves y oyes se consume en una boca negra.

Pat lo intentó de nuevo.

– Billy…

Myron sintió que el sudor en las axilas comenzaba a derramarse. Calma. Mantén el tono calmado. No lo excites.

– Dime lo que está pasando, Billy Lee. Quiero ayudar.

Billy Lee se rió, la escopeta todavía sacudiéndose en su mano.

– ¿Tú quieres ayudarme?

– Sí.

Se rió más fuerte.

– Gilipolleces, Myron. Una verdadera gilipollez.

Myron permaneció quieto.

– Nunca fuimos amigos, ¿no es así, Myron? Me refiero a que éramos hermanos de la fraternidad y salíamos juntos y todas esas cosas. Pero nunca fuimos de verdad amigos.

Myron intentó mantener la mirada en Billy Lee.

– Ha pasado mucho tiempo para volver al pasado, Billy Lee.

– Estoy intentando decir algo, imbécil. Me estás intentando engañar con todas esas tonterías de querer ayudarme. Como si fuésemos amigos. Pero eso no es nada más que una gilipollez. Nunca fuimos amigos.

Nunca te gusté. Como si fuesen niños de tercer grado en el recreo.

– Así y todo ayudé a salvarte el culo en más de una ocasión, Billy Lee.

La sonrisa.

– Mi culo no, Myron. El de Clu. Siempre fue el de Clu, ¿no? Aquello de conducir borracho cuando vivíamos en Massachusetts. No fuiste hasta allí para salvar mi culo. Fuiste hasta allí por Clu. Y aquella pelea en aquel bar en la ciudad. Aquello también fue por Clu.

Billy Lee de pronto inclinó la cabeza a un lado como un perro que percibe un nuevo sonido.

– ¿Por qué nunca fuimos amigos, Myron?

– ¿Por qué tú no me invitaste a tu fiesta de cumpleaños en la pista de patinaje?

– No jodas conmigo, gilipollas.

– A mí me gustabas, Billy Lee. Eras un tipo divertido.

– Pero después de un tiempo comenzó a cansarte, ¿no? Todo lo que hacía. Mientras era una estrella universitaria, todo iba de rositas, ¿no? Pero cuando fracasé en los profesionales, ya no era tan bonito y divertido. De pronto era patético. Es así, Myron.

– Lo dices tú.

– ¿Entonces qué pasa con Clu?

– ¿Qué pasa con él?

– Tú eras su amigo.

– Sí.

– ¿Por qué? Clu iba a las mismas juergas. Incluso era más juerguista. Siempre se estaba metiendo en problemas. ¿Por qué eras su amigo?

– Esto es estúpido, Billy Lee.

– ¿Lo es?

– Baja el arma.

La sonrisa de Billy Lee era amplia, resabiada y de alguna manera estaba muy lejos de la cordura.

– Te diré por qué seguiste siendo amigo de Clu. Porque él era mejor jugador de béisbol que yo. Él iba a estar con los grandes. Tú lo sabías. Es la única diferencia entre Clu Haid y Billy Lee Palms. Él se emborrachaba, se drogaba y se follaba a docenas de mujeres, pero seguía siendo divertido porque era un profesional.

– ¿Qué estás intentando decirme, Billy Lee? -protestó Myron-. ¿Que los atletas profesionales son tratados de una manera diferente al resto de nosotros? Vaya descubrimiento.

Pero el descubrimiento le sentaba mal a Myron. Sin duda porque las palabras de Billy Lee, si bien del todo irrelevantes, al menos en parte eran verdad. Clu era encantador y divertido sólo porque era un atleta profesional. Pero si la velocidad de su pelota rápida hubiese bajado unos pocos kilómetros por hora, si la rotación de su brazo hubiese estado un poco torcida o si la posición de sus dedos no hubiese permitido un buen movimiento de la pelota en sus lanzamientos, Clu hubiese acabado como Billy Lee. Mundos alternativos -vidas y destinos del todo diferentes- están separados por una cortina no más gruesa que una membrana. Pero con los atletas puedes ver tu vida alternativa con un poco más de claridad. Tienes la habilidad de lanzar la pelota un poco más rápida que el otro tipo, y acabas siendo un dios por encima de los mortales. Tienes chicas, fama, casa grande, el dinero en lugar de las ratas, el triste anonimato, el apartamento miserable, el trabajo vulgar. Vas a la televisión y das tu opinión de la vida. Las personas quieren estar cerca de ti, escucharte hablar y tocar el dobladillo de tu túnica. Sólo porque puedes lanzar la pelota a gran velocidad o embocar una pelota naranja en un círculo de metal o mover un palo con algo más de un arco puro. Eres especial.

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