Harlan Coben - El último detalle

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El plácido descanso caribeño de Myron Bolitar -ex baloncestista de élite retirado por una lesión- junto a una curvilínea presentadora de la CNN se ve bruscamente interrumpido por una mala noticia: Esperanza Díaz, socia de Myron en MB SportsReps, agencia deportiva con sede en Manhattan, ha sido detenida por asesinato. La acusan de haber acabado con la vida de Clu Haid, pitcher de los New York Yankees, hermano de fraternidad de Myron en la Universidad de Duke y cliente de la agencia en la actualidad; el muerto, una estrella del béisbol en declive, se había visto envuelto últimamente en un escándalo de consumo de heroína, lo que acabó definitivamente con su carrera. Bolitar interrumpe inmediatamente sus vacaciones, pero cuando llega a Nueva York se encuentra con que ni Esperanza ni su abogado quieren hablar con él. Sólo una cosa está clara: la mujer oculta algo, pero Myron no sabe si tiene que ver con su vida personal o con el trabajo. La investigación le conduce a hechos y lugares sórdidos, incluido un lamentable incidente de su propio pasado que preferiría olvidar, y, sin saber cómo, ha llegado a un callejón sin salida: todo le señala como único sospechoso.
En esta sexta entrega de la serie protagonizada por el agente deportivo, Myron Bolitar se enfrenta al caso más extraño y difícil de su vida. Un verdadero reto para el lector.

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– Jau, compañero -respondió ella. Con algunas mujeres, cada sílaba es un arrullo-. ¿Qué tal estoy?

– Muy guapa, señora. Pero creo que te prefiero como Nancy.

– Mentiroso.

Myron se encogió de hombros, sin estar muy seguro de si decía la verdad. Todo esto le recordaba a cuando Barbara Eden interpretaba a la hermana malvada de Jeannie en Mi bella genio. Estaba a menudo dividido entre las dos, sin saber si Larry Hagman debía quedarse con Jeannie o largarse con la encantadora y malvada hermana. Eh, aquí estamos hablando de los grandes dilemas.

– Creía que traerías un apoyo -dijo Thrill.

– Así es.

– ¿Dónde está?

– Si las cosas van bien, no lo verás.

– Qué misterioso.

– ¿A que sí?

Entraron y fueron a un reservado en el fondo. Sí, los aspirantes a moteros. Montones de tipos que buscaban aquel aire de peludo-veterano-de-Vietnam-que-la-carretera-es-suya. En la máquina de discos sonaba God Only Knows (What I'd Be Without You) de los Beach Boys, pero diferente a todo lo demás que hicieron los Beach Boys. La canción era un sollozo lastimero, y a pesar de todos sus recelos hacia el pop, a Myron siempre le llegaba hasta la médula, la inquietud de lo que el futuro podía deparar tan desnuda en la voz de Brian, las palabras tan inquietantemente simples. En particular ahora.

Thrill lo miraba a la cara.

– ¿Estás bien? -le preguntó.

– Muy bien. ¿Ahora qué hacemos?

– Supongo que pedir una copa.

Pasaron cinco minutos. Lonely Boy sonó en la máquina de discos. Andrew Gold. Puro setenta. Chicles globos. Estribillo: «Oh, oh, oh… oh qué chico tan solitario… oh, qué chico tan solitario… oh, qué chico tan solitario». Para el momento en que había sido repetido el estribillo ocho veces, Myron ya se lo sabía, así que comenzó a cantarlo. Gran memoria. Quizá tendría que hacer algún anuncio en televisión.

Los hombres de las mesas cercanas miraron a Thrill, algunos de reojo, la mayoría no. La sonrisa de Thrill era ahora una sonrisa lujuriosa, cada vez más puesta en su papel.

– Te va este rollo.

– Es un papel, Myron. Todos somos actores en un escenario, ya sabes.

– Pero disfrutas de la atención.

– ¿Y?

– Sólo es un comentario. Ella se encogió de hombros. -Lo encuentro fascinante. -¿Qué?

– El poder de unas tetas grandes sobre los hombres. Se vuelven unos obsesos.

– ¿Acabas de llegar a la conclusión de que los hombres son unos obsesos mamarios? Lamento desilusionarte, Nancy, pero la investigación ya ha sido hecha.

– Pero es extraño cuando lo piensas.

– Intento no hacerlo.

– Los pechos tienen una influencia curiosa sobre los hombres, no hay duda -respondió ella-. Pero no me gusta la que tienen sobre las mujeres.

– ¿Qué quieres decir?

Thrill apoyó las palmas en la mesa.

– Vale, todos sabemos que las mujeres le damos mucha importancia a nuestros cuerpos. No es ninguna novedad, ¿verdad?

– Así es.

– Yo lo sé, tú lo sabes, todos lo saben. Y a diferencia de mis hermanas más feministas, no culpo a los hombres.

– ¿No lo haces?

Vogue, Mademoiselle, Bazaar, Glamour, son dirigidas por mujeres y tienen una clientela totalmente femenina. Si quieren cambiar la imagen, que comiencen por ahí. ¿Por qué pedirles a los hombres que cambien una percepción que las propias mujeres no quieren cambiar?

– Un punto de vista refrescante -comentó Myron.

– Pero los pechos tienen una influencia curiosa sobre las personas. A los hombres, vale, es obvio. Se les reblandece el cerebro. Es como si los pezones disparasen un par de cucharillas que se clavasen en el lóbulo frontal y arrancasen todo pensamiento cognoscitivo.

Myron la observó, la imagen le hizo pensar.

– Pero para las mujeres, bueno, comienza cuando eres joven. Una chica se desarrolla pronto. Los chicos adolescentes comienzan a seguirla. ¿Cómo reaccionan las amigas? Se meten con ella. Tienen celos de la atención, se sienten inadecuadas, o lo que sea. Pero se meten con una chica que no puede evitar lo que le hace su cuerpo. ¿Me sigues?

– Sí.

– Incluso ahora. Fíjate en las miradas de las mujeres que estánaquí. Puro odio. Reúnes unas cuantas mujeres, ven pasar a una que tiene las tetas grandes y todas suspiran: «Oh, por favor». Las mujeres profesionales, por ejemplo, sienten la necesidad de vestirse con discreción; no sólo por los hombres lujuriosos, sino por las mujeres. Por cómo las tratan las mujeres. Una mujer de negocios ve a una colega con las tetas grandes y más capacitada, y qué piensa: «Consiguió el trabajo por las tetas». Así de claro y sencillo. Puede que sea cierto, puede que no. ¿Es una animosidad surgida de unos celos ocultos o un sentimiento equivocado de falta de adecuación o porque equiparan erróneamente pechos con estupidez? Lo mires por donde lo mires es una cosa fea.

– En realidad nunca lo había pensado -dijo Myron.

– Por último, no me gusta la influencia sobre mí.

– ¿Tu reacción al ver unos pechos grandes, o tenerlos?

– Lo último.

– ¿Por qué?

– Porque la mujer de pechos grandes se acostumbra. Lo toma por sentado. Los utiliza para su ventaja.

– ¿Y qué?

– ¿Qué quieres decir con y qué?

– Todas las personas atractivas lo hacen -dijo Myron-. No sólo son los pechos. Si una mujer es hermosa, lo sabe y lo aprovecha. No tiene nada de malo. Los hombres lo usan también, si pueden. Algunas veces, me da vergüenza admitirlo, yo también muevo el culito para conseguir mis intenciones.

– Asombroso.

– Bueno, en realidad, no. Porque nunca funciona.

– Creo que estás siendo modesto. Pero en cualquier caso, ¿por qué no ves nada malo en ello?

– ¿En qué?

– En utilizar un atributo físico para salirte con la tuya.

– Yo no he dicho que no haya nada malo. Sólo apunto que tú estás hablando de algo que no es solamente un fenómeno mamario.

Ella hizo una mueca.

– ¿Un fenómeno mamario?

Myron se encogió de hombros, y por fortuna se acercó la camarera. Myron puso mucho cuidado en no mirar al lugar cercano a su pecho, que era equivalente a decirte a ti mismo que no te rascases ese molesto picor. La camarera llevaba un bolígrafo detrás de la oreja. Su pelo superteñido intentaba buscar aquel rubio fresa campesino, pero se acercaba mucho más al puesto de azúcar hilado en la feria de rodeos.

– ¿Les sirvo? -dijo la camarera.

Se saltó sin más los preliminares como «Hola» y «¿Qué van…?».

– Rob Roy -pidió Thrill.

El boli salió de la oreja cartuchera, escribió, y volvió a la cartuchera. Muy Wyatt Earp.

– ¿Usted? -le preguntó a Myron.

Myron dudó que tuviesen Yoo-Hoo.

– Una gaseosa, por favor.

Ella lo miró como si hubiese pedido un orinal.

– Quizás una cerveza -dijo Myron.

Ella chasqueó la lengua.

– Bud Michelob, o alguna mariquita.

– Una mariquita estaría bien, gracias -dijo Myron-. ¿Por casualidad tienen una de esas sombrillas de cóctel?

La camarera puso los ojos en blanco y se fue.

Charlaron un rato. Myron comenzaba a relajarse, e incluso a pasárselo bien cuando Thrill dijo:

– Detrás de ti. Junto a la puerta.

No estaba muy de humor para juegos clandestinos. Ellos le querían aquí por alguna razón. No tenía ningún sentido andarse con rodeos. Se volvió sin una pizca de sutileza y vio a Pat el camarero y a Veronica Lake, también conocida como Zorra, vestida de nuevo con el cárdigan -de color melocotón, para aquellos que toman nota-, laida larga y un collar de perlas. Zorra, la debutante con esteroides.

Myron sacudió la cabeza. Bonnie Franklin y Mall Girl no se veían por ninguna parte.

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