Harlan Coben - Tiempo muerto

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Hubo un tiempo en el que el futuro de Myron Bolitar parecía predestinado a ser una gran estrella de la NBA. Una maldita lesión en la rodilla en el primer partido de la pretemporada le impidió llegar a jugar con los Boston Celtics y le obligó a abandonar el baloncesto profesional. “El hombre planea y Díos se ríe”, según Bolitar. Convertido, casi diez años después, en un temido agente deportivo e investigador privado volverá por fin a las canchas. Calvin Johnson, el nuevo general manager de los New Jersey Dragons lo contratará. No lo quiere para el equipo, sino para que busque a su gran estrella, Greg Downing, desaparecido misteriosamente, un jugador con el que Bolitar compitió sobre las canchas y por el amor de una mujer. Bolitar se verá no sólo ante un caso de muerte, chantaje y enemigos fuera de control, sino que se tendrá que enfrentar a un pasado que nunca creyó que volvería a revivir.

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– Buena suerte.

Norman resplandecía.

– Gracias, Bernie, es muy amable por tu parte. Lo digo en serio. Muy amable. Me gustaría decirte de qué va el argumento, pero me tienen amordazado. Ya sabes cómo son estas cosas. Hollywood y todo ese espionaje industrial. El estudio quiere que se mantenga en secreto.

– Comprendo -dijo Myron.

– Confío en ti, Bernie, pero el estudio insiste. No puedo culparlos. Tienen que proteger sus intereses, ¿no crees?

– Por supuesto.

– Es una película de acción y aventuras, eso sí que puedo decírtelo, pero también con contenido. Harrison Ford quería protagonizarla, pero es demasiado mayor. Creo que Willis es perfecto para el papel. No es quien yo hubiera escogido, pero qué le vamos a hacer.

– Ya.

La calle Ciento veinticinco no podría decirse que fuera el lugar más agradable de la ciudad. Durante el día era bastante segura, supuso Myron, pero el hecho de que ahora llevara pistola le tranquilizó aún más. A Myron no le gustaba llevar armas, y pocas veces lo hacía. No es que fuera muy remilgado al respecto, sino que se trataba más bien de una cuestión de comodidad. La pistolera se hundía en su axila, y la piel le picaba como si llevara puesto un condón de tweed. Sin embargo, después de su encuentro con los dos matones habría sido una imprudencia salir desarmado.

– ¿Por dónde? -preguntó.

– Hacia el centro.

Se encaminaron hacia Broadway. Norman le obsequió con historias sobre Hollywood. Myron asintió y siguió andando. Cuanto más hacia el sur se dirigían, mejor era la zona. Pasaron por delante de las familiares puertas de hierro de la Universidad de Columbia, en la calle Ciento catorce. Dos manzanas más adelante doblaron a la izquierda hacia Columbus Avenue.

– Ya estamos muy cerca -dijo Norman-. En la mitad de la manzana.

La calle estaba flanqueada por edificios bajos de apartamentos, habitados en su gran mayoría por graduados y profesores de la universidad. Resultaba extraño que una camarera viviera allí, pensó Myron. Sin embargo, todo lo relacionado con la implicación de aquella mujer en el caso era bastante absurdo. ¿Por qué asombrarse de que viviera en un lugar como ése? Eso en el caso de que en efecto viviese allí y no, por ejemplo, en Hollywood con Bruce Willis.

Norman interrumpió sus pensamientos.

– Intentas ayudarla, ¿verdad?

– ¿Cómo?

Norman se detuvo. Ahora estaba menos animado.

– Todo lo que dijiste sobre la compañía telefónica eran mentiras, ¿verdad?

Myron no respondió.

– Escucha -prosiguió Norman, y apoyó la mano sobre el brazo de Myron-, Héctor es un buen tío. Llegó a este país con una mano delante y otra detrás. Su mujer, su hijo y él trabajan como esclavos. Ni un día de fiesta. Siempre con el miedo en el cuerpo de que alguien silo quite todo. Tantas preocupaciones… nublan el pensamiento, ¿sabes? Yo, como no tengo nada que perder, no temo nada. Me resulta más fácil darme cuenta de ciertas cosas. ¿Sabes a qué me refiero?

Myron asintió de forma casi imperceptible.

Los ojos de Norman perdieron su brillo característico cuando la anodina realidad atravesó sus pensamientos. Myron lo miró en serio por primera vez y comprendió que detrás de las mentiras y el autoengaño anidaban los sueños de cualquier hombre, las esperanzas, deseos y necesidades que constituyen el único fundamento de la raza humana.

– Estoy preocupado por Sally -continuó Norman-. Quizás eso esté nublando mi pensamiento, pero sé que no se habría marchado sin despedirse de mí. Sally no haría eso. -Se detuvo, miró a Myron a los ojos y añadió-: No trabajas para la compañía telefónica, ¿verdad?

– No.

– ¿Quieres ayudarla?

– Sí. Quiero ayudarla.

Norman asintió y señaló. -Es aquí. Apartamento 2-E. Myron subió por la cuesta mientras Norman se quedaba al nivel de la calle. Apretó el botón negro correspondiente al 2-E. Nadie contestó. No era sorprendente. Probó con la puerta de entrada, pero estaba cerrada con llave. Alguien tenía que abrirle desde el interior.

– Será mejor que te quedes aquí -le indicó a Norman.

Norman asintió, como si comprendiera. Esas puertas que se abrían desde los apartamentos eran poco efectivas contra los delincuentes, pero su verdadero propósito no era ése, sino impedir que los vagabundos entraran y se instalaran en el vestíbulo. Myron se dispuso a esperar.

En cualquier momento, algún inquilino entraría o saldría del edificio. Mientras abría la puerta, Myron se colaría detrás de él como afuera un vecino cualquiera. Nadie haría preguntas a un hombre vestido con pantalones color caqui y camisa BD Baggies. Sin embargo, con Norman a su lado, el mismo inquilino reaccionaría de forma muy diferente.

Myron bajó dos peldaños. Cuando vio que dos chicas se acercaban a la puerta desde el interior, se metió las manos en los bolsillos como si buscara las llaves. Después, subió con paso decidido hacia la puerta, sonrió y esperó a que le abrieran. No habría sido necesario simular, ya que las chicas (estudiantes universitarias, supuso Myron) salieron sin reparar en él ni detener su frenética actividad verbal. Hablaban sin parar, casi sin escucharse. No le prestaron ni la más mínima atención. Un comedimiento asombroso. Claro que, desde su ángulo no podían verle el culo, de manera que su autocontrol no sólo era admirable, sino bastante comprensible.

Miró a Norman, quien le indicó con un ademán que procediera.

– Ve tú solo -dijo-. No quiero provocar problemas.

Myron dejó que la puerta se cerrara.

El pasillo era tal como esperaba. Totalmente blanco. En la pared no colgaba otra cosa que un gigantesco tablón de anuncios, semejante a un manifiesto político esquizofrénico. Docenas de folletos anunciaban todo tipo de cosas, desde un baile patrocinado por la Sociedad de Homosexuales y Lesbianas Norteamericanos Nativos, hasta lecturas poéticas de un grupo que se autodenominaba Rush Limbaugh Review. Cosas de la vida universitaria.

Subió por una escalera mal iluminada por dos bombillas desnudas. De tanto caminar y subir escaleras su rodilla volvía a resentirse. La articulación estaba tensa como un gozne herrumbroso. Myron tuvo la sensación de que la pierna se arrastraba detrás de él. Se apoyó en la barandilla y se preguntó cómo reaccionaría su rodilla cuando llegara a la edad en que la artritis hacía acto de presencia.

La planta del edificio estaba muy lejos de ser simétrica. Las puertas parecían dispuestas al azar. En un rincón, bastante lejos de los demás apartamentos, Myron localizó el 2-E. Su emplazamiento sugería la idea de que alguien había descubierto un espacio extra en la parte de atrás y había decidido añadir uno o dos apartamentos más. Myron llamó con los nudillos. Nadie contestó. No se sorprendió. Echó un vistazo al pasillo. No se veía a nadie. Agradeció que Norman no lo hubiera acompañado, porque no quería testigos a la hora de forzar la puerta.

Myron no era un especialista en dicha actividad. Había aprendido un poco con los años, pero forzar cerraduras era como los video juegos: si uno se esfuerza, va subiendo de nivel. Él no se había esforzado. No le gustaba. No poseía talento natural para ello. Casi siempre dejaba que Win se ocupara de los problemas de tipo mecánico, como hacía Barney en Misi ó n imposible.

Examinó la puerta y el corazón le dio un vuelco. Pese a tratarse de un apartamento en Nueva York, los cerrojos eran bastante impresionantes. Había tres dispuestos de manera amedrentadora desde quince centímetros por encima del pomo hasta otros quince por debajo de la parte superior del marco. Lo mejor de lo mejor. Además, eran nuevos, a juzgar por el brillo y la ausencia de marcas. Muy extraño. ¿Era Carla/Sally una mujer precavida hasta la exageración, o existía algún motivo específico para tal despliegue de medidas de seguridad? Buena pregunta. Myron contempló de nuevo los cerrojos. A Win le habría encantado aquel desafío. Myron comprendió que cualquier esfuerzo sería inútil.

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